«Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior».
-Frida Kahlo
Queridos(as) lectores(as):
En esta ocasión me gustaría abordar un tema que cada día se vuelve más complicado y preocupante. Si bien es cierto que al hablar de acoso lo podemos hacer de distintos modos, tipos y formas, vamos a buscar centrarnos en esta ocasión en el que se vuelve contra la mujer. Por este motivo, quisiera ofrecer una disculpa a mis lectoras ya que mi intención no es pretender que sé lo que muchas de ustedes, por desgracia, puedan estar viviendo a diario, sino que me resulta de suma importancia, como hombre, poder hablarlo y abrir el diálogo y la reflexión en torno a esto que tiene que desaparecer.
En la clínica escuchamos muchas cosas a diario, pero sin lugar a dudas el dolor, la tristeza, la desesperación, y demás cosas negativas ocupan bastantes minutos. Ningún psicoanalista, terapeuta o profesional de la salud mental es indiferente a lo que escucha (al menos esa es la idea), por lo que no nos quedamos como si nada más escucháramos cualquier cosa. De hecho, todas las personas que se comportan de manera empática y con orden en la vida (con el esfuerzo que se requiere para ello), por supuesto que se indignan por lo que escuchan a diario sobre estos temas tan penosos y lamentables. Lo más triste es cuando esos casos tienen nombres y rostros conocidos. ¿Y por qué? Porque resulta que ahora sí son importantes. Y eso está terrible de pensarlo así.
Génesis de la violencia
Siempre hay que llamar a las cosas por su nombre, nada de andar disfrazándolas o suavizándolas. Por lo que cuando hablamos de acoso estamos hablando de violencia. Como ya es costumbre en este espacio, la etimología nos ayudará a entender más esto. Violencia viene del latín violentia, que es en sí la cualidad del violento – violentus. Ahora bien, la violencia es un acto donde se emplea la fuerza, así que esta última noción la dividimos en latín como vis (fuerza) y –olentus (abundancia): abundancia de fuerza (violentus). Autores como Maquiavelo y Thomas Hobbes han apostado por decir que el ser humano es violento por naturaleza, cosa que en buena medida es cierto, sin embargo, en la construcción de la sociedad surgen acuerdos que lo que hacen es inhibir, reprimir y castigar conductas que puedan poner en peligro al sujeto y a los demás.
Por parte de los estudios neurológicos que se han hecho hasta nuestros días, se han identificado 3 elementos químicos que son responsables de la agresividad del ser humano:
–Dopamina: ocasiona sensación de placer.
–Adrenalina: es una hormona que se produce en momentos de alta tensión, ocasionando un aumento de la presión sanguínea y ritmo cardíaco.
–Testosterona: hormona responsable del apetito sexual del hombre.
Ahora bien, hay que hablar que en toda relación existe y existirá una puja de poder, por lo que es natural que haya una constante lucha por reconocimiento. Sin embargo, no podemos hacer que algo natural se vuelva un pretexto para poder ejercer el poder con violencia a modo de someter a quien a nuestro creer es más débil. En este punto nos inclinamos hacia el darwinismo social que, en pocas palabras, refleja a una sociedad donde «el más fuerte se come al más débil» a modo de «llamado de la naturaleza».
Violencia y cultura
La violencia contra la mujer se ha vuelto cada vez más notoria y, en buena medida, se han hecho incontables esfuerzos para denunciarla. Sin embargo, ¿por qué parece que esto nunca acaba y, más bien, parece que va en aumento? Si bien es cierto que cada día hay notables apoyos por parte del sector masculino para proteger a las mujeres que son violentadas, lo cierto es que no es tampoco la solución, porque desde un principio no tendría que existir la violencia contra ellas ni contra nadie. Pero saliendo del idealismo utópico, hablamos de una realidad que transgrede más allá de los valores y virtudes de una sociedad. Se ha denunciado desde el siglo pasado hasta la fecha del heteropatriarcado y de cómo la sociedad se vincula estrechamente con éste. En esta realidad, se generan estereotipos que degeneran en un «deber ser» que fortalece a la violencia misma. Por un lado, se crean expectativas, mismas que al no verse cumplidas o satisfechas, hacen que la violencia surja a modo de respuesta ante ellas. Se depositan dichas expectativas en un género determinado y se transforman en satisfacciones obligatorias.
