¿Para qué estudié lo que estudié?

«Pequeño es el campo del trabajo, pero no es pequeña la gloria».

-Virgilio

Queridos(as) lectores(as):

En los últimos años, las profesiones se han visto severamente afectadas por las innumerables crisis económicas, laborales, sociales y demás. Hemos llegado al punto incluso de preguntarnos «¿para qué estudié lo que estudié?». Es decir, no es en realidad algo reciente el hecho de que muchas personas a lo largo del mundo se dedican a cosas que ni siquiera estudiaron en la Universidad (suponiendo que estudiaron). Cuántas veces nos hemos enterado de abogados que son empresarios, de psicólogos que tienen un restaurante, etc. No sé, los ejemplos pueden ir desde los más comunes hasta los más absurdos. Por poner un ejemplo, cuando era más chico y podía tomar un taxi, fueron incontables las veces en las que los choferes me contaban que eran abogados, médicos, filósofos, etc. En verdad resulta triste que muchos de esos casos ayer, hoy y mañana, se deban a la falta de oportunidades laborales en esos campos. Porque incluso cuando sí las hay, los salarios suelen ser miserables o en demasía ridículos.

Pero hoy en día estamos atravesando una nueva crisis que tiene que ver más con la idea de vender más que en la calidad y en el profesionalismo para ello. Es decir, de un tiempo para acá han surgido incontables números de «expertos» en las redes sociales que han ido desplazando a verdaderos profesionistas. Los conocidos influencers han salido debajo de no sé qué piedras para ocupar lugares que no les corresponden. Y no pretendo generalizar, porque no dudo que entre tantos sí hay expertos en los temas que tratan. Pero lo alarmante en todo esto es que por tratarse de gente que «arrastra» followers, las empresas y medios de comunicación los usan para (des)informar y mucha gente, que presume de tener un criterio muy elevado por encima de otros que sí están informados, cuestionan y ponen en duda cosas incluso como la ciencia misma para darle paso a lo que estos personajes dicen sin medir las consecuencias y sin evidencias.

Tiempo de especialidades frustradas

Durante el 2020, año en el que la pandemia de COVID-19 azotó con toda su fuerza al mundo, de la noche a la mañana salieron en plataformas como YouTube, Instagram, Facebook y demás, personajes que «daban consejos», «decían qué hacer y qué no», «qué tomar», etc., para combatir «de manera real y eficaz» al virus que le costó la vida a millones de personas. Estos influencers, por su carisma y capacidad de atraer la atención de poblaciones menos exigentes en los contenidos, ocasionaron muchos problemas de los cuáles terminaron por lavarse las manos. Por ejemplo, en EEUU, hubo youtubers que aconsejaban tomar cloro para protegerse del virus. Entre estos personajes escándalo sobre sale incluso la figura del entonces presidente de ese país, Donald Trump. Resultado: miles de personas ignoraron a los médicos y profesionales de salud, tomaron el cloro y terminaron o muy graves o de plano muertos.

¿De qué sirve estudiar una carrera como Medicina, pasar más de 10 años en ello y especializándose, para que venga una persona con ningún conocimiento real en el tema, que sólo se presenta, hace una payasada, sonríe y afirma las cosas atrás de un micrófono y de una cámara? Este tipo de situaciones también llegan a puntos muy serios como lo es la salud mental. Psiquiatras, psicólogos, psicoanalistas, profesionistas que se dedican a estudios formales de la psique humana, a la causas y efectos, son reemplazados por «consejeros» cuya única capacidad consiste en hablar bonito y con frases sacadas de libros de autosuperación (de hecho, en la gran mayoría de estos textos, es muy sencillo identificar el uso que se le da a «aquello que la persona quiere leer» para asegurar las ventas). Consejos tan absurdos como estúpidos de la talla de «si estás triste, no lo estés». Sacar dinero, asegurar cosas que cualquiera puede decir pero que no cualquiera se puede responsabilizar. Eso es lo que el capitalismo salvaje está provocando, sustituir conocimiento y evidencia por ventas y más ventas. No es nuevo, pero ahora tiene más fuerza.

Spiderman, el doblaje y el negocio

Ahora que está por salir la nueva película del vecino amigable, Spiderman: Across the Spider-Verse (2023), hubo un tema que ha dado mucho de qué hablar. Si bien es cierto que se trata de una película animada, los actores que dieron su voz para los muchos personajes que salen en la película en la versión original en inglés, fueron sustituidos (al menos para América Latina) por muchos startalents, influencers y youtubers. Los apasionados del mundo del doblaje se indignaron y preguntaron, con justa razón, ¿por qué no les habían dado esas voces a verdaderos y reconocidos actores de doblaje? En los últimos años, hemos tenido experiencias muy diversas respecto a esto que les estoy comentando. Ser actor de doblaje es una especialización, es decir, primero hay que ser actores, que supone una formación y preparación de 4 años (como la gran mayoría de las licenciaturas) y luego 2 años más para doblaje (1 de teoría y otro de práctica). En varias ocasiones, los startalents se han hecho con el doblaje de algunos personajes (sobre todo de animación). Pienso, por ejemplo, en el caso de las películas de Sonic, el erizo, donde el youtuber mexicano conocido como «Luisitocomunica», prestó su voz al personaje principal, compartiendo créditos con el legendario Mario Castañeda (voz oficial de Bruce Willis, Jim Carrey, Goku, etc.) y otros.

Hubo todo tipo de críticas al respecto, porque se le dio el trabajo a alguien que no trabaja de eso. Aunque a muchos les gustó el trabajo realizado por el youtuber, también hubo molestia por parte de la fanaticada del mundo del doblaje. Regresando al tema de la película de Spider-Man, muchos grandes y reconocidos actores de doblaje en México y América Latina, fueron entrevistados (a veces pienso que de manera mal intencionada) por algunos de los influencers que dieron su voz a los personajes de la película. No recuerdo el nombre del influencer que entrevistó a mi querido amigo, Carlos Segundo (voz de Woody en Toy Story, Alf, Piccoro en Dragon Ball Z, etc), pero cuando le preguntó qué pensaba sobre eso, el emblemático actor de doblaje contestó sin pelos en la lengua lo que muchos sabemos: «Los llaman por sus seguidores, no por su talento». Eso generó opiniones encontradas, pero la mayoría de fanáticos estuvo de acuerdo con «el señor Piccoro».

Dignificar los trabajos, los esfuerzos

Bien dice el dicho «zapatero a tus zapatos» o incluso lo que decía el propio Jesús de Nazareth en los Evangelios: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios». No dudo del talento natural de muchos individuos y que les posibilita hacer a veces incluso mejor que los que lo estudian, pero lo cierto es que hay que saber dignificar y respetar el trabajo que ha significado mucho esfuerzo y sacrificio, además de un sincero compromiso. No podemos, ni debemos, sustituir a profesionistas sólo por la baja y muy mundana idea de sacar más provecho en cuestiones monetarias. Esa prostitución del trabajo es un cáncer muy dañino que puede generar cosas terribles y que terminaremos por lamentar.

¿Qué pasa si un startalent sustituye a un actor de doblaje? Si no es para tanto… Por un lado muy frío podríamos decir que «para hablar cualquiera», pero no se trata de eso. Esa idea simplista y absurda da paso a ideas como «cualquiera puede ayudar a alguien en cosas emocionales», «cualquiera puede hacer negocios». ¿Ustedes estarían de acuerdo que en la operación a corazón abierto la realice un carnicero? Me parece, y quiero creer, que no. En el caso del doblaje, en el caso de la película del Hombre-Araña, al menos se está organizando un complot por parte de los fans para no verla doblada al castellano. Eso implicaría un desequilibrio económico en las empresas relacionadas a su difusión. Y el mercado termina por cerrarse.

