El Gran Pez, un análisis.

Cualquiera que despierto se comportase como lo hiciera en sueños, sería tomado por loco

-Sigmund Freud

Basada en la novela Big Fish: A Novel of Mythic Proportions de Daniel Wallace, Tim Burton nos lleva a un auténtico recorrido por la vida. Cuando la vi por primera vez, no imaginé el enorme impacto que tendría en mí y, precisamente, ahí está la clave: la imaginación. ¿En qué momento dejamos de ser niños felices para convertirnos en adultos infelices? Las respuestas son varias, pero sin lugar a dudas pesa mucho cuando dejamos de imaginar, cuando dejamos de sorprendernos. El ser humano nunca debe perder la gran capacidad de asombro que le caracteriza, pues de hacerlo, estaría condenado a vivir de manera insensible, estaría condenado a vivir por vivir. ¿Y dónde quedaría entonces la vida?

La historia, