¿Por qué nos cuesta tanto «vivir»?

«El hombre que más ha vivido no es aquel que más años ha cumplido, sino aquel que más ha experimentado la vida».

-Jean Jacques Rousseau

Queridos(as) lectores(as):

Les pido me disculpen, pero he tenido dos semanas un tanto pesadas por el inicio de actividades de este año, por lo que no me había podido sentar a compartir un encuentro con ustedes. De hecho, en mi Instagram (@HCHP1), había hecho una actividad en la que la mayoría de los participantes pidieron que tratara el tema de «lidiar con los sentimientos». No crean que se me olvidó, pero prometo que esta misma semana podrán leer sobre ello. Pero ahora, me gustaría comenzar haciendo énfasis en la pregunta del título de este encuentro: ¿por qué nos cuesta tanto vivir? Es decir, ¿qué es lo que pasa que no nos permite, o no nos permitimos, vivir la vida como quisiéramos?

Cuando hablamos sobre las cosas que hacemos a diario, muchas veces (si no es que siempre) omitimos lo que nos hubiera gustado haber hecho o dicho. ¿Qué pasa con toda esa vida que se queda encerrada en nosotros? Es ahogar el deseo y dar paso luego al arrepentimiento y, por tanto, al auto-reclamo sobre nuestra «mala decisión». Me parece que día a día pensamos demasiado la vida, tratando de aferrarnos lo más posible de manera inconsciente a la falsa idea de control que tenemos. Y, por supuesto, a escena entra el famoso «deber ser» que, como ya hemos comentado antes, se planta como un auténtico dictador y nos hace decir «no» a tantas cosas, sin saber exactamente por qué. Es el recordatorio superyoico de una autoridad que nos persigue desde nuestros padres. «Es que si no hago esto, me puede pasar esto», «es que si hago aquello, puede pasar esto otro»… Y nos pretendemos gobernantes absolutos del devenir. Pero la incertidumbre del futuro nos demuestra que generar tanta expectativa nos destruye.

Un paseo dominical

El día de ayer quedé de verme con una amiga en Reforma, a la altura del Bosque de Chapultepec. En ningún momento dijimos con exactitud en qué lugar. De hecho, ella me escribió un WhatsApp diciéndome «encuéntrame». Para quienes no son de México o que no conocen este lugar, se trata de un espacio enorme donde hay mil y un posibilidades para poderse encontrar. Justo afuera del Museo de Antropología e Historia, está una atracción turística que tiene años: los Voladores de Papantla (del Estado mexicano de Veracruz). Siempre es fascinante ver todo lo que hacen y el espectáculo que brinda ver a 4 hombres que se dejan caer desde una gran altura confiando en una cuerda que se atan en la cintura mientras giran alrededor del enorme poste. ¿Ustedes se atreverían a aventarse? Es que justamente lo que ellos hacen es dar un «salto de fe». Para el filósofo danés, Sören A. Kierkegaard, dar un salto de fe (dicho mal y pronto) es reconocer lo racional para poder comprender lo irracional que se nos brinda por aquello que es trascendental. En otras palabras, es confiar en lo que será ante la duda misma. ¿Ustedes confían en lo que saben? ¿Confían en lo que son? ¿Confían en sus capacidades? A la hora de tomar una decisión, entre otras cosas, es de vital importancia tener confianza en uno mismo. Venga lo que venga y como venga. Pero dar el salto de fe no significa darlo a lo tonto. Es como si estos hombres se aventaran sin cuerda alguna esperando caer sanos y salvos. Pues no…

