Aprendiendo de un lápiz

Queridos(as) lectores(as):

En este breve encuentro, quiero compartir con ustedes un cuento judío (recopilado por Ivonne Achar / Enlace judío). Espero les guste y sirva para la reflexión.

El niñito miraba al abuelo escribir una carta. En un momento dado le preguntó:

– ¿Abuelo, estás escribiendo una historia que nos pasó a los dos? ¿Es, por casualidad, una historia sobre mí?
El abuelo dejó de escribir, sonrió y le dijo al nieto:
– Estoy escribiendo sobre ti, es cierto. Sin embargo, más importante que las palabras, es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que tú fueses como él cuando crezcas.
El nieto miró el lápiz intrigado, y no vio nada de especial en él, y preguntó:
– ¿Qué tiene de particular ese lápiz?
El abuelo le respondió:
– Todo depende del modo en que mires las cosas. Hay en él cinco cualidades que, si consigues mantenerlas, harán siempre de ti una persona en paz con el mundo.

> Primera cualidad: Puedes hacer grandes cosas, pero no olvides nunca que existe una mano que guía tus pasos. Esta mano la llamamos H’, y Él siempre te conducirá en dirección a su voluntad.

> Segunda cualidad: De vez en cuando necesitas dejar lo que estás escribiendo y usar el sacapuntas. Eso hace que el lápiz sufra un poco, pero al final, estará más afilado. Por lo tanto, debes ser capaz de soportar algunos dolores, porque te harán mejor persona.

> Tercera cualidad: El lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar aquello que está mal. Entiende que corregir algo que hemos hecho no es necesariamente algo malo.. Es aprender a saber que nosotros no somos perfectos, y nos equivocamos.

> Cuarta cualidad: Lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que hay dentro. Por lo tanto, cuida siempre de lo que sucede en tu interior.

> Quinta cualidad: Siempre deja una marca. De la misma manera, has de saber que todo lo que hagas en la vida, dejará trazos. Por eso intenta ser consciente de cada cosa que hagas..

Dicen por ahí que «la vida es fácil, quienes nos la complicamos somos nosotros».

¿Qué opinan?

Ghosting o el desaparecer

«Él no está aquí; pero en la distancia comienza el murmullo de la vida, y como un fantasma entre la lluvia rompe el nuevo día sobre las calles desiertas».

-Alfred Tennyson

Queridos(as) lectores(as):

Hace poco escuché a una persona decirle a otra «te han aplicado el ghosting«. Debo confesar que dicha noción nunca la había trabajado como tal, pero cuando me puse a investigar de qué se trataba, identifiqué algunas conductas que son muy comunes, sobre todo en los últimos años, de escuchar en los pacientes cuando acuden a su análisis. Quizá es una de las acciones más difíciles, tristes y dolorosas de tolerar y/o aceptar, ya que hablamos de un duelo muy particular que nos remite a la «muerte violenta» de una persona pero que, en este caso, es la desaparición violenta en vida sin explicación alguna.

¿Qué ha sucedido? ¿Qué hice? ¿Qué no hice? ¿Qué dije? ¿Qué no dije?, un sin fin de preguntas que sólo generan una tremenda angustia en las «víctimas» y que no encuentran, en la mayoría de los casos, respuesta alguna, generando estrés, ansiedad, depresión, aislamiento social, miedo a generar nuevos vínculos, etc. El ghosting es una acción que ocasiona problemas que varían entre los individuos, pero que conducen a situaciones que no hay que dejar de atender.

¿Qué es el ghosting?

La noción la traemos del inglés, misma que se deriva de ghost (fantasma). Forzando un poco la traducción, podríamos considerar «imagen o espectro fantasmal». Entonces, hablamos de un rastro, de algo que está pero ya no está. Una complejidad lingüística que encuentra mayor explicación en el fenómeno como tal: queda de la persona lo que fue. Un recuerdo en sí mismo doloroso y triste. Ahora bien, este comportamiento es de alguien que sin decir nada, sin dar una advertencia, de un momento a otro desaparece de la vida de alguien más. Corta toda relación y «desaparece» de todo posible contacto. Erróneamente se piensa que sólo sucede en una relación amorosa, sin embargo, esto sucede precisamente en cualquier tipo de relación. ¿Pero por qué sucede? Habría que analizar, como siempre, caso por caso, pero podemos hacer una cierta apuesta que es un perfil compartido de quienes tienen dificultades para relacionarse por largo tiempo y con seriedad con los demás. Evidentemente hay inseguridades y miedos de por medio, que se vuelven tan insoportables que encuentran en la «huída y en el desaparecer» la respuesta para lidiar con ello.

¿Entonces se puede justificar el ghosting? Por supuesto que no, sólo sirve para entenderlo. Sin embargo, hay que aclarar que tal como lo mencionaba anteriormente, deja en una situación muy vulnerable a la víctima. Hacía la comparación con la «muerte violenta» de una persona querida, que en el duelo nos deja sumidos en una profunda tragedia, sin explicación alguna que nos pueda «consolar». Al no existir motivos o razones de por medio, la víctima sufre en soledad esa terrible desolación. En algunas ocasiones, las personas que aplican el ghosting pueden volver a hacerse presentes, con una actitud que pareciera que no son conscientes de lo que hicieron ni de lo que ocasionaron (hasta parecerían cínicos con ello), pero que innegablemente tendrán un tremendo sentimiento de culpa y remordimiento. En otras, lo cierto es que su desaparición se da para toda la vida.

La naturaleza del fantasma

En la Guía del viajero intergaláctico (1979), el escritor y guionista británico, Douglas Adams, dice: «Entonces, ¿qué es un fantasma?. Creo que un fantasma es alguien que murió de forma violenta o inesperada con un asunto pendiente entre manos. Que no puede descansar hasta que lo haya acabado o solucionado». Esa desaparición violenta, en efecto, nos habla de un profundo temor que existe en quien practica el ghosting. Ciertamente se trata de una «manera fácil» de poner fin a un vínculo o a una relación. ¿Pero qué hay de por medio en esto? El ghosting facilita las cosas al no someter a obligación alguna a expresar ningún sentimiento o emoción y menos tener que pensar en las del otro. Aquí hablamos de un cierto egoísmo que no posibilita el ver más allá de uno, sentenciando al otro a lidiar con lo que le está provocando. Un colega psicólogo habla mucho sobre la negligencia afectiva.

Es interesante analizar lo que otros expresan con suma facilidad respecto a las personas que aplican el ghosting, cosa que podríamos ver como «perfectamente entendible». En muchas ocasiones se les tacha de personas inmaduras, irresponsables, narcisistas e incluso hasta carentes de educación y tacto. El dolor habla por uno, me parece. «Es que yo nunca haría eso», suelen repetir. Y puede ser que sea cierto. Pero tal como lo promovemos constantemente en el psicoanálisis, habría que atender caso por caso. No todos gozamos de una correcta formación emocional, sentimental, etc. Insisto, no se trata de justificar, sino de tratar de entender esta dolorosa acción.

Rescatando a la víctima

En definitiva la víctima queda en una situación muy vulnerable y delicada, con un profundo dolor y tristeza que puede llevarlo a otras situaciones de riesgo. Hay que comprender que esto afecta mucho más a personas con baja autoestima, con problemas de ansiedad y aquellas que «son extremadamente sensibles». No es para menos, después de todo hablamos de que han jugado con ellas y las han lastimado. Jugar con el corazón de las personas, es un pecado imperdonable (dice el personaje del manga/anime Seven Deadly Sins, Escanor). Es por eso que la persona que ha sufrido el ghosting tiene que saber lo siguiente:

  1. Al no tener mayor información sobre lo sucedido, NO ES NECESARIAMENTE SU CULPA. Hay que ser más empático con uno mismo y menos exigente y cruel.
  2. Hay que aceptar que se trata de un duelo y que hay que entrar a un proceso para poderlo ir superando gradualmente.
  3. Que no se llene la cabeza con pensamientos negativos sobre la persona ausente, ya que por lo mismo, al no saber qué ha sucedido, no se puede juzgar con facilidad. Hay que sólo aceptar y trabajar con lo que es propio.
  4. Buscar ayuda, de preferencia profesional para garantizar una escucha neutra, y poder hablar sobre el tema. NO ES CUALQUIER COSA, una vez más, estamos hablando de UN DUELO.

