Los días oscuros: cuando duele existir

Hace un mes, aproximadamente, le regalé a mi papá el libro Van Gogh y sus Cartas a Theo, de Liesbeth Heenk. Un libro que ahora tengo en las manos y estoy comenzando a leer para enterarme, desde una mirada distinta, de lo que fue el triste padecer de un hombre que, me atrevo a afirmar, no supo más de que dolor. Hay una cita que resalta al principio:

«En toda vida algo de lluvia debe caer. Algunos días deben ser oscuros y deprimentes». Es verdad, no podría ser de otra manera, pero me pregunto si la cantidad de días oscuros y deprimentes no es a veces demasiado grande»

-Vincent van Gogh

Hay mucho dolor en nuestros días y parece ser que es difícil salir de ello. ¿Quién no ha sufrido de días oscuros? Ciertamente hay que tratar de salir adelante, y no tanto para no sufrir más, sino por el absurdo de quien se está hundiendo, la sociedad parece que se empeña en hundirlo más. No hay oportunidad de llorar, de quedarse en casa y lamentarse un rato, ya que se corre el peligro de ser despedidos, de ser incluso hasta olvidados. De las muchas enfermedades que rondan por la existencia del ser humano, las que son propias del alma (la soledad, la tristeza, etc.), son quizá las más peligrosas pues dejan al individuo frente a su capacidad autodestructiva. Por ello es que celebro que haya días que traten de hacer consciencia sobre esto y haya quienes estén dispuestos a estar para quienes están pasando por días oscuros. Es curioso, porque nadie quiere hablar de sus «malos sentimientos», nadie quiere que los demás se enteren, al menos no de forma directa.

Sobre lo anterior pienso en las redes sociales: cuando una persona necesita del otro, sin importar quién sea ese otro (claro, eso dice), es muy fácil que se meta a Facebook y ponga una carita triste en su estado; acto seguido tendrá la «fortuna» de que alguien le pregunte «¿Qué pasó?», para lo que habrá casi una respuesta inmediata «inbox». Y con eso se «soluciona el problema». Pero la escucha se ve severamente comprometida a mi creer, bueno, la lectura. ¿Qué pasa cuando el problema de cada uno se trata de alivianar con cosas tales como «no es tu culpa, es de los demás»? Librar de culpas al ser humano es librarlo de responsabilidades. No lo tomen a mal, me refiero a que muchas veces el apoyarse en amigos es apoyarse en un autoengaño, porque en su amoroso intento de ayudarnos, ellos nos dirán cosas que queremos escuchar para sentirnos mejor, o al menos intentarlo. La escucha debe ser neutra, que permita un panorama objetivo del problema, porque siempre hay dos caras en una moneda.

Hace poco hablaba con una amiga que está interesada en comenzar su análisis. Me dijo un franco «tengo miedo». ¿Y quién no? Después de todo, es una experiencia que abre muchas puertas desconocidas, y la más «terrorífica», por así decirlo, es la que se abre hacia nosotros mismos: ahí podemos encontrar monstruos terribles, pero también a la fantástica persona que somos y que no podemos ser, porque nos encontramos limitados siempre por los demás. El miedo a ser lo que somos es lo que realmente nos lastima. No hay que temer expresar el dolor que tenemos, la tristeza que nos invade, hay que buscar ayuda. Quizá sí un primer encuentro con amigos y con familiares, pero también darnos la oportunidad de ir con profesionales de la salud mental para ello.

Cuando murió mi mamá (11 de junio de 2016), uno de mis tíos me regaló un libro que me ayudaría mucho a abrir mi corazón y a enfrentar el dolor que había en él (incluso fortaleció mi deseo de ser psicoanalista para poder estar con y para los que están sufriendo). El libro en cuestión se llama Las Noches Oscuras del Alma, de Thomas Moore. En su maravilloso contenido, uno puede encontrar cosas muy personales para poder enfrentar esos días y noches oscuros, y encontrar en el dolor la creatividad que nos ayude a aliviar nuestra mente, nuestro corazón, nuestra alma. Es un horno de la transformación, y como diría un mantra budista que atesoro mucho:

«De ahí (del dolor), salí realmente transformado»

Pero no hay que quedarse ahí, realmente hay que salir y seguir luchando. El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es elegible. Y antes de terminar, quisiera decirte, querido(a) lector(a): no seas duro(a) contigo mismo(a), perdónate, porque ya es suficiente lo que estás teniendo que aguantar como para que tú mismo(a) te eches sal en las heridas. Empieza por eso, después sentirás poco a poco cómo el dolor se transforma en ternura.