Después de encontrarme con mi amiga, nos pusimos a caminar «sin sentido», es decir, no teníamos claro hacia dónde íbamos. Caminamos y caminamos. ¿Qué te gustaría comer? -me preguntó-, a lo que le contesté «lo que tú quieras, vamos, confío en tu gusto». Y sin decir más, me dijo que iríamos a comer ramen japonés. Muy bien, eso hicimos y estuvo rico. Después regresamos a mi departamento, platicamos y bromeamos un rato, después fuimos a tomar un café y la llevé a su casa ya en la noche. Todo esto sin la necesidad de tenerlo planeado. Las cosas «se fueron dando». Y pasamos un feliz día. Justo lo que decía más arriba: la expectativa termina por destruirnos. Esto lo refiero a que muchas veces hay que animarse a «vivir» sin estar pensando cómo. Claro, hay cosas que se pueden planear, pero como bien dice el saber popular: «cuéntale tus planes a Dios y Él se reirá de ti». No todo lo podemos controlar. Y quien se la pasa viviendo pensando tanto, se muere sin haber vivido. (Gracias, querida M.)

Vivir significa atreverse

Muchos hemos crecido con ciertos «temores» de muchas cosas que para otros pareciera que no es del todo parecido. Hay quienes hacen cosas que sólo podemos quedarnos viendo y envidiar. Nada que «es envidia de la buena», no, es envidia sin agregar calificativo alguno. La manifestación del deseo es evidente, pero lo que no queda claro es el porqué no lo realizamos. Además de aquellas prohibiciones que se daban sin dejar claro el porqué de las mismas, uno de los factores más grandes es sin duda alguna el miedo. ¿Miedo a qué? En este particular caso: miedo a vivir. Es en verdad muy interesante ver toda esa capacidad creativa y de auto-castigo que tenemos a la hora de explicar el porqué no hacemos o decimos algo. Pareciera que fuéramos videntes y que quedara sentenciado que lo que pensamos va a suceder como tal. ¿Cuántas veces hemos vivido anticipándonos a todo? Por ahí dicen «la vida es de quienes se arriesgan», y en buena medida es cierto.

Siempre nos toparemos con narrativas fantásticas de muchas personas que se atrevieron a hacer cosas que los demás sólo «soñaban». En la antigüedad, los egipcios, mesopotámicos, chinos, indios, griegos, persas, mayas, aztecas, incas, etc., sólo podían mirar el cielo y aprender lo que les era posible, hoy por hoy, tenemos máquinas que se acercan a las estrellas, las estudian, las analizan, se desmienten antiguas creencias. Pero sólo fue posible cuando alguien se atrevió a dar un paso más. ¿Cuántas cartas de amor tienen que no se atrevieron a mandar? ¿Cuántos corajes han pasado por no atreverse a pedir perdón o a reclamar? Todos los mal entendidos son justamente eso porque no hay quien aclare las cosas. ¿Qué va a pasar? Lo que tenga que pasar. ¿Qué podremos hacer? Lo que podamos hacer si se puede hacer algo.

Un día como cualquier otro

«El cuerpo sufre por los excesos, también el ánimo abatido»

-Horacio

Queridos(as) lectores(as):

¡Vaya que ha sido una semana de escribir y escribir! Y me alegra mucho, sobre todo porque han sido temas que favorecen nuestros encuentros en medida de hacer más consciencia sobre la salud mental. Ahora bien, como sabemos, cada 13 de enero se conmemora el Día mundial de la lucha contra la depresión. Es importante que existan estos días, por supuesto que sí, sin embargo, no es que nada más nos acordemos de eso un día y los demás tengamos casto silencio. Es momento de hacer eco en los corazones una vez más.

La depresión no es un padecimiento nuevo. En la antigüedad se le equiparaba con la melancolía, la nostalgia, en casos extremos con la desolación (que no es lo mismo) y de manera más simplona con la tristeza. El estado de depresión por el que atraviesan un gran número de personas en el mundo se debe a muchas razones, en algunos casos a cuestiones neuronales (como una falla de neurotransmisores), en otros casos por los sentimientos de impotencia y frustración ocasionados por la sociedad tan exigente en la que vivimos, algunos por cosas familiares, etc. Vamos, hay muchos motivos, pero parece que el malestar nunca desaparece.

