«Hay que tener una perfecta conciencia de los propios límites, especialmente si se quiere alargarlos o profundizarlos».
-Antonio Gramsci
Queridos(as) lectores(as):
El día de ayer hice una dinámica en mi cuenta de Instagram (@HCHP1) con la finalidad de conocer las inquietudes de quienes me siguen ahí; les pregunté sobre qué tema les gustaría que tratara este encuentro y la mayoría votó por «establecer límites». Sin embargo, me parece que aunque es un tema muy importante, sobre todo hoy en día, se aborda desde un inicio mal. ¿Por qué? ¿Qué significa establecer? Recurramos a la etimología. «Establecer» viene del latín stabiliscere y significa «poner para que permanezca en una posición específica». A su vez, «edificar» también la encontramos en el latín aedificare, y significa «construir una vivienda de grandes dimensiones hecha con materiales resistentes». ¿Pero por qué es importante, según yo, modificar el cómo se habla o cómo se expresa esto? Porque pareciera que descuidamos al ser humano en el proceso, mismo que es «prisionero» del lenguaje.
En la Antigüedad, específicamente pensando en las aportaciones de Platón, se veía al cuerpo como «cárcel/recipiente del alma». Por lo que decir «establecer», siguiendo la definición dada arriba, ¿es poner qué? ¿Una mesa? ¿Una piedra? ¿Un qué? Mientras que si adoptamos el «edificar», que analógicamente nos ayuda el «construir una vivienda», nos hace vernos como «la morada de lo que somos». Siguiendo, añadimos entonces que «construimos la morada de lo que somos con materiales resistentes». ¿Y cuáles son esos materiales? Nuestras ideas, nuestros credos, nuestras ilusiones, sueños, fantasías, deseos, sentimientos, pero sobre todo, nuestra dignidad, es decir, aquello que es lo magnífico de ser seres humanos. ¿Y qué es lo que somos? Aquello que es irrepetible.
De muros y soledades
Pasemos ahora a eso de los «muros». Me parece que es muy oportuna la definición que Jean Chevalier y Alain Gheerbrant nos aportan en el Diccionario de los símbolos (Herder, 2018): «La muralla o gran muralla es tradicionalmente el recinto protector que encierra un mundo y evita que penetren ahí influencias nefastas de origen inferior». ¿Por qué pensar en el origen inferior de aquellas influencias? En la búsqueda de la propia identidad y en la generación del amor propio, que incluye el respeto y defensa de la propia dignidad, podemos entender que aquello que nos invade, siempre se tratará de algo malo, aquello que quiere ingresar a nuestro territorio para destruir, degenerar y degradar a nada. La edificación de muros, por tanto, es la protección de aquello donde mora lo que somos.
Siguiendo en la definición que aportan estos autores, encontramos esto: «El muro es la comunicación cortada con su doble incidencia psicológica: seguridad, ahogo; defensa pero también prisión». Y me parece que este es el punto para entender la importancia de la edificación de muros: la soledad. ¿Por qué la soledad conlleva hoy en día una connotación negativa? Al encerrarnos tras los muros que protegen el lugar donde somos, entramos en la muy íntima oportunidad de encontrarnos con nosotros mismos. En palabras del P. Henri Nouwen: «La soledad es el horno de la transformación». Y esto, apoyándonos una vez más en el Oráculo de Delfos (conócete a ti mismo), nos desenvuelve la ocasión de entrar en diálogo con nuestra falta, nuestra carencia, aquello que buscamos, pero sobre todo, preguntarnos por qué lo hacemos. No se trata de decir «tengo miedo a estar solo(a)», por ejemplo, sino preguntarse por qué.
