«El humor y la sabiduría son las grandes esperanzas de nuestra cultura»
-Konrad Lorenz
Queridos(as) lectores(as):
Vaya que han sido días difíciles en México, así como seguramente en todo el mundo. La tristeza, el dolor, la desesperación, los problemas económicos, el miedo y la amenaza constante del COVID-19 han mermado a muchos. Y no es para menos. Estamos en un momento histórico que me hace pensar en un escrito mío que publiqué hace tiempo: Los años tristes.
Dicho texto era un breve relato de un supuesto sobreviviente a un cataclismo social, pero que desgraciadamente no pude darle continuación. Recuerdo bien las palabras de dicho personaje que cerraban el relato: «Al final, sólo tenemos al mundo y el mundo nos tiene a nosotros». Para algunos podría ser algo negativo ante la evidencia de lo que el ser humano es capaz de hacer, pero también puede ser algo esperanzador, por lo mismo. Creo que en estos momentos, en este tiempo triste, es cuando debemos recuperar la esperanza. Ciertamente estamos más cerca de ver el final de esta pandemia de lo que estábamos hace un año, quizá no sea muy esperanzador para algunos, pero tengo que insistir en que es una realidad que nos debe dar coraje y valor en nuestro día a día.
Perder el miedo sería perder lo humano
No hay que dejarse llevar por aquello que dice «aprende a vivir sin miedo», porque no es algo tan fácil y más bien genera en nosotros un sentimiento de impotencia bastante desolador. Más bien lo que hay que hacer es reconocer y aceptar el miedo que tenemos, compartirlo, no dejarlo sin expresar. Hay quienes se niegan a eso, pues piensan que serán contestados con cosas que pretenderán hacer menos su sensación, sin embargo, debo insistir que lo hagan: reconocer nuestro miedo es no tener nada que ocultar. El ser humano es un ser expresivo, sólo que cada uno de nosotros lo hacemos de maneras muy distintas, es por ello que los invitaba hace unas entradas a recuperar esa capacidad creativa y abrirse paso.
¿Por qué tenemos miedo? Porque somos humanos, y estamos vulnerables ante lo desconocido. Es perfectamente natural. Ciertamente hay quienes luchan contra el miedo y tienen «más victorias» sobre él, pero hay quienes se paralizan y ven afectado todo lo demás que hacen. ¿Conoces a alguien con miedo? San Juan XXIII gustaba compartir que «siempre tenemos que tener una palabra tierna para todo aquel que nos busque desesperados». El amor, la empatía y la comprensión son las mejores herramientas para comenzar nuestra búsqueda de la esperanza.
Donde no hay, seamos como el Quijote
Quiero compartirles un fragmento de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605):
«Sábete, Sancho, que todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el bien y el mal sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca». (Primera parte, Capítulo XVIII)
¿Por qué ser como don Quijote? ¿Cómo podemos ser como aquel loco que vive atrapado en un mundo que no le entiende? Perdón, ¿pero es que alguien realmente nos entiende? La figura del Quijote es un aire fresco hacia la oportunidad de «cometer la locura» de ser nosotros mismos; quitarnos la máscara de «bienestar» y demostrar el rostro que está adornado por lágrimas de tristeza, labios secos, ojos de insomnio y demás. ¿Quién dijo que siempre hay que estar bien? Lo primero que hay que hacer es combatir contra la infamia de ser todo aquello que no somos y que no estamos dispuestos a ser para recibir el reconocimiento y aceptación de los demás. ¡Quien se niega a sí mismo es incapaz de pedir un día de paz!
Ser como el Quijote implica motivar al otro, ser esperanza, ser caridad, ser el caballero andante que viene al rescate de la cordura a partir de su propia locura. La esperanza en este tiempo parece muy lejana, pero está más cerca de lo que creemos: está en la música alegre, en las charlas amenas y divertidas, en la risa de los niños, en una buena lectura, en una serie divertida, está en el momento en el que los corazones se abren de par en par para aceptar cada palpitar y asumirlo como propio. Ser la esperanza de los demás empieza por sabernos a la espera de la misma en nuestra vida.
Después de las tinieblas, espero la luz
Sé que no es fácil, pero tenemos que esforzarnos. La esperanza al final de cuentas es base de muchas historias increíbles. Por poner un ejemplo, quisiera compartirles una anécdota que habla sobre una vez que uno de los generales y amigo cercano de Alejandro Magno, Pérdicas, le cuestionó: «Alejandro, haz conquistado todo a tu paso; haces ricos a tus generales y a tus soldados, pero no te llevas nada tú. ¿Con qué te quedas?». A lo que un pensativo Alejandro le contestó: «Con la esperanza».
No puede ni debe haber una historia que no sea escrita sin tener la esperanza como punto de partida. Es aliento de nuestros sueños, incubadora de nuestras metas, calidez en tiempos fríos, victoria tras la derrota. Y es cierto, en buena medida, que cuando brindamos esperanza a los demás, estamos haciendo más de lo que podemos imaginar. Una llamada, un mensaje, tantas cosas que podemos hacer por los demás, tantas cosas que podemos hacer por nosotros mismos.
Podremos ver las nubes de tormenta a lo lejos, pero podemos estar seguros que detrás de ellas, siempre habrá un resplandeciente sol. Y no somos nadie para negarle eso a ninguna persona, porque incluso los que están más enfermos, en el silencioso y doloroso latir de su corazón, existe una esperanza de que sus seres queridos no sufran más por ellos. Incluso en esos momentos tan difíciles, hay muestras de amor que son sencillas y que pasan casi desapercibidas.
La idea básica, después de este ameno encuentro, es ésta: alegremos los corazones tristes, que no sólo laten en nosotros, sino en el pecho de muchos amigos, familia, conocidos. Seamos esperanza, seamos amor, seamos coraje, seamos valor. La lucha sigue mientras los soldados sigamos en pie.
Los abrazo y deseo lo mejor para todos ustedes.