Un día a la vez

Hay un error vital en creer que la vida es por sí misma justa. No existe tal lógica. «Es que si hago las cosas de tal modo así me irá», por supuesto que no es una ley ni tiene por qué cumplirse. Justo es uno de los inicios de este problema. La expectativa, el exceso de pensamiento optimista que abusa de ignorar la realidad, genera en el ser humano una falsa idea de bienestar que al no cumplirse se torna en un escandaloso y lamentable infierno. Cada ser humano tiene la capacidad de ser feliz, pero no hay que pensar que se obtiene del mismo modo y haciendo las mismas cosas. Uno puede ser feliz si se saca la lotería (¡quién no!), otros pueden ser felices por estar con sus seres queridos, algunos son felices porque ya acabó el trabajo duro de la semana y otros tantos son felices con quitarse los zapatos al llegar a casa. Son tantas las comparaciones que tenemos entre nosotros que no aprendemos a abrazar nuestra propia individualidad.

En el panorama social existe una suerte de idea de cumplir con lo que se espera de nosotros. Tenemos que ser exitosos en todo, ser los mejores sin competencia, ser siempre el objeto de atención, el centro de todas las miradas. ¿Por qué? Claramente existe una virtud que es la magnanimidad, que nos impulsa a ser mejores en nuestra vida, pero esa virtud en ningún momento debe convertirse en un vicio o en una adicción. En la reciente película de Guillermo del Toro, Pinocho (2022), hay un pequeño diálogo entre el grillo y la hada: «Haré lo que pueda hacer»-dice el pequeño ser, a lo que el hada le contesta «Y es lo mejor que puedes hacer». ¿Qué necesidad de sobre exigirnos? Se hace lo que se puede con lo que se tenga, poco a poco. Es un proceso. Hay que entender que cada quien tiene sus modos y maneras, pero sobre todo (y eso se lo repito mucho a mis pacientes), su ritmo y su tiempo. Hay cosas que nos corresponden, otras que no. «Si no tienes comezón, no te rasques».

Hacer ruido, hacer presencia

Muchas veces pensamos que nuestros problemas son nada en comparación con otros. Y sí, puede ser que sí sea. No sé, pienso en que no puedo comparar el hecho de que se ponchó una llanta de mi camioneta con la enfermedad terminal de alguna persona en alguna parte del mundo. Pero, a pesar de eso, es un problema y es muy nuestro. El minimizar nuestros problemas es minimizarnos al mismo tiempo. Hay veces en las que podemos darle solución y otras en las que necesitamos a los demás. El dejarnos ayudar por otros, sobre todo cuando ellos son los que se ofrecen a hacerlo, nos hace ser agradecidos desde la más pura humildad. No tenemos que poder con todo ni contra todos. Y así es como se paga el favor, quizá no directamente a quien nos ayudó, pero si tenemos la oportunidad de ayudar a alguien más, ¿por qué no hacerlo? En este mundo de egoísmos, también hay personas amables y lindas que a pesar de los malos tiempos, encuentran el modo de ayudar.

Hay días en los que «no sabemos» por qué estamos tan tristes, sin ganas, y pensamos que la mejor acción que podemos realizar es alejarnos y estar en soledad. Puede ser que para algunos les sirva, pero en realidad no es bueno, porque justamente es irse o encerrarse con los pensamientos negativos que nos consumen poco a poco de una forma muy dolorosa. Siempre habrá alguien que esté dispuesto a escucharnos, pero sobre todo, a acompañarnos. Pero eso sí, hay que entender que cuando nos toca ser quien es buscado por esa persona que nos necesita, lo mejor que podemos hacer es precisamente acompañarle, no opinar, no decir ni tratar de llenarle con optimismo que no sirve en ese momento: escuchar, consolar, abrazar, acariciar, ir a caminar, secar lágrimas… estemos para el otro. Ya habrá algún momento para algo más.

