Muy queridos(as) lectores(as):
Un día como hoy, de 1939, debido a una sobredosis de morfina, Sigmund Freud ponía fin a su vida. Recordemos que el padre del psicoanálisis había sufrido cáncer desde inicios de 1920 hasta su último día de vida. En otras palabras, se practicó la eutanasia (del latín, buena muerte). Me gustaría compartirles el siguiente fragmento sobre lo acontecido en aquel entonces, del libro Freud enfermo, de Jürg Kollbrunner:
En febrero de 1923 Freud había descubierto en su paladar derecho una hinchazón que él mismo denominó como “leucoplaquia”. […] Freud sabía que una leucoplaquia (una superficie engrosada y blancuzca) era precancerosa y que de ella podía desarrollarse un tumor maligno. Sin embargo, vaciló inicialmente en mostrarla a un especialista, probablemente porque temía que se le prohibiera nuevamente fumar, o bien a raíz de un cierto fatalismo, o tal vez hasta como expresión de un deseo inconsciente de muerte.
Fue el médico (y muy amigo de Freud), Felix Deutsch, quien descubrió que en realidad se trataba de un cáncer maligno. ¿Cómo decirle eso a un asustado y envejecido hombre que había dedicado toda su vida a la salud física y mental de sus pacientes? Seguimos con Kollbrunner:
El 20 de abril de 1923, Hajek extirpó la mucosa enferma del arco anterior derecho del paladar en una intervención ambulatoria. El estudio del tejido extirpado dio como diagnóstico cáncer de epitelio. No obstante, Hajek afirmó ante Freud que la tumoración no era maligna y que la operación había sido de carácter meramente preventivo.
Sigmund Freud no tenía esperanza de vida según los diagnósticos médicos. Le habían mentido para no asustarlo, cosa que tarde o temprano se descubriría la verdad. Pero estamos hablando de 1923, y murió hasta 1939. Sabemos que tuvo que utilizar una prótesis que tenía que quitarse todos los días y lavarla, cosa que le producía profundos dolores. Tengamos en cuenta que Freud era un personaje bastante reservado sobre su vida íntima, por lo que no es de sorprender que la noticia de su enfermedad se mantuviera en riguroso recelo entre los miembros de sus círculos más cercanos. Anna Freud, la valiente heredera del anciano psicoanalista de Viena, pasó a ser su cuidadora y más cercana confidente. Pero, ¿cómo era la vida para Freud, entre los estragos de la enfermedad y el deterioro propio de la edad? Kollbrunner nos lo contesta:
En una carta a Eitingon protestó: Vivir por la salud es algo intolerable para mí.
Imagen de la prótesis tomada del libro mencionado.
Como les decía, Anna pasó a ser su cuidadora de 24 hrs., labor en sumo complicada. Imaginen ustedes tener al mismísimo Sigmund Freud de paciente, tenerle que cuidar noche y día. ¿Cómo le decimos a una de las mentes más brillantes que la Historia nos ha dado cosas como «no se levante, Dr., tiene que cuidarse»? Podría parecer fácil, pero no lo era del todo. Para finales de 1929, Freud había perdido las fuerzas necesarias para valerse por sí mismo:
Observó que aun subsistía en él una especie de tensión que lo llevaba a trabajar: ‘¿Qué voy a hacer? -preguntó retóricamente-. No se puede fumar todo el día y jugar a las cartas; ya no tengo resistencia para caminar, y la mayor parte de lo que se puede leer ya no me interesa. Escribo, y con eso paso el tiempo agradablemente’.
Ahora bien, recordemos que Freud llegó muy pequeño (3 años) a Viena con su familia, lugar donde pasó casi toda su vida y donde encontró el reconocimiento intelectual. Sin embargo, los tiempos se tornaban violentos, dando paso a que Adolph Hitler, austriaco de nacimiento y nuevo Canciller de Alemania, se fijara la meta de anexar Österreich (Austria) al III Reich alemán. Cosa que logró sin disparar una sola bala. La Anschluss (anexión) logró que el hogar de Freud fuera conocido como Ostmark (La Marca del Este) el 12 de marzo de 1938. Como sabemos, el gobierno nazi había pregonado los ideales de la pureza de raza alemana, por lo que aquellos que no cumplieran con ciertos «rasgos», eran vistos como parias, así que eslavos, gitanos, homosexuales, entre otros, pero sobre todo judíos, fueran arrestados y llevados a los temibles campos de concentración. Freud era judío, por lo que su obra comenzaba a ser destruida. A modo de chascarrillo, el psicoanalista dijo: «Hemos evolucionado, antes me hubieran quemado a mí, ahora les basta con mi obra».
Anna Freud y su padre
Fueron muchos los que le suplicaban que huyera de Viena y del creciente fervor hacia los ideales nazis, pero Freud se mantenía seguro en que sería protegido. Sin embargo, un desafortunado día, su querida Anna fue detenida por elementos de la SS (brazo ejecutor de los nazis) por unas horas. El terror invadió al anciano y enfermo doctor. Gracias al apoyo de importantes líderes y aristócratas, tales como la Princesa María Bonaparte, logró huir con su familia con destino a Londres. Ahí apenas viviría un año…
Una vez muerto el enfermo, ¡la enfermedad sigue! La práctica psicoanalítica ha ido creciendo desde la muerte del Dr. Freud, pasando por grandes e importantes representantes, tales como Sándor Ferenczi, Sabina Spielrein, Anna Freud, Lou-Andreas Salomé, Jacques Lacan, Marie Klein, Donald W. Winnicott, André Green, Óscar Masotta, entre otros.
Freud es y será siempre un referente, aunque seguramente seguirá siendo criticado. Pero lo que es un hecho que, tal como el psicoanálisis se reinventa en cada sesión, leer la obra de nuestro padre intelectual, siempre nos deja cosas nuevas por descubrir.
¡Gracias, maestro!