Esa persona importante

«A lo mejor, la alegría sólo la viven los que son incapaces de definirla».

-Montserrat Roig

Queridos(as) lectores(as):

Hace unos días me llegó un mensaje por parte de Carol, quien escribe desde Uruguay. ¡Gracias por su generosa lectura de este espacio de encuentros! En el mensaje me compartía una inquietud que ha inspirado el texto de esta ocasión. Carol pregunta: «Disculpa, Héctor, ¿qué pasa con las personas especiales en nuestra vida? ¿Cómo estamos ciertos de que lo son?». ¡Qué preguntas! Espero poder aportar algo para intentar contestar.

Las personas importantes en nuestra vida van desde nuestros abuelos, nuestros padres, nuestros hermanos, aquellos amigos y amigas, aquella figura académica, etc. Son tantas personas en las que podemos depositar cantidades significativas de afecto y que se vuelvan en definitiva «importantes». Pero, ¿cómo nos damos cuenta de ello? Usando la sabiduría ancestral de lo simple: porque sonreímos sin necesidad de más. Tal como decía el novelista inglés, William Thackeray: «Una sonrisa es un rayo de luz en la cara». De repente, todo se ilumina.

Tiempos difíciles

No hay día en el que no nos enteremos de cosas tristes y dolorosas. Justo estas adversidades nos han hecho resignificar lo que consideramos realmente importante en nuestra vida. Enfermedades que surgen de la noche a la mañana, artimañas y crisis financieras, guerras, violencia… ¡Joder! ¡Qué tiempos para estar vivos! Y pues sí, en efecto, aquí seguimos, de un modo u otro, pero no se trata de hacer de nuestra vida un sinónimo de supervivencia. En la resignificación de las cosas realmente importantes, en un momento volteamos a ver a nuestros semejantes y en contados casos sonreímos sin más, a modo de una confesión silenciosa que dice «qué lindo, qué bueno, es estar contigo a pesar de todo esto».

¿Por qué pensamos que la persona importante en nuestra vida únicamente responde a una situación romántica? Claro, podemos verlo siempre de esa manera, porque de buena medida es algo que todos aspiramos, el tener a alguien que se vuelva nuestra inspiración y demás. No caigamos en temas de codependencia, eso lo dejaremos para otro encuentro. Pero sí debemos ser capaces de reconocer en el rostro de aquella persona la importancia que le brinda nuestro corazón. Calderón de la Barca decía: «Es parentesco sin sangre una amistad verdadera». Esa extraña sensación de familiaridad es lo que nos hace sentirnos seguros. Donde late el corazón a pesar de la ausencia, ahí es.

Reconocer y agradecer

Me es imposible evitar pensar que «¿qué pasa cuando esa persona importante ya no está más en nuestras vidas?». Esto se puede deber a muchos factores, pero los más comunes son el alejamiento, los mal entendidos, los pleitos, pero también ocasiones de pérdida tales como la muerte. De hecho, el fin de semana me puse a ver el stand-up de Franco Escamilla, Payaso, que inadvertidamente me soltó un golpe directamente al corazón. El comediante mexicano nos hace partícipes de su característico humor, pero al momento de ir cerrando, es ciertamente imposible sentir empatía al momento de verle quebrarse al contar lo que fueron los últimos días con su papá, quien recientemente falleció. Por supuesto que quienes hemos pasado por semejante pérdida, podemos reconocernos en ese relato.

Franco hace la invitación a que valoremos a las personas y que no nos quedemos con resentimientos y tonterías de ese calibre. ¿Por qué tenemos que esperarnos a perder a esas personas importantes para darnos cuenta de lo que realmente lo eran en nuestras vidas? Cada día que pasa, la tensión social se incrementa. Comentaba en mis redes sociales que estamos en un punto de histerización social muy preocupante. ¿Qué hacer? No es algo tan simple, pero podemos empezar por darnos la oportunidad de pensar más en el compartir. Hace unos días, mientras me tomaba un rico café cerca de mi casa, vi llegar a un joven que se veía notablemente preocupado; no pasó mucho y llegaron otros 2 a acompañarle. Apenas se levantó a saludarlos, el joven soltó en llanto. No pude evitar escuchar la conversación y él les compartía que se sentía lastimado porque «la chava que le gustaba, no era lo que esperaba» y que había soportado muchas cosas por parte de ella. El dolor del amor es inigualable. Muchos quizá digan que es una situación común la desilusión, pero es obviar las cosas que no son simples: cada dolor es valioso e importante y merece su escucha y acompañamiento. ¿Por qué si nos reunimos para festejar o divertirnos, no nos reunimos para consolarnos de los distintos avatares de nuestras vidas?

