Padres: libros para sus hijos

«Si un hombre se imagina una cosa, otro la tornará en realidad«

-Julio Verne

Queridos lectores(as):

Esta semana estoy en mi retiro anual de Ejercicios Espirituales, por lo que dejo esta entrada programada. ¡Muchas gracias por sus inquietudes y peticiones de temas!

Sinceramente ya quería hablar sobre este tema con ustedes, es decir, el terrible acto que se está llevando a cabo contra la niñez y, por tanto, contra la juventud. ¿Me pueden decir qué temas de interés tan importantes puede llegar a tener un niño o una niña entre los 7 y los 14 años, como para que tenga un celular PROPIO? Dejen eso de propio, ¡tener un celular! Por favor, no es posible, ni tantito, imaginarnos a nosotros así justo cuando teníamos esas edades y «divirtiéndonos» con algo como eso. Es decir, nuestra infancia en verdad era eso: INFANCIA.

Un celular en la infancia es una ausencia

Déjenme les comento algo de suma importancia: darles a sus hijos esas tecnologías (celulares, tabletas, etc.), lo único que hace es demostrar que sólo se los quieren quitar de encima. Perdón, no hay otra manera de verlo. Estamos en una época posmoderna donde el sentido de familia se ha distorsionado casi al punto de poner en duda su existencia. Hoy ya no hablamos fácilmente de papás yendo con sus hijos a realizar actividades familiares sin que tengan que estar presentes esos «aparatejos». Lo único que logran en sus hijos es hacerlos sentir aparte, pero no de una forma sencilla, sino un sentimiento que se degrada aún peor: si mamá y papá no me quieren con ellos, porque no les importo, les pido cualquier cosa y me la dan. ¿O no?

De hecho, ¿por qué hacer que los niños se comporten como pequeños adultos? Hace unos días, revisaba un Stand Up del famoso Franco Escamilla (del que me declaro fan), el cual lleva de título «Princesas y dragones«; en ese monólogo, que en verdad me parte de la risa, él menciona algo muy cierto. Grosso modo dice que a las niñas pequeñas les dan de juguete un bebé, al cual deben alimentar y hasta «limpiar», logrando (parafraseando a Escamilla) que tengamos «unas huercas (niñas) muy estresadas». Pero es que en verdad, ¿en qué cabeza cabe todo eso? Sí, cierto, con ese tipo de juguetes las niñas van desarrollando de manera progresiva sus dotes como madres en potencia, ¡pero tranquilos con eso!

Una cultura de lectura

Ahora bien, recuerdo que cuando era niño, mis papás me daban muchos libros (de ahí mi amor por la literatura). Y no eran los libros de hoy al estilo Harry Potter o como Canción de Hielo y Fuego (Game of Thrones) que ciertamente son grandes aportaciones literarias; en aquellos años mis libros eran auténticos clásicos de literatura universal, por poner algunos ejemplos estaban El Hobbit y El Señor de los Anillos de Tolkien, El Conde de Montecristo de Alexander Dumas, Belleza Negra de de Ana Sewell, Las Aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain, Platero y Yo de Juan Ramón Jiménez, Cyrano de Bergerac de Edmund Rostand, etc…

«La literatura nace del paso entre lo que el hombre es y lo que quisiera ser«

-Mario Vargas Llosa

La literatura es una de las artes más bellas y nobles que engrandecen a la humanidad. Sin lugar a dudas hemos sido testigos de grandes obras literarias que nos acompañan a lo largo de nuestra vida y de las cuales siempre encontramos algo nuevo en cada nueva lectura. Y eso se debe, precisamente, al poder que la literatura tiene para afinar y mejorar nuestra imaginación. ¿O acaso olvidan qué fue el imaginar Narnia mucho antes de la aparición de las películas? ¿O no recuerdan las fantásticas aventuras de La Vuelta al Mundo en 80 Días? ¿O qué me dicen de las entrañables palabras de Hemingway en El Viejo y el Mar?

