Descifrando al amor

«El que ama, se hace humilde. Aquellos que aman renuncian a una parte de su narcisismo»

-Sigmund Freud

Queridos(as) lectores(as):

Un San Valentín más y todo lo que implica. Parece que la fórmula es muy sencilla: hoy amas, hoy te aman. Y sí, hacemos de una cosa diaria algo de un día. El negocio es negocio. Cuando unas flores te pueden costar unos 80 pesos mexicanos, hoy te cuestan casi 400 pesos. ¿Por qué no? Oferta y demanda. Pero, ¿qué sucede cuando dejamos a un lado la vanidad del día y nos concentramos en aquello que dice querer resaltar? El amor ha sido tantas veces descrito que ya hasta parece pleito. Unos aman lo que pueden, otros lo que no tienen, otros lo que no es, y otros esperan ser amados al menos un día. Hay tantos discursos sobre la práxis del amor que, bueno, es común ver tanto corazón roto hoy.

Descifrar al amor es algo que deberíamos considerar antes de decir tan fácil un «te amo». ¿Qué significa eso? Hay quienes dicen que amar es renunciar a uno mismo (tal como dice Freud), otros que amar es reconocerse en el otro, otros que opinan que José José inventó el amor y pidió por éste un aplauso. Tantas cosas que vemos a diario, y mucho de ello siempre es parte de una macabra campaña de marketing. El amor puede ser lo más hermoso, pero al mismo tiempo, puede ser lo más doloroso. Porque, ciertamente, cada uno de nosotros siempre tendremos nuestra propia definición secreta del amor, a partir de nuestra propia experiencia. Y eso, ¡es un partidero de cabeza!

Este sentimiento temible

Ya lo saben, mi obra favorita de todos los tiempos es y será Cyrano de Bergerac (1897) de Edmund Rostand. Aquella inigualable escena en la que la bella Roxanne sale al balcón durante la lluviosa noche en la que su primo, Cyrano, le declara su amor haciéndose pasar por Christian, el joven soldado del que ella está enamorada. En un momento, el poeta de la legendaria nariz le dice:

«Este sentimiento, terrible y celoso que me invade, es verdadero amor… Tiene todo el furor triste del amor y sin embargo, no es egoísta ¡Ah! por tu felicidad yo daría la mía, aunque tú nunca llegaras a enterarte de nada. ¡Si alguna vez pudiera, aunque de lejos, oír la risa de la felicidad nacida de mi sacrificio!… ¡Cada mirada tuya suscita en mí una virtud nueva!… ¡me da más valor!».

¿Quién no ha escrito alguna vez un poema de amor? ¿Quién no ha llorado tiernamente al leerlo? Tener una musa, ser una musa, es todo un regalo de la vida. El amor romántico, en efecto, engalana la verdad pero oculta las otras partes de la realidad. El amor puede ser triste, aunque hermoso, puede ser doloroso, pero también valeroso. ¿Qué se ama? ¿Al objeto de amor o a la capacidad de amar? Esa pregunta que Nietzsche formula a sus lectores es algo que nos mantiene siempre en cautela. No amar de más, pero no dejar de amar. ¿Quién no ha llorado por un amor? Y todo es bello, pero también una cortina. ¿Qué ocultamos? Lo que no queremos ver. Vivimos presos de esa necesidad de amor y no queremos perderlo una vez que parece que nos estamos saciando. Y aunque a veces es un feliz resultado, muchas veces también es un «pégame, pero no me dejes».

El amor acompaña toda soledad

Al buscar el amor, el ser humano naturalmente se abre hacia el encuentro con el otro. Jaime Sabines, poeta mexicano, explica bellamente esto en su poema Los amorosos, pero quedémonos con esto:

«Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.

Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos».

El amor es el día a día, el pleno reconocimiento del mismo como aliento de vida. Quien ama, nunca se cansa. Quien ama, encuentra sentido a pesar de lo ilógico. Porque amar es la parte más humana del ser humano. El amor nos lleva al encuentro de algo, de un nombre, de una persona, de una figura, de un encuentro; en una cama, en una sala, en un balcón con la noche lluviosa. Y estamos, siempre, frente a la nada, pues el amor hace que de ahí salga un todo. ¿No es acaso que lo que amamos se vuelve lo más importante? Hay veces que sentimos que el corazón quiere explotar, aunque hay veces que nos sentimos explotados por ese corazón. ¿Qué nos dice la vida cuando amamos? A veces olvidamos que los muros se levantan para evitar las invasiones de bárbaros que sólo quieren destruir lo que tanto hemos cuidado (uno mismo), pero les abrimos gustosos las puertas, porque entre tantos muros la soledad nos ha pesado, y pretendemos encontrar en el peligro la respuesta, aunque nos cueste la vida…

¿Qué amamos?

¿A quiénes amamos?

Seguimos solos, pero un momento llega en el que otra soledad puede ser una compañía inigualable. Y amamos, nos dejamos amar. Una apuesta. Pero cuando perdamos, sepamos perder, irnos y seguir apostando por el amor. Porque donde hay dolor, no hay amor. Y no porque tengamos miedo a perder lo que «aparentemente tenemos», significa que no hay algo esperando por nosotros. Algo real, algo que sí encuentre sentido en cada letra de A-m-o-r.

¿Qué te está diciendo el amor?

¿Qué te estás diciendo?

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