Fred Roldán y la lata de frijoles

Queridos(as) lectores(as):

En esta ocasión, aprovechando la gentileza y amabilidad de su lectura y apoyo a esta página, quisiera abrir el corazón una vez más y contar, a modo de un sencillo pero muy profundo homenaje, una pequeña anécdota que se convirtió para mí en una de las enseñanzas más valiosas de mi vida, y quienes son cercanos a mí o han tomado clases conmigo, saben que la comparto con especial alegría esperando también les ayude.

Fred Roldán, El señor teatro, o como le decía cariñosamente, «Fredplin» (pues lo comparaba con Charles Chaplin, ya que era de todo un poco en el escenario, pero también en la vida), fue para mí, igual que para muchos, no sólo un gran amigo, sino un maestro en todo lo relacionado con la actuación, y una figura paterna a quien he amado desde que le conocí cuando tenía yo apenas unos 15 años, hasta el momento en el que me avisaron que ya había fallecido hace unos días, pero que amaré en mis recuerdos hasta que yo ya no sea más.

Justo hace varios años, recuerdo muy bien, llegaba a encontrarme con un tal «Fred Roldán», y lo digo así porque había recibido una recomendación por parte de mi igualmente querido y amado «Goyo» Jimenez (el colombiano más mexicano de la Historia), de que si quería aprender teatro, no podía sino ser bajo la tutela de este hombre. Estaba nervioso y un tanto preocupado. Toqué a la puerta en el legendario Centro Cultural Roldán Sandoval y escuché detrás un «ya abro, espera, que no sé dónde están las llaves». Y al abrirse la puerta, pude ver a una persona maravillosa, porque justo Fred transmitía eso, tenía algo que nos apapachaba con su eterna sonrisa y amabilidad genuina en su mirada. «Así que vienes por parte de Goyito, ¡caray, qué gusto!». Nunca supe cómo es que se conocían.

Compartí con Fred mi admiración y amor por los dramas teatrales, mi gran interés en formarme como actor (a lo que él me contestó que estaba mal, porque era «vivir de actor»), y por poder perder el temor al escenario. A mi querido Fred le debo, en buena medida, mi desarrollo en el encuentro con los demás. Sus cursos de actuación jamás los olvidaré. Si bien es cierto que sólo participé con él en contadas ocasiones en sus maravillosas obras, tales como el mítico Pinocho (por ahí de 37 años en escena), él me decía: «Hectorito, no, quiero que descubras el mundo del teatro, desnuda tu alma en el escenario, sé tú, y luego vuelves aquí, tu casa, y me cuentas con detalle».

Un día, allá por 2009, recibí el llamado para formar parte de la obra Donde estés, amigo, de mi querida Sarah Goldsmith, y recuerdo que de tanta alegría que sentí en ese momento, me pasé de lado a mis papás y al primero que le avisé fue a Fred. Su alegría era quizá más grande que la mía. Pero llegó un momento de duda y me sentí incapaz de darle vida a Alberto, uno de los personajes principales de la obra. «¿Qué hago, Fredplin? -le preguntaba nervioso. A lo que Fred, sonriendo, me dijo: «Pues actúa siendo tú, ¿qué más?». El señor teatro era eso y todo lo demás, por lo que era casi imposible verlo fuera de su teatro, de su casa, en las noches porque «siempre había una misma historia que contar de manera distinta», cosa que siempre estuvo presente en su imperdible obra de teatro musical, Y llegaron las brujas, por lo que para mí fue maravilloso y sorpresivo verlo sentado en las butacas pegadas al escenario en el teatro en la noche del debut. Nadie aplaudió tan fuerte como mis papás y Fred al acabar. «Hectorito, bien, tu ángel te sonríe más que nunca».