Los celos: confesiones de un perverso narcisista

Empecemos con una anécdota:

L. es una persona bastante celosa. Tiene un serio problema respecto a esa realidad. Es consciente de ello y aún así se esfuerza mucho por dejar de serlo, sin embargo, cuando parece que se está dominando, los celos o «las pirañas que nadan bruscamente en su mente» (tal y como así los explica), se desatan con violencia. L. es en verdad una persona celosa, pero no sólo con su pareja, sino con sus amistades y con sus familiares, en pocas palabras, cuando cubre de afecto a cualquiera, llega a sentir bastantes celos cuando apenas siente que le ignoran. Evidentemente eso le ha costado mucho, quizá ha tenido que pagar un altísimo precio por sus celos.

¿Por qué sentimos celos? No es fácil de explicar de modo general, ya que es algo meramente subjetivo que tendríamos que poner a cada uno a analizarse. Pero podríamos esforzarnos un poco y dar una respuesta que nos pueda ayudar a cada uno de nosotros a dar con nuestros propios motivos. Claro está que hay un asunto fielmente relacionado al amor y con las inseguridades y miedos de cada uno de nosotros. Pensemos, por ejemplo, en aquello que dice que «el amor es triste», una sentencia que no a muchos les gusta porque les resulta pesimista o algo «feo». ¿Por qué tendría que ser triste? Si nos vamos a poner románticos, podríamos decir que lo es ya que uno entristece por no tenerlo, uno entristece porque cuando lo tiene lo podría perder y uno entristece cuando lo ha perdido. Por esto mismo es que los celos pueden encontrar una «salida» a modo de defensa contra la tristeza, aunque irónicamente es lo que más provocan en nosotros.

Cuando hablamos de inseguridades, tendríamos que conocer exactamente cuáles son las nuestras y sus causas. Una de ellas sin duda es el sentirnos abandonados y/o olvidados. Y esto no es más que la experiencia hablando. Pensemos en esto y demos un punto a los empiristas. Hay experiencias que literal dejan huella en nosotros, mismas que pueden ser o muy agradables o profundamente dolorosas. En esta ocasión nos centraremos en las segundas. Experiencias en las que nos hemos sentido lastimados, heridos, traicionados, donde hemos sido mal tratados por aquellos a los que decíamos amar y que ellos también decían amarnos. Eso se queda guardado en el recuerdo. Hay que señalar algo antes de continuar: son experiencias que nos hacen sentir muy culpables y que no nos logramos perdonar por lo ocurrido. Pero cuando no se trabaja, cuando no se trata de darle quizá un sentido, algo que nos ayude a mitigar el dolor, se vuelve una suerte de paranoia que nos lleva a desconfiar de las personas. Hay duda más que certeza. Y cuando eso lo llevamos a una nueva relación, ya sea de amistad o de pareja, los fantasmas del pasado nublan nuestros juicios y proyectamos en la otra persona nuestro dolor y nuestros miedos, provocados por alguien más, y por nosotros mismos (no olvidemos que el narcisismo no superado se vuelve un proceso lento y terrible de autodestrucción). Y surge el celo, la desconfianza plena en lo que el otro nos puede ofrecer.

No se dejen engañar con eso de «tengo celos porque te amo», ya que si así fuera, no existirían los celos realmente porque habría un «porque te amo confío en ti ya que sé que tú me amas también». Atrás de esos celosos no hay más que perversos narcisistas. Así, tal cual. ¿Perversión? No, no nos vayamos por definiciones populares. Un perverso es aquel o aquella que se llega a considerar lo bastante indispensable para el goce o sufrimiento del otro; se ve a sí mismo como el o la causante o garante de la satisfacción o insatisfacción del otro. Ya lo hemos comentado en entradas anteriores.