La imaginación puede ser la mejor herramienta que tengamos para luchar contra el tedio, generando en nosotros un apoyo para lidiar contra la frustración. Es por eso que es de suma importancia que los niños tengan libros desde pequeños, para que cuando sean más grandes puedan en verdad disfrutar textos de Fiodr Dostoievski, Paul Austen, Virginia Woolf, Hermann Hesse, etc., y demás maravillas que el mundo tiene que ofrecerles y ofrecernos.

Ya saben, un celular es para el momento, un libro para toda la vida.

Tiempo del encuentro

Queridos(as) lectores(as):

Antes que nada, agradezco mucho el apoyo brindado por ustedes a esta página, tanto por el hecho de que leen lo que se publica semanalmente aquí como por compartir el contenido. Además, claro, de los comentarios que hacen, sobre todo los que me hacen llegar a mi correo. ¡Es una experiencia edificante poder aprender desde sus propias inquietudes!

Hace unos días, recibí un correo por parte de Jerónimo, donde me pedía (además de información sobre cómo, dónde y con quién comenzar su análisis) si le podía ayudar a entender el tema del encuentro. Al principio, les confieso, se me hizo curioso que me preguntara sobre eso, porque francamente no me decía más. Después de un intercambio de correos, pude llegar a la intención de Jerónimo.

Definir el encuentro

Antes de continuar, quiero compartir con ustedes un breve relato:

Iejiel, el nieto de Rabí Baruj, jugaba una vez al escondite con otro niño. Se ocultó muy bien y esperó a que su compañero de juegos lo encontrara. Después de aguardar un largo tiempo salió de su escondite, mas no vio a su camarada en ninguna parte. Entonces comprendió que éste en ningún momento lo había buscado. Esto lo hizo llorar, y llorando corrió hacia su abuelo y se quejó de su desleal amigo. Entonces los ojos de Rabí Baruj se llenaron de lágrimas y murmuró: “Dios dice lo mismo: Yo me escondo pero nadie quiere buscarme”. (Cuentos jasídicos)

Para poder comenzar con este tema, es preciso que nos centremos en la corriente filosófica del personalismo. Primero, ¿qué es el personalismo? Es una corriente que pone a la persona como centro, concediéndole rasgos relacionales, sociales, trascendentales desde su propia libertad y valor propio. Esto, evidentemente, se desarrolla desde una perspectiva moral. Ahora bien, el encuentro es precisamente la forma o la manera de relacionarse de la persona justo en una relación interpersonal. Para esto, es necesario que exista antes una comprensión de la misma existencia humana con el fin de lograr cambios o transformaciones radicales de sus nociones o conceptos, siempre bajo un análisis ético. Y, como vimos en una entrada anterior en la hablamos sobre Levinas, nos resulta de suma importancia comprender que, sin el otro, no puede haber un encuentro.

La alteridad y la soledad

Para que se pueda producir un encuentro con el otro, es importante tener en cuenta lo siguiente:

  1. Trascendimiento: no es otra cosa que dejar que el otro sea eso, un otro. Esto implica renunciar al intento de objetivación para poder dar posibilidad a la condición de sujeto al otro. Es vital entender que también se renuncia a un juicio crítico total sobre el otro (sentencia por el prejuicio). Dejarle ser en apertura a su propia dimensión de potencialidad.
  2. Asumir la soledad: hay que tener presente que la soledad es una dimensión existencial que permite que cada sujeto se adueñe o se apropie de su propia vida, viéndose a sí mismos como lo único e irrepetible, aquello que es singular y aspira a ser auténtico. Sobre todo es asumir que se es alguien irremplazable.

Pero, ¿asumir la soledad es negación de todo tipo de relación? No, de hecho, la soledad es precisamente la primer relación del Yo. Es decir, el yo que se relaciona consigo mismo (Kierkegaard habla del espíritu para explicarlo). Pero para poder ejercer esa soledad, necesitamos un mundo en común para que así pueda existir la alteridad, en otras palabras, para que se facilite el encuentro entre soledades.