Hoy es el trabajo de otros… mañana podría ser el de ustedes.

Carta para un corazón afligido

Querido(a) lector(a), amigo(a):

En esta ocasión, quiero que tengas en tus manos esta carta. Sé que los días están siendo turbios, difíciles, complicados, llenos de dolor y miedo. Lo sé, también los vivo. Es de humanos estar así. ¿Quién dijo que siempre teníamos que estar bien? ¿Qué es eso de bien? Pensamos tantas cosas que muchas de ellas se nos salen de control, permitiendo entonces que se apodere de nosotros la angustia, esa famosa ansiedad que hace que te llenes de sentimientos de impotencia, termines por desesperarte y no logres evitar que la tristeza se apodere de tu corazón. ¿Qué es eso que tanto duele que no puedes poner en palabra? ¿Es que acaso tienes temor de acercarte a otro y contarle tus problemas? ¿Me dices que tus problemas no son nada comparados con otros de otras personas? No sabía que tenías que ser tu juez y verdugo en la validación de tus sentimientos. Y pues no, de hecho eso es algo innecesario y sólo te lastimas más y más. ¿No le importas a nadie? ¿No te llaman? ¿No te buscan? Mi querido(a) amigo(a), ¿cómo los demás pueden ser psíquicos para advertir el gran dolor que acecha tu alma? Yo sé que quizá me puedes decir «es que yo sí…» para señalarme la nobleza de tu corazón cuando te enteras del mal momento que está pasando alguien, que seguramente vas y le tiendes una mano amiga y una escucha maravillosa para tranquilizar esa horrible sensación de abandono. ¿Por qué los demás no son como tú? ¿Qué tienes que hacer para que se compadezcan de ti por un momento? Tantas preguntas que tu tristeza y tu dolor generan en tu cabeza, casi a modo de autocastigo: «¿Ya ves? De nada sirve preocuparte por los que terminan por ignorarte». Ni lo menciones, estoy seguro que ha pasado una o miles de veces ese pensamiento en tu mente.

Quizá seas víctima del desamparo que ocasiona la desilusión por haber confiado «de más» en alguien y que esa persona no cumplió con ayudarte tal y como lo esperabas. Pero, dime algo, ¿qué era o de qué forma esperabas que te ayudaran? Muchas veces creemos que necesitamos que nos abracen, que nos digan «no pasa nada», que nos consuelen, que nos ayuden económicamente. Sí, de acuerdo, ¿pero es exactamente lo que decimos cuando buscamos ayuda? Muchas veces, lo sé muy bien, solemos buscar esperando que el otro tenga la respuesta sin que nosotros le digamos nada. Y cuando no saben qué hacer, cae sobre ellos los infinitos reclamos de tu parte por esa «falta de empatía» hacia ti. Claro, en ocasiones es eso, pero en otras quizá sí es cierto que la gente no tiene la menor idea qué hacer. A ver, ¿se te ha cerrado el mundo? Puede ser que a esas personas también por tu repentina búsqueda. Además, ¿has pensado que también lidian con sus propios problemas y que el rechazo aparente hacia lo tuyo no es sino un modo de defensa para no tener que asumir nuevos problemas? No todos son Superman, no todos son Batman. ¿Quién dijo que podemos con todo en todo momento? Ah, esa espantosa ilusión de poder y control nos llevan al desfiladero de nuestro ego herido.

Se nos olvida que en este mundo de amor podemos ser respuesta y apoyo del otro a todo momento, quizá uno tenga una sugerencia oportuna, otro un momento para compartir, quizá no haya palabras pero sí gestos físicos como un tierno abrazo, etc. Pero para ello, hay que hablar, expresarnos, no tener miedo de algo que nos está consumiendo el alma, pues nunca es lo suficiente como para paralizarnos. Cuántas veces te has quedado dormido(a) después de tanto llorar? Los tiempos y los espacios son tantos que en ellos yacen ausencias y presencias al mismo tiempo. Hay nombres que sólo se repiten sin que haya alguien que responda, quizá ese ser amado ya no está en este plano con nosotros, pero yace su bendita memoria para darnos un determinado consuelo en el momento de la desesperación. Quizá te hace falta saber que te quieren…

¡Y YO TE QUIERO!

Así, sin saber quién eres en el momento de leer esto. Así, sin saber desde dónde. Ignorando tus problemas… pero no el hecho de que has llegado hasta aquí ante esta situación tan difícil que estás pasando. Tu corazón puede que esté afligido, que esté roto, es que alguien antes lo cuidó. Déjame quitarme la máscara de aparente bienestar que la gente me ha puesto, a veces con mi permiso, y que cubre mi vulnerabilidad. Déjame decirte que sí, tampoco estoy bien. Que ahora que venía manejando por la ciudad, hubo un momento en el que la tristeza me invadió y me hizo pensar que, no sé, sería bonito leer algo como esto que estoy escribiendo para ti. Pero no siempre es lo que uno quiere lo que recibe, pero sí puede ser que podamos darlo a los demás. Y aquí estoy, vinculando este momento en el que la desolación personal se topa con la tuya. No estás solo(a), no estoy solo. No estamos solos. Insisto: en este mundo de amor, lo mejor que podemos hacer es abrir nuestro corazón y confiar, que quizá habrá oídos que ignorarán nuestro llamado, pero habrá corazones siempre dispuestos a cobijarnos y hacernos sentir un poco mejor.

No desesperes, pero si lo haces, desespera con la convicción de que no todo es malo, que las cosas llegan en su momento justo. Date la oportunidad de llorar fuerte, de mentar madres, de sacar eso que tanto duele. Perdona empezando por perdonarte a ti mismo(a). No seas tan duro(a) contigo. Ya es suficiente con las cosas que se salen de control como para que te metas el pie también.

Es momento de llorar, pero luego es momento de seguir descubriendo, de seguir experimentando la vida. Y si la soledad te consume, recuerda que no es una prisión, sino un momento en el que tú sabes hasta cuándo estar. Busca, pero deja que te encuentren también.

Gracias por leerme, no sabes lo mucho que me ayudaste.

¡Aquí estamos, resiste!

Atte.

Héctor

P.d. Por favor, quizá alguien podría necesitar de más palabras amables en estos momentos. Si te ha servido esto, te pido que dejes un comentario para que esa persona pueda leerlo. En verdad no sabes cuánto pueden ayudar tus sentimientos reflejados en la sinceridad de tus palabras. Y, por favor, comparte también esto que has leído.

Saber decir «no»

«Me rebelo, luego somos».

-Albert Camus

Queridos(as) lectores(as):

Justo vengo regresando de una entrevista que me hizo una querida amiga (ya les diré luego dónde la podrán ver y escuchar) para su podcast. Abordamos el tema de la inmediatez. Tocamos para ello varios temas que, a mi creer, son importantes para considerar. En un momento, se me preguntó que si tenía algún consejo para lidiar con la inmediatez, por lo que solté algo que justamente he estado trabajando a nivel personal y con algunos de mis pacientes: decir «no».

¿No? Así es. La inmediatez es un fenómeno que nos está desbordando al los seres humanos en distintas cosas día a día (aquí puedes leer un poco más sobre esto). Pero uno de los principales problemas al que nos enfrentamos es la incapacidad o imposibilidad de tener, irónicamente, tiempo para nosotros y lo nuestro. ¿Tienen aplicaciones en sus celulares de bancos, supermercados, servicios, etc.? Lo más seguro es que sí, por lo que les pediré que se enfoquen en las de supermercados. Sí, puede ser (para algunos) maravilloso no tener que ir a hacer las compras, sin embargo, ¿han pensado que el que ustedes pidan por esas aplicaciones no hace que reciban sus productos a la hora que ustedes quieren? Es decir, con toda la facilidad del mundo pueden programar la entrega, pero por lo general, o pasan unas horas o de plano hablamos de un día para que reciban sus pedidos. ¿Y qué pasa si por alguna razón tienen que salir y no tienen contemplado a qué hora regresan? Simple y sencillamente, tendrán que esperar a que regrese, cuando se pueda, el servicio. Así que muy de inmediato y seguro no es…

Siempre dispuestos

Ya habíamos hablado en encuentros anteriores de lo peligroso que es llevar las cosas a los extremos. En esta vida, no es recomendable ser ni optimistas ni pesimistas, sino realistas. Ojo, no estoy diciendo que no tengamos ilusión o esperanza de algo mejor o que nos convenga, hay que serlo a su justa medida, por ello es que conservar los pies en la tierra y pensar con la cabeza fría, nos ayuda a dar las debidas proporciones a las cosas que esperamos. En México, al menos, es muy difícil o al menos complicado que alguien diga «no», porque existe un mandato demasiado clavado en el inconsciente colectivo, de «ser amables, de ayudar, de echar la mano», cosa que ha permitido una degradación de las intenciones y una intensificación del abuso. «Das la mano y te jalan del pie». Y cuando se trata de familiares y amigos, la cosa empeora. ¿Cómo le dices que no, que no puedes, que no quieres, ayudarle a tu abuelita en esto? ¿Cómo le vas a decir que no a tu amigo cuando la otra vez te ayudó? Queridos(as) lectores(as), ¿están viendo cómo la culpa es una realidad que se mezcla de manera muy sutil con las acciones? ¿Qué tanto hacemos las cosas porque queremos, porque podemos, porque nos sentimos en deuda/con culpa, etc.?

Cuando tenemos esa idea de estar siempre dispuestos, puede ocasionar en nosotros profundos malestares y problemas que ni siquiera lo eran. Pienso, por ejemplo, cuando un ser viene a nosotros a pedirnos dinero, quizá no le podamos dar la cantidad exacta, quizá sea en parte porque estamos cortos de dinero, pero lejos de decir «no», movemos cielo mar y tierra, y aunque sea un porcentaje de lo que pidió, se lo damos. Y ahora entramos en un problema de que nos falta esa cantidad de dinero para lidiar con nuestros pendientes. El problema aumenta cuando el «luego te lo pago, a la primera oportunidad» se vuelve parte de un discurso de prórroga. Ya no existe la desesperación por conseguir el dinero, por lo que, aunado a la «confianza» que existe por ser familia o amigos, el deudor se da el lujo de hacer que el otro espere ahora. Ya que es curioso que en la gran mayoría de las veces, por pena, por vergüenza, por cinismo o por desgraciados, en vez de hablar con la persona que les prestó para explicarles que no tienen todavía el dinero por x o y razón, hay quienes se esconden, no contestan mensajes ni llamadas, hacen como que no pasa nada y, lo que es peor, cuando se les pide el pago, se indignan y hasta se ofenden. Y el que prestó, se las ve negras ahora para cumplir con lo suyo.

La imagen que damos

Hay que advertir que el ser humano está estrechamente ligado con la imagen, con la idea que quiere dar respecto a su ser, a su modo de vida, etc. Por lo que cuando tiene o tenemos la posibilidad de ayudar, lo hacemos «con todo el amor del mundo SIN ESPERAR NADA A CAMBIO». ¡Por supuesto que no! Siempre existe la espera aunque sea de un «gracias», de una sonrisa o de una alabanza por parte del que ha sido salvado por nuestra misericordia y bondad. El reconocimiento es algo que aflora en lo más profundo del inconsciente. Si decimos que «no», al contrario, creemos que generamos una idea o imagen muy negativa sobre nosotros: que somos malas personas, que qué mala onda, que qué miserables, etc. Y eso, curiosamente, resulta insoportable para el ego herido de nosotros.

Pero, ¿qué pasa cuando el poder decir «no» también va hacia nosotros mismos? Es decir, ¿nos es fácil decirnos que no a placeres, a vicios, a caprichos? ¡Qué difícil es tener el dinero y no poder usarlo en lo que queramos cuando queramos! ¡Prudencia, mis amigos, prudencia! El tener dinero, el tener los medios o las facultades para lograr algo, para poder tenerlo, no implica nunca que sea una exigencia del ya. En México usamos la expresión «se ve que te quema las manos el dinero» cuando una persona se desespera por comprar cosas, y que en muchos casos lo hace tan imprudentemente que termina gastando más de lo que tenía. Total, el famoso tarjetazo, ya me preocupo después. ¡Qué necesidad de estar sufriendo de a gratis! Pero, no, de hecho no es así de fácil. La famosa expresión «sufres porque quieres», en psicoanálisis la tenemos PROHIBIDA. Siempre hay un por qué detrás de lo que hacemos, que puede ser consciente o inconsciente, pero que hace que nuestras acciones muchas veces se hagan «por hacer». Podríamos pensar tantas cosas del sujeto que «desperdicia» su dinero y no entender o tener claridad de ello.

El «no», por tanto, es una palabra que nos ayuda a tener prudencia, a actuar con calma y poder contemplar los escenarios en torno a determinada situación. Tampoco se trata de decir que no de manera inmediata y sin pensar, hay que ser prudentes, aceptar que no siempre se puede todo y que hay ocasiones en las que no podemos ni debemos hacer o decir algo. Y, recuerden, quien vive de imagen, que no se arrepienta después de que no lo vean más allá de eso…

¿En qué carajo pensaba, Dr. Freud?

«Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice».

-Sigmund Freud

Queridos(as) lectores(as):

En esta ocasión, quiero aportar algo de mi cosecha respecto al Psicoanálisis. ¿Ciencia? ¿Técnica? ¿Arte? ¿Estilo? ¿Fraude? Y un largo etc. Hay quienes defienden a capa y espada al psicoanálisis en tanto (único) medio para lidiar con lo personal, con lo propio, con fantasmas y demonios, con deseos y terrores. Hay quienes lo atacan con críticas muy severas, mismas que me limitaré a decir pueden ser debatibles, tanto como lo es posible cualquier cosa entre los hombres. Sobre esto encontraremos una auténtica y muy vasta paleta de colores respecto a opiniones, aprobaciones, reprobaciones, etc. Pero, sea como sea, la gente habla del Psicoanálisis y cada vez más. Para bien o para mal -recordando a Oscar Wilde- lo importante es que hablen de uno.

Tantas veces que me he visto en interminables pláticas donde la curiosidad se vuelve un severo y rudo juicio inquisitorial. Hay quienes quedan maravillados, otros horrorizados; hay quienes oyen y otros que escuchan. Quizá lo que evoca tanto en las personas es la morbosidad de querer ver qué hay en la oscuridad sin el recurrir a la luz. ¿Qué podemos encontrar en lo más profundo de uno mismo? ¿Qué clase de silencios son escándalos? Tal como una amiga me decía ayer, «¿en qué carajo pensaba ese Freud?», a veces yo también me lo pregunto. Porque para ser ciertos, no existe ni existirá psicoanalista que dé una respuesta jamás dada en totalidad. Pero lo que sí puedo asegurar es que sea lo que haya sido que Sigmund Freud pensara, nos dejó pensando a muchos y eso, hoy por hoy, es algo extraño y hasta en peligro de extinción.

Lo que damos, lo que nos quitan

Quienes hemos pasado por este sendero del Psicoanálisis, nos queda más que claro que ya no somos los mismos. «Es de valientes aventarse un brinco al abismo y sin paracaídas», escuché alguna vez en una reunión con colegas. Nietzsche, parafraseando, decía que teníamos que tener cuidado de mirar al abismo, ya que éste ya ha mirado dentro de nosotros. ¿Por qué será que la psique humana siempre tiene un aroma de pesimismo, de terror, de algo negado y hasta en ocasiones prohibido? Si partimos del uso de las palabras y en su revisión, caemos en cuenta que siempre usamos palabras «oscuras» para definir. Por ejemplo, abismo (profundidad/miedo/angustia/), con esto es más que suficiente. Hace tiempo, noté que G, al momento de estar en el diván, cada vez que estaba por «tocar fondo» en su discurso, movía su cabeza de tal modo que pudiera verme. «¿Por qué me está vigilando, G? -le pregunté. A lo que me respondió de inmediato y sin dudar «¿qué tal si no sigue aquí?». Cualquiera podría pensar que ese miedo, esa duda, es injustificado, pues en un consultorio donde sólo hay una puerta y donde al cerrarse sólo había dos personas, es imposible que fuera de otro modo. ¿Pero quién está ahí con G? ¿Yo, Héctor Chávez? ¿Alguien más? ¿Quizá una ausencia que ocasionalmente se disfraza de presencia o viceversa? Parece que G estaba ahí, en soledad, arrojado a la existencia, flotando…

La barca de Caronte (1909), de José Benlliure y Gil

La figura del psicoanalista siempre me ha resultado algo especialmente fascinante; figura que comparto opinión con muchos colegas que se asemeja, por un lado, con Caronte, y por el otro con Virgilio. La mitología griega nos decía que Caronte era el encargado de transportar a las almas a través del Aqueronte, siempre y cuándo tuvieran una moneda para poder pagar el viaje. «Sin dinero, no hay análisis», podríamos decir y así es, porque algo se gana y algo se pierde. El valor de cada cosa depende de cada uno. El analista, en su labor de barquero, lleva en el diván al paciente a través de la tempestad de las dudas, el miedo, el dolor, pero también no descuidemos que toda alegría, toda pasión, sin prudencia pueden terminar mal. Justo ayer, en una devolución a A, le decía «de nada sirve ser valiente si no se es prudente». De hecho, la etimología griega de Aqueronte nos explica que es «río de dolor». Cuando las pasiones se descontrolan, hay dolor asegurado. Debe haber alguien que ante tanta exaltación existencial, logre controlar, contener y mantener la barca estable para llevar al pasajero a puerto. El viaje no es fácil, nadie prometió que lo fuera.

En un viaje compartido

La otra figura que puede simbolizar al psicoanalista es la de Virgilio, aquel antiguo poeta que en la Divina Comedia guió a Dante a través de los círculos del Infierno. Lo curioso no es que el compañero fuera un poeta, sino que fuera precisamente un acompañante en un viaje no tan placentero a través del dolor y las lágrimas. ¿Quién está dispuesto a decir «yo voy» a un viaje que no ofrece recompensas inmediatas? No es tan fácil ni sencillo jugar a ser viajero. «¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!», rezaba un señalamiento a la entrada del Hades. Pero, ¿será que el analista es el mismo demonio que abre la puerta a ese lugar de «tormentos»? En la famosísima novela de Bram Stoker, Drácula (1897), el Conde al recibir a Jonathan Harker en su castillo le dice: «Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae». Sutil invitación que se resume en una tres palabras que ofrece el analista al analizando (paciente): «Qué tal, pase». Esa felicidad que menciona el demoniaco ser, me es obligatorio advertir que no es sino una cortina, un auto-engaño que se interpone a un «estoy bien… pero». Al entrar al consultorio, se deja atrás el engaño, la máscara, el personaje que inventamos, para que podamos entrar las personas, aquellos que lloramos, aquellos que tememos, aquellos que sonreímos, aquellos que amamos, etc. Virgilio nos dice: «Todo lo vence el trabajo rudo y la necesidad aguijoneada por las adversidades».

Dante y Virgilio en el Noveno Círculo del Infierno (1861), de Gustave Doré

Se puede entrar sonriendo y salir llorando; entrar sin esperanza y salir renovado, sea como sea, se entra para poder seguir siendo sin cadenas, avanzando por la vida sin negarla y aprendiendo que no todos los días tienen que ser soleados y frescos, que no todas las noches tienen que dar miedo en el corazón de los hombres. En efecto, ¿en qué carajo pensaba Freud? En tantas cosas que me hacen, al menos a mí, admirarlo y respetarlo, porque no fue fácil empezar por él mismo, no fue fácil ser él mismo, no fue fácil atreverse a ser barquero y acompañante, no fue fácil aventurarse a lo desconocido. De hecho, él, con toda humildad, expresaba: «He sido el hombre más afortunado: nada en la vida me ha sido fácil».

Cuando llegue el momento

Queridos(as) lectores(as), yo sé muy bien lo que una resistencia puede significar a la hora de «aventarse» a una experiencia como ésta. Créanme que entiendo el miedo que existe a encontrarse con los demonios del alma, a enfrentarse a las palabras temidas por no ser expresadas y es por eso que les digo: no están solos. Esta vida no es sencilla, todos cargamos con pasados concretos, con cosas hermosas y terribles, con momentos inolvidables y otros que pretendemos que sí los olvidamos, pues la vida no es ni buena ni mala per se, es sólo que al ser protagonistas de ella, parece que nos toca un papel que representar: a veces somos los buenos, a veces los malos, a veces héroes y a veces villanos, en ocasiones víctimas, en otras victimarios. Pero, sea como sea, en esta vida estamos juntos, pasando por desafíos constantes, que a pesar de todo, no deben ser más que nosotros mismos y que nos nieguen la posibilidad de mirar agradecidos todo lo que hay por hacer y por decir. Porque, además, nada ni nadie puede ocupar el lugar que ustedes ocupan.

Una vez en el diván, dejen que Caronte los lleve hasta Virgilio, y se darán cuenta al final, que el viaje se tomó una pausa, que ya no pesa tanto el cuerpo, y que hay nuevos senderos por recorrer. Cierren los ojos y que de ellos salga todo. Mas nunca cierren el corazón, pues también necesita siempre de aire fresco. De luz. De esperanza.

¡Buen viaje!

¿Te gustaría analizarte conmigo?

Escríbeme: psichchp@gmail.com

Somos tan jóvenes, Sargtrr…

«Más reinos derribó la soberbia que la espada; más príncipes se perdieron por sí mismos que por otros».

-Diego de Saavedra Fajardo

Queridos(as) lectores(as):

En verdad que hay veces que la vida nos guarda ocasiones para darnos cuenta de lo que fue, pero sobre todo de lo que fuimos. Hace unos días, un amigo me invitó a un seminario que está dando sobre el existencialismo francés. Sus alumnos son de licenciatura en Filosofía. Le dije que con todo gusto, pero que me reservaba a opinar o participar, que yo sólo quería escuchar. Una vez en el salón, me fui para la parte de atrás. Poco a poco fueron llegando los alumnos hasta que pude contar 17 asistentes. Mi amigo empezó compartiendo algunas líneas de pensamiento importantes para poder seguir con los temas que habían quedado -me imagino- pendientes en clases anteriores.

Cuando preguntó que si tenían alguna duda, uno de sus estudiantes levantó la mano y tras habérsele dado la palabra, comenzó preguntando: «Disculpe, ¿pero qué fue lo que dijo sobre lo que comentaba Sartre…». No tuvo tiempo de poder acabar su pregunta, ya que otra compañera interrumpió gritando un poco afectada: ¡Se pronuncia «Sargtrr»! El joven en cuestión había pronunciado el apellido del filósofo francés tal y como se escribe. Cosa que al parecer molestó a la chica, ya que hasta para decirlo le noté un acento francés para ello. «Sí, bueno, SARGTRR…», refunfuñó molestó. Los comentarios no se hicieron esperar y escuché uno que otro «ay, ahí va esta mamad…ra». Lo demás que sucedió no tiene importancia en nuestro encuentro de hoy.

Destacar

Sinceramente me dio mucha risa eso que pasó sólo por la incorrecta pronunciación del alumno. Pero, Héctor, ¿no se supone que si estás estudiando algo, tienes que hacerlo bien? Claro, no cabe la menor duda. Sin embargo, para esto recuerdo al querido Dr. Carlos Kramsky Steinpreis, quien solía «cambiarle» el nombre a los filósofos que íbamos viendo con él. Pienso, por ejemplo, cuando tocó el turno de René Descartes (que siguiendo la exigencia lingüística de la compañera, se pronuncia «Decárt»), él sin hacer gran cosa sólo se «atrevía» a decirle: «Nuestro muy respetado Renato Descártes… ¡aplausos!». Nombres y pronunciaciones. Y, en efecto, esas exigencias me parece que se quedan muy en lo personal. Ah, pero lo que también es personal es que TODOS en algún momento hemos querido sacar a lucir nuestro conocimiento sobre algo. Y sí, se llama «necesidad de reconocimiento». Pero para fortuna de nuestro ego, el filósofo alemán, Wilhelm Friedrich Hegel, sostenía que el ser humano tiene una tendencia natural a buscar ser reconocido por el otro… PERO… descuida que el otro también está esperando ser reconocido.

Cuando digo que TODOS hemos pasado por eso, por supuesto que me incluyo. Y me parece que es normal, entendible, que como alumnos en la universidad, exista una cierta competencia inconsciente (aunque en muchos casos bastante consciente) entre todos. La humildad, sobre todo en este tipo de carreras como lo es Filosofía, es una palabra que se va aprendiendo con en el paso de los años y tras ser apaleados y centrados por gente que sí sabe más que nosotros. ¿Pero está mal en verdad tratar de destacar del resto? No, de hecho es algo bastante esperable en la natural y bien demostrada puja de poder. ¿Quién es quién? Pero no tratemos de justificar esta arrogancia y soberbia de una manera tan simplona. Porque en esos escenarios está bien que exista el pensamiento y el comportamiento arrogante (que demuestra muchas inseguridades), pero lo que nos debe llamar la atención es que no se vaya diluyendo con el paso del tiempo y, por el contrario, pareciera que se acentúa más y más.

Una atención negada

Muy por el contrario de lo que opinan otros colegas, yo me atrevo a sostener que la arrogancia y la soberbia son cosas muy necesarias para el correcto desarrollo profesional y personal de las personas. Es decir, muchas veces necesitamos que le pongan freno a nuestro pretencioso narciso que llevamos dentro. Nada mejor que «pegarse de frente con la realidad» para dejar de seguir viviendo en el error. No se puede tener una virtud sin que se conozca el otro lado, me refiero al vicio o a «esas cosas no deseables en una persona». ¿Pero qué pasa cuando ya van varios topes y topes con la realidad? En definitiva hay algo que no está bien, algo que estamos haciendo mal, algo que no estamos viendo… ¡la soberbia y la arrogancia son gritos pidiendo atención! Una vez más, se trata de un asunto de mirada, de asumirse parte de un mundo en el que estamos muchos pero que cada uno tiene su propio espacio. Por eso es que hay mucho adulto que sigue comportándose como un adolescente (que a-dolece) eterno.

Esta necesidad de atención tiene muchas formas de exigirla, pero de las más comunes son esas en las que uno tiene que exaltarse por encima de los demás. Pero una vez estando allá «arriba», ve a los demás hacia abajo, los ve menos, aunque no es que ellos lo sean, sino que se sabe parte de ese grupo, que nada más está arriba de manera momentánea mientras que los demás le miran hacia arriba. La ley de la gravedad nos ayuda a entender que todo lo que sube tiene que bajar, tarde o temprano así será. Quizá el problema radica en la desesperada intención de quedarse por encima de los demás y evitar mostrar cosas que los demás no «deben ver». Son momentos en los que se quiere tener «el micrófono», ser el centro de atención, ser el que busca ser visto, ser escuchado, ser tomado en cuenta. ¿Aplausos? ¿Veneración? Sí, pero es más profundo que eso. Curiosamente los que más ruido llegan a hacer son a los que más los han tenido en el silencio, en la soledad y, en muchos casos, en el terrible olvido.

Quizá lo más correcto hubiera sido dejar que el compañero terminara de hacer su pregunta, y en otro momento a solas, decirle a modo de consejo: «se dice así». ¿Qué ganaría la chica? Ser vista, ser escuchada, ser tomada en cuenta, pero no de forma exigente, sino con agradecimiento y compañerismo. En fin, no digamos más sobre el deber ser porque abrimos un debate interminable y no estamos para pelearnos sin sentido.

*Perdón por las veces que seguramente fui un hígado (así decimos acá en México para decir «perdón por ser un cabrón»). También se vale ponerme freno cuando sea necesario. Y lo agradeceré mucho.

Ayudas que perjudican

«Solía pensar que la peor cosa de la vida era terminar solo. No lo es. Lo peor de la vida es terminar con gente que te hace sentir solo».

-Robin Williams

Queridos(as) lectores(as):

Antes de iniciar con este encuentro, quisiera agradecerles por la acogida que le dieron a la trilogía de «Fragmentos de una vida», aunque sé que no han sido para nada fáciles de asimilar. He recibido varios comentarios donde me comparten que en algunos casos se han identificado, otros donde saben de historias así, en los que me dicen «yo lo viví, lo vivo». Y en verdad que siento con el corazón y el alma cada una de esas lamentables vivencias. En fin, les pido que no se rindan, resistan, y si es posible y necesario, busquen ayuda, no deben bajo ninguna circunstancia pasar tanto dolor y tristeza de manera solitaria. ¡No están solos(as)!

Y precisamente sobre el tema de buscar ayuda que quisiera compartir algo que he estado revisando y comparando con otros colegas comprometidos con la salud mental. ¿Qué pasa cuando no hay dinero para poder hacerse con los servicios de un profesional para poder tratarse? De un modo u otro, existen «recursos», existen medios para poder intentar probar la dulce miel del desahogo. Pero, ¿qué pasa cuando esas herramientas pueden causar más daño que bienestar?

Llamadas de madrugada

Hace unos días, J me comentó que pasó por una crisis terrible en la madrugada. Esta persona vive sola y si bien está yendo a psicoanálisis, hay momentos en los que «no se puede hacer nada». ¿Qué hacer? ¿A quién se podía recurrir en la madrugada? Por ahí alguien le comentó que existe una línea telefónica de 24 hrs en la que se puede solicitar «apoyo terapéutico» en casos de crisis. Dicha línea, por cierto, se «especializa» en controlar y evitar toda idea de suicidio. Así que no lo pensó más, buscó el número y llamó. «Toda noche oscura del alma, acontece a las 3 de la madrugada», no sé quién lo dijo, pero parece cierto. J me comentó que apenas y podía hablar por el sentimiento tan profundo que le ahogaba, por lo que cuando escuchó una voz del otro lado del teléfono, sintió un profundo alivio. Quiero pensar que esas personas que trabajan (y que supuestamente les pagan), tienen una carrera en relación con cosas psicológicas. Sin embargo, J empezó a llorar del otro lado del celular durante nuestra llamada. «Me dijo que qué tenía, que respirara, que le ECHARA GANAS… que le contara lo que estaba pasando». ¿Y luego? Me dice que la voz era de una persona ya grande, quizá unos 50-60 años, que «parecía que estaba quedándose dormida». J me dijo que le comentó que se sentía muy sola, que incluso se sentía rechazada… ¡y empezó a escuchar que la otra persona estaba roncando!