En muchas ocasiones, es factible entender que se trate de localizar a la otra persona y tratar de obtener respuesta, pero mi querido(a) lector(a), también es importante tener en cuenta la dignidad de uno y no dejarse someter por actos desesperados que sólo ocasionan humillación y dolor. Quizá sea conveniente fijar un cierto número de oportunidades para recuperar el contacto, pero pasado del mismo, ya no es conveniente. Hay que aceptar las cosas, aunque nos duela profundamente.

Sí, sé que no es justo, que es una grosería y todo lo que gustes agregar, pero recuerda una cosa: es mejor sufrir una injusticia que cometerla. No llenes tu corazón con resentimiento, sólo vas a empeorar. Date la oportunidad de vivir este duelo y no pierdas contacto con el mundo. Hay mucha gente que te quiere y que te piensa, y que quizá esa persona realmente no te convenía tenerla a la larga en tu vida. Mi querido amigo Martín me compartía ayer algo que también ya había escuchado anteriormente y que se piensa desde el aspecto religioso: «La persona que ya no está en tu vida es porque Dios escuchó cosas que tú no».

Si estás pasando por algo así, te abrazo y espero que salgas adelante y sólo sea un mal recuerdo, pero que no te paralice y que puedas seguir viviendo con pasión cada día. «Los días están llegando» y tú con ellos.

Cuando te fuiste, Pizarnik

«En efecto, la cuestión no es por qué me mataré, sino por qué no matarme».

-Antonio di Benedetto (Los suicidas, 1969)

Queridos(as) lectores(as):

El fin de semana, me topé en el parque por donde suelo caminar con una pequeña notita arrugada tirada a un lado de la banqueta. Me llamó mucho la atención el color amarillo de la misma y la manera en la que se resistía a ser arrastrada por el viento. Al tomarla y revisar su contenido, me di cuenta que se trataba de un pedazo roto de un papel más grande, en el que apenas se leía escrito a mano un «no entiendo, pero no puedo más», acompañado de un fragmento de algo escrito por Alejandra Pizarnik: «Ahora sólo hay una melancolía absoluta. No deseo nada, dormir solamente, dormir y soñar. Soñar que me quieren».

Me quedé con el corazón detenido por un momento y mis ojos no pudieron evitar buscar alrededor si había ocurrido una tragedia. No encontré nada. Pero es que leer a Pizarnik nos obliga a recordar su triste final a sus 36 años allá por el año de 1972 en Buenos Aires, Argentina. No puedo ni imaginar el desgarrador y triste mensaje del que formaba parte el trozo de papel que tenía en mis manos. Se congela el alma, el tiempo se detiene y un sentimiento hondo de ausencia se hace presente.

Un bosquejo depresivo

Hay mucho especialista psiquiátrico que ha sentenciado que aquellos que se dedican a la escritura, son más proclives a tener conductas depresivas que conducen, tarde o temprano, al suicidio. Sobre esto último, me viene en cuenta algo que Pizarnik le comentaba en una de sus cartas a Silvina Ocampo: «Quien siente mucho, se jode y no encuentra palabras y entonces no habla y es ésa su condena». ¿Pero es que acaso sólo «quien siente mucho» se desempeña como escritor nada más? A veces, ciertas sentencias en verdad que abusan de licencias existenciales que condenan y no brindan claridad. Al contrario, abren puertas a más y más dudas en un vórtice que termina rayando en lo absurdo y en lo terrorífico. No, no es nada más propio de los escritores, al menos ellos tienen la capacidad de poner en letras lo más cercano a lo que sienten. Y quizá no sea tan bueno, a veces. Andrés Trapiello nos aporta algo más fuerte: «El suicida nace muerto a la vida, con esa muerte trágica esperándole en alguna parte de su rutina, aguardándole paciente y silenciosa como una loba para llevarse lo que es suyo».

La vida es en sí misma deprimente. ¡Qué! Sí, lo es. Sólo que no significa que lo es todo. Pero si caemos en cuenta de lo mucho que nos la pasamos escapando de la vida (siendo inauténticos, como pensaría Heidegger), podemos descubrirnos centrando la mirada en los aspectos más negativos y en la desesperada acción de huir de ellos. No se trata de tenerle miedo al dolor, a la tristeza, a aquellos momentos oscuros del ser humano, de tener un miedo que de permitirnos sentir eso y vivirlo habremos de caer en algo peor. ¿Por qué tendría que ser así? Pero lo cierto es que muchas veces el panorama que se nos presenta frente a nuestras vidas pareciera que no es muy optimista. ¿Qué tanto hay esperanza (darle oportunidad a la vida) y qué tanto nos dejamos dominar por las expectativas? Quien piensa que sólo vale la pena algo, se queda con pena y pierde ese algo.