Pasaron los años y mi carrera actoral se vio «frustrada» por mi etapa universitaria y comienzo en la vida laboral. Pero el contacto con Fred nunca. «Amigo querido, saludos y felices fiestas desde Nueva York», «…desde Londres», etc. Quizá ya no nos veíamos tanto como antes, pero siempre estábamos en contacto. Un día, recuerdo bien la enorme frustración que sentí cuando me rechazaron en un trabajo y que uno de los argumentos que me dieron fue «te hacemos un bien, porque la verdad no vemos cómo la armarías aquí». Mi ego estaba lastimado y profundamente herido. Mis papás estaban de viaje en aquel entonces y, de un momento, me saltó la idea de hablarle a Fred. «¿Qué pasa, Hectorito? Vente, vamos por un helado». Y eso hice, fui al querido teatro casa, le avisé que ya estaba afuera y salió para encontrarse conmigo. En la contra esquina fuimos a parar para tomarnos un helado y que le contara lo que había pasado. No quiero entrar en detalles sobre el lugar, pero me ilusionaba trabajar ahí y, según yo, tenía todas las cartas para hacer las cosas bien. «Ay, no, me duele verte así, no es justo», me decía. «Siento que fracasé en esta oportunidad, Fredplin». A lo que un serio Señor teatro, sin perder la sonrisa y ese brillo en sus ojos, me dijo:

«No, no, no digas eso pequeñín (en sarcasmo pues soy muy alto), porque no es cierto. ¿Recuerdas aquella vez que estabas nervioso por tu estreno? Sé que no te pagaron, cosa de la que nunca estuve de acuerdo, y que lo hacías por verdadero amor al arte, pero quizá es que no te dieron la oportunidad de sentir la compensación de tu pasión. Mira, este trabajo que haz perdido, será un mal y tedioso recuerdo. Pero, ¿sabes?, estoy más que seguro que vendrán cosas mejores para ti. Porque eso mereces. Sólo te voy a pedir un favor enorme, cuando recibas tu primer pago formal, no hagas otra cosa que ir a comprarte una lata de frijoles, regresas a casita, los abres, y así sin cebolla ni aceite, los calientas y te los comes. ¿Por qué? Porque van a ser los frijoles más ricos que habrás de comer en toda tu vida. Frijolitos deliciosos que te costaron, que nadie te regaló. Y verás que ese sabor siempre te acompañará a lo largo de tu vida».

(Ahorita estoy llorando sólo de recordar esto)

Esa enseñanza la llevé a cabo apenas recibí mi primer suelo en cierta editorial. Pasé a un 7 Eleven en la esquina de la calle de mi casa y me compré una lata de frijoles. Llegando, mi mamá me dijo: «Qué bueno que llegaste, ¿quieres comer? Hoy hice…», pero no la dejé terminar. Le mostré la lata de frijoles y ella entendió al primer momento lo que eso significaba para mí. Los calenté y me los comí… ¡no saben qué deliciosos! Hasta la fecha sigo recordando ese sabor en mi boca, pues la sencillez me dio un pasaje a lo glorioso. Le mandé la foto a Fred y su contestación fue: «Hectorito, querido amigo, bendiciones, hoy salgo más contento por ti a bailar con Cruelena».

Querido Fred:

Me duele de una manera indescriptible el saber que no voy a poder volverte a ver, que no voy a poder ver en vivo la alegría de tu ser en este mundo. Pero siempre voy a atesorar todo lo que fuiste y enseñaste, la manera en la que me mostraste cómo «desnudar el alma», no sólo en el escenario, sino en todo lo que me apasiona. Yo sé que somos muchísimos a quienes nos tocaste el corazón con tu testimonio y ejemplo, que los nombres van y vienen, pero que tu amor por nosotros jamás estuvo en duda. Sé que ahora estás con tu siempre amada hija y que nos cuidas, empezando por tu hermosa familia, desde el cielo.

¡Tu sonrisa y mirada siempre vivirán conmigo en mi alma!

¡Gracias, gracias, por la bendición de haberte conocido!

Atte.

Héctor, el pequeñín.

«Lo hice por amor…»

«Para gobernar a los demás, uno tiene que empezar por saber gobernarse a sí mismo».

-Aristóteles

Queridos(as) lectores(as):

Sin lugar a dudas, el nombre de Will Smith es el que más está en la boca de todos alrededor del mundo tras lo sucedido en la entrega de los Oscar 2022. Sin embargo, sabemos bien que no se debe a que haya ganado, por fin, la estatuilla a Mejor Actor por su película King Richard (2021), sino al golpe que le acomodó al cómico/presentador, Chris Rock, después de que éste hiciera un chiste sobre Jada Pinkett Smith (su esposa) y por su falta de pelo (alopecia declarada). Las reacciones no se hicieron esperar, hasta el punto en el que se dividió la crítica en favor o en contra de las acciones del Príncipe de Bel-Air.

Will Smith tras recibir el premio a Mejor Actor por King Richard

Pero, ¿realmente hay que hablar sobre esto que sucedió? En definitiva no se trata de algo menor, y menos tratándose de algo que se vio a nivel mundial en tiempos donde la violencia se ha desatado entre la humanidad. Sin embargo, no sorprende. Recordemos que el ello, como estructura de la mente, encierra la parte más primitiva, por tanto salvaje, del ser humano. De hecho, aprovechando la «justificación» de Will Smith, podemos dar mayor luz a esto: «El arte imita a la vida y al final parezco el padre loco y tarado. Pero el amor te hace cometer locuras».

Al justificarse

Sé y entiendo que muchas personas estén de acuerdo con la reacción de Will Smith por defender a su familia, a sus seres queridos, específicamente a su esposa. Sí, entiendo que el amor nos haga cometer locuras. Pero en lo que hay que tener mucho cuidado es en comprar la justificación de algo que es en sí la apología (defensa) de algo que no, es decir, la violencia. Puedo pensar que muchos de ustedes en este punto me reclamarían «¿acaso, Héctor, tú no hubieras hecho lo mismo?», y puede ser que sí, puede ser que mi reacción haya sido quizá no golpear a Chris Rock, pero sin duda se trataría de algo que reflejara mi incomodidad. Eso se llama «empatizar» con las víctimas. Pero, ¿queda exactamente claro quién es quién en esta situación? El comediante se limitó a seguir el guión que alguien escribió para ese momento, primer cosa que podríamos cuestionar: ¿dónde queda el criterio del comediante para saber discernir entre lo chistoso y lo que puede ser ofensivo?

Empezando por ese punto, sí podemos culpar a Chris Rock de ocasionar uno de los momentos más incómodos televisados a nivel mundial, pero, ¿dónde queda la responsabilidad del que escribió ese «chiste»? De hecho, ¿quién es? Es algo que hasta el momento se mantiene oculto, tan oculto como el hecho de por qué la Academia permitió que algo así se filtrara. No, no es para escandalizarnos y hacer de esto una quema de brujas, pero sí es importante ser coherentes con el discurso que estamos sosteniendo. Volvemos a centrarnos en lo dicho por el famoso intérprete de Hombres de negro (1997): «He recibido el llamado de amar a la gente y proteger a la gente, y ser un río para mi gente. Sé que para hacer lo que hacemos, tenemos que ser capaces de aguantar que la gente hable locuras sobre ti». Es bueno saber a lo que uno está llamado, pero es mejor saber serlo.

Will Smith abofetea a Chris Rock

Vamos a tomar esto de la justificación y decir las cosas como son. Cuando uno se justifica por un error cometido o algo en lo que ha fallado, no es para evitar quedar mal con el otro (cosa que evidentemente ya pasó), sino para evitar no quedar mal con uno mismo. «Perdóname que llegara tarde, pero es que no tomé el tiempo necesario…», «Te juro que lo quería hacer, pero me distraje…», etc. ¿Qué no acaso quien ama al otro debe evitar a toda costa el violentarle? Es como si dijéramos: «Te amo, por eso te pego». Suena raro, se ve mal, en definitiva algo no está bien.

Los discursos que compramos

Al principio he citado al filósofo griego porque me parece muy importante que tomemos en cuenta tal advertencia. El acto de gobernarse a sí mismo se refiere a tener un control racional de nuestras pasiones. De nada sirve que el ser humano se jacte de ser racional cuando se deja dominar por sus pasiones al punto de hacernos dudar de nuestro supuesto razonamiento. Ojo, aquí tengamos cuidado con algo: no podemos decir que se trata de un acto irracional porque sí fue pensado, sí hubo una idea de actuar de modo determinado ante la ofensa. En otras palabras, uno debe tener la capacidad de saber lo que está haciendo y medir las consecuencias. Cuando hablaba del anonimato del escritor del guión que siguió Chris Rock, hablaba también de la responsabilidad que no se consideró. «Es que es un chiste nada más», claro, pero en psicoanálisis sabemos que todo chiste oculta siempre una verdad que no podríamos decir en un tono serio porque seríamos automáticamente rechazados. Es decir, cuando contamos un chiste malicioso, ¿cómo lo empezamos? «Miren, no es por ser racista/clasista/machista/etc, pero ahí les va un chiste sobre eso…».

