La desesperante desesperación

«No desesperes, ni siquiera por el hecho de que no desesperas. Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa que vives»

-Franz Kafka

Queridos(as) lectores(as):

Desde hace tiempo que recibí un mensaje por parte de uno de ustedes en el cual se me compartía la inquietud que, tal parece, hoy por hoy es una constante en la vida de las personas. «Psi. Héctor, ¿qué se hace para salir de la desesperante desesperación?». ¡Imaginemos la situación para comentarla usando la misma noción! Sin duda es algo que ocupa la mente de un sinnúmero de personas a lo largo del mundo, y lo cierto es que las circunstancias que vivimos pareciera que no están del todo a nuestro favor para mitigar la desesperación que sufrimos a diario. ¿Pero qué es exactamente la desesperación?

Hace unos días, un muy querido amigo médico, me escribió para decirme que él estaba triste, que si nos podíamos ver. Debido a su ajetreada agenda atendiendo a sus pacientes, se nos prolongaron los días y, hasta la fecha, no nos hemos podido ver en persona, pero sí hemos estado en contacto casi a diario. Ayer por la noche, al preguntarle si la tristeza ya había disminuido, me aclaró que lo que realmente estaba pasando era una crisis de ansiedad. Esa noción tan abstracta como lo es la famosa ansiedad, puede generar en nosotros incontables caminos que imposibilitan un entendimiento directo de lo que estamos viviendo. Sin embargo, no caigamos en el error de confundir una cosa con otra, ya que la ansiedad no es en sí una desesperación como tal, por mucho que se parezca la sensación, realmente no lo es.

Lo ideal, lo real

Desde hace varios siglos, los grandes pensadores han tratado de analizar y explicar el sentido de la vida. Hay quienes han sido osados, tal como el querido Aristóteles, en decir que la meta o fin del ser humano es la felicidad. Sin embargo, nunca ha sido lo suficientemente convincente. ¿Cómo podemos ser felices cuando pasan tantas cosas tan horribles a diario? El psicólogo clínico, Jordan B. Peterson, en su libro 12 reglas para vivir: un antídoto al caos, comparte esto: «Durante una crisis, el sufrimiento inevitable que supone el hecho de vivir puede pulverizar en cuestión de segundos la idea de que la felicidad es el objetivo natural del individuo». Ciertamente es muy fácil especular y soltar al aire un ideal favorable para todos, pero cuando la realidad se deja sentir con toda su fuerza, muchos ideales caen en el silencio y se conservan ahí, siendo severamente cuestionados. Sin embargo, eso me parece una reacción inapropiada.

El hecho de que las cosas no sean como nosotros queremos o esperamos, no significa que no podamos hacer algo respecto al modo en el que se presentan. Pienso, por ejemplo, cuando tenemos el deseo de comer un rico helado de chocolate, llegamos a la heladería y nos topamos con la desilusión de que dicho sabor se ha acabado. «Tanto para nada…». Podríamos quedarnos en eso y marcharnos del lugar tristes por no lograr nuestro objetivo. O bien, podemos decir «quizá para la próxima» y optar por otro sabor de nuestro agrado, de hecho hasta se presenta la posibilidad de probar algo nuevo. Buda enseña que hay que saber ver las cosas para ver también qué podemos hacer. Esto sigue de inmediato aquella sentencia que dice «el dolor es inevitable, el sufrimiento es elegible».

El silencioso pesar

El filósofo estadounidense, Henry David Thoreau, decía que «casi todas las personas viven la vida en una silenciosa desesperación». Y me parece que en cierta medida es cierto. ¿Qué más desesperante que asumir que no tenemos el control de todo? A veces, ni siquiera de nuestra propia vida. Pero eso es algo que se trabaja y que, también, se aprende a soltar. La desesperación es resultado de no poder avanzar, de estar fijos en un punto y ver el mundo seguir girando. «¿Por qué a mí esto?». Más o menos por la misma época el filósofo danés, Sören Kierkegaard, señalaba que «la desesperación es el morir sin morir». A diferencia de la ansiedad, que es un exceso de futuro, la desesperación es un exceso de presente, de ahí que yo diga que es como un no poder avanzar. El morir sin morir es la idea de estar asfixiándose. ¡Qué situación tan horrible! Y sí, todos estamos pasando, de un modo o de otro, por esto.

Existe un proverbio que dice:

«Quien espera, desespera;
quien desespera no alcanza;
por eso es bueno esperar
y no perder la esperanza».

Imaginemos que estamos sentados en un sillón muy cómodo. Estamos disfrutando de ese momento de descanso, pero en un abrir y cerrar de ojos, en la cabeza empiezan a desatarse pensamientos que nos generan ansiedad y desesperación. Los primeros, insisto, apuntalan siempre al futuro, mismo que es incierto, mientras que los segundos nos reclaman el aquí y el ahora. ¿Qué voy a hacer mañana? ¿Qué estoy haciendo ahorita? La desesperación podemos decir que nos agobia tanto porque si no sabemos responder a algo que estamos haciendo, cómo se supone que podremos responder a algo que estaremos haciendo después. De ahí que exista la necesidad de filtros de pensamiento, empezando por la prudencia, que nos permitan, sobre todas las cosas, respirar y darnos cuenta que eso estamos haciendo.

¿Qué hacer?

¿Recuerdan la mayéutica de Sócrates? Es decir, el arte de saber preguntar. Ese era el modo con el que el filósofo ateniense era capaz de «desarmar» a sus contrincantes: pregunta tras pregunta que les iba demostrando que no sabían del todo sobre lo que hablaban. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si aplicamos esa mayéutica a nosotros mismos? Lo que estaríamos haciendo con las preguntas que nos estaríamos auto formulando, es demostrarnos que la intensidad del pensamiento obsesivo puede ser que no tenga ni pies ni cabeza. ¿Por qué me siento así? Por esto. ¿Y por qué por esto? Pues pues porque aquello. ¿Y de dónde surge eso? Pues de eso otro. ¿Y eso otro qué tiene que ver conmigo ahora?… Y así hasta calmar la mente. Es chistoso, este juego de preguntas lo que hace es ejercitar la mente, pero de una manera ordena y más piadosa que el alarid con el que lo hace la desesperación.

Al ir contestando cada pregunta, nos vamos dando cuenta de que en efecto hay cosas que no dependen mucho de nosotros, a veces nada, y de cómo hemos permitido que aún así nos afecten en demasía. Soltar las riendas de la idea de control nos puede facilitar mucho las cosas. Ahora bien, ¿qué hacer para solucionar aquello que nosotros mismos no podemos? Por algo existe la sociedad, la familia, los amigos, etc., para recurrir a ellos y con total humildad aceptar que no podemos con todo. Quien pueda ayudar lo hará, pero es vital que nos quitemos la idea de «estamos solos el universo», porque no es cierto. La generosidad, la amabilidad y la compasión de los demás, resultará como un rico trago de agua fría en pleno calor.

Para finalizar, la desesperación es una manera agresiva de ayudarnos a abrirnos al mundo. ¿Por qué sufrir en silencio si podemos encontrar apoyo en alguien más? Y ojo, serán incontables las veces que encontraremos esa ayuda en quienes menos imaginamos. Algunos irán a comer con sus familiares, otros a tomarse algo con los amigos, quizá haya quienes necesiten una escucha neutra buscando de ese modo ayuda en un profesional… Eso es justamente lo que redescubrimos: vivimos en un mundo de infinitas posibilidades.

Hay que vivir, a pesar de las circunstancias.

Los corazones distantes

«A veces la distancia hace más querida la amistad, y la ausencia la hace más dulce»

-James Howell

Queridos(as) lectores(as):

Nos hemos vuelto casi desconocidos con esta ausencia temporal, pero les aseguro que hay veces que las distancias nos facilitan la comprensión entre nosotros, ni qué decir sobre la vida. En este encuentro, quisiera compartir con ustedes una breve reflexión respecto a las distancias que suelen separar a los corazones que más se quieren entre sí. Hay quienes creen, tal como el cantautor mexicano, Roberto Cantoral, que «la distancia es el olvido», debido a que pareciera que se pierde todo su significado. Sin embargo, ¿exactamente cuál es su significado? ¿Qué significa estar distanciados? En la vertiente más pronunciada, podríamos considerar que no es otra cosa sino la oportunidad misma.

Hoy por hoy, viéndose incrementada por la pandemia que nos mantuvo ausentes por mucho tiempo, los corazones confiesan tiernamente (aunque algunos en profunda desesperación) la auténtica necesidad de sentirse valorados, queridos, amados. Cuántos son (somos) los que solamente pueden estar con quienes quieren a través de una pantalla de computadora o celular, a través de mensajes de texto, de fotografías hermosas, pero carentes de textura… Hay familias, amigos, amores y amantes, que se han ido separando por los distintos avatares de la vida, unos por aquí, otros por allá. ¿Qué pensar de la separación de la distancia más difícil: la muerte? Como en muchos casos, distancia se dice de muchas formas, tal como también se vive.

Una vez más, la inmediatez

Definitivamente, el ser humano se encuentra sumergido (al borde del ahogo), en la desesperante inmediatez. Como ya hemos comentado con anterioridad, el delirio por el tiempo se ha vuelto algo obsesivo, de ahí que la inmediatez sea el pan nuestro de cada día; «soluciones» rápidas y concisas, respuestas que atiendan de manera inmediata cosas que de por sí son de largo plazo. ¿Cuántos conflictos se presentan, por ejemplo, cuando alguien deja en visto a otra persona en sus mensajes por Whatsapp? ¿Qué pasa? ¿Por qué no contesta? ¿Qué está haciendo? ¡Es que está jugando conmigo! La inmediatez nos acerca y nos pone frente a nuestras propias inseguridades, mismas que no estamos en las mejores condiciones para aceptar, trabajar y en algunos casos afortunados, hasta superar.

¿Han escuchado aquello que dice «amor a distancia, amor de pendejos (palabra despectiva en México)»? Seguramente sí, y en otras variaciones expresivas. Y además de dicha sentencia, por lo general viene acompañada de argumentos que apuestan siempre por lo peor. ¿Por qué sucede eso? Volvemos a las inseguridades más marcadas de nuestro tiempo: la falta de confianza, la falta de comunicación, la falta responsabilidad… la falta de amor. Ciertamente, algunas comparaciones pueden ser, además de molestas, muy poco adecuadas, debido principalmente a la atemporalidad entre ellas, pero es bueno recordar que antes, muchos años atrás, los amantes se mantenían en contacto a través de cartas y éstas tardaban varios días, a veces meses, en ocasiones hasta años, en llegar. Y el amor persistía. El amor es un don que debe ejercitarse bajo sus propias reglas, nunca forzarse por bajo las nuestras.

Decir «te quiero» y que se sienta un «te amo»

Como sabemos, el tema de la hermenéutica (arte de interpretación) siempre puede resultar un auténtico suplicio. «¿Qué me habrá querido decir?». Imaginemos, pues, qué puede pasar cuando de por sí a muchos se les olvidan las reglas gramaticales y hacen del lenguaje un laberinto de significados, cuando sólo se lee, mas no se escucha y ve. No es lo mismo, y nunca lo será, mantener una plática frente a frente con la persona, a prestarse a comunicarse las posibilidades en un mensaje de texto. Sin embargo, el auténtico problema no es ése. No, en realidad estamos hablando de una carencia de sinceridad afectiva. Cualquiera, hoy en día, puede decir un «te quiero», y es en verdad tan sencillo que se dice rápido y sin pausas, en cambio, un «te amo» puede ser más complicado. ¿Es que no existe la confesión amorosa entre familiares y amigos, y sólo puede ser entre amantes?

Los corazones distantes son los mismos que están cercanos. Tienen las mismas necesidades y las mismas exigencias. Hacerle saber a alguien que está lejos que se le ama, no es nada más es eso, sino también hacerle saber que es pensado. Decía por ahí Juan David Nasio, «amar es tener alguien que te espera». ¿Y qué esperamos entonces? Por qué los rostros tristes y dolidos cuando la separación ya no sólo es física, sino eterna, para decir lo mucho que nos amamos, que nos pensamos. Sucede que solemos ser muy reservados, muy celosos, con nuestro sentir. Y eso es una apuñalada en la esperanza misma.

