«No desesperes, ni siquiera por el hecho de que no desesperas. Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa que vives»
-Franz Kafka
Queridos(as) lectores(as):
Desde hace tiempo que recibí un mensaje por parte de uno de ustedes en el cual se me compartía la inquietud que, tal parece, hoy por hoy es una constante en la vida de las personas. «Psi. Héctor, ¿qué se hace para salir de la desesperante desesperación?». ¡Imaginemos la situación para comentarla usando la misma noción! Sin duda es algo que ocupa la mente de un sinnúmero de personas a lo largo del mundo, y lo cierto es que las circunstancias que vivimos pareciera que no están del todo a nuestro favor para mitigar la desesperación que sufrimos a diario. ¿Pero qué es exactamente la desesperación?
Hace unos días, un muy querido amigo médico, me escribió para decirme que él estaba triste, que si nos podíamos ver. Debido a su ajetreada agenda atendiendo a sus pacientes, se nos prolongaron los días y, hasta la fecha, no nos hemos podido ver en persona, pero sí hemos estado en contacto casi a diario. Ayer por la noche, al preguntarle si la tristeza ya había disminuido, me aclaró que lo que realmente estaba pasando era una crisis de ansiedad. Esa noción tan abstracta como lo es la famosa ansiedad, puede generar en nosotros incontables caminos que imposibilitan un entendimiento directo de lo que estamos viviendo. Sin embargo, no caigamos en el error de confundir una cosa con otra, ya que la ansiedad no es en sí una desesperación como tal, por mucho que se parezca la sensación, realmente no lo es.
Lo ideal, lo real
Desde hace varios siglos, los grandes pensadores han tratado de analizar y explicar el sentido de la vida. Hay quienes han sido osados, tal como el querido Aristóteles, en decir que la meta o fin del ser humano es la felicidad. Sin embargo, nunca ha sido lo suficientemente convincente. ¿Cómo podemos ser felices cuando pasan tantas cosas tan horribles a diario? El psicólogo clínico, Jordan B. Peterson, en su libro 12 reglas para vivir: un antídoto al caos, comparte esto: «Durante una crisis, el sufrimiento inevitable que supone el hecho de vivir puede pulverizar en cuestión de segundos la idea de que la felicidad es el objetivo natural del individuo». Ciertamente es muy fácil especular y soltar al aire un ideal favorable para todos, pero cuando la realidad se deja sentir con toda su fuerza, muchos ideales caen en el silencio y se conservan ahí, siendo severamente cuestionados. Sin embargo, eso me parece una reacción inapropiada.
El hecho de que las cosas no sean como nosotros queremos o esperamos, no significa que no podamos hacer algo respecto al modo en el que se presentan. Pienso, por ejemplo, cuando tenemos el deseo de comer un rico helado de chocolate, llegamos a la heladería y nos topamos con la desilusión de que dicho sabor se ha acabado. «Tanto para nada…». Podríamos quedarnos en eso y marcharnos del lugar tristes por no lograr nuestro objetivo. O bien, podemos decir «quizá para la próxima» y optar por otro sabor de nuestro agrado, de hecho hasta se presenta la posibilidad de probar algo nuevo. Buda enseña que hay que saber ver las cosas para ver también qué podemos hacer. Esto sigue de inmediato aquella sentencia que dice «el dolor es inevitable, el sufrimiento es elegible».
El silencioso pesar
El filósofo estadounidense, Henry David Thoreau, decía que «casi todas las personas viven la vida en una silenciosa desesperación». Y me parece que en cierta medida es cierto. ¿Qué más desesperante que asumir que no tenemos el control de todo? A veces, ni siquiera de nuestra propia vida. Pero eso es algo que se trabaja y que, también, se aprende a soltar. La desesperación es resultado de no poder avanzar, de estar fijos en un punto y ver el mundo seguir girando. «¿Por qué a mí esto?». Más o menos por la misma época el filósofo danés, Sören Kierkegaard, señalaba que «la desesperación es el morir sin morir». A diferencia de la ansiedad, que es un exceso de futuro, la desesperación es un exceso de presente, de ahí que yo diga que es como un no poder avanzar. El morir sin morir es la idea de estar asfixiándose. ¡Qué situación tan horrible! Y sí, todos estamos pasando, de un modo o de otro, por esto.
Existe un proverbio que dice:
«Quien espera, desespera;
quien desespera no alcanza;
por eso es bueno esperar
y no perder la esperanza».
Imaginemos que estamos sentados en un sillón muy cómodo. Estamos disfrutando de ese momento de descanso, pero en un abrir y cerrar de ojos, en la cabeza empiezan a desatarse pensamientos que nos generan ansiedad y desesperación. Los primeros, insisto, apuntalan siempre al futuro, mismo que es incierto, mientras que los segundos nos reclaman el aquí y el ahora. ¿Qué voy a hacer mañana? ¿Qué estoy haciendo ahorita? La desesperación podemos decir que nos agobia tanto porque si no sabemos responder a algo que estamos haciendo, cómo se supone que podremos responder a algo que estaremos haciendo después. De ahí que exista la necesidad de filtros de pensamiento, empezando por la prudencia, que nos permitan, sobre todas las cosas, respirar y darnos cuenta que eso estamos haciendo.
¿Qué hacer?
¿Recuerdan la mayéutica de Sócrates? Es decir, el arte de saber preguntar. Ese era el modo con el que el filósofo ateniense era capaz de «desarmar» a sus contrincantes: pregunta tras pregunta que les iba demostrando que no sabían del todo sobre lo que hablaban. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si aplicamos esa mayéutica a nosotros mismos? Lo que estaríamos haciendo con las preguntas que nos estaríamos auto formulando, es demostrarnos que la intensidad del pensamiento obsesivo puede ser que no tenga ni pies ni cabeza. ¿Por qué me siento así? Por esto. ¿Y por qué por esto? Pues pues porque aquello. ¿Y de dónde surge eso? Pues de eso otro. ¿Y eso otro qué tiene que ver conmigo ahora?… Y así hasta calmar la mente. Es chistoso, este juego de preguntas lo que hace es ejercitar la mente, pero de una manera ordena y más piadosa que el alarid con el que lo hace la desesperación.
Al ir contestando cada pregunta, nos vamos dando cuenta de que en efecto hay cosas que no dependen mucho de nosotros, a veces nada, y de cómo hemos permitido que aún así nos afecten en demasía. Soltar las riendas de la idea de control nos puede facilitar mucho las cosas. Ahora bien, ¿qué hacer para solucionar aquello que nosotros mismos no podemos? Por algo existe la sociedad, la familia, los amigos, etc., para recurrir a ellos y con total humildad aceptar que no podemos con todo. Quien pueda ayudar lo hará, pero es vital que nos quitemos la idea de «estamos solos el universo», porque no es cierto. La generosidad, la amabilidad y la compasión de los demás, resultará como un rico trago de agua fría en pleno calor.
Para finalizar, la desesperación es una manera agresiva de ayudarnos a abrirnos al mundo. ¿Por qué sufrir en silencio si podemos encontrar apoyo en alguien más? Y ojo, serán incontables las veces que encontraremos esa ayuda en quienes menos imaginamos. Algunos irán a comer con sus familiares, otros a tomarse algo con los amigos, quizá haya quienes necesiten una escucha neutra buscando de ese modo ayuda en un profesional… Eso es justamente lo que redescubrimos: vivimos en un mundo de infinitas posibilidades.
Hay que vivir, a pesar de las circunstancias.