Pensar la muerte de uno

Hace unos años, el papá de un amigo nos platicaba que su abuelo tenía en el cajón de su escritorio una pistola con una sola bala. «Mi abuelo decía que nunca había tenido intención alguna de usarla, pero que le resultaba reconfortante saber que ahí tenía la oportunidad complicada de ponerle fin a todo en cualquier momento». El suicidio es quizá demasiado seductor. Pensemos por un momento: una «solución» rápida para un problema determinado. Pero, ¿algo temporal y transitorio es lo suficientemente pesado para darle una solución «sin vuelta de hoja»? Recuerdo a Ernesto Sábato con su conocido El túnel (1958), en el que en un momento encontramos esto: «El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación: en un segundo, todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como si la solidez de sus rascacielos, acorazados, tanques, de sus prisiones no fuera más que una fantasmagoría, sin más solidez que los rascacielos, acorazados, tanques y prisiones de una pesadilla».

Quizá es que es demasiado «típico» del ser humano el pensar el quitarse la vida cuando atraviesa periodos oscuros donde no hay aparente solución y que las cosas simplemente empeoran. ¿Cuántos no han pensando en lo «fácil» que sería ponerle punto final al intermitente dolor con «sólo» jalar el gatillo, saltar al vacío, envenenarse, etc.? No es para sorprenderse, pues estadísticamente tenemos que esos pensamientos son más frecuentes de lo que creemos. Pero hasta ahí, no es una realidad o una ley que quien piensa en quitarse la vida lo termina haciendo. Ese pasaje al acto es más complejo. Hay que pensar en que la muerte de uno ocupa muchos de los pensamientos transitorios a lo largo de la vida. ¿Cómo será morir? ¿De qué manera será? No vayamos más a asuntos religiosos de trascedencia o no de esta vida a otra. Salvador Dalí en Diario de un genio (1963), ocupa un pasaje muy amplio para hablar sobre su amado Federico García Lorca; en una parte de hecho nos comenta que el poeta gustaba de invitar a sus amigos a verle «dramatizar» su propia muerte en su cama. Pero esa fantasía, ese deseo, se vió turbado por la realidad y por la incógnita de su desenlace después de ser arrestado por tropas franquistas.

Tras el «después» de un suicidio

La figura del suicida generó en los románticos incontables textos que llegaban a idealizar, de algún modo, el acto final de estos. En Ser y tiempo (1927), Martin Heidegger sostiene que «tan pronto un hombre llega a la vida, ya tiene edad suficiente para morir». Ciertamente, no hay nada más seguro que la muerte. Hagamos lo que hagamos, tarde o temprano habremos de morir. Hay muertes que duelen de un modo, otras de otro, pero siempre habrá dolor por mucho que hablemos de alivio, paz y descanso. Sí, el dolor de quien muere acaba, pero se traslada a quienes se quedan detrás. Y el suicidio no sólo hereda dolor y tristeza, sino que deja de modo casi permanente un fuerte y profundo sentimiento de impotencia, confusión, desconsuelo y tragedia. Preguntas y preguntas que no tendrán respuestas lo suficientemente creíbles.

Alejandra Pizarnik cometió suicidio después de mucho tiempo de dificultades para restablecer el contacto con la vida que perdió a lo largo de su tiempo. No se debe nunca juzgar al suicida por lo mismo que no sabemos qué tanto sucedió que le llevó a esa desesperada solución. Quiero compartir con ustedes la carta que Julio Cortázar le escribió y que, por alguna razón, nos toca el corazón y nos deja con una cierta sensación de haberla escrito nosotros pensando en algún ser querido cuya tristeza irrumpe o irrumpió en nuestra vida:

Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estás ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.

Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.

Cuando Alejandra murió, en la pizarra de su departamento se encontró esto que escribió:

«No quiero ir más que hasta el fondo».

Y sí… duele.

Mucho.

No estás solo(a), te queremos vivo(a)…