Quizá en soledad…

Últimamente, el tema de valorar la soledad ha sido algo que está en boca de todos. Ciertamente, hay quienes encuentran en ella un espacio necesario para lidiar con la inmensidad de los días, pero hay otros que encuentran en ella un pretexto para despreciar lo demás. Debemos saber encontrar un balance y no hundirnos en nuestras heridas narcisistas que perpetuamos día con día en el desprecio por la capacidad de los demás. Es muy fácil, en verdad demasiado, juzgar al otro poniéndonos como un punto de totalidad y absolutez. «Están mal por que no lo hacen como yo». Precisamente, la distancia entre los corazones, nos permite observar, aprender y a romper nuestros propios prejuicios, pero sobre todo, a aceptar la vida tal y como es. La alteridad, recordemos, nos muestra al otro con la oportunidad de amarle sin detenernos en sus accidentes.

Por eso, para acabar este encuentro, les invito a mirar sus propios corazones a la distancia. ¿Qué hay en ellos? Sean sinceros. ¿Qué falta? Sean más sinceros. ¿Qué pueden ofrecer al mundo? Sean brutalmente sinceros. ¿Qué pueden evitarle a los demás? Sean humildemente sinceros. El corazón distante muchas veces palpita fuera de nuestro propio pecho, le vemos ajeno a nosotros y sentimos todo el dolor en un agujero negro. ¿Por qué? No perdamos la ocasión de ser estando dispuestos al encuentro. La gente va y viene, pero el amor permanece. Abrir los ojos y abrazar la vida… el primer paso.

Te quiero.

Te quiero.

P.d. Gracias, mi hermano Martín, por hacerme recordar.

Vive… la resistance?

«Donde hay poder, hay resistencia»

-Michael Foucault

Queridos(as) lectores(as):

Desde que comenzó la pandemia hasta el día de hoy, se ha hablado fuerte e insistentemente sobre la importancia de la salud mental y cómo ésta se ha visto perjudicada de muchos modos, pero sobre todo, ha venido a ser una complejidad para quienes pasaron por el contagio, la enfermedad y muerte de seres queridos y demás consecuencias. La ansiedad desatada, la depresión, el insomnio, las crisis existenciales, etc., se han venido a fortalecer de una manera tal que no cabe la menor duda de la necesidad de apoyo en la psiquiatría, psicoterapias y, por supuesto, el psicoanálisis.

Sin embargo, a pesar de que muchos afirman «ya no poder con más», y a pesar de la gran oferta existente de profesionales de salud mental, hay quienes todavía se ven lejos de comenzar una terapia o un proceso de análisis. Desde los famosos tabúes del tipo «ni que estuviera loco», «es que tengo miedo a las medicaciones», hasta los muy aventurados como «esas cosas son un fraude», siempre parece que hay un impedimento. En fin, de todo un poco, pero son constantes esas muestras que conocemos en este campo como auténticas resistencias.

La ilusión de poder

En 1925, Sigmund Freud publicó un texto llamado Inhibición, síntoma y angustia, donde realiza una importante labor de investigación y que culminó con el desarrollo de toda una clasificación de resistencias. Para ahorrarnos un poco el trabajo, vamos a decir que para Freud, toda resistencia es una fuerza de oposición al trabajo psicoanalítico. En encuentros anteriores, hemos señalado que si bien existe el deseo de saber más sobre uno mismo, también existe un temor de hacerlo. ¿Pero por qué? Al empezar citando a Foucault, tendremos una clave para esto que estamos tratando: el ser humano tiene una ilusión de poder sobre su vida y sobre el acontecer alrededor de él, por lo que cuando ve en peligro de perder dicho poder, es probable que haga de todo para evitarlo. ¿Y qué es peor que enterarnos de que algo que creíamos controlar es en verdad una ilusión que sólo hemos aprendido a «sostener»?

En una sociedad tan compleja como la nuestra, donde no se perdona tan fácilmente el error y la autoexigencia se vuelve un verdadero delirio, es común que veamos que se haga de todo para mantener aquello que decimos estar logrando. Pero, queridos(as) lectores(as), la fuerza de la costumbre es en realidad el miedo latente a lo nuevo. Y es sencillo de explicar: si ya estamos acostumbrados a un ritmo, a un tiempo, a un modo, etc., aunque nos esté costando sostener el paso, pareciera que es mejor seguir con ello a detenerse para pensar en otras posibilidades. Es caminar con una piedrita en el zapo y continuar sin removerla. Es el fracaso de la posibilidad. De hecho, el mismo Freud señaló que el descubrimiento del inconsciente dio la tercer herida narcisista al ser humano: no es tan libre como cree que es. Y enterarnos de ello, puede ser algo demoledor.

El insight y la resistencia «fundamental»

Horacio Etchegoyen nos dice lo siguiente: «El análisis se propone dar al analizando un mejor conocimiento de sí mismo; y lo que se quiere significar con insight es ese momento privilegiado de la toma de conciencia». En la primera tópica freudiana, donde lo importante es «hacer consciente lo inconsciente», se estimó que era fundamental el vencimiento de las resistencias (punto de vista dinámico) para que algo se torne consciente. Antes de continuar, es importante señalar que como tal insight es una noción que se desarrolla principalmente en la escuela inglesa de psicoanálisis, por lo que así podemos entender que sean psicoanalistas como Donald Meltzer y Wilfred Bion, quienes apuesten por decir que la resistencia es en realidad una afrenta a la intimidad.

Justamente hagamos hincapié en la intimidad, pues no hay nada que genere tanta resistencia como el hecho de sentirnos transgredidos en ella. Si descomponemos la palabra de origen latino, tenemos por un lado in- (hacia dentro), -mus (sufijo superlativo) y -dad (referencia de cualidad), entones, «cualidad de ir hacia dentro». ¿Pero hacia dentro de quién o de qué? En esto, recuperemos la noción de afecto, y éste lo orientamos hacia el propio. Entonces, intimidad vendría a ser «cualidad de ir hacia dentro del afecto de uno mismo».

Ahora bien, ese «afecto de uno mismo» nos conduce directamente a aquello que nos vuelve vulnerables, aquello que es «con lo que cualquiera nos podría lastimar». Es curioso que solemos pensar en la posibilidad de daño que el otro tiene en sus manos, lejos de pensar en alguna otra cosa más benéfica. Por eso es que la intimidad nos resulta un tesoro que hasta nos parece a nosotros mismos intocables. Tal como decía Jacques Lacan: «La intimidad es insoportable, por eso existe la extimidad«. Es mejor hablar del otro que de uno mismo. La resistencia fundamental es, por tanto, a descubrirnos en nuestro máximo punto de vulnerabilidad. Mi querido Gabriel Rolón, colega psicoanalista, dice algo muy bello:

«El ser humano es la única especie que ha desarrollado la cópula cara a cara, frente a frente. Necesitamos mirarnos a los ojos para decirnos ‘te amo’. Dentro de la gran variedad erótica que tenemos podemos jugar en distintas posiciones, hacer todo lo que queramos, cumplir nuestras fantasías. Pero en el momento de manifestar el amor, nos tenemos que mirar, porque eso es lo que nos hace sentirnos reconocidos, y el reconocimiento es otro de los nombres del amor. ¿Qué es el amor? El hecho de encontrar en otra mirada que yo no soy cualquiera en este mundo, y que para esa persona que me mira yo soy único».

La alteridad siempre nos conduce a nuestra intimidad…

¿Por qué no me analizo entonces?

Para bien o para mal, no existe como tal un por qué que podamos traer de lo general a lo particular. Ciertamente se trata de un tema meramente subjetivo y que, por tanto, tiene que ver con nuestras muy delimitadas resistencias. Siempre es importante partir de la experiencia que hemos tenido en la vida para trata de comprender por qué hay cosas que no nos gustan. Pienso en los niños pequeños y cómo sufren sus padres para que coman las cosas que les sirven. Es divertido, lo confieso, la tranquilidad con la que dicen «no me gusta» cuando ven un platillo nuevo. Dicen que «de la vista nace el amor», y ciertamente hay experiencias cognoscitivas que pueden perjudicar el posible aprecio por las cosas. «A ver, dime, ¿cómo dices que no te gusta si no lo has probado antes?», es lo que por general se les dice a los niños y estos, de un modo todavía más chistoso, van rompiendo de a poco su resistencia a comer lo que les han servido. ¿Y qué pasa? Puede ser que reafirmen lo que en efecto sospechaban, que no les guste eso, pero también existe la posibilidad de que les encante y luego no quieran sino que les sirvan más.