La sinceridad

Qué bonito es toparse con gente sincera, pero no de aquella que confunde la sinceridad con la ofensa y la grosería. Ayer, con una paciente, salió el tema de qué pasa cuando recibimos un Whatsapp preguntándonos «¿cómo estás?», y que por regla general solemos contestar «bien, gracias. ¿Tú?». ¿Qué pasaría si realmente contestáramos por como estamos? ¿Qué pasaría si yo contestara con un «estoy jodido, enojado, molesto, triste, deshecho»? La sorpresa se haría presente, sin embargo no sería novedad. Es decir, todos estamos pasando por momentos complejos de un modo u otro, afortunados quienes no o que están saliendo poco a poco de sus malestares. Pero cuando te topas con personas que no ven el caso en portar máscaras de aparente sanidad emocional, y que abren el corazón de par en par, quizá es que te has encontrado a alguien importante.

Muchos, quizá la gran mayoría de mis amigos que más amo, están lejos de mí. No hay modo de que los pueda ver como quisiera, pero el acompañamiento es incuestionable. Porque nada cuesta un minuto para estar al pendiente. ¿Por qué hablamos de «costos»? Es como aquella expresión que detesto que dice «valió la pena». ¿Acaso vale la pena ver a los amigos? Es tonto, pero lo usamos sin más.

Una persona importante, por ejemplo, es aquella que nos hace reír, que nos hace estar bien aunque las cosas estén fuera de control. Una persona importante siempre te da calma, pero no imaginamos cuánto contribuimos también a la suya.

Querida Carol:

Sin duda las personas importantes en nuestra vida son muchas, y a veces ni lo imaginamos. Pero lo que nunca debemos olvidar es que también lo somos para otras más, de un modo u otro. El valor de todo esto radica en el reconocimiento, no del miedo a la soledad, sino del amor por el compartir y acompañar. Pensar en las personas importantes en nuestra vida, nos permite contar nuestros latidos y darnos cuenta de lo importante que son. No hay uno sin otro. Te abrazo y deseo de corazón que todo sea para ti una experiencia que te permita aferrarte a la vida. ¡Resiste! Pero no dejes de compartir.

La batalla más dura

«En dos minutos me ha hecho usted feliz para siempre. Sí, feliz. Quién sabe, quizá me ha reconciliado usted conmigo mismo. Quizá ha resuelto mis dudas… «.

-Fiódor Dostoievski (Noches blancas)

Queridos(as) lectores(as):

Hace días que vengo pensando en este tema y en realidad no es nada sencillo, pero hay que seguir intentando. Desde hace varios años, la sociedad está muy acostumbrada a señalar, a ser la que juzga, a ser la que indica el camino correcto, etc. Sin embargo, ¿por qué pareciera que nos sirve más de pretexto que para una auténtica reflexión? Si bien es cierto que la sociedad erige cientos de normas y leyes para la «sana convivencia» entre los individuos que la conforman, ¿por qué es que no se genera también una posibilidad de sana relación con nosotros mismos?

No hay nada más fantástico e intolerable a la vez que el propio deseo. ¿Quién se sabe escuchar realmente y se deja llevar por lo que el deseo le puede llegar a pedir a gritos? ¿Es que acaso podemos realmente captar el mensaje que se nos está dando? Es difícil orientarse hacia la realización del deseo en tanto que muchas veces va en contra de lo que la sociedad determina. Ante algo así, ¿cómo poder asegurarse algo que, a nuestro creer, podría otorgarnos un cierto placer? Decía el Oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo». ¿Pero se puede hacer eso evitando las estructuras que nos atraviesan día con día?

El que calla, otorga

Siguiendo con el texto con el que empecé este encuentro, Noches blancas (1848), siendo uno de los textos más conmovedores del escritor ruso, Fiódor Dostoievski, hay otro cuestionamiento que me parece importante traer en estos momentos: «¿Por qué no decir sin rodeos lo que tiene uno en el corazón, inmediatamente, cuando sabe uno que su palabra no se la llevará el viento?». Es muy común el silencio en las personas por diversos motivos: falta de confianza, miedo, duda, nervios, etc. Bien decía Sigmund Freud que existe el miedo al fracaso, pero también el miedo al triunfo. ¿Qué pasa si lo que decimos nos garantiza lo que estamos buscando? Esto lo pienso específicamente en situaciones tales como una declaración de amor. De hecho, si no han leído el cuento de Dostoievski, me animo a decir que es justo un fascinante recorrido por la angustia de decir un «te amo» y sus consecuencias. No diré más, por favor, léanlo.

Muchas veces solemos decir que sabemos lo que queremos decir, sin embargo, por x o y razón no nos animamos a hacerlo. Insisto, hay muchos factores para entender eso. Sin embargo, no hay que descuidar que todo aquello que callamos y que se acumula con todo y su carga de afecto en nosotros, tarde o temprano el cuerpo encuentra la manera de gritarlo. La enfermedad es una de ellas. Ahora que lo pienso, cuando dicen «está enfermo de amor», quizá tenga mucho que ver con el hecho de la incapacidad de poder manifestarlo y todo eso se vuelve en su contra en una delirante situación que enferma y daña. «El que calla, otorga», dice el sabio refrán.

La batalla más dura

No hay nada más neurótico que batallar día tras día con uno mismo. «¿Haré esto o no? ¿Qué pasará si lo hago? ¿Y si no?… «, tantas preguntas desquiciantes que terminan por rendirnos ante la imposibilidad que surge de nosotros mismos hacia la misma posibilidad de vivir la vida. Y no, no es nada sencillo romper con eso. Por eso es que la batalla más dura es la que se libra contra uno mismo en la persecución inconsciente de nuestra propia libertad. Volviendo al tema del amor, ¿cuántas veces no nos hemos visto relacionados en situaciones así? Pienso, por ejemplo, en el legendario Cyrano de Bergerac (1897), del escritor francés, Edmund Rostand. Un hombre valiente, tenaz, con arte en la esgrima y en la batalla, poeta y filósofo, y condenado, no por su gran nariz, sino por el amor inconfesable hacia su propia prima, la hermosa Roxanne…

Escena de la película de 1990 de Cyrano de Bergerac

Lamentándose, el pobre Cyrano recita esto: «El alma que ama y revelarlo no osa, con la razón se encubre pudorosa. Me atrae un astro que en el cielo brilla; mido su altura, en mi ruindad reparo y, por miedo al ridículo, me paro a coger una humilde florecilla». Quizá el pretexto que podría poner el propio poeta era su enorme nariz, ¿quién podría amarle con semejante atributo? Pero no, lo cierto es que no es así. ¿Cómo podría –más bien– permitirse ser amado por Roxanne? ¿Quién se enamora de quién y por qué? A lo largo de esa hermosa historia, se nos demuestra que la bella mujer se enamora más y más de la prosa, de la expresión, de las palabras, de la hermosa conjetura de las palabras. Ciertamente, aunque el joven y apuesto Christian era «su caballero», ¿qué es de un cascarón sin su valioso contenido?

Más allá de uno (mirándose al espejo)

¿Qué es lo que hay ahí sino lo que hay? ¿Qué es lo que es sino lo que es? Preguntas muy filosóficas que nos obligan a preguntarnos qué es lo que nos limita realmente a ser sinceros con nosotros mismos y a armarnos de valor para expresar todo lo que sentimos, todo lo que callamos, todo lo que nos parece tan poca cosa para poder compartirlo. ¿Quién es capaz de brindar un valor cuantitativo al decir de cada uno de los hombres que habitamos este planeta?

Cyrano nos revela el significado del ser artista para los demás: «Cuando yo hablo, vuestra alma encuentra en cada una de mis palabras esa verdad que ella busca a tientas». A veces tenemos que hacernos con expresiones ajenas para poder encontrar la nuestra. El artista, el poeta, encuentra las palabras que nosotros no hemos podido, pero no es que hagamos uso de sus poemas para darnos a entender, para manifestar sutilmente nuestro sentir hacia otra persona, sino que nos ayuda a ejercitar nuestra alma y así ir fortaleciendo nuestro propio valor y a resignificar todo cuanto sentimos para compartirlo y permitirnos vivirlo.

La poesía, al final, es una herramienta para acceder a nuestro propio corazón para redescubrirlo.

Quizá podamos hacer algo más

Para Sofía

«El poeta debe ser un profesor de esperanza».

-Jean Giono

Queridos(as) lectores(as):

Qué días, qué días… Vaya que las cosas no son nada fáciles cuando nos sumergimos demasiado en la realidad. ¿Hay que alejarse de la realidad? ¿Acaso es posible? En buena medida y en sentido muy estricto, es imposible. Pero sí que podemos hacer algo al respecto: imaginar algo mejor. Si bien es cierto que el imaginar no hace que las cosas necesariamente cambien, también es cierto que nos da una suerte de consuelo el poder ver las cosas de una manera distinta.