Regresando a Iejiel…

Esas palabras «yo me escondo pero nadie quiere buscarme» son las que tenemos que tener más que presentes. Mi querido amigo, Joseph Knobel Freud, una vez compartió el caso de un pequeño paciente suyo. Al final, lo que el pequeñito quería era que lo buscaran, que lo encontraran. ¿Qué no es acaso algo que queremos todos? Es decir, que nos encuentren. Pero cómo queremos que eso pase si nos encontramos cual vagabundos, a la deriva por la vida sin saber exactamente dónde estamos y, mucho menos, qué estamos haciendo. Sucede que «ahí/aquí estamos», pero no nos queremos buscar, porque al parecer nos da miedo encontrar algo que no estamos siendo, algo que no le hemos mostrado al mundo: lo que somos.

Es importante centrar nuestra mirada en nosotros mismos, descubrir que necesitamos la oportunidad de ser lo que somos sin miedo. ¿Qué podría pasar? Dice la sabiduría popular «siempre hay un roto para un descosido». El problema es querer encajar. Habría que preguntarse por qué y para qué. Y eso, al final, nos descubriría que sólo estaríamos perdiendo el tiempo. Cuando uno se «anima» a dejar de pretender ser lo que no es, logra un encuentro consigo mismo, haciendo que los demás encuentros se den de manera más natural, no forzados.

Crisis existencial, ¿por qué?

La forma más pura de la desesperación es no ser quien realmente se es

-Kierkegaard

Queridos lectores(as):

En una época tan impredecible como lo es la nuestra, es muy común que haya un malestar generalizado conocido popularmente como «crisis existencial». Pero, ¿exactamente qué es? Si nos remitiéramos a una definición sencilla sería el no encontrar sentido en esta vida. Si profundizáramos más en ello, daríamos con un sin fin de pensamientos que nos llevan de la mano hacia la tristeza, el dolor, el miedo, la frustración, la desesperación.

Me parece que lejos de no haber un sentido de vida, lo que hay, más bien, es represión. ¿De qué? De lo que somos. ¿Por qué? Porque a nadie se le da gusto. Pero… ¿qué no acaso a quienes tendríamos que darle gusto, en primera instancia, tendría que ser a nosotros mismos? Sí, de hecho así tendría que ser, pero lo cierto es que estamos demasiado expuestos al otro, a manera de rendirle cuentas y satisfacer todo lo que espera de nosotros. Pero es un poco más complejo, porque ese otro es demasiado abstracto, es decir, no es un otro determinado, y más bien deberíamos orientarlo hacia el famoso Superyó freudiano. Esa «instancia» tan exigente, demandante y represora que nos hace ser todo, menos lo que somos. ¿Y qué somos? Bueno, eso ya depende de cada uno y lo que se niega a aceptar de sí.

Dime, ¿quién eres?

Recuerdo una escena en especial de la película cómica Locos de Ira (Anger Management, 2003), en la que el iracundo-pasivo de David Buznik (Adam Sandler) se ve cuestionado por el polémico terapeuta Buddy Rydell (Jack Nicholson) mientras se encuentra en una terapia de grupo. Les desarrollo el diálogo:

-Dave, háblanos sobre ti. ¿Quién eres?

-Pues, soy un asistente de ejecutivo en una compañía de productos para mascota.

-Dave, no quiero saber a qué te dedicas. Quiero que nos digas quién eres.

-Está bien. Soy un tipo bastante bueno. Me gusta jugar tenis, a veces…

-Tampoco tus pasatiempos, Dave. Mantenlo sencillo. Dinos quién eres.

-Yo sólo… ¿no me puedes dar un ejemplo de una respuesta correcta? -en eso voltea Dave y le pregunta a Lou, otro de la sesión grupal, qué contestó, mismo que se ríe-

-¿Quieres que Lou te diga quién eres? (Todos se ríen y ponen a Dave un tanto incómodo)

-No, yo sólo… soy un hombre amable, despreocupado. Quizá soy un poco indeciso a veces.