Algunas reacciones tras lo sucedido

Chris Rock compró un discurso que le llevó a quedar mal por el pésimo gusto del mismo. ¿Quién se burla de una enfermedad o discapacidad de alguien? ¿Seguimos pensando, entonces, que se trata nada más de un chiste? Y surge entonces el «ahora que lo pienso…», cosa que no sucedió cuando fuimos partícipes del chiste con nuestra risa. La incomodidad de Jada Pinkett Smith en su rostro es exactamente la misma con la que nosotros expresaríamos el malestar al sentirnos ofendidos, y peor aún, cuando se ríen por eso. ¿Dónde queda la coherencia entonces?

Ahora he leído que la Academia va a iniciar una investigación sobre lo sucedido, donde el autor desconocido es más que probable que pierda el trabajo, se levante una multa a Chris Rock, y que Will Smith… ¡hasta pueda perder el Oscar! Sí, «la justicia» se imparte de formas muy curiosas. «Se van a manchar (aprovechar) con ellos porque son negros», leí en Twitter. Bonita forma de expresar el racismo en un momento donde muchos saldrán a secundarle con un «sí, tienes razón». ¿Qué estamos comprando sin medir las consecuencias de ello?

Algo más hay ahí

Es curioso cómo muchos reaccionaron a lo que vieron con un «fue actuado». ¿Con qué fin sería eso? Es decir, las risas se apagaron de un momento a otro y la cara de Chris Rock al ver a Will Smith dirigirse a él, nos evidencia que en definitiva no fue actuado. Además, claro, de los gritos del actor de En búsqueda de la felicidad (2006): «¡Saca el nombre de mi esposa de tu pu… boca!». Insisto, fue un momento muy desagradable que se dio en un evento donde sólo deberíamos festejar al cine. Es triste pensar que algo así ensombreció los grandes e icónicos momentos que se vivieron en esta entrega del Oscar. Chris Rock y Will Smith serán los chivos expiatorios de los que se hablará por un buen tiempo. De hecho, los famosos memes se han hecho de un gran contenido y material para la elaboración de bromas sobre lo que sucedió. Al finalizar la ceremonia, la Academia pidió a los periodistas el no tocar el tema durante el festejo. Silenciando no hace sino empeorar las cosas, porque hay mucho que decir. De cualquier modo, los Smith no asistieron y desaparecieron del lugar, no sólo por la pena, sino por las sugerencias de sus encargados de relaciones públicas.

Will Smith no logra contener el llanto

Hay dos intervenciones que me llamaron la atención. Will Smith comentó que el también gran actor, Denzel Washignton, se le acercó y le dijo: «Ten cuidado en tus mejores momentos. Es cuando el diablo viene por ti». Justo lo que hablábamos sobre Aristóteles: el diablo son las pasiones que se desbordan y nos llevan a cometer actos reprobables. Por el otro lado, cuando el magnífico actor, Sir Anthony Hopkins con su clásico sentido del humor británico, remató: «Will Smith lo dijo todo, ¿qué más se puede decir?». Hay quienes tomaron estas palabras como un elogio a lo sucedido «por amor», sin embargo, en la experiencia de los años reflejada en el rostro del actor de Hannibal (2001), podemos advertir un cierto deje de elegante reclamo al recién galardonado actor: «Opacaste todo».

En fin, ya veremos dónde acaba todo este show mediático en los siguientes días. Pero algo que es seguro es que no se puede dejar de reflexionar sobre lo sucedido y evitar, a toda costa, perdernos en discursos que nos demuestren lo poco coherentes que somos en realidad después de tanta actuación social, y ver que no sólo hay un lado de la moneda.

Esto que es, no fue, ¿no será?