Exigencias y delirios
No es la primera vez que este espacio sirve para denunciar los males de este tiempo en esta sociedad en la que vivimos. Hay un cierto «deber ser» que deja mucho que desear, pues no apuntala hacia ninguna virtud, sino hacia las pretensiones más mundanas y desordenadas. Hablamos de exigencias sociales que jalan y atraen hacia el vicio. Pareciera que estamos en una sociedad donde los virtuosos se vuelven mediáticos y los mediáticos virtuosos. «Hago lo que x artista hace en su TikTok«, «Debo pensar como cierto influencer que habla sobre esto», pero a partir de puntos ciegos, negando la posibilidad de la autocrítica. ¿Qué me hace tener que hacer lo que esa persona dice sólo porque es esa persona? Ahora bien, la edificación de muros invita a un proceso de reflexión, de discernimiento y de ocasión de encuentro con el bien, mismo que se ve constantemente cuestionado en nuestra sociedad, en medida que no facilita el utilitarismo y pragmatismo de esclavos enajenados del placer por el placer mismo.
Aristóteles señalaba a los bárbaros como «esclavos de sus propias pasiones» y en buena medida alejados, quizá a modo de reproche, de la razón misma. Por eso, centrando esto hacia las relaciones sociales, vemos invasión de seres que buscan sólo el placer por el placer mismo pero para ellos mismos, a partir del sometimiento de seres que califican como débiles e inseguros, aprovechándose de la vulnerabilidad de los mismos, justificando esos actos por «muestras de amor». Y el amor termina por lastimar, por dolor, incluso a veces por matar. «Lo hago porque te amo», «Te digo tus cosas, aunque te duela, porque me importas», etc. La humillación, el degenere y el abuso NUNCA SON PRUEBAS DE AMOR. Son carencias del mismo desde la parte de quien violenta al otro. En su silencioso y cruel dolor, opta por no hablarlo, por no trabajarlo, sometiendo a los demás a su propia realidad para no sentirse solo. Al menos eso es lo que nos dejan ver muchos casos donde la relación de poder queda muy inclinada hacia un solo lado.
¿Qué pasa cuando decimos «no» o «hasta aquí»?
Dice Hegel, y lo dice bien, que el ser humano está en constante necesidad de reconocimiento. Todos queremos ser reconocidos, o en otras palabras, todos queremos ser amados. Cuando existen inseguridades y patrones de descuido en la propia dignidad, en el miedo a quedarnos solos, a ser rechazados o ser incluso agredidos, buscamos encajar sin importar los costos. Por lo que en el inconsciente se desarrolla una idea brutal y desgarradora: «Si digo no, me dejarán de querer». ¿Y qué pasa si es cierto? ¿Qué pasa si al decir no, al establecer límites o edificar muros, encontramos el rechazo y el abandono de personas que sólo yacían ahí por su enorme influencia (y dominio) sobre nosotros? Quedamos libres. Pero nos cuesta mucho lidiar con ello. ¿Cómo puedo ser libre si no está esa persona conmigo ahora que se aleja porque no le gusta que le diga que no? Volvemos a la pregunta que se vio más arriba: ¿por qué me preocupa eso?
Es muy importante fortalecer la vida interior, el amor propio, la dignidad y los lazos que nos atan a la vida que deseamos vivir. Muchas veces, las estructuras sociales, familiares y religiosas incluso, pueden generar en nosotros tremendos problemas existenciales y crisis de identidad y oportunidad de progreso propio. Pensamos que estamos en deuda constante con el padre o la madre, por ejemplo, que abusa de esa realidad para ofender, para dañar, para denigrar. ¿Cómo podemos revelarnos? «¡Es que soy tu madre/padre, por eso ME DEBES todo!». Ciertamente la vida sería imposible sin ellos, pero ese CHANTAJE emocional nunca debe ser algo que exija el amor y la obediencia, con ellos ni con nadie. El amor del otro en nuestra vida es siempre dulce, no amargo ni irritante.
Quien busca el amor que merece, por tanto el respeto a su propia dignidad, tiene que estar preparado para verse abandonado por muchas personas queridas y amadas. Pero no debe tener miedo, pues quien se ama a sí mismo, amando a los demás con sus justas dimensiones, logra encontrar al final del día las verdaderas y más bellas compañías, no se diga auténticas. No hay que desesperar, pues no porque se tenga sed, se toma agua de mar…