Jean-Charles Bouchoux, en su libro Los Perversos Narcisistas, nos comparte una anécdota que titula Celoso e infiel:

Frank padece unos celos fuera de lo común. Magalí recuerda: «Un día estábamos frente a un cine y vio que un hombre me miraba. Entonces me dio un gran codazo en las costillas tratándome de perversa y diciéndome que hacía todo lo posible para que me mirasen. Un año más tarde, me dejó por otra mujer con quien mantenía una relación desde hacía algún tiempo. Antes de irse me recordó todo lo malo que pensaba de mí, pero que no había dejado de decirme a lo largo de toda nuestra relación».

También para Frank, jugar con las palabras le reporta un beneficio considerable: la manipulación, el dominio y la identificación proyectiva le permiten expresar sus angustias, haciendo que su mujer cargue con ellas y convirtiéndola en culpable y sostén de su malestar, relacionado con la mala imagen que tiene de sí mismo. Así la mala es ella y no él. Además, descarga sus pulsiones agrediendo a su mujer y, tratándola de perversa, justifica su pasaje al acto (y más adelante su propia infidelidad) con agresividad.

Frank no siente que sea una buena persona y, antes que intentar mejorar, prefiere hundir a su compañera. De esta manera, alivia sus propias tensiones transmitiéndoselas a su mujer.

Más adelante, Bouchoux nos comparte lo que, a su creer, podría servir para enfrentarnos a personas así (que, por cierto, bien podríamos considerarlas «tóxicas»), ya que «el beneficio del perverso narcisista está precisamente ahí: ¡llega a sobrevalorar su imagen mientras nosotros intentamos justificarnos, desesperadamente, cuando no tenemos por qué hacerlo!».

Consejo práctico:

Si nos justificamos, para el perverso narcisista será fácil desmontar nuestros argumentos y mantener un ambiente nocivo. Por esto es importante no justificarse, cortar por lo sano cualquier conversación o ponerlo en su lugar: «¿Con qué derecho me dices esto? ¿Quién eres tú para juzgarme?», «¿Te crees tan inteligente como para creer que yo no lo soy?».

El efecto que tendrá lo que decimos al perverso narcisista será lograr que se sienta en peligro, y esto no podrá soportarlo. Entonces le tocará a él justificarse y se invertirán los roles. […] «Cuando el perverso se ve desenmascarado, se va…».

Así que nada de celos, no dejen que los y las intenten manipular con discursos de pseudo amor.

Necesito ayuda: un paso a la vez

Vivimos en una época donde el individualismo va marcando pautas cada vez más detalladas sobre lo que cada uno de nosotros tiene que hacer para «salir adelante»; cierto es que no podemos ir por la vida esperando que alguien solucione nuestros problemas, sin embargo, eso se debe a que hacemos de ese «alguien» un otro y no un «nosotros mismos».

Les quiero contar una anécdota:

Saúl es un joven arquitecto que durante poco más de 6 años ha logrado realizar su sueño de poner junto con sus amigos un despacho propio. Durante ese tiempo, Saúl se empeñó en ser el brazo ejecutor de la idea misma, es decir, todo pasaba por su responsabilidad y dejaba muy pocas tareas, si no es que ninguna, a sus amigos. Un día, Saúl se desplomó entrando a su oficina. Cuando despertó yacía sobre el sillón de la sala de juntas y estaba siendo atendido por un médico. Diagnóstico: altos niveles de estrés. Saúl tuvo que hacer un cambio radical en toda su vida para poder reducir esos niveles y poder darse la oportunidad de dejarle más tareas a sus allegados.

Me atrevo a pensar que muchos de los problemas que tenemos a lo largo del día se deben a que no queremos aceptar la ayuda de alguien ya que creemos que no sabrán hacerlo de la misma manera en la que nosotros lo haríamos, cosa que resulta un tanto evidente. Pero entre otras cosas, no buscamos ayuda porque nos han inyectado la idea de que «sólo los débiles se quejan».

«Tenemos» que demostrar todos los días lo capaces que somos de hacer las cosas y muchas veces lo hacemos a costa de nuestra propia salud, tanto física como mental. Y ese «tener que» es resultado de la alta competitividad que se da en lo social y en lo laboral, porque cierto es que nadie es indispensable. Así como llegamos a un trabajo podemos ser despedidos al día siguiente. Y a veces sólo es por «mala suerte», ya que pueden acontecer varias razones que den paso a eso.

Pero cuando el ser humano es consciente de sus límites, cuando rompe con lo social y establece un verdadero parámetro de sus capacidades, con humildad y aceptación se abre hacia el otro solicitando que le ayude. No es de débiles, es de gente coherente. Además, hay un deje de perversión, es decir, cuando una persona se siente o se considera indispensable para el goce (incluso para el sufrimiento) del otro, se encierra en sí mismo y se vuelve precisamente un «todo lo puedo». Hay un narcisismo sin trabajar.

En esta vida, todos necesitamos de todos. Es cuestión no sólo de pensarlo, sino de asumirlo.

P.d. Gracias, G.

Un Freud en el CPM

El día de ayer, 3 de septiembre de 2018, tuve la oportunidad de presentar a mi querido amigo y colega, el Dr. Joseph Nobel Freud en el Círculo Psicoanalítico Mexicano. Quizá llama más la atención el segundo apellido, ya que se trata del apellido fundacional del saber psicoanalítico y sí, después de todo él es sobrino nieto del mismísimo Sigmund Freud (el abuelo de Joseph, Samuel Freud, era primo de Sigmund).

En su charla Cuestiones de Técnica Psicoanalítica con Niños y Adolescentes, además de ser muy amena y divertida, y sin lugar a dudas muy interesante, Joseph nos compartió varias reflexiones que me gustaría, a modo de resumen (ya que mis notas son el resumen de su propio resumen), traer a ustedes en este nuestro espacio.

Joseph nos habló de que, hoy en día los niños tienen que lidiar con transferencias cruzadas en su hogar (padre, madre, hermanos, la novia de papá, el novio de mamá, el novio de papá, la novia de mamá, etc.), por lo que en la clínica con ellos se toleran tan diferentes transferencias, así que hay que darle su merecido lugar al dibujo y al juego. «Todo analista de niños tiene que saber mucho sobre Winnicott», enfatizó Joseph. Es una exigencia que se tiene que aprender a jugar, ya que si a la consulta llega un niño que no sabe jugar tenemos que entender que psíquicamente está mal. Sobre esto último, Joseph habló sobre las madres helicóptero (o madres cocodrilo), mismas que lo único que hacen es que los niños queden atrapados en ellas. Parafraseando a Winnicott, «la fantasía es masturbación mental, no nos sirve». Por lo que como psicoanalistas de niños tenemos que lograr que el niño que no juega, juegue.

Podríamos decir que hay niños con mucha fantasía, sin embargo, eso no es del todo bueno, ya que al tener tanta fantasía, los niños quedan atrapados en lo mental, mostrándose incapaces de exteriorizarla. Toda fantasía está más del lado de un pensamiento onanista que no lleva a ningún lado: el juego es una forma de elaborar la realidad, además, el juego permite al niño colocar en situación un miedo para que no se transforme en síntoma.

Joseph nos compartía un ejemplo clínico (que, cabe decir, él cree que el uso clínico puede ayudar a hacer más claro el funcionamiento del psicoanálisis):

Un día llega a consulta C., un pequeñito que fue adoptado. Cuando apenas entra al consultorio, el niño corre y se esconde abajo del diván.

Joseph: ¿Dónde está C.?

C.: ¡Está escondido!

Joseph: ¿Entonces tengo que buscar a C.?

C.: ¡Sí, sí, a mí me gusta que me encuentren!

Sobre esto, Joseph nos explica que iban a buscar a C., porque el mismo C. todavía no se encuentra a sí mismo (por su situación de niño adoptado).

Es importante trabajar con la fantasía de los niños, ya que todo niño con demasiada fantasía va directo a la neurosis obsesiva. Por eso es que hay que respetar el juego del niño, poder hablar con juego. Cuando el niño juega, recordando a Nietzsche y a Freud que celebran la seriedad con la que los niños juegan, hay que dejar que ellos nos brinden el rol en su juego. Dejar que ellos nos digan qué hacer y cómo hacerlo, después de todo, es la situación íntima en la que nos están dejando participar. De hecho, es en el juego cuando el analista tiene que saber esperar el momento (¡luchar contra la inmediatez!) para poder dar con lo que nos permita ir trabajando con el niño.

Aunque Joseph también nos compartió reflexiones sobre la clínica con adolescentes, eso lo dejaré para otra ocasión. No desesperen, aprendan a ser pacientes.