Unas palabras para ti:

Puede ser que estés pasando por un momento difícil y triste. No me imagino qué te tiene así. Pero te digo con toda mi alma y con un corazón sincero: NO ESTÁS SOLO(A). Hace años decidí abrir este espacio para compartir un poco de lo que he aprendido con mis estudios, pero sobre todo, con la vida. Sé lo que es una enfermedad que puede costar la vida, sé lo que es el dolor de perder a un ser querido, de quedarse sin padres, de perder trabajos, el dolor de la traición, de un rompimiento, de una separación. Por eso es que insisto en que la empatía es la respuesta en este mundo de amor. No calles por pena o miedo lo que sientes, siempre habrá alguien para ti. Busca la ayuda de un profesional. Quizá sea momento de un apoyo psicofarmacológico, mientras puedas llevar una terapia al mismo tiempo. Esos medicamentos tiene fecha de inicio y de terminación. Acércate a tus amigos, a tu familia… a veces encuentras incluso amor en donde menos esperabas. Pero sobre todo, tente amor y compasión. No tienes por qué sufrir de más, no te castigues tanto. Quítate los zapatos y los calcetines y camina sobre el pasto. Acuéstate, ve la forma de las nubes, escucha tu música favorita, haz ejercicio, camina, come lo que te gusta, ve una serie, conoce gente, lee un libro, acaricia a los perritos en la calle, haz sonreír a un niño… hay tantas cosas que puedes hacer que te sorprendería todo lo que puedes lograr. Pero, por favor, no dejes de ser tú mismo.

En este mundo de amor, también lo hay para ti.

Nos haces falta, te queremos con nosotros.

¡Resiste, que no estás solo(a)!

Héctor Chávez Pérez

P.d. A veces tenemos que perder para saber valorar. A veces perdemos algo, pero ganamos algo más. Es un balance. ¡Que pronto encuentres paz!

Shakira y la sublimación

«La desilusión no es más que la desaparición repentina de una certeza»

-María Aurèlia Capmany

Queridos(as) lectores(as):

Recientemente hemos estado escuchando y leyendo mucho respecto a Shakira y el tormentoso desenlace de su matrimonio con el ex-futbolista español (catalán para que no se enoje) Gerard Piqué. Esto no se trata de «echar el chal» (expresión mexicana que se refiere a estar contando el chisme), de hecho no sirve de nada hablar de más sobre cosas que se han presentado más que notorias. En el caso del ex-futbolista del Barça de España, se le ha visto «relajado» y como si no pasara nada, aunque claro, no han faltado las oportunidades para «bromear» o hacer algún comentario (in)oportuno respecto a lo que está pasando. Recordemos brevemente que la relación con la cantante colombiana llegó a su fin por una supuesta infidelidad por parte de él. Una relación que tiene de por medio a dos pequeños niños y años de aparente (y envidiable para muchos) estabilidad y «amor».

Lo que más ha llamado la atención es la manera en que Shakira ha encontrado y ha echado mano de ello para sacar y compartir el tremendo malestar emocional que carga. A ver, no se trata de ponerse de un lado ni de criticar los modos y las maneras, porque ya hay «bandos» que están a favor de uno o de la otra. No han faltado comentarios del tipo «hay que pensar en los niños que la han de pasar mal también». Me parece que ninguno de los 4 involucrados la pasa bien y cada uno lleva este proceso de duelo, porque es eso, a su modo.

Antología de la decepción

Si bien es cierto que Gerard Piqué no es exactamente un personaje muy querido por todos, ya que incluso tiene sus detractores en la propia comunidad culé, ningún personaje público está exento de la polémica. La propia Shakira ha sido objeto de ataques que van desde su físico, el cambio de estilo musical, los distanciamientos originales de sus primeras canciones hacia las nuevas exigencias de marketing, etc. Pero, una vez más, lo que más llama la atención es lo que su música ha comunicado muy recientemente. Se dice que el catalán le había estado «poniendo los cuernos» (siendo infiel) desde hace años. Aquí no se trata de que si lo sabía la colombiana o no, sino lo que las letras de sus últimas canciones Te felicito, Monotonía y ahora BZRP Music Session #53, están compartiendo con el mundo.

