«La totalidad de la vida es simbólica porque todo en ella tiene significado»
-Boris Pasternak
Queridos(as) lectores(as):
En definitiva uno de los mayores interrogantes que existen es sobre el sentido de la vida. Y vaya que son muchos los comentarios que se han dado sobre ello, donde muchos concuerdan y donde muchos se pelean. Sin embargo, creo firmemente que la vida por sí misma carece de sentido, por lo que es labor de cada uno de nosotros el brindárselo. Evidentemente esto es repetir lo que otros ya han dicho. Me gusta hacer una analogía respecto a cuando se comienza a escribir, ya que el sentido de la vida se asemeja al propio escritor, quien tiene que combatir a la tiranía de una hoja en blanco para poder desarrollar lo que quiere compartir.
El filósofo alemán, Ludwig Feuerbach, sostenía que «la vida del hombre es su concepción de la vida». Esta afirmación debe sernos de mucha utilidad para ayudarnos a pensar en qué es exactamente lo que entendemos por «vida», ya que si no tenemos claro eso, ¿cuál es la idea de buscarle un sentido? En otras palabras, ¿cómo queremos pintar una casa si no sabemos qué casa es? La búsqueda del sentido es algo que siempre va a revolucionar nuestra perspectiva y que hará que nos preguntemos constantemente sobre lo que estamos haciendo y por qué. Y claro, tenemos que tener tranquilidad en el proceso, porque si nos prolongamos en la pregunta, encontraremos una auténtica crisis existencial.
Cuando se pierde el sentido
Hace unos días, A me decía en su análisis: «Le he perdido sentido a mi vida. No sé, no puedo hacer lo que antes hacía de la misma manera. Siento que he perdido la chispa que me caracterizaba». Es en verdad algo muy común, porque detrás de ello existe siempre un factor de cansancio, de decepción, de falta de resultados, etc. Pero, ¿por qué nos duele tanto? Porque justamente se cae la ilusión de control, la falsa idea que tenemos cuando apostamos por expectativas sin brindarles su propio límite y finitud. Es decir, hay que considerar siempre que las cosas que hacemos, para bien o para mal, tienen fecha de caducidad, que no todo es eterno en la vida y que, como dice la sabiduría popular, «la vida es como una rueda de la fortuna, a veces te toca estar arriba, a veces te toca estar abajo». De ahí la importancia de ejercitar en nosotros la tolerancia a la frustración.
El escritor ruso, Yevgueni Yevtushenko, lo dice de una manera más poética: «La vida es un arcoíris que incluye el negro». Todo es hermoso y bello hasta que se vuelve horrible y triste. Y de ahí no vemos esperanza alguna. Cuando cae en nosotros la desgracia, pareciera que todos los colores y sonidos del mundo desaparecen y se transforman en un paisaje donde sólo podemos deprimirnos, pensar de modo fatalista y nos dejamos dominar por el miedo. He ahí la importancia de entender que «a veces nos toca estar abajo», y de ahí nos seguimos a la idea de comunidad: NO ESTAMOS SOLOS. ¿Por qué no buscar ayuda? ¿Y qué clase de ayuda? La que necesitamos realmente, no la que nos «ayudará a salir del problema que tenemos». ¿Confuso? Por supuesto que sí. Una cosa es lo que queremos y otra lo que necesitamos. Querrás dinero, pero necesitas un abrazo.
Red de apoyo
Cada vez que yo me quejaba de algo malo que me pasaba, mi papá con calma y con su elocuencia me miraba fijamente y me preguntaba: «¿Y por qué a ti no?». Siempre vemos las cosas malas como algo que no debería pasarnos a nosotros, porque evidentemente nos causan displacer, sufrimos, nos acongojan, etc. Lo que sucede es que nos confrontan con nuestros propios límites y alcances, cosa que en nuestro orgullo inconscientemente no queremos reconocer. Además, claro, de que existe la muy lamentable tendencia en la sociedad actual de que debemos poder con todo y con todos. Cosa que en realidad no es cierto. ¿Cuándo hemos visto a un venado ponerse al tú por tú contra una jauría de lobos?
La idea de generar redes de apoyo es precisamente aprender a deslindarnos de lo que no podemos. Podríamos decir que se trata de una «estrategia vital» en la que cada uno reconoce todo lo que es capaz de hacer y, con humildad, acepta todo aquello que no. Es como en un equipo de fútbol, donde cada miembro dispone de ciertas habilidades para lograr la armonía que se necesita para poder ser los mejores.
Una red de apoyo emocional es precisamente lo que más se necesita en nuestro mundo tan pragmático y utilitarista. La gente está harta, cansada, fastidiada, con temor, con dolencias. Muchas veces he escuchado la expresión «estoy roto(a)», y es en verdad triste, porque es un modo desesperado de reconocer que la persona sigue de pie sin saber por qué. ¿Y qué se hace con alguien así? Hay que escucharla con atención y respeto, ayudarle a que exprese aquello que le trae así y, en medida de lo posible, asegurarle una atención profesional. ¿Quién dijo que todos tenemos que estar al 100% todos los días? Bien lo dicen amigos míos: «Héctor, cuando hay que llorar, hay que llorar».
Recuperar la chispa
Cada día, la sociedad se muestra más y más exigente con sus integrantes. Hay que saber esto, hay que hacer aquello, hay que evitar esto, bla, bla, bla. Un sinfín de cosas que se plantean pensando en el máximo rendimiento, como si fuéramos máquinas programables que sólo estamos para trabajar y producir. Ciertamente, hay que hacerlo, pero llevando un ritmo y tiempo que permita a cada uno por lo menos respirar. La verdad resulta preocupante cómo hay cada vez más y más memes sobre los achaques físicos que perjudican a los más jóvenes, incluyendo niños. Lejos de lo cómico que puede ser, es motivo para preguntarnos qué es lo que estamos haciendo tan mal en nuestro tiempo.
¿Qué nos está faltando que nos está apagando? Vivir. Ahora, gracias a la pandemia, se nos olvida que hay otras cosas además del COVID-19. Ya lo hemos hablado anteriormente, en cuanto que existen otras enfermedades que no están siendo atendidas, pero en esta ocasión vamos a centrarnos en algo que pareciera «se nos olvida» y que lo tenemos muy cerca: el poder descansar. En la cultura mexicana, al menos, todos crecimos con el clásico sermón de nuestras madres de «no estés echado en el sillón sin hacer nada». Irónicamente, se logra que la idea de acostarse y relajarse se vuelve un no-hacer, que termina por ser una prohibición inconsciente y que hace que la idea de descansar se vuelva algo limitado y que exige que se haga algo más en vez de eso. No todo es trabajar, hay que descansar, estirarse, caminar, saltar, reír, ver la tele, leer un buen libro, ejercitarse, comer saludablemente, acceder a la comedia, etc.
Recuperar la chispa no es otra cosa más que darse un respiro de la rutina. Romper con ella y hacer cosas nuevas, probar algo nuevo. En pocas palabras: recuperar la novedad de la vida. Después de todo, tal como diría Bernard le Bovier de Fontenelle: «No os toméis la vida demasiado en serio; de todas maneras no saldréis vivos de ésta».