Peligros con «título»

Qué peligroso es querer jugarle al experto sin medir las consecuencias de ello. Quien piensa que puede «ayudar» al otro porque habla bonito, porque se leyó un libro de filosofía de calle, porque se le alumbró la vida cuando se fue a un retiro de 25 mil pesos a Cancún, no considera en verdad el riesgo de no conocer la teoría, los modos, los medios, las formas y, sobre todo, la responsabilidad que se tiene con la psique de la otra persona. Lo he dicho y lo seguiré diciendo, los famosos coachings, esos que tienen nombres en demasía extraños y pedantes, tales como hermenéuticos, ontológicos, metafísicos, dialécticos, etc., que dicen «enfocarse en la persona para ayudarle a trascender», no piensan que la gente en crisis no está buscando trascender, sin poder respirar sin dolor, poder vivir a pesar de las circunstancias. Por eso es que los únicos que pueden ofrecer servicios de salud mental son todos los que hacen carrera, tienen formación, estudios serios sobre la psique.

No me mal interpreten, pues también existen los coachings empresariales y esos son otra cosa muy distinta y que puede que funcionen más para la meta que se trazan. ¿Qué hubiera pasado si J necesitaba que el «profesional» de esa línea de «apoyo» le ayudara para evitar suicidarse? Si le estaba diciendo que se sentía sola, rechazada, y se quedó dormido… ¡qué barbaridad! Afortunadamente J pudo hablar con un vecino que vio que estaba despierto y, si bien no es un profesional de salud mental, cumplió con ofrecerle acompañamiento.

Estos programas tienen que ser revisados a profundidad, contratar a gente que realmente tenga estudios, que existan turnos para que puedan descansar también. Pienso en ese supuesto profesional, y aunque no lo crean, sí considero que la edad, la hora, el cansancio y pues a lo que se dedica, no son lo mejor en la suma de factores para lograr algo bueno. Yo sé que sí puede haber gente preparada en esos servicios, pero quizá son los menos. Y eso por supuesto que pone más en riesgo la vida de los que hablan que el poder ayudarles.

Fragmentos de una vida (3/3)

«Todo el mundo quisiera vivir largo tiempo, pero nadie querría ser viejo».

-Madame Swetchine

Queridos(as) lectores(as):

Ya hemos visto algunos casos ficticios que atienden a la niñez y a la adolescencia, por lo que ahora toca poner la lupa sobre la vejez. ¿Se puede hablar de malestar psicológico en esta etapa? Por supuesto que sí, pero tal y como hemos visto en las entradas anteriores, hay abuso y violencia que se cometen contra los adultos mayores que es en verdad alarmante. ¿Por qué existe ese malestar, ese temor, de llegar a ser viejo? Podríamos empezar por el hecho de que cuando uno envejece comienza por desaparecer. En esta alocada y desenfrenada época en la que si no hacen cosas productivas, las personas son simplemente desechables y reemplazables, el crimen que se comete contra los ancianos puede resultar en demasía escalofriante. El siguiente fragmento ficticio nos introduce a una confesión por parte de un anciano que busca entender qué sucede con su vida. Qué le sucede a los demás…

Mi nombre ya no dice nada

… es tan extraño.

Me resulta difícil aceptar que los años en verdad pasan y hacen que cada uno de nosotros vayamos perdiendo facultades para hacer cosas; que vayamos siendo más y más desplazados al punto del olvido. ¿Qué hicimos para merecer esto? Mis huesos son tan frágiles que tengo miedo de hacer algo que me ponga en riesgo de romperlos. Mis reacciones son torpes y en ocasiones mi cuerpo olvida que las tiene. Un escalón termina por ser un cruel enemigo, y cada día se le suma otro, y otro, y otro. Voy a un lugar a reunirme con mis seres queridos, pero no entiendo qué es eso de «escanear el código QR»; que debo hacerlo con la cámara de mi celular, que con tal aplicación. Cuando les digo que no puedo, que si tienen una carta física, a veces con amabilidad me traen una, otras rechinan los dientes y con fastidio simplemente me dicen «no hay». ¿Acaso mi equivoco en la manera de pedir las cosas? Extraño aquellos días en los que las visitas no paraban en casa; mis nietos corriendo de aquí para allá, siempre al pendiente de lo que el abuelo les tenía. Pero un día, los dulces y tiernos niños crecieron y se volvieron jóvenes o adultos «responsables», que dicen priorizar las cosas. Entiendo, entiendo, ¿pero ni un minuto hay para una llamada para saber si estoy bien, para decirme «hola»? Cada vez es menos frecuente el hecho de que me sienta útil para los demás. Un día se rompió una bombilla de luz, así que fui por mi vieja escalera para cambiarla, pero sólo recibí regaños, que después lo hacían, que después alguien más lo hacía. Ya van 3 semanas y sigo sin tener luz en mi cuarto por las noches.

Hay cosas que no logro entender a la primera. Reconozco que no sé, que me cuesta trabajo, por lo que acudo a mis hijos o a mis nietos para que me expliquen. Pareciera que me hablan en chino, pues dicen muchas cosas que no sé exactamente a qué se refieren. Y cuando les vuelvo a pedir que me repitan lo que hay que hacer, se enojan y fastidian. ¡Es que cómo no entiendes esto tan fácil! -me gritan. Los recuerdo que estaban aprendiendo a caminar y que, una y otra vez, ahí estuve para ayudarles, para darles confianza, para animarlos y que no lloraran. Hoy parece que en verdad no tienen tiempo para mí. Ellos no lo saben, pero cuando se van, cuando me demuestran que es «una pena» el venirme a visitar cuando se acuerdan que todavía respiro, lloro acompañado de mi querido y noble Max, mi viejo perro, que quizá entiende más mi situación. Pero él no se va, aunque me da miedo el día que se vaya… ¿y si me voy primero? ¿Quién lo verá y atenderá? Si no tienen tiempo para una persona, ¿qué puedo esperar que tengan para un perro viejo? El amor se va difuminando, el interés también. Cuando ya no queda nada material que dar, ya no queda nada amoroso que compartir.

Lo que más me duele es que digan que estoy mal, y quizá tengan razón, pues sólo veo lo mal que los eduqué y preparé para cuando yo ya no pudiera por mí mismo. Pasé de ser el padre, el abuelo… a ser un objeto que adorna y que estorba. Lo más cruel de esto es que a veces pienso que quizá el morir no esté tan mal cuando ya no es posible o deseable vivir.

La soledad de los ancianos

Yo crecí en una familia de gente mayor. He ido a más velorios que a bautizos. Y no, nunca se va haciendo más fácil el decirle adiós a quienes conocí desde niño. Confieso que en ocasiones también me desespero por la frustración de ser el más joven y el que «más está», pero es lo que me ha tocado vivir. Al escribir este fragmento de una vida, pensé mucho en las veces que he sido cruel y poco amoroso con quienes siempre me ofrecieron seguridad y cuidados. Estoy mal. Pero, ¿qué me dicen ustedes? Cada día vamos normalizando esta crueldad que cometemos con la soledad de los ancianos. En efecto, el tiempo pasa y ellos han ido perdiendo mucho en el proceso. Ya no hay bromas, sólo preguntas que se repiten una y otra y otra vez. ¿Qué será verse en un espejo y no poder reconocerse? ¿Qué será estar confundidos, ser niños de más de 80 años y en algunos casos buscar con miedo a la mamá, al papá, a los hermanos, que ya no están?

Si en la infancia y en la adolescencia descuidamos tantas cosas vitales, ¡qué poco nos damos cuenta del desprecio por personas que todavía viven! Llegar a esa edad no es tan fácil como se puede creer, yo diría que hoy por hoy es hasta un privilegio, pues cuántos mueren en verdad muy jóvenes. Hay cosas que no agradecemos poder ver para poder evitar, pues cierto es que hay que saber llegar a la vejez. Pero… ¿qué pasará cuando seamos nosotros los que confesemos cosas así y olvidemos que alguna vez lo permitimos en otros ancianos?

Qué mal estoy.

Qué mal estamos.

La vida del ser humano es digna desde la concepción hasta cuando se cierran los ojos por última vez. Hay que atesorarla, protegerla, respetarla. ¿Estás llorando, amigo(a)? Perdóname, pero es cierto que la verdad duele y más cuando hemos querido evitarla.

(ADVERTENCIA: ESTOS FRAGMENTOS HAN SIDO ESCRITOS CON LA INTENCIÓN DE EXPONER SITUACIONES ESPECÍFICAS QUE NO TIENEN COMO TAL PERSONAJES IDENTIFICABLES CON PERSONAS CONOCIDAS. LO QUE AQUÍ SE NARRA ES UNA HISTORIA FICTICIA, NO HAY NADA DISFRAZADO. SÓLO ESTÁ EL DOLOR Y LA IMPOTENCIA DE ALGUNOS QUE NO DEBE SER CALLADA, NI PERMITIDA NI SOLAPADA)

Fragmentos de una vida (2/3)

«Cometer errores graves en la juventud es como desgarrar el vestido que va a usarse toda la vida».

-Honoré de Balzac

Queridos(as) lectores(as):

Es momento de continuar con esta pequeña serie de textos que he escrito para abordar distintos temas que afectan al ser humano y que, a modo de denuncia, espero sirva para que se reflexione y se hagan cosas para evitar seguir repitiendo estos errores. En esta ocasión, abordaremos un relato sobre una joven ficticia, cosas que «ha puesto en su diario» y que, insospechadamente, se volvieron el único lugar donde se podían hablar.

En un mundo esperanzas e irresponsabilidades

Francamente no sé qué les sucede a mis papás. Cuando no es esto, es aquello. Siempre están jode y jode con la forma en la que me visto, la forma en la que me llevo con mis amigas, que si el tipo de la otra noche nada más me quiere por mi cuerpo y que si nada más soy un dolor de cabeza para ellos. ¡Son imposibles! En fin, ¿qué te digo, mi amado diario? Las cosas son así, ya perdí la esperanza que un día cambien. No aguanto más por el día en el que me pueda largar de esta casa y que dejen de estar chingando con eso de «mi casa, mis reglas». ¿¡Es que acaso también estar bajo el cielo es estar bajo su techo!? No entiendo por qué yo soy siempre con quien se descargan, porque con el tonto de Alberto, mi hermano mayor de quien te he contado, no hay nunca nada malo, sabiendo bien que es un patán, un cretino que se la pasa cogiendo con cuantas se le cruzan en el camino, ni va a la universidad y se la pasa todo el día fumando y tomando en casa del depravado de Javi, ese inmamable tipo que se dice su mejor amigo. Y claro, ya sabes que cuando digo «fumando» no me refiero exactamente a cigarro común y corriente. ¡Pero cómo puede ser que el «perfecto» del hijito adorado se puede equivocar! Todavía el cabrón tuvo los huevos de decirle a mi papá que yo había sido la responsable de darle en la madre a su coche y sin pensarlo dos veces a la que jodieron fue a mí. ¡Cómo me tienen harta esta familia de culeros!

Pero bueno, no todo es malo. A veces pienso que lo mejor que puede pasar es que mi novio se arme de valor y me cumpla eso que siempre está mame y mame de «vamos a casarnos y que nunca me va a faltar nada». Pero no, siempre es muy fácil hablar y no llevar nada a la acción. Aunque me he sentido un poco rara últimamente. He tenido ya por varios días fiebre, manchas blancas en la lengua, manchas rojas en los brazos, los ojos irritados, no siento la mínima energía para poder hacer mis cosas… Ya le conté sobre esto a Estefy, dice que tal vez es parte de esos días nuestros. Que no es para tanto, que no me altere. Pero cada día me siento peor. Sobre todo, me duele mucho cuando voy a orinar. Los sudores excesivos en la noche me desesperan. Mi mamá me dice que me tomé unas aspirinas y que le vaya diciendo cómo me siento. Pero lo que más me molesta es que Joel, mi novio, no ha tenido ni la más mínima atención conmigo. ¡Lleva 2 semanas que no me contesta ni el pinche WhatsApp! Iré a dormir…

Pasados unos días, nos encontramos con esta nota en el diario de la chica:

… Joel me acaba de decir que tiene SIDA… Tengo miedo…

En tiempos del «no pasa nada, déjalos, no los vayas a traumar»

¿Se imaginan cuántas veces he escuchado eso en los últimos años? En mi clínica afortunadamente no he tenido un caso así, pero es en verdad alarmante cómo los casos de contagios de enfermedades sexuales van en aumento. Pensando un poco en los últimos años en los que en todo el mundo nos vimos duramente afectados por el COVID-19, cuántas veces no supimos de casos en los que alguien se contagiaba, tenía síntomas y NO DECÍA NADA a los demás con los que convivía. Supe de primera mano de un caso en el que un joven, desesperado por el encierro, en una noche tuvo la oportunidad de escaparse y de irse de fiesta con unos amigos. Después regresó a su casa como si nada y convivió con todos los integrantes de su familia que se habían cuidado lo más para evitar el contagio, ya que por aquellas fechas todavía no existían ni las vacunas. ¿Qué pasó? Ese mes, murieron sus abuelos, sus papás, 2 de sus 5 hermanos, él quedó con un grave y muy delicado problema en los pulmones.

En los últimos años, aquello de las «nuevas crianzas» que se postulan a diario, no faltan «modelos» de educación en los que se sostiene la falsa y peligrosa idea de «no decirle nada a los niños/jóvenes, para evitar que se traumen». Liberar al sujeto de la responsabilidad es un crimen que se comete a nivel personal, familiar y social. El mundo «cada vez va de mal en peor», personas que no se tocan el corazón para dañar y perjudicar a los demás, acciones destructivas que no ameritan castigos. Tiempos en los que «vamos a ver qué podemos hacer», se vuelve la fórmula idónea para lidiar con lo que ya pasó, pero no así para evitarlo. Y sin hacer nada realmente. Cada día la familia se va desmoronando más y más. El primer modelo de política y de orden que conocemos los seres humanos yace en el seno familiar, pero en estos tiempos donde «quedar bien» con los hijos y evitarles regaños y castigos, está costando mucho. En verdad demasiado. Fomentar la irresponsabilidad social tiene costos muy elevados.

Pero, claro, cuando pasa algo malo, vienen los lamentos y las maldiciones sin más…

(ADVERTENCIA: ESTOS FRAGMENTOS HAN SIDO ESCRITOS CON LA INTENCIÓN DE EXPONER SITUACIONES ESPECÍFICAS QUE NO TIENEN COMO TAL PERSONAJES IDENTIFICABLES CON PERSONAS CONOCIDAS. LO QUE AQUÍ SE NARRA ES UNA HISTORIA FICTICIA, NO HAY NADA DISFRAZADO. SÓLO ESTÁ EL DOLOR Y LA IMPOTENCIA DE ALGUNOS QUE NO DEBE SER CALLADA, NI PERMITIDA NI SOLAPADA)

Fragmentos de una vida (1/3)

«Todos los misterios de la infancia se van como la niebla del río».

-Yevgueni Yevtushenko

Queridos(as) lectores(as):

He estado pensando mucho de qué manera podría abordar algunos temas que han salido recientemente en clínica; temas que si bien son particulares no dejan de ser bastante comunes. Por lo que el día de ayer por la tarde, mientras tomaba un descanso y hacía mi acostumbrada caminata, mi atención se centró en las biografías que he leído en estos años. A mis alumnos y amigos, siempre recomiendo que antes de entrar al pensamiento de un autor, es importante conocer su historia de vida, haciendo eco al consejo de Goethe. Entre las biografías resaltan las de Karl Marx, Fiódor Dostoievski, Karol Wojtyla (san Juan Pablo II) y Julio Cortázar. Dos de ellas por gusto y las otras dos, si bien por gusto, también para los cursos que he estado dando.

