Una cultura cruel

«Casi todo lo que nosotros denominamos ‘cultura superior’ se basa en la espirutualización y profundización de la crueldad… La crueldad es lo que constituye la dolorosa voluptuosidad de la tragedia»

-Friedrich Nietzsche

Queridos(as) lectores(as):

No tenía pensado escribir algo esta semana, pero hoy, 10 de enero de 2020, en México nos sacudió desde temprano la terrible noticia de un crimen cometido en una escuela en la ciudad de Torreón: un menor de edad llevó un arma de fuego a la escuela, le dio muerte a su maestra, al parecer hirió a otro profesor y a un compañero, para finalizar quitándose la vida.

Pero, ¿qué sucede? ¿Qué estamos haciendo como sociedad? Tenemos que ser claros en algo: la violencia es parte fundante de la sociedad, es parte de la cultura, nos guste o no. Sin embargo, hoy en día padecemos una fuerte falta de empatía, un profundo desinterés e indiferencia. El individualismo, propiciado por las ideas posmodernas, sólo degenera en noticias dolorosas, unas tras otras.

Culpas y más culpas

Lo que me llama la atención de este caso, es la respuesta que dio el representante político de aquella entidad sobre la «causa» de dicha tragedia: la culpa es de los videojuegos. Evidentemente hubo reacción por parte de la comunidad de gamers pues tachaban de absurda dicha declaración. Sin embargo, tenemos que ser críticos en una realidad que parece hemos ignorado y cuyos resultados los estamos viendo: los videojuegos, TODOS, gozan de una categoría que nos dice sobre la recomendación de edad para jugarlos. Y lo cierto es que a muchos no les importa.

El contenido, no sólo de los videojuegos, sino también de programas de televisión (medio de difusión masiva tradicional), llega a ser en suma violento. ¿Quién pone límites en una sociedad atontada por ideales absurdos y estúpidos como «no les digas nada»? La falta de límites, de educación, de respeto, desencadena eventos tristes y profundamente dolorosos. Pero… NO PASA NADA.

¿Y los padres?

Hace tiempo compartí en esta página un texto donde precisamente hacía esa pregunta. ¿Dónde están los padres RESPONSABLES de sus hijos? Qué fácil es «dar lo que no tuve». Qué difícil es aceptar las consecuencias. El control parental debe perdurar. Debe haber una parte que se preocupe por transmitir la responsabilidad de los actos. No necesitamos padres de familia blandengues y permisivos a todas las conductas y actitudes de sus hijos.

Volviendo al niño que cometió los crímenes de hoy: ¿por qué tenía un arma? ¿Por qué tenía acceso a la misma? En Estados Unidos se ha vuelto una tenebrosa tendencia el enterarnos de noticias sobre balaceras en centros educativos. Y con todo, ni el gobierno del supuesto «mejor país del mundo» ha hecho algo. Ignorar la naturaleza humana es en sumo peligroso. ¿Qué sucede? Tiene que ver mucho con la deshumanización de la vida misma: hablamos de cifras, no de personas. Unos más, unos menos. Sumar y restar. La relativización de la existencia es el cáncer de nuestros días.

Contenido y censura

Hace tiempo, platicaba con una amiga sobre lo impactada que está respecto a la forma en la que otros padres «educan» a sus hijos. Ella me comentaba que ha escuchado que algunos padres «hablan de todo» con sus hijos. ¿Acaso ignoran realmente que NO SE TIENE QUE HABLAR DE TODO CON SUS HIJOS? Insisto: vivimos en una época donde los contenidos son en verdad muy fuertes y se les ofrecen a personas sin criterio, sin capacidad reflexiva que regulen o censuren el acceso por parte de los menores. El ser papás cool para «garantizar» el respeto de los hijos lo que realmente ocasiona es que se les pierda el respeto y, por tanto, por las demás figuras de autoridad en nuestra sociedad.

«Total, si en casa no me dicen nada, pues afuera tampoco». Y en ese «no decir nada», hay de fondo un «no existo, no importo, no intereso». ¿En verdad eso quieren para sus hijos? Nos estremece y daña seriamente como sociedad éste y demás casos donde la violencia se normativiza. Pero es ridículo, al final de cuentas, porque lo que nos aterroriza en las calles, lo vemos con fascinación en otros medios. Por poner un ejemplo: ¿recuerdan sus fiestas de cumpleaños? ¿Recuerdan que muchas veces eran temáticas? Los niños querían ser superhéroes, personajes de caricaturas y de cuentos infantiles. ¿Qué sucedió, entonces, que hay fiestas donde a los niños los disfrazan con el estereotipo del narco mexicano? «Qué lindo, se ve bien bonito(a)…».

Cuánta falta de amor, atención, empatía, cuidado, hay en esta cultura cruel.

Nuevo año: ¿nuevo yo?

Queridos(as) lectores(as):

Antes que nada, quisiera desearles un año nuevo lleno de pasión y entrega por la existencia. Recordarles la fórmula nietzscheana sobre que «hay que vivir la vida sin dejar que ella nos viva». Es decir, vivir la vida a pesar de sus circunstancias. Recordar y tener presente que no se trata de que si es un año «bueno» o «malo», eso se queda en lo meramente subjetivo, sino de hacer de nosotros algo que continúe a pesar de los obstáculos. Abrazar la vida es hacerlo con todo lo que ella significa.

Un cuento de Navidad

En 1896, en un comunicado con su querido amigo, Wilhelm Fließ, Sigmund Freud comparte esta interesante reflexión:

«En esta fiesta se celebra a la vez un duelo y un pacto. El primero es por algo perdido: los que no están, lo que no se logró. El pacto es un nuevo arreglo con la divinidad, sea Dios, la vida, la contingencia, el estado de cosas, lo irremediable, lo imposible, etc. En ambos casos, nos sigue convocando a desafiar al futuro».

Pase lo que pase, pasará. Tan cierto como aquella sentencia del filósofo griego Heráclito: nunca nos bañamos en el mismo río dos veces. Ni es el mismo río, ni nosotros tampoco. La vida fluye, nosotros también. Sin embargo, ¿qué tan segura es la embarcación sobre la que nos aventuramos al mar de la vida? ¿Qué tan seguros estamos de tener el control? ¿Lo tenemos?

Revolución: mente y corazón

Debemos tener una revolución de corazones y consciencias, cambiar nuestra manera de ver, escuchar y sentir al mundo: ser más tiernos, cariñoso y empáticos. Porque lo somos, pero el mundo nos provoca miedo, estamos heridos, no queremos más dolor. Hay que saber serlo con quien se pueda serlo.

Pero no seamos como el mítico Davy Jones, quien ante la decepción por la traición de la peligrosa Calipso, se extirpó el corazón y lo hizo guardar en un lugar donde la diosa nunca lo encontrara. ¿Realmente vale la pena retirar nuestro corazón del mundo por culpa de algunos? Más bien tendríamos que ver dónde nuestro amor, nuestra ternura y cariño son bien recibidos y bien correspondidos.

Cierto es que hay que «hacer el bien sin mirar a quién», como lo es también que «cuando lo hagamos no esperemos ni una sonrisa siquiera». Pero es complicado. La caótica naturaleza del ser humano es exigente siempre. Estamos ante la falta y la queremos llenar. Pero nuestra obsesión nos lleva a adentrarnos en momentos y circunstancias que sólo nos garantizan dolor por la decepción. El problema no es el otro, sino las altas expectativas que depositamos en él o en ella. ¿Acaso son las mismas expectativas con las que SIEMPRE nos exigimos ser para los demás?

Ser sin ser de más

¿Por qué nos exigimos tanto cuando se trata de ser para los demás? Es decir, ¿dónde queda nuestro ser ante lo que los otros exigen de nosotros? Ya no es fácil decir «NO», así como tampoco resulta fácil expresar lo que realmente sentimos. Insisto: no se trata tanto del otro, sino de lo que nosotros hacemos por el otro. No se trata de renunciar a lo que somos para ser «aceptados», pero tampoco se trata de que acepten lo que somos «les guste o no».

La sabiduría popular mexicana nos dice «siempre hay un roto para un descocido». ¿Qué necesidad de encajar a la fuerza? Debemos saber renunciar al capricho de querer llenar nuestros vacíos con lo primero que encontramos, como si nos diera miedo no encontrar la respuesta después.

Antes de amar al otro, en verdad hay que aprender a amarnos a nosotros mismos. Siempre a mis alumnos trato de enseñarles que hay que escuchar(se). Y en verdad es muy complicado: la demanda posmoderna nos lleva entre el deseo propio y el deseo ajeno. Debemos saber diferenciar y darnos cuenta que también, aquello que tanto «deseamos», puede ser lo mismo que nos aniquile.

De vuelta al diván

Vamos a jalar agua para nuestro molino. ¿Por qué no empezar el año con un propósito que realmente nos ayude a tener claridad en los otros propósitos? La idea de comenzar un análisis, de ir a terapia, realmemte se funda en el deseo, en el querer hacerlo, no en la necesidad. Uno no se analiza porque lo necesita, sino porque así lo quiere. Dar ese paso, al menos eso creo, nos permite tener cierta claridad, cierto contenido sobre lo que somos y estamos siendo. Detrás de las máscaras siempre hay un rostro humano, y todavía más atrás, incontables historias dignas de ser escuchadas.

Comencemos el año regresando a nosotros mismos: recuperemos aquel deseo, aquel motivo, aquel sentido que nos permita abrazar la vida y que podamos afrontarla de la manera más digna posible. Sin miedo. Al final de cuentas, ningún camino se recorre en soledad, tarde o temprano nos topamos con gente fantástica, quienes nos acompañarán. Pero, cuidado, porque en todos los caminos también hay serpientes, lejos de ponernos a pelear con ellas, es mejor pasar de lado. Eso, quizá, es parte fundamental del amor propio.

¡Feliz 2020!