Como decía, ya existen bandos que atacan o defienden lo hecho por Shakira, sin embargo, hay que entender que, tal como decía más arriba, cada quién encuentra el modo de lidiar con procesos tales como el duelo. La cantante, y no es nuevo, justamente ha utilizado la música y su voz para ello. Eso se llama sublimar. Para Sigmund Freud, la sublimación es un mecanismo de defensa de la psique que facilita la transformación de nuestras pulsiones que están en conflicto hacia una realidad tangible, pero sobre todo, expresable. En el caso de la colombiana, todo el dolor, la tristeza, la desilusión y demás sentimientos negativos, en vez de que se tornen contra su salud mental, ella los proyecta en sus canciones. Ya lo decía, no es la primera vez que lo hace ni tampoco la única persona. Todos sublimamos constantemente los sentimientos que traemos atravesados de maneras distintas. De hecho, el arte es resultado de la sublimación.

Espejo de silencios

Ahora bien, apartándonos de la triste y lamentable situación que están pasando estos personajes, desde que salieron las primeras manifestaciones de lo ocurrido, muchas personas han ido «eligiendo» un bando, nada raro cuando se trata precisamente de situaciones y personajes públicos. Tampoco es tan superficial como mucho «intelectual» pretende sentenciar, ya que han habido casos en la Historia del Pensamiento en que grandes pensadores, hombres y mujeres, se han dado con todo con cartas, escritos, poemas, canciones, arte plástico, etc. Pero, ¿qué estamos expresando con ello? Un proceso muy interesante de identificación, pero lo que es todavía más interesante (y preocupante) es cuando uno aplaude, felicita, venera del personaje público pero que en su vida es incapaz de hacer. Por poner un brevísimo ejemplo: hay quienes están del lado de Shakira elogiando que «esté poniendo en su lugar a Piqué», pero que no se atreven a hacer lo mismo en sus relaciones con quienes les están haciendo pasarla tan mal.

Hay que considerar que estos fenómenos sociales funcionan como espejos de silencios en cuanto a quienes se ven reflejados en ellos. Y sí, es algo perfectamente normal y se le conoce como transferencia: depositamos algo de nosotros en el otro, aunque ese otro no sea precisamente en quien estamos pensando (inconscientemente). Hay quienes dicen «no te proyectes». Y sí, justo es la oportunidad de sublimar con halagos y/o quejas lo que estamos callando, defendiendo nuestra propia psique o mente, aunque no estemos haciendo realmente nada para cambiar las cosas. El otro, en este caso Shakira, pone las palabras y las acciones que no nos atrevemos a expresar o hacer por nuestra cuenta.

Ojalá que estos personajes encuentren pronto paz y calma, y que el duelo no les haga perder la esperanza.

La «molesta» fragilidad

«La fortuna es como vidrio: cuanto más brilla más frágil es»

-Publilio Sirio

Para V.

Queridos(as) lectores(as):

Hace unos días, tuve el enorme gusto de conocer a una persona a través de las redes sociales (en mi caso fue Instagram). Dos perfectos desconocidos que intercambiaban con exactitud el misterio y la incógnita, atravesada de la sospecha y, por qué no, de la inseguridad. Uno de los problemas más comunes de las redes sociales es que en realidad nunca se está del todo seguro con quién se está hablando, y ya hemos visto muchas cosas que tristemente han terminado muy mal. En fin, en este caso, un feliz encuentro derivó en una nueva amistad para mí.