Justo para este punto quiero compartir con ustedes una breve historia que encontré en mi librito consentido, El pequeño camino de las grandes preguntas, de Mons. Mendonça. En esta ocasión es sobre el poeta Tonino Guerra, quien fue prisionero de un campo de concentración. Llegado el día de Navidad, sin ningún rastro de empatía y con una gran desconsideración, les sirvieron una raquítica porción de cena. Él y sus compañeros, sólo podían recordar aquel maravilloso platillo al que estaban acostumbrados cenar en tal fecha: tagliatelle al ragù (ravioles a la genovesa).

«¡Podemos cocinar un plato de pasta con palabras! -al parecer fue Guerra quien lo empezó por sugerir-. ‘¿Cómo?’, quisieron saber. Atropelladamente, el poeta empezó a dar órdenes concretas: ‘Pon a calentar el agua. Tú, ve a buscar una cebolla. Deprisa, deprisa, fríela en una cacerola. Un diente de ajo. Tú, vigila el fuego. Busca cuatro cucharadas de aceite. Tú, trae carne picada. Un vaso de vino blanco, ¿dónde está el vino blanco? ¡Qué maravilla! ¿Os llega el olor? Traed sal y pimienta. La pasta está en su punto. Escurridla. Tú, tú, rápido, trae la salsa. Yo le pondré un toque, sólo un ligero toque de parmesano y… lista [aplaude]. Deprisa, deprisa, que cada no acerque su plato».

Para seguir con ese ejercicio, los demás compañeros acercaron sus manos a modo de concha para que les «sirvieran» el maravilloso manjar de letras, acto seguido comenzaron a «comerlo» con una alegría incomparable. Ya al terminar de servirle al último de los prisioneros, el primero preguntó: «¿Puedo repetir?».

Está lloviendo… saca el paraguas

El día de ayer, una paciente me decía que a ella le gusta que llueva para poder salir a caminar, pues es maravilloso para ella poder hacerlo en ese momento. Ahora que andamos en ánimo italiano, recuerdo la película La vita è bella (La vida es bella, 1997) del magnífico maestro de la sonrisa, Roberto Benigni. Justo también es sobre la historia del pesar de los desafortunados que terminaron en campos de concentración durante el periodo nazi en Europa. ¿Cómo hacerle para que un pequeño niño no tuviera que «vivir» las atrocidades de ese momento? A partir de la imaginación, del humor y la esperanza, el buen Guido Orefice hace que su pequeñito piense que se trata de un juego, en el que hay que ganar puntos. Así, el ganador tendrá de premio… ¡un tanque! No diré más sobre la película por si hay algún lector que todavía no ha podido, quién sabe cómo, ver tan hermosa película.

Jean Anouilh, escritor y dramaturgo francés, decía que «la vida es muy bella cuando a uno se la cuentan o cuando la lee en los libros; pero tiene un inconveniente; hay que vivirla». ¿Pero por qué afirmar eso con tintes tan pesimistas? En efecto, la vida no es algo que elegimos que sea como quisiéramos, en ocasiones sólo nos queda aceptar lo que es. Pero siempre tenemos la posibilidad de vivir de un modo en el que «mejor nos acomodemos». Quizá podríamos pensar en este punto que se trata de «tolerar» la vida, pero me atrevería a decir que no es del todo exacto, ya que más bien es justo «aprender a vivir a pesar de la vida». ¿Es que si llueve no puedes seguir tu camino? Cierto, no será tan fácil, pero no es imposible. Hay grados de dificultad que poco a poco se van superando.

¿Puedo repetir?

Regresando a la historia que compartí al principio, dime, querido(a) lector(a), ¿no se te antojaron esos ravioles? Si me dices que no, caray, lo siento mucho… ¡vuele a leerlo y ahora sé parte del relato! Y esa es precisamente la clave: sentirnos y sabernos parte del mundo, en su modo y en su rumbo. Decía el poeta español, Gustavo Adolfo Béquer: «El que tiene imaginación, con qué facilidad saca de la nada un mundo». Pero eso de «sacar un mundo» no es inventarse algo aparte, al contrario, es precisamente construir con el material que se tiene. ¿Qué podemos hacer cuando la ola del mar viene hacia nosotros? Podemos correr, podemos ir hacia ella, podemos dejarnos llevar. Hay alternativas, pero de que nos mojamos, nos mojamos. Hay cosas que son inevitables, pero podemos elegir cómo vivirlas de tal modo que encontremos algo que nos haga seguir.