-Dave, nos estás describiendo tu personalidad. Quiero saber quién eres.

-¿Qué diablos quieres que te diga? (Dave contesta desesperado y explotando)

Un momento bastante incómodo y desesperante, sin lugar a dudas, cosa que nos resulta tremendamente familiar cuando experimentamos esas «crisis existenciales», donde resaltan preguntas de nosotros hacia nosotros mismos: ¿qué estoy haciendo? ¿qué hago aquí? ¿por qué no soy feliz? ¿por qué soy así?… ¿Les suena?

La crisis existencial o la falta de sentido se origina, principalmente, en nuestra incomodidad ante los momentos difíciles de nuestra vida. Momentos en los que creemos que no somos suficientes, que no podemos con las cosas, que las personas nos lastiman una y otra vez sin saber por qué si «supuestamente nos quieren, supuestamente no tendrían que ser así con nosotros porque no somos así con ellos», etc. Lo cierto es que lo que nos falta es perspectiva del momento. Nos hace falta salirnos un poco de nosotros mismos y contemplar con objetividad lo que estamos viviendo. Y eso, muchas veces, nos resulta imposible, ya que en la cultura en la que nos desarrollamos, se nos prohíbe de un modo u otro, porque eso sería ser «egoístas», «envidiosos», «narcisistas».

Pero… ¿por qué?

Es momento de escuchar(se)

¿Qué pasa cuando tenemos gripe? Vamos al médico. ¿Qué pasa cuando tenemos un examen en la escuela? Estudiamos. ¿Qué pasa cuando tenemos hambre? Comemos. Bien dicen que la vida es sencilla, es sólo que nos encanta complicárnosla. Muchas veces, la respuesta al problema que estamos pasando se encuentran en nosotros mismos, pero pareciera que estamos a la espera de que alguien más lo resuelva y que nos rescate. Una tradición bastante peligrosa, ya que nos inutiliza frente a la vida.

Simple y sencillamente, no podemos ir por la vida esperando que los demás resuelvan nuestros problemas o que nos digan qué hacer (¡mucho menos que nos digan quiénes somos o quiénes se supone que debemos ser!) Uno de los problemas más importantes de la vida ética es que se centra en el deber ser, es decir, en lo que debería ser. Cuando las personas hacen las cosas porque les dijeron que así tenía que ser o que las tenían que hacer de tal modo porque de lo contrario estarían haciendo algo malo, caemos en la peligrosa tendencia de no cuestionar el porqué de las cosas. Hacer por hacer es no hacer nada realmente. Hay que poner en duda para poder entender, para poder hacer. Al final, ¿qué no se supone que deberíamos hacer las cosas porque queremos?

Si aplicamos lo anterior al ser por ser, sin hacer un análisis sobre nuestra propia vida, sobre nuestra relación con el mundo (incluso para los creyentes sobre su relación con Dios o con su fe), nos daremos cuenta que las crisis existenciales se desarrollan en plenitud en nuestras vidas con el pleno derecho que les damos. A veces, las crisis existenciales no son sino una oportunidad para poder identificarnos a nosotros mismos entre la multitud.

Para concluir, retornemos a Kierkegaard por un momento: «Debo encontrar una verdad que sea verdad para mí». Esta sentencia que abre paso hacia el existencialismo, nos dice que es más importante vivir para luego poder descubrir aquella verdad que es en sí personal, sobre la cual habremos de fundar nuestra propia existencia, nuestro propio sentido de vida.

No tengan miedo a buscar ayuda para ello. Quizá lo que más necesitan en este momento es a ustedes mismos, escucharse, darse tiempo a ustedes mismos. Una asesoría terapeútica podría ser un gran regalo de ustedes para ustedes mismos. Hoy ya no es un tabú. Si están interesados, les recuerdo que me pueden escribir a mi correo y podré orientarlos: psichchp@gmail.com