Esta persona en cuestión, en un momento me hizo pensar mucho en algo que parece molestar, quizá sea la palabra equivocada, pero podría ser incluso «apenar» a los demás. Me refiero a mostrar o compartir la fragilidad. ¿Y pues por qué no? Al final de cuentas, en la sociedad tenemos ideas muy perpetradas que sentencian que la fragilidad es sinónimo de debilidad y, por tanto, oportunidad y/u ocasión para que los demás se aprovechen. Esta persona me decía que «tenía un corazón que le hacía llorar por muchas cosas». En México tenemos la expresión «corazón de pollo» (¿será que los pollos lloran todo el tiempo por cualquier cosa? Nunca me he detenido a verlos…). Pero, a diferencia de otros casos, esta persona lo decía con orgullo, cosa que me dio en verdad alegría, pues compartir esas fragilidades es tener la confianza y la seguridad de sentir realmente con el corazón sin preocuparse por lo que otros dirán. Ahora bien, haciendo un eco de esta situación de temer a mostrarnos frágiles, me parece interesante reflexionar sobre ello en este encuentro.

Corazones de cristal

Fue el escritor irlandés, Oscar Wilde, quien sentenció en su célebre y conmovedor texto, De profundis (1897), que: «El corazón fue hecho para romperse». Aunque en ese caso se refería a lo que era la vida de presidio, pues recordemos que él fue hecho prisionero en la época victoriana por el «terrible e imperdonable crimen» de ser homosexual, podemos darnos la licencia de tomarlo y proyectarlo precisamente hacia el ser humano a lo largo de su vida. «Fragilidad» tiene sus raíces latinas en frangere (romper, quebrar) e –ilis (que se puede), pero le sumamos el sufijo –dad (cualidad), así que significa «cualidad de poderse romper». Vamos a quedarnos un momento con esto de «romperse». El ser humano es muy dado a tratar de explicar sus sentimientos, pero lo cierto es que el lenguaje nunca será capaz de lograrlo al 100%, al menos no de la manera exacta que cada uno quisiera poder expresar. Pero es muy común que existan ciertas nociones que llegan a un tipo de acuerdo general para poder significar cosas, momentos, situaciones, sentimientos, etc.

Cuando hablamos de «romper» siempre viene a su vez una noción de destruir, de hacer pedazos, etc. Aunque lo verdaderamente fascinante es cómo ese rompimiento tiende a seguir fragmentando «al infinito» los pedazos del todo. Por eso, cuando decimos «estoy roto», el significado verdadero es tan amplio como abstracto. ¿Qué se ha roto? ¿Por qué se rompió? ¿Es que acaso no se tenía que romper? Es curioso que le damos más importancia a las cosas cuando se dañan, cuando se lastiman. Recuerdo hace unos años que platicaba con un alumno de que no somos conscientes de nuestro cuerpo sino hasta que nos pasa algo en él: un dedo roto, un brazo dislocado, una torcedura, etc. El problema con los órganos internos es que no los sentimos, pero eso no significa que no estén funcionando o que sí lo estén haciendo.

Sentirnos vivos

La fragilidad del ser humano nos recuerda precisamente nuestra propia humanidad. La idea falsa que persiste en nuestros días que «podemos y debemos poder con todo y contra todos», una vez más, no es sino un marketing cruel y despiadado que privatiza hacia el olvido nuestros sentimientos y nos hace hasta ponerlos en duda. Ser frágiles en una sociedad de insensibles es, hasta cierto punto, una ventaja que nos permite ser conscientes de lo que estamos viviendo y de qué manera lo estamos haciendo. Es un error suponer, además de un ingenuo estereotipo, que la fragilidad sólo es posible en las mujeres. En obras como Hamlet de William Shakespeare, encontramos cosas como: «¡Fragilidad, tienes nombre de mujer!». Pero, ¿qué no estará el bardo sino hablando de su propia fragilidad, de aquello que no puede hablar y solamente callar en doloroso silencio?