Este mismo efecto es el que veo en el tema de comenzar una terapia o un proceso de análisis. La resistencia a ver cosas de nosotros que no queremos aceptar en un principio es lo que nos hace sentir un repele por ello. «No sabes lo molesto que soy, a veces ni yo mismo me soporto», diría por ahí un conocido, «pero francamente no quiero enterarme por qué soy así». ¿Qué puede ser tan terrible como para no quererse enterar de ello? En el psicoanálisis, en su desarrollo, nos encontramos con un fenómeno que conocemos como transferencia, misma que se da entre el analista y el analizando. Pero, ¿quién es el que realmente está ahí que se deposita en la figura del analista? ¿Qué hace que exista la pena, la vergüenza, la culpa, etc.? Eso, justamente, es el «premio» por superar la resistencia: poderlo descubrir.

Siempre me gusta recordarles a quienes me preguntan sobre analizarse: «no sólo te toparás con un monstruo, sino que también hay alguien fantástico esperando por ser descubierto detrás del primero».

¿Hacia dónde vas?

«Homo liber de nulla re minus quam de morte cogitat et ejus sapientia nos mortis sed vitae meditatio est«.

-Baruch Spinoza

Queridos(as) lectores(as):

Hace algunos días que mi actividad onírica está por los suelos y ciertamente no me encuentro en el mejor de los momentos para ofrecer un noble intento de claridad sobre algunos temas. Pero no hay que alarmarse. Los que llevamos una vida «filosófica» entendemos y comprendemos todo y a la vez nada; se trata de una naturaleza aún más conflictiva que nos lleva a interminables debates sobre las cosas. Por eso es que he querido comenzar este encuentro con la cita del célebre filósofo holandés, que traducida nos dice: «El hombre libre en lo que menos piensa es en la muerte, y su saber no es una meditación sobre la muerte sino sobre la vida». ¿De qué nos sirve pensar algo que no sabremos nunca con exactitud?

Recordaba entonces una de las máximas del Oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo». ¿Y quién quiere tal cosa si no se quiere enterar de lo que se tiene que enterar? La verdad es hermosa cuando no nos jode, ¿no creen?

Viaje a Sorrento

1876 es el año en el que se lleva a cabo una de las más impresionantes metamorfosis de la Historia de la intelectualidad Occidental. En aquel año, por invitación de Malwilda von Meysenbug, el filósofo y filólogo alemán, Friedrich Nietzsche, realiza su famoso viaje al sur de Europa, específicamente a Sorrento, Italia. Además de tratarse del momento en el que las más importantes notas del futuro libro, Ecce homo (Humano, demasiado Humano), fueron escritas, se trata de una verdadera transformación del pensamiento de nuestro autor. En sus propias palabras encontramos lo siguiente: «A los lectores de mis escritos precedentes, quiero manifestar de forma expresa que he abandonado los puntos de vista metafísico-artísticos, que en esencia están en ellos: son agradables, pero insostenibles»(Fragmento póstumo 23).

Sorrento

Durante este viaje, tal como nos relata Paolo D’lorio en su libro El viaje de Nietzsche a Sorrento, encontramos una respuesta que quizá muchos buscamos en la actualidad:

«Desde la terraza de su habitación, frente a Sorrento, el filósofo ve la isla de Ischia, isla volcánica, lugar real e imaginario que le serviría de modelo para las ‘islas afortunadas’, las islas de los discípulos de Zaratustra. Las islas afortunadas son las islas del futuro, de la esperanza, de la juventud. Y es eso exactamente lo que Nietzsche vuelve a descubrir en medio de los tormentos de su enfermedad: las visiones, los proyectos, las promesas de su juventud. No como vestigios de un pasado de ahora en adelante enterrado, sino como voces que llegan del pasado para volver a llamar a aquel que desespera y que se ha equivocado de camino, como es el camino futuro de su vida»

Si pretendemos olvidar el pasado en nuestras vidas, cometemos el error de querer empezar de nuevo sin experiencia alguna, cosa que el mundo nunca nos perdonará. En el pasado radican muchas claves que nos pueden ayudar a mejorar el presente e intentar apostar por un futuro mejor. No es regla, pero es una respuesta.

Psicoanálisis para combatir el engaño

Desde hace tiempo he insistido mucho en la importancia de ser sinceros con el mundo, pero empezando por ser sinceros con nosotros mismos. Precisamente a esto nos ayuda el psicoanálisis. De hecho, en una pregunta que le hicieron a la psicoanalista austriaca-argentina, Marie Langer, ella contestó: «¿Y por qué el psicoanálisis? Porque sirve. Sirve para entenderse mejor a sí mismo y al otro. Sirve también para casi no mentirse más». Recordemos que la lucha de Sigmund Freud era en sí contra las (malas) ilusiones que sólo generan un profundo malestar en el ser humano. Una de esas ilusiones es la del autoengaño que nos pone en una situación donde nos sentimos fuera de nosotros, de lo que realmente somos, para estar bien con los demás. El querer encajar es algo que puede dañarnos de maneras impensables. Uno encaja perfectamente en su propio lugar, por lo que no se trata de eso, sino más bien de compartir lo que soy, lo que son, lo que somos.