Pienso tanto en la gente que está pasando por alguna calamidad en estos momentos, y me parece que es pensar por todos, porque por muy pequeña que sea, no dejar de ser algo que nos afecta. Por ello, para terminar este encuentro, te animo a que no te dejes convencer por aquello de que «no hay de otra», quizá lo que falta es que nos atrevamos a aceptar que quizá haya algo más por hacer. No renuncies a este a momento, vívelo con pasión (llora, grita, desespérate, pero hazlo de modo que no tengas que seguir haciéndolo después). Los momentos pasan, otros llegan, pero nunca hay que quedarnos con la idea de que estamos solos. Abre tu corazón, y encontrarás visitantes.

Y recuerda: tener esperanza es darle siempre oportunidad a la vida.

¡Ya no puedo!

«La vida es difícil, pero no importa»

-Etty Hillesum

Queridos(as) lectores(as):

He estado un poco inactivo en la página simple y sencillamente por lo mismo que denuncia el título de este encuentro. Tuve que tomarme unos días para descansar y reflexionar sobre varios puntos. Hace tiempo, una amiga de mi familia, me preguntaba que «¿cómo era posible para mí que no me afectara lo que escucho de mis pacientes?». Ciertamente no es que no me afecte, por supuesto que sí, de lo contrario no podría ni siquiera atreverme a ofrecer mi escucha a nadie. Pero, también es cierto, que hay que entender que muchas cosas no nos pueden afectar más que en el sentimiento y no dejar que nos quiten el sueño. Por supuesto que la empatía nos hace preocuparnos y despierta en nosotros un deseo genuino de que pronto puedan superar el mal momento que están atravesando nuestros pacientes, y existe un cierto consuelo que se comparte entre el ser escuchados por alguien sin ser juzgados y por el hecho de poder escucharles cumpliendo con una cierta fantasía de al menos poder ayudarles en algo.

Pero sí, la vida es difícil, cada día parece que hasta empeora. No se trata de ser pesimistas, pero los panoramas mundiales no son muy favorables. Sin embargo, NO IMPORTA. Etty Hillesum murió en Auschwitz en 1943, víctima del odio y la ignorancia. Pero ella, así como cientos de miles de personas que padecieron ese horror, siendo uno de los máximos fracasos de la razón, nos aportan semillas de esperanza que debemos siempre comenzar a sembrar para nosotros mismos.

A pesar de todo…

A Etty una vez le cuestionaron: «¿Cómo puedes pensar en flores en medio de un mundo en ruinas?». Esto porque ella estaba maravillada con un jarrón que tenía en el campo de exterminio, en el cual pudo ver fascinada cómo dos flores se abrían. Ella tenía las cosas claras: no puedes permitir que se pierda una porción de eternidad, por muy pequeña que sea, en lo que entiendes por realidad. Es decir, ¿por qué nos casamos con la idea de que todo está mal y que no hay alternativa de algo bueno? Pensar de ese modo, en efecto, es limitarse a un pesimismo que tiende a un fatalismo incurable. El dolor yace en la idea de que nada puede cambiar y que nos veremos atados a ello lo que resta de nuestra vida. Pero no es verdad…

Foto de Etty Hillesum

Recuerdo con especial cariño una vez que el dolor de mi entonces padecimiento me sorprendió a la hora de estar dando clases. De un momento a otro, mi expresión pasó a demostrarle a mis alumnos, quienes me veían asustados y preocupados, que ya no podía más. Uno de ellos, al ver cómo me doblaba del dolor, asustado salió a pedir ayuda. Llegaron entonces dos profesores y me ayudaron llevándome a la enfermería de la escuela. Resulta que, por error mío, no me había tomado la medicina y eso desencadenó la trágica escena. Me hicieron favor de conseguir que me trajeran el medicamento a la escuela y lo tomé en seguida. No pude continuar dando clases ese día.

Al día siguiente, ya recuperado y ahora sin haber olvidado la medicina, al entrar al salón, mis alumnos me esperaban ansiosos y preocupados. «Profesor -me dijo uno de ellos- le juramos que no nos aburre su clase, ¡pero no nos asuste!». Ese comentario me hizo reír. Era la manera con la que podían lidiar con el susto que les había metido. Después de bromearles un poco sobre lo ocurrido, procedimos. Me di la vuelta para escribir algo en el pizarrón y sólo pude escuchar un silencioso y comunitario «qué bueno que esté bien».