Pero, ¿qué tiene que ver esto de las biografías? Justo pensaba en que sabemos tanto de otros que muchas veces sabemos demasiado poco sobe nosotros mismos. En las biografías uno tiene la facultad de descubrirse en las vivencias ajenas por la similitud que comparten con las nuestras. Nada raro, bastante esperable. Pero, ¿qué hace que nuestra historia escape muchas veces de nuestro interés? Vamos, hay cosas que hemos vivido que nos duelen mucho a pesar de que hayan acontecido hace muchos años, por lo que las resistencias están a flor de piel. Y lo que es un hecho es que la infancia de todos siempre será un misterio que debe ser analizado.

Es por ello, que a modo de homenaje a tantas historias que he escuchado y vivido como en el caso de la mía propia, he querido escribir un pequeño relato que se dividirá en 3 partes. Esto con la mejor intención de ofrecerles, queridos(as) lectores(as), palabras para que puedan hacer suyas y que el sentimiento pueda encontrar un camino seguro.

Desde ya, gracias por leer.

Héctor

No era más que el inicio de algo desconocido

Un día abrí los ojos y me vi rodeado de lo impensable, no había manera alguna en que pudiera poner en palabras el sentimiento que me invadía al estar frente a tantos desconocidos que lo único que hacían era decir muchas cosas que no entendía, entre las cuales una de ellas se repetía mucho. Con el tiempo descubrí que era mi nombre. Besos, caricias, abrazos, de aquí para allá, hambre y sueño. Un bebé no la tiene tan sencilla como muchos pensarían. Pasaron los años y las cosas fueron cambiando. Problemas en casa, reclamos extraños, palabras violentas que me aterraban. Mamá llorando en una esquina con manchas en la cara, papá enfurecido en otro cuarto con las manos rojas. Un día, mamá gritaba mucho, tanto así que corrí a ella y sólo pude sentir la furia de mi papá arremeter contra nosotros. La policía vino y papá se fue con ellos. Mamá dice que se ha ido de viaje para descubrir cosas nuevas. ¿Por qué no nos llevó con él? ¿Y si fue a Disney? Mamá solo podía llorar cuando le hacía esas preguntas. En la escuela las cosas no eran muy diferentes, sólo que el que lloraba ahora era yo. Apodos, relaciones complicadas con los abusivos, maltrato en forma de palabras, profesores que humillan por no entenderlos y largos y prolongados silencios. Un día, Jorge, mi mejor amigo, me dijo que lo iban a sacar de la escuela, me lo dijo asustado y llorando después de aquel día en que el conserje le pidió que lo acompañara atrás de las canchas de fútbol y que «le inspeccionara» sus pantaloncillos cortos. Una vez más, vi coches con sirenas que se llevaban al sr. Raúl. Mamá me explicó que hay veces que los adultos se olvidan que los niños no son adultos y se vuelven contra ellos, depositando los vicios y la mala voluntad en nosotros sin medir las consecuencias. Eso también le pasó a Sara mientras un día visitaba a sus abuelos. Coincidieron ella y su primo, creo que se llamaba David. «Vamos a jugar a las muñecas», le dijo su primo, así que cuando Sara le preguntó que con cuáles, ya que ella no había llevado las suyas, él le dijo que no importaba, que ya verían cómo, sólo que no había que contarle a los abuelos ni a nadie «pues iban a querer jugar y eso era nada más de ellos dos». Sara, a sus 9 años, sintió cómo el tiempo pasaba tan rápido y que los sueños se vuelven pesadillas. Ya tiene tiempo que no ve a su primo, la carta de despedida se firmó cuando un día al orinar sintió mucho dolor y le dijo a su mamá que «David jugó con ella algo que era muy raro y que la incómodo demasiado». Esa familia no volvió a ser la misma. Sara no ríe desde entonces.

Un día, papá volvió a nuestras vidas, pero nuestras salidas no eran como antes, sólo lo veía los fines de semana. Me decían que «su trabajo no le permitía estar con nosotros mucho tiempo». Nunca me gustó su uniforme café, mucho menos esa fría y oscura sala donde nos encontrábamos. Me incomodaba que Manuel, el policía, tuviera que estar ahí con nosotros. Mamá sólo me llevaba y se quedaba unas salas atrás, ella no lo sabía, pero veía que al irme con el policía, se quedaba llorando. Papá me decía que tratara de entender, que el mundo así es, que las cosas son como son. ¿Por qué cuando me decía esas cosas me hacía sentir tanto miedo? De hecho, un día me dijo algo que todavía no me deja dormir tranquilo: «Te toparás con que este mundo es una mierda, así que o te pones las pilas o te chingas». Un día, llamaron a casa, mi mamá contestó el teléfono y vi cómo su rostro, aunque bellísimo, se ponía blanco. «Papá… tuvo un accidente en el trabajo… murió». Tiempo después supe la realidad de su trabajo, pero también supe que el accidente consistió en meterse en un pleito con una persona mala, misma que lo golpeó hasta quitarle la vida. ¡Qué feo! ¡Nunca quisiera crecer! Pero esas cosas no pasan, sólo Peter Pan puede y aún así nunca me lo han presentado en persona. Durante el velorio escuché muchas cosas horribles sobre mi papá, cosas que hacían llorar más y más a mamá. «Se lo merecía», «Ya se habían tardado», etc. Cosas que no entendía. «Ojalá que no vayas a salir como tu papá, pequeño cabrón, ya ves lo que les pasa después», me dijo quien fuera su mejor amigo, que desde hace un tiempo, he visto que llega a casa y se queda muy noche. ¿Por qué lastima a mamá? ¿Por qué ella grita durante las noches? De hecho, una de esas noches, José entró a mi cuarto, puso sus manos en mi entre pierna y sólo me dijo «no grites, de nada servirá, con el tiempo te gustará».

Y los dulces me saben a sal desde entonces…

La crueldad de hacer culpables a los niños

Ahora te hablo a ti, lector(a), amigo(a), para decirte que no hay que llorar ni sufrir por cosas que cuando éramos niños éramos incapaces de entender. ¿Qué se podía hacer? Había miedo y extrañeza, nos prometieron cosas lindas y sólo nos abrieron las puertas del infierno. Claro que las infancias son distintas, algunos pasan cosas horribles, otros tuvimos otra suerte mejor, pero niños fuimos todos y el futuro nos está esperando. Las heridas del ayer pueden cicatrizar, pero hay que trabajar. Quizá nunca se pueda olvidar, pero tampoco es como para sólo quedarnos atrapados en ese pasado tan cruel y doloroso. Los días están llegando y nosotros con ellos. No estás solo(a), siempre tendrás quienes te podamos ayudar, y si necesitas llorar, hazlo… por ahí se empieza. Pero recuerda: NO FUE TU CULPA.

Te abrazo.

(Continuará…)

(ADVERTENCIA: ESTOS FRAGMENTOS HAN SIDO ESCRITOS CON LA INTENCIÓN DE EXPONER SITUACIONES ESPECÍFICAS QUE NO TIENEN COMO TAL PERSONAJES IDENTIFICABLES CON PERSONAS CONOCIDAS. LO QUE AQUÍ SE NARRA ES UNA HISTORIA FICTICIA, NO HAY NADA DISFRAZADO. SÓLO ESTÁ EL DOLOR Y LA IMPOTENCIA DE ALGUNOS QUE NO DEBE SER CALLADA, NI PERMITIDA NI SOLAPADA)