Marie Langer

Resalta esto en la respuesta de Marie Langer de «para casi no mentirse más». Para ello hay que considerar la otra sentencia del Oráculo de Delfos: «Todo con medida». Ciertamente nunca podremos llegarnos a conocernos en totalidad, ni quien quisiera tal cosa para ser ciertos, pero lo importante es poder tener un autoconocimiento para no perjudicarnos más, para no seguir equivocándonos, para poder elegir el camino futuro de nuestra vida. ¿De qué sirve vivir por vivir? Después uno se arrepiente y busca desesperado culpables. Por eso, en psicoanálisis entendemos que esa «mirada al pasado» no es para encontrar culpables de nuestro presente, sino para poder resignificar lo que fue y darnos la oportunidad de sostener la esperanza, misma que nos habla de saber darle una oportunidad siempre a la vida.

Estos episodios oscuros

«Reconocerse no es morir», es afirmarse en todo momento. La noche de ayer le platicaba a una querida amiga y que cada día me convence del gran futuro que le espera en la Psicología, de que he llamado «episodios oscuros» a los momentos en los que permito que todas las situaciones difíciles por las que atravieso hagan lo que quieran en mi mente. Permitiéndome quejarme y dolerme por ello. No, no es para victimizarme, sino para poder escucharme a mí mismo e ir desahogando todo y encontrar, a su vez, respuesta y salida. Ciertamente no puedo culpar a los demás de lo que me pasa. Ciertamente no todo depende de mí y a veces la empatía y amor de los demás se ve limitado por las circunstancias que todos atravesamos.

Este ejercicio mental me permite justamente eliminar ideas negativas que me pueden consumir poco a poco sin darme cuenta. ¿De qué sirve guardar rencor, coraje, odio o tristeza para incrementar lo que ya de por sí es un auténtico malestar? Eso mismo les pregunto a ustedes pero de forma distinta: ¿por qué es que surge siempre la idea de quererse ir cuando atraviesan por problemas? ¿Qué están esperando que suceda cuando regresen? Bien dicen que los problemas saben esperarnos, pero también pueden crecer si no los resolvemos a tiempo. El viaje a Sorrento de Nietzsche es en sí el viaje que cada uno de nosotros hacemos a diario. Un viaje hacia lo que nos permita contemplar el futuro que queremos, pero nos ayuda también a planearlo. ¿Para qué engañarnos si en nosotros podemos encontrar lo que necesitamos hacer? A veces, el viaje es en solitario, a ves es compartido, pero también a veces es de los dos al mismo tiempo.

Viajar al silencio

Ante la ajetreada vida que vivimos actualmente, me parece que debemos realizar a diario un viaje al silencio. Es decir, hacia nosotros mismos. Hay demasiado ruido allá afuera y con ello se va nuestra atención para poder tratar de solución a nuestro malestar. Me parece bellísimo lo que Sacha Guitry dice cada vez que se refiere al músico austriaco, Wolfgang Amadeus Mozart: «Lo maravilloso de la música de Mozart es que el silencio que le sigue también es de Mozart». ¿Qué tiene que ver eso con nosotros? Pues que justamente el silencio que podemos guardar nos hace caer en cuenta que sigue siendo nuestro porque seguimos siendo parte del «recital de nuestra vida».

El silencio del universo que somos

Por todo esto, mi pregunta original de «¿hacia dónde vas?» es una sincera invitación, para que tanto ustedes como yo, nos pensemos nuestro propio viaje a Sorrento y nos permitamos disfrutarlo, pensando que no es otro sino a lo que estamos llamados a ser. Que no tengamos miedo de ello y nos atrevamos a dejar de pensar tanto en los demás, para darnos la oportunidad de pensarnos, ojo, para poder estar luego con quienes nos esperan en el camino.

Un abrazo y feliz fin de semana.