«Y cuanto más fijamente lo miraba, menos se lo podían creer mis ojos, como si estuviera presenciando el sueño de antaño aun sabiendo en todo momento que estaba despierto…»

-Bashkim Shehu (Angelus Novus)

Queridos(as) lectores(as):

En esta semana, me he enterado de ciertas «historias de amor» por parte de algunos amigos, algunos conocidos y algunos pacientes. En cada una de ellas, no sé si decir «por desgracia», pero encuentro tintes muy grises tirándole a negros, pero también una frase que en sí misma es desgarradora y muy compleja: «No sé qué hacer».

¿Por qué resulta que de un tema tan hermoso como es el amor, nos damos golpes muy duros que terminan por hacernos dudar de todo, hasta de nosotros mismos? Es que amar es algo muy complejo, no es fácil. Recordemos la sentencia de Jacques Lacan: «Amar es dar lo que no tengo a quien no es». Una fórmula muy difícil de explicar pero que quizá nos podría ayudar, a partir de la reflexión a la que nos invita/obliga a darle respuesta al profundo sinsentido del momento que vivimos en eso que llamamos crisis en la relación.

Esto que soy, esto que doy

Sin intención de entrar en detalles sobre algunas de las historias que les comento, quisiera recuperar la expresión mencionada con anterioridad que juega un papel importante en la mayoría de ellas: «No sé qué hacer». En estas crisis en la relación, el sujeto adquiera de forma directa un sinnúmero de dudas que ponen en delicado balance su quehacer amoroso y le cuestionan de manera tiránica absolutamente todo. «Es que si hago/digo esto, estoy mal; si no hago/digo esto, estoy mal, ¿entonces qué hago?». Resulta altamente interesante que el sujeto se olvide que la relación no es de uno, sino de dos. ¿Por qué asumir toda la carga de la aparentemente culpabilidad sobre el malestar en la relación? Parece ser que la exigencia sólo está de un lado del tablero.

Mons. José Tolentino Mendonça (El pequeño camino de las grandes preguntas), reflexionando sobre la sentencia lacaniana sobre el amar, nos comparte lo siguiente:

«Dar lo que no se tiene significa decirle al otro, de una manera clara, confiada y extrema, la falta que su vida abre en nosotros. Significa señalar su lugar único e insustituible excavado en lo más profundo de nuestro ser. Los que se aman se dan a la bebida, no de la abundancia, sino de la propia indigencia y escasez. Amar es arrimar al otro a mi sed, ese otro nombre posible para denominar el deseo».

Una insistencia que he hecho a estos amigos, conocidos y pacientes, es recuperar la sinceridad en sus vidas. ¿Sinceridad para con el otro? En efecto, pero primero para con uno mismo. La compleja situación que es en sí misma el relacionarse con los demás, adquiere un valor trascendental de evidencias ontológicas, es decir, de lo que cada uno es. ¿Por qué pretender ser otro para agradar al otro o a los demás? La falta de sinceridad nos conduce a un camino de buscar encajar sin importar renunciar a lo que somos. ¿Dónde queda la dignidad? Es la misma pregunta que se hace en aquellas relaciones en crisis: ¿dónde quedo yo cuando he tratado de dar todo por el otro? Y parece que la respuesta no es fácil de obtener…

El dolor de nuestra desesperación

Evidentemente estas crisis, más cuando se cuentan a algún tercero, llegan a un punto donde las lágrimas sustituyen a las palabras. El «no sé qué hacer» se vuelve un «no sé qué decir», porque «no tengo palabras para esto que tanto me duele». De ahí que la solución nos la dé el propio cuerpo. En su libro, Fragmentos de un discurso amoroso, el filósofo francés, Roland Barthes, comparte una sencilla y conmovedora explicación sobre la utilidad las lágrimas: «A través de mis lágrimas, yo cuento una historia». Sin importar dónde o cuándo, ya sea acompañados o en la más «estricta» soledad, nuestras lágrimas van dirigidas a alguien más. ¿Pero exactamente a quién? Es aquí donde «a quien no es» de la sentencia lacaniana nos ayuda a resignificar nuestro llanto.