El fin de semana, una muy querida amiga compartió en Instagram varias evidencias sobre el acoso del que ha sido víctima por parte de un sujeto y de cómo no se ha podido resolver esa situación en favor de ella por «complicaciones con temas de ley». En un momento leí algo que me impactó: «pasé del no hacerle caso a tener miedo». Y eso lo escuchamos a diario, pero como decía, es más fuerte cuando esos casos tiene rostros y nombres conocidos. ¿Por qué tienen que vivir con miedo? Y lo que es peor, ¿por qué ser lo que se es debe ser motivo de tener que estarse cuidando? Mi amiga evidenció al sujeto que le hacía constantes llamadas, le mandaba mensajes y correos, hasta incluso que la buscaba fuera de su casa. ¿Y la policía? En este caso «no se podía hacer nada porque se trataba de un extranjero». ¡Terrible escuchar semejante excusa! Esto fue en España, por lo que desconozco la legislación que se tiene allá.
Lenguaje y reconocimiento
Siempre he despreciado eso de que «recuerda que esa mujer podría ser tu mamá o tu hermana», ya que es un acto de discreta discriminación, facilitando la idea de que «sólo unas mujeres merecen respeto». En el progreso de la sociedad, debemos evitar por bien seguir etiquetando a las personas y buscar un mayor respeto que incluso se vea fortalecido por su propia ontología: respeta porque es lo que es. Así de simple. Pero claro, no podemos pensar que las personas cambiarán de un momento a otro sus mentalidades atravesadas por tantas ideas que no hacen sino denigrar al otro. Y aún así, no debe ser nuestro principal impedimento.
Desde la tierna infancia hay que abordar este sensible tema, por tanto es que debemos observar cómo es que para que exista lenguaje debe existir primero la separación. ¿Separación? Sí, hablamos del corte de la díada (relación bebé-mamá) que por lo general lo realiza la figura paterna. Cuando el bebé se ve separado de su madre, de aquella figura que le brinda atención, amor y cuidados, es cuando nombra aquello que ha perdido. Así, con esta separación, surgen las palabras «mamá» y «papá». En psicoanálisis entendemos que el lenguaje tiene su génesis donde aparece la angustia de separación. Por eso es que en la relación donde existen los tratos malos y denigrantes es porque no existe el lenguaje que pueda expresar la angustia de separación, dando paso a que la respuesta a modo desesperado de mantener, sostener o apegarse con el otro sea la violencia misma.
Jessica Benjamin explica que es importante el reconocimiento, ya que sin éste, surge la dominación. Es decir, el reconocimiento de la mujer como sujeto autónomo permite que evitemos verle como algo/alguien innecesario. Esto es un tanto complejo. Veamos: el problema es que el objeto yace fuera, por lo que el malestar consecuente con esta realidad, que traducimos como «imposibilidad de controlarle/poseerle» en totalidad, da paso al acto violento. Ya que si habláramos que el objeto está dentro, no habría necesidad de expresar palabra alguna para que se atienda.
Claramente se trata de un tema muy difícil de abordar en tan breve espacio, y que evidentemente hay quienes tienen mayor autoridad para hablar con profundidad y aportar más sobre el mismo, pero insisto en la importancia de generar reflexión y buscar acción sobre esto. Los hombres tenemos mucho que hacer y siempre debemos aceptar el apoyo de las mujeres para poder salir adelante en esto y aprender con humildad y agradecimiento de ellas.
¡NO ES NO!