Estamos hartos

¿Cómo podemos esperar cosas buenas cuando hay tanta calamidad? Parece que estamos por momentos atrapados en un bucle donde no hay manera de salir. Como si sucedieran cosas bonitas para sólo esperar a que pase algo horrible. En México hay una expresión que me resulta jocosa, pero que expresa demasiado: «¡Ya chole!». Según el lingüista, Arturo Ortega Morán, el uso de eufemismos como éste se hace “cuando no quieres decir directamente la palabra porque puede resultar ofensiva». Por tanto, «ya chole», significa «ya basta». Pero entendamos que ese «ya basta», evidentemente se expresa con fastidio y frustración, por lo que la ofensa podría seguirle. Ahora bien, ¿cuántas veces decimos «ya chole con esto»? Todos estamos hartos, sí, bastante. ¿Pero de qué? De nosotros mismos.

¿Np te hartas de estar harto?

¿De nosotros mismos? Sí, así es. Entendamos que ese fastidio que manifestamos es porque «nos pasan las cosas porque somos unos idiotas (por no usar alguna expresión más fuerte)», «porque no sabemos poner límites», «porque confiamos demasiado», «porque nos hace falta malicia» y demás cosas que sólo nos hacen sentir peor. El mundo gira a pesar de nosotros. Es decir, no todo depende de nosotros y por supuesto no somos responsables, pero en buena medida encontramos ciertas conexiones para vernos inmiscuidos en ello.

En palabras de Etty, «el mayor robo que nos hacen, nos lo hacemos nosotros mismos». Muchas veces caemos en el error de querer cambiar pero para mal. «Ahora ya no seré buena persona», «¿Me quieren que sea cruel?, pues eso seré…», etc. ¿Por qué renunciar a lo mejor de nosotros mismos por culpa de quienes sólo manifiestan lo peor de ellos? Claramente uno siente que el mundo le falla, y es que hay demasiada expectativa. Nos olvidamos de la propia humanidad y de lo que ello significa, y entre lo que no debemos olvidar yace la posibilidad misma del error.

Aprender a ser amables

El escritor estadounidense, George Saunders, comparte lo siguiente:

«Cuando vuelvo la vista atrás, me doy cuenta de que he pasado la mayor parte de mi vida ofuscado por cosas que me apartaban de la amabilidad. Cosas como la ansiedad. El miedo. La inseguridad y la ambición. La convicción de que si consiguiese acumular -éxito, dinero y fama suficientes-, mis neurosis desaparecerían».

Justamente, el día de ayer desayunaba con mi querido amigo, Martín, y reflexionábamos sobre varias cosas. En un momento, compartí que «nos hace falta darle oportunidad a lo extraordinario». Al decir eso, bueno, nos pasamos como 2 horas debatiendo el tema. Pero a lo que yo me refería es que muchas veces pensamos que lo extraordinario, se trata de algo enorme, muy llamativo, algo que deja perplejo a cualquiera. Sin embargo, mi intención realmente era resaltar aquellas cosas sencillas que pensamos y que dejamos sólo en la ilusión o en la fantasía. Cosas que nos hacen conectarnos con nosotros mismos y que nos vinculan al mundo de la vida: salir a dar una vuelta, sentarse en una banca en el parque, comer un dulce, beber agua fresca, etc. Lo extraordinario es recordarnos que podemos seguir viviendo a pesar de las duras y complicadas circunstancias. Porque, sí, la vida es difícil, pero no importa.

Sonríe primero para ti

Por eso es que insisto mucho con el hecho de aprender a ser amables, pero empezando con nosotros mismos. ¿Por qué «pagar» tan caro las consecuencias de otros con nuestro propio castigo? ¿De qué nos sirve? ¿Para aprender por las malas? Definitivamente el error es un gran maestro, y la frustración también lo es pero sólo si la sabemos encaminar hacia una enseñanza bondadosa. Decía san Agustín: «Lo verdaderamente extraordinario del ser humano es que pudiendo hacer el mal, elige hacer el bien». Quizá la lógica del mundo sea algo «cruel y absurda», en sentido de que no se «recompensa» lo que hacemos como quisiéramos, pero lo cierto es que esos resplandores de amor y amabilidad que podemos dar al mundo en ruinas, pueden llegar a ser los nuevos cimientos de un mejor futuro para todos.

¡No te rindas! ¡Resiste!