Confesar la fragilidad es reconocer los sentimientos más nobles de hombres y mujeres. Y en esa confesión no encontramos sino un acercamiento a una posible cura ante el malestar y el dolor de vivir en silencio, de callar justo aquello que lastima. ¿Por qué hay que ser fuertes y aguantar? ¿Por qué hay que rendirse ante el dolor? La auténtica rebelión del ser humano es la de aceptarse humano. Apartarse de un modelo robótico que torna en cifra insensible a un valioso ser que siente, que piensa, que vive…

Esta maravillosa y linda persona en un momento me pidió perdón por ser «tan llorona», a lo que le respondí que no había necesidad de pedir perdón por lo que es y por lo que le hace ser sincera consigo misma. La autenticidad de la vida comienza por no negar las propias lágrimas, ya sean tristes o por una inmensa alegría.

La frustrante frustración

Queridos(as) lectores(as):

Espero que sea el inicio de un gran año para todos nosotros y que logremos lo posible. Como ya saben, he empezado a hacer dinámicas en mi cuenta de Instagram (@HCHP1) para ver sobre qué temas les gustaría que abordáramos en nuestros encuentros, y siguiendo con ello, pidieron que les hablara sobre la tolerancia a la frustración. ¿Qué es exactamente la frustración? Pero, más importante, ¿por qué nos frustramos?

Empecemos por conocer la etimología, que quienes ya están acostumbrados a la lectura de esta página, saben y comprenden que siempre es clave para poder entender las nociones. Viene del latín frustratio, frustrationis, que nos dice que se trata de llevar a alguien al error, a la decepción y/o a la equivocación. A su vez es nombre de acción y efecto del verbo frustrare, que es equivocar, estar engañados, tergiversar), pero su derivación viene del adverbio frustra, que es aquello que es vano o inútil.

Tiempos y resultados

Justo hace unos días platicaba con unos amigos sobre cuando éramos niños y teníamos que ir con nuestras madres a la estética, al banco, al médico o a cualquier lugar que supusiera tener que esperarlas. Lo que bien podría ser cuestión de minutos o quizá una hora a lo mucho, para un niño puede tratarse de una eternidad. Albert Einstein explicaba la relatividad del tiempo, y los niños lo comprobaban. Y es que las acciones eran totalmente distintas: por un lado, el lapso de tiempo era diferente para la madre que se ocupaba y el niño que esperaba. La acción es el quehacer, la espera es el no-quehacer. Por eso es que en aquellas épocas, las madres solían advertir a los niños que llevaran algo (un juguete, un libro, colores, etc.) para que se entretuvieran «en lo que esperaban». Claramente hay generaciones cuyas elecciones eran diametralmente distintas, ya que en algunos casos existía el privilegio de llevar videojuegos. Pobre del niño que olvidara su divertimento en casa. La desesperación se volvía una sentencia, y sólo quedaba «esperar desesperados». En cierta medida, esas generaciones nos fuimos preparando de manera inconsciente a resistir y aguantar la frustración de no poder hacer nada más. Sin embargo, de un modo u otro, los niños se las arreglaban con algo que veremos más adelante…

Hoy en día, la tecnología y las nuevas crianzas, aseguran que un niño de privilegios no se aburra, no se desespere, pues se les da el celular, la tablet o algún otro dispositivo digital para que «no estén molestando» y en esto está la clave para entender un rompimiento relacional de los padres con sus hijos. Solemos ver que la interacción empieza a quebrarse, y las pantallas dividen, separan, teniéndolos de frente. Pero, ¿qué pasa si no hay con qué entretener a los peques? Ya hablamos de dos desesperaciones distintas y el malestar se agiganta. La frustración deriva entonces en el fracaso, en el «no hay de otra, pero, ¡exijo que haya de otra!». Y la realidad es que sí la hay, pero resulta inconveniente que los niños (y muchos adultos) ya no cuentan con un factor que generaciones atrás sí: la imaginación. Y los problemas, ridículos pero en demasía incómodos, se vuelven enormes.

