Notas de COVID-19: ¿qué pasa?

«La peste no era para ellos más que un visitante desagradable que tenía que irse algún día, puesto que algún día había llegado»

-Albert Camus

Queridos(as) lectores(as):

¿Cómo les va? He estado un poco distante de éste nuestro querido espacio debido a varias cosas de índole profesional pero también personal, sin embargo, ya estoy de vuelta y con muchas ansias de seguir trabajando éste tema que nos tiene a todo el mundo entre la angustia, la desesperación, el miedo y, por qué no, la esperanza. He de confesarles que todos los días estoy al pendiente de las noticias respecto a posibles tratamientos y/o curas para el COVID-19. En verdad, me parece que ya hasta forma parte de un ritual informático (parte, por supuesto, de mi labor como periodista cultural y de difusión científica). ¿Y qué les digo? Entre la decepción y la ilusión nos podemos pasar días y días, sin embargo, me parece que justo para poder lidiar con ambas cosas (que generan ansiedad), lo mejor que se puede hacer es «simplemente esperar». ¿Esperar qué? No lo sé, a que suceda lo que tenga que suceder.

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Ayer leía que la comunidad europea, por ejemplo, había dado la aprobación para la comercialización del primer fármaco estadounidense contra el popularmente conocido coronavirus, es decir, los laboratorios Gilead han elaborado el Remdesivir, mismo que ha dado «buenos resultados» en el tratamiento de varios pacientes. No podemos decir que sea LA SOLUCIÓN, sin embargo, es un avance importante. Ahora bien, también leí que el filósofo y psicoanalista esloveno, Slavoj Zizek, decía que «el COVID-19 es un golpe al capitalismo para dar paso a la reinvención del comunismo», cosa que es debatible, pero cuando leemos que el fármaco mencionado tendrá un costo de 390 dólares por dosis, para tener un crecimiento del 33% en las ventas de sanidad privada, estamos hablando de 520 dólares, que terminará por ser aproximadamente 3,120 dólares. Y esto apenas comienza. El fin del capitalismo está muy lejos, en verdad demasiado, después de todo apenas es el primer fármaco que entra al negocio del COVID-19.

Lo que vemos, no es lo que hay

Ahora que hemos dado un brevísimo repaso a la cuestión de negocios farmacológicos, tenemos que volver a lo que también nos ocupa, que es el terrible malestar del confinamiento, la desesperación por reiniciar las actividad laborales y las crisis psicológicas que, podemos decirlo, ya comenzaron a hacer ruido. Al principio cité al filósofo argelino Albert Camus, específicamente en su obra La peste (1947), novela que trata, grosso modo, de que el hombre no tiene control sobre nada realmente (una clase de sin sentido que da paso al absurdo de la existencia). Con reflexiones profundamente filosóficas, Camus nos hace ver que el hombre y la sociedad se encuentran sumidos en un desamparo y que, para poder salir adelante, se tiene que encontrar la unidad y el apoyo entre cada uno de los individuos.

Si analizamos fríamente el día a día de nuestro «tedioso» año 2020 (que nos da ciertas impresiones de buscar nuestra aniquilación con noticia mala tras otra, pero que termina por ser la proyección inconsciente del temor de cada uno de nosotros), el modo en el que afrontamos el COVID-19 y la realidad a la que nos tiene sujetos, es claro que nos inclinamos hacia las notables diferencias en cuanto a cómo lo hacen los unos y los otros. Es decir, mientras que unos siguen con religioso respeto las indicaciones preventivas (uso de careta, cubrebocas, lavado constante de manos, etc.), otros pareciera que actúan con una total despreocupación. Y eso genera un doble malestar. Pensemos por un momento en que existe el miedo de contagiarse de este virus, de terminar en un hospital y de morir, y al mismo tiempo está quien no se está cuidando y que se presenta de un modo «burlón» (es la idea que muchos tienen cuando se topan de frente a alguien así): ¡la violencia se dispara!

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«De algo me tengo que morir», es de las respuestas más comunes que hemos escuchado cuando se le reclama a esas personas. Mis colegas psicoanalistas dirían que la pulsión de muerte se está manifestando, aunque también la pulsión de vida desde otras perspectivas, sin embargo, ese modo de «desafiar» lo que al mundo lo tiene de cabeza, no es otra cosa sino una manifestación muy humana de enfrentar el miedo que también se tiene. No pensemos que los que no se cuidan no tienen miedo, sino que más bien habría que preguntarse (y quizá no tanto) qué ha hecho que no puedan manifestar su vulnerabilidad y temor ante esta pandemia como todos los demás. Alteremos un dicho popular: caras vemos, neurosis no sabemos.

Reparar el interior

Si yo les preguntara qué han hecho en estos meses de confinamiento, seguramente muchos me responderían que han leído, trabajado desde casa (los que tienen ese privilegio de clase), visto películas y series, aprender cosas nuevas, dormir, etc., pero también estoy muy convencido que pocos se han detenido a pensar en lo caótico de sus existencias. En entradas anteriores abordé éste tema de manera sencilla y rápida, pero me parece que no podemos seguir descuidando ésto. Hace unos días, se comunicó conmigo un querido amigo, mismo que me pedía si lo podía derivar con un colega psicoanalista. Parte del discurso que escuché de mi amigo tenía una carga tremenda de preocupación, misma que podemos resumir de la siguiente manera: no sé qué más hacer, pero quiero hacer algo, pero no sé si sí quiero o no, pero me queda claro que tengo que hacerlo. Parece un rompecabezas lingüístico con muchos «peros». Y sí, lo es.

¿Qué estamos haciendo? ¿Estamos haciendo algo? ¿Tenemos que hacer algo? Esto es un tema que nos puede llevar horas y horas de complicado debate, porque las respuestas atenderían un orden subjetivo y muy superyoico. El tema del deber (¡oh, querido Kant!) puede llegar a ser muy latoso, y más en este tiempo de pandemia. Sin embargo, sí hay que hacer algo, y es trabajar en nosotros mismos. En esto de que «estamos encerrados», tendríamos que preguntarnos «exactamente en dónde», y la respuesta por la que sería correcto inclinarnos es «en nosotros con nosotros mismos». La situación en la que está nuestra mente y nuestro corazón se proyecta a nuestra relación con el exterior.

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Medios y remedios

Hay quienes optan por la meditación, otros por hacer yoga, algunos otros frecuentan a sus deidades en la oración, y todo eso está bien, sin embargo, me parece que la desesperación y el miedo generan las preguntas (y las respuestas) equivocadas, porque se apunta hacia fuera, no hacia dentro. La expresión «tengo miedo» es perfectamente entendible, pero, ¿a qué? Y aquí es donde entra el tesoro de la honestidad y de la sinceridad con uno mismo. ¿Qué pasa si somos honestos y/o sinceros con nosotros sobre lo que estamos viviendo, sintiendo, pensando? No pasa más que una oportunidad de tener claridad y seguridad en algo, cosa que nos permitirá apropiarnos de nuestro atormentado ser y comenzar a trabajar de adentro hacia afuera.

No es una actividad fácil, pero hay que intentarlo. El resultado será algo que ni siquiera nos imaginamos, porque es en estos momentos cuando aflora el deseo real y como consecuencia los cuestionamientos correctos para saber qué hacer, no solamente ahora, sino después, justo cuando «regresemos» a la «nueva normalidad», tema del que estaremos hablando muy pronto. Pero ahora, aprendamos a poner en palabras lo que está sucediendo en nuestra vida anímica.