Hay que comprender que existe, queramos o no, un inconsciente donde yacen aquellos momentos reprimidos, inhibidos y hasta «olvidados» que regresan a modo de repetición ante una situación similar o familiar a una génesis de la misma. «Es que x persona me hace llorar, me hace sentirme como cuando…». ¡Ahí está la clave! Cargamos algo que no hemos trabajado, que no hemos puesto en palabras y que por tanto no hemos podido superar, saliendo a la primera oportunidad y eso hace que la crisis sea una ocasión de atemporalidad. Lo que está pasando no es al 100%, sino que es parte de lo que fue y que nos lastima pensar que siga siendo.

«Es que te juro que le amo, pero me duele mucho». Sí, es algo muy triste escuchar eso, pero en buena medida es una manera de confesar nuestra falta de sinceridad para con nosotros mismos. Ayer, durante una sesión con un paciente, descubrimos que el profundo dolor que sentía por su pareja era nada más y nada menos que la resonancia del fuerte eco de una infancia en la que algo faltó: una mirada, una escucha, una validación, un reconocimiento. «Tal parece que espero que esta persona -me dice el paciente- me dé lo que no he tenido». ¿Será que amar no sólo es dar lo que no tengo, sino esperar que en algún momento me lo den?

Esperanza de un pasado mejor

Recuerdo con especial cariño a mi querido Irvin D. Yalom, quien siempre gusta recordarnos que «hay que renunciar a la esperanza de un pasado mejor». Es decir, todos y cada uno de nosotros, hemos tenido momentos en el pasado que hubiéramos querido hubieran sido de otra forma o que de plano sería mejor que ni hubieran sucedido. Pero, ¿podemos realmente cambiar el pasado? Por desgracia no, sin embargo, qué poco agradecidos podemos llegar a ser con el hecho de poder recordar para poder resignificar aquellos momentos y permitirnos respirar con calma en el presente. ¿Por qué el pasado sólo puede doler? No, eso es terrible.

El pasado existe, tal como se dice en las clases de Historia, para aprender y evitar volver a equivocarnos. Claramente en lo que nos corresponde a nosotros y que está en nuestras manos. En las crisis de relación lo que hay es un temor inconsciente de repetir aquello que ayer nos dolió tanto, porque pasó o por que no pasó. ¿Cómo puedo saber qué hacer si inconscientemente estoy tratando de contestarme con lo que no supe qué hacer en aquel entonces? Es la pregunta sin respuesta aparente. Ante esto, «amar es dar lo que no tengo a quien no es», es en sí una propuesta de interioridad para cada uno de nosotros, que se fortalece con el esfuerzo de ser sinceros y dejar de adornar lo que no es, con aquello que no fue, para que podamos vestir de posibilidad lo que sí puede llegar a ser.

Vamos a «llorir»

Queridos(as) lectores(as):

Vaya que he estado un poco alejado de nuestra página. Para serles sincero, no tenía claro sobre qué escribir. ¿Para qué escribir por escribir? La intención de nuestros encuentros es encontrar algo en ellos que nos permita reflexionar sobre cosas que estemos viviendo, por lo que me parece en sumo inútil escribir algo que sólo favorezca la distracción sin sentido. Hace unos días, me topé con una serie catalana/española spin-off de la aclamada Merlí. Sólo que ahora, Sapere aude, gira en torno a Pol Rubio (Carlos Cuevas) y su nueva vida como estudiante de Filosofía en la Universidad de Barcelona.

Para quienes pudieron disfrutar de la génesis de estas aventuras filosóficas, tal como yo, nos resulta un tanto extraño el ya no contar con el profesor Merlí Bergeron (Francesc Orella), pero ahora se nos ofrece una versión un poco más excéntrica con la catedrática María Bolaño (María Pujalte) y otros fantásticos personajes. Ciertamente, muchos fans de la serie original podrán decir que «no es lo mismo», y claro que no lo es, pero debemos saber valorar los intentos que se hacen para difundir la actividad filosófica y la importancia de ella en la vida de todos.

¿Para qué sirve un filósofo?

Quizá sea una de las preguntas más complicadas de resolver. Hace unos días, mi querido amigo Martín, quien es egresado de Filosofía también, me preguntaba sobre el quehacer del filósofo y «de qué sirve nuestra profesión». He de decir que nos ha costado dar con una respuesta que sea tan simplona como cuando decimos que un «médico cura». ¿Será que el filósofo piensa por los demás? No, por supuesto que no podemos ser tan ególatras y minimalistas. Es una pregunta que incluso sostengo debe ser parte de los problemas mismos de la Filosofía. El quehacer del filósofo es algo que se puede demostrar con hechos, pero explicar curiosamente resulta algo muy difícil.

En fin. A lo largo de mi corta y brevísima experiencia como «filósofo» (recuerdo que a muchos compañeros les causaba indignación tan siquiera decirse así), puedo decir que he visto de todo un poco y participado de todo un mucho. Es curioso cómo la figura del filósofo provoca y pone nerviosos a los demás. De hecho, sumándome el hecho de ser psicoanalista, me parece curioso (y en ocasiones risible) la imagen que se generan de nosotros en la sociedad, y no me refiero a los clásicos estereotipos, sino que somos «fríos, directos y casi sin sentimientos». ¿Es que qué le puedes decir a un filósofo que no sepa ya? Pues muchas cosas, demasiadas, incontables. Ser filósofo no es tener la respuesta a todo, pero sí tratar de buscarla. Una empresa de vida.

Llorir, ¿qué coño es eso?

La misma pregunta me hice cuando me topé con esta palabrita. Debo decir que lo primero que pensé fue que se trataba de «llorar-morir». Me solaba lógico. Sin embargo, ¡qué sorpresa me llevé! Ahora que hablaba de Merlí: sapere aude, justo ayer por la noche estaba viendo un capítulo de la segunda temporada que se llama así. Antes de seguir, he de decir que fue maravilloso toparme con un actor que hace mucho tiempo no sabía nada de él. Me refiero a Eusebio Poncela (Arrebato, Hache, La ley del deseo), quien da vida al maravilloso personaje de Dino. Y es él quien suelta eso de «llorir» en un momento clave de la serie. Pero la sorpresa es justamente que llorir viene a significar «llorar-reír» (mi pesimismo es terrible).

¿Les ha pasado que llega un punto en la vida que lloran pero de alegría? Y no me refiero a hacer caras ridículas, sino en verdad a tener lágrimas cubriendo el rostro mientras no pueden parar de reír. Parece que eso es muy extraño en nuestros días y es, a su vez, algo triste. Con tantas cosas tan horribles que vivimos a diario, las enfermedades, la guerra, las muertes, etc. ¿Cómo llorar y reír al mismo tiempo? ¡Tiempo! Es que de eso se trata, y nos hemos olvidado de ello. Todos tenemos una invitación pendiente a llorir sin parar porque nos lo debemos. Buscar a los amigos, a la familia, las ocasiones en las que hacen más falta risas para fortalecer la esperanza del porvenir.

Reconocimiento y liberación

Nuestras lágrimas brotan porque hay una tensión dentro de nosotros que se vuelve insoportable. Pero al salir, la tensión disminuye y con ello viene un pequeño pero delicioso estímulo placentero. Decía el sabio Confusio: «Hay personas que lloran porque las rosas tienen espinas, mientras que hay otras que ríen de alegría al saber que las espinas tienen rosas». Es parte del sentido trágico de la vida, como tal no podemos hablar nunca de totalidades o absolutos, ¿qué sentido tendría? Mas bien, ¡qué horrible sería! Abrazar el sentido trágico de la vida, en la que un día lloramos, otro reímos, un día nos encontramos para en otro perdernos, es aceptar las cosas tal y como son. Quien vive esperando que el manzano le dé naranjas, vive perdiendo el tiempo.

Aunque regresando a la mención de Dino y el llorir, me parece más cercano lo que decía Gabriel García Márquez: «No llores porque terminó, ríe porque sucedió». Reír es nuestra oportunidad de aceptar y resignificar lo que ha pasado. Insisto mucho a mis pacientes en la importancia de no ser tan duros con ellos mismos, pues de nada sirve aumentar más el dolor y la tristeza cuando podemos hacer algo para disminuirlos. Bien dicen que un evento desafortunado puede tener también sus momentos que nos causen gracia, y eso se debe a que la risa nos ayuda a sostenernos, a «endulzar» un poco el día que estamos pasando. Por eso es importante la comedia, darnos una buena oportunidad de reír en el día.

¿Para qué servirá la filosofía?