Vivir el momento tal y como es

Hay que tener claro algo: cuando las cosas no salen como las esperamos, nos frustramos. Es perfectamente entendible y, por qué no, natural. Un profesor en la carrera nos decía que «la Filosofía es una herramienta para lidiar con la frustración». ¿A qué se refería con ello? Primero hay que recordar que la Filosofía precisamente es un modo de vivir. Eso de «mi filosofía de vida» es una narrativa posmoderna que pretende que suene muy profundo el decir «yo vivo así». Nada más. Pero resulta muy frustrante cuando ese «modo de vivir» no da resultados realmente buenos. En fin, no entraré en esa discusión en este encuentro. Poder lidiar con la frustración es entender que NO ES TODO, que se trata de un momento y de una situación que NO DETERMINA lo demás. Pero, cuidado, no caigamos en la terquedad de tener ese pensamiento mágico de «si niego la frustración, no existe». Por favor, no lo hagamos.

El primer paso para lidiar con la frustración es aceptarla. Ya que de no hacerlo, caemos en un círculo vicioso de intento de auto-superación que lo único que genera es más y más frustración sin poder salir de ello. Como todo sentimiento, la frustración debe saberse controlar y administrar. Segundo, hay que evitar a toda costa ver cosas donde no hay, es decir, cuidado con la expectativa. Muchas veces pecamos de un optimismo o de una negatividad tal que los llevamos al extremo. Hay que abrazar la idea de que las cosas son como son (ojo: no como deben ser, porque eso es comprar una cierta expectativa y negar toda posibilidad de cambio).

Aquí la pregunta que debemos hacernos es: ¿de qué manera VIVIMOS las cosas? Cuando aprendemos a lidiar con lo que no podemos controlar (al menos no del todo), logramos convertirnos en observadores en lugar de ser simplemente los sujetos pacientes de las mismas. Por poner un ejemplo: cuando vamos manejando y hay mucho tráfico, en ese momento, ¿qué podemos hacer? Tocar el claxon de manera desesperada, decir una y otra grosería, no hará que los demás coches desaparezcan de manera mágica. Lo único que queda es aceptar lo que está sucediendo, quizá poner algo de música que nos ayude a relajarnos, aprovechar y hacer alguna llamada, etc. ¿De qué manera vivimos el momento? Se trata de aceptar y reconocer que hay cosas, momentos, personas, que no podemos controlar sin más. Pero a nosotros mismos sí y ver qué está en nuestras manos para lograr otras cosas. ¿Qué vida ponen a su tiempo?

Ejercitar la virtud

La frustración es un sentimiento que sólo empeora la condición. Es por ello que a nuestro rescate vienen las virtudes, mismas que solemos olvidar o que nos hacen olvidar. Virtudes tales como la paciencia, la prudencia, la amabilidad y, por qué no decirlo, incluso la caridad, son las que más nos pueden ayudar en los tremendos momentos de frustración. Hay que aprender a anticiparnos a las cosas, pero sobre todo, darnos cuenta que siempre hay algo que podemos hacer para ayudarnos en momentos complicados. Y no olvidar, sobre todo, que no estamos solos, siempre podemos contar con algún familiar, algún amigo, pero también con profesionales de la salud mental realmente capacitados.

Ejercitar la virtud es lograr apuntalar hacia la meta que no es otra que aprender a encontrar calma en medio de la tormenta. La frustración es un engaño en sí mismo, es un pensamiento que se empecina en nublarnos la mente. De hecho, también hay que aprender a decir «hasta aquí», en sentido de que muchas veces estamos muy sumidos en cosas que nos estresan y frustran. ¿Por qué no poner pausa? Salirse a caminar un rato, leer un libro, ver alguna serie, relajarse, hacer algo de meditación, orar, platicar con algún amigo, comer algo rico, etc. No sé… imaginar es gratis…