Hace unos días, estaba hablando con unos alumnos míos de la maestría al finalizar la clase. Entre los muy nutridos temas que abordamos, surgió ese par de palabras que hoy en día pareciera que no son «la gran cosa», pero que deberían serlo a mi creer: el otro.
Uno de los más queridos y admirados filósofos que tienen refugio en mi biblioteca es Emmanuel Levinas (1906-1995), y por tanto en mi formación humanista. Levinas es aquel filósofo conocido, principalmente, por el tema de la alteridad, mismo al que le dedicó, quizá, muchas de las más bellas reflexiones que se han hecho y que influyen, de manera total y definitoria, en todos los pensadores apegados al humanismo.
Y es precisamente el tema de la alteridad, o del otro, del que quiero platicar con ustedes en este encuentro. El pensador lituano, antes de continuar, pensaba que la ética era la primera ciencia dentro de la filosofía, cosa que levantó muchas críticas a favor y en contra, en su tiempo y luego de él. Después de todo, la ética es aquello que nos relaciona a los individuos, aquello que nos compromete y aquello que nos impulsa en temas de caridad, amor, respeto, etc. Es por ello que Levinas entendía que los seres humanos somos, antes que nada, seres relacionales. Es decir, para él no podía existir la idea del uno sin el otro. Ese encuentro que sucede con el otro brinda de sentido y contenido nuestra existencia.
Levinas podría ser considerado un filósofo personalista (y no se mal interprete con egoísta o individualista, sino la corriente personalista, que se centra en la persona), sin embargo, me atrevo a decir que va un poco más de eso, y bien entra en el grupo de los filósofos que apuestan por la relación interpersonal. Esta filosofía interpersonal lleva mucho al tema de la palabra, pero en este caso tan específico de Levinas, al rostro del otro.
El rostro del otro (Totalidad e infinito)
Comencemos con una pregunta: ¿qué pasa cuando miro al otro, cara a cara? En el libro mencionado en el subtítulo, Levinas expone que la mirada es conocimiento y percepción. Sin embargo, debemos ver en el rostro del otro el acceso hacia la vida ética. Pero centrémonos en la percepción, ya que al mirar el rostro ajeno, somos capaces de reconocernos como si estuviéramos viéndonos a través de un espejo; hay un reconocimiento de lo semejante (ojos, nariz, labios, etc.). Sin embargo, hay que advertir que la mirada puede terminar por volverse muy estricta y centrarse en accidentes que nos estarían privando de ese encuentro magnífico, es decir, si nos fijáramos, por ejemplo, en el color de los ojos, en la forma de sus orejas, en las dimensiones de la nariz, en el grosor de los labios, estaríamos perdiendo nuestra relación con el otro. Levinas se refiere con esto a que, aunque esta relación se pueda ver dominada por la percepción, no debemos reducirla a ella. No es el todo.
Pero cuando hablamos del rostro del otro, tenemos que hablar también de cierta desnudez y, por tanto, de el estar desprotegidos e indefensos. «En el rostro hay una pobreza esencial», dirá Levinas. ¿Pero a qué se refiere? Pensemos, por ejemplo, en las muecas, en los gestos y, por qué no, en el maquillaje que cubren nuestro rostro. Es la capacidad de enmascarar, natural y artificialmente, lo que somos, lo que estamos siendo. ¿No tendrá que ver acaso con aquella tendencia que tenemos a ocultar lo que pasa, lo que nos pasa, para que el otro no lo mire? En esa desnudez hay una maravillosa exposición de lo que significa ser humanos. El rostro es precisamente exponerse. «Es significación, pero una significación sin contexto» (tranquilos, los revisaremos más adelante en esta entrada).
Sabiduría del amor al servicio del amor
Levinas hace una reflexión en torno a lo que Sócrates entendía por Filosofía, esto es, «amor a la sabiduría» (una definición etimológica y de manual). El lituano cree que es una significación errónea, ya que lo que define realmente al ser humano no es la sabiduría, sino el amor al otro, hacia los demás. Sin lugar a dudas, habrá quienes no estén de acuerdo, sin embargo, me parece que la intención de Levinas va muy de la mano con la preocupación real que tenía después de vivir las atrocidades del Campo de Concentración en el que vivió preso durante la II Guerra Mundial (era judío).
La crítica levinista hacia el pensamiento occidental se centra en que los filósofos habían puesto mucho interés en el ser, en la esencia, «despreciando» la alteridad (al sujeto). Viendo al ser humano como algo aparte de su sensibilidad, su dignidad, de su propio valor y de sus sentimientos. Levinas pensaba que debido a esta filosofía y a sus «intereses», se habían abierto de par en par las puertas a cosas preocupantes que exponen lo peor del ser humano. Siendo la violencia el gran tema a estudiar. Hay en la sociedad occidental un descuido vital que origina un ensimismamiento terrible.
No es de sorprender, siguiendo a Levinas en esta crítica, que en la sociedad veamos una tendencia egoísta e individualista, haciendo que la ética quede recluida en los libros y en las enseñanzas simplonas en las cátedras académicas. ¿Cómo podemos ser para el otro cuando estamos «siendo» única y exclusivamente para nosotros mismos?
El inter-és o el origen de la violencia
Después de comenzar a desarrollar la crítica a la sociedad, Levinas nos dice que la base de la violencia se centra en el interés. Vamos a dividir esa palabra:
Inter: en, dentro
és: ser
Si juntamos esas definiciones tendríamos algo como «ser adentro», entonces, «no salir de». Así, Levinas propone que debemos apostar por el des-inter-és, que justo será la clave para luchar contra la violencia al estar saliendo de nosotros para ser para el otro o, mejor, ponernos en lugar del otro. El desinterés, en efecto, nos habla de no esperar nada, absolutamente nada. De ahí que recuerdo a mis alumnos que en el acto de dar, de servir al otro, siempre debemos hacerlo sin esperar nada a cambio, ni siquiera un «gracias» o una sonrisa. Aquí les recuerdo una enseñanza de San Ignacio de Loyola: «En todo, amar y servir». Cuando Levinas expone lo anterior, se «enemista» con el ego cartesiano, pues se está exigiendo en su crítica que se vea más allá de nosotros mismos. Esta salida nos hace reconocer que somos seres relacionales, sociales por naturaleza. Reafirmando la definición aristotélica del ser humano.
La alteridad, por último, nos brinda la oportunidad no sólo de reconocer al Otro, sino reconocer que gracias a él/ella, soy quien soy y no puede ser de otra manera.
Una filosofía vivencial basada en el Otro
La filosofía, según Levinas, tiene que estar al servicio del hombre, y no viceversa. Así, la propuesta es dejar de ver al ser humano como un ser ensimismado (atrapado en sí), para que se le pueda ver como alguien que sale al encuentro del otro. De ese modo, podemos entender que la constitución del yo se lleva a cabo por una vida interior (psiquismo), y es ahí donde se contempla la separación y donde se manifiesta. Por tanto, el Otro es todo ser humano que yace frente a nosotros y que pide justicia. Pero hay que entender que no se mide por aproximación, sino absolutamente como Otro. Negar la existencia del otro es negar nuestra propia existencia.
Levinas explica que para que haya una relación es necesario que exista el lenguaje. Sin embargo, el lenguaje deberá ser aquello que nos llama a ir más allá de la comunicación de contenidos. Es decir, el lenguaje nos lleva a la responsabilidad frente al otro, nos lleva a una verdadera relación ética.
«Tú no me matarás»
Ahora sí, retomemos lo del rostro del otro. Decíamos que el rostro carece de contexto, esto debido a que su sentido no depende de la relación con otra cosa sino que goza de su propio sentido. Veamos qué dice Levinas al respecto: «Se puede decir que el rostro no es visto. Eso es aquello que no puede ser poseído por un pensamiento, es el incontenible, te conduce más allá». ¿Y si lo resumimos a un «tú eres tú»? En otras palabras, esta afirmación permite que el rostro del otro abandone el anonimato del ser y nos permite que salgamos de ese anonimato a nosotros también. Salir al encuentro del rostro del otro es lo que nos lleva al «tú no me matarás». Es entrar en consciencia.
Estamos recibiendo la visita a nuestro mundo cuando entra en él el rostro del otro, por lo que nos responsabilizamos por él. Una actitud ética que nos hace ver la pobreza del otro y, por tanto, le debemos todo. Es abrirle los brazos, sin conocerle. Siendo un perfecto extraño. Mi responsabilidad con el otro me hace responsabilizarme de la responsabilidad de los otros. Y así, según Levinas, se construye una sociedad real. Una sociedad ética.
Después de todo, ¿qué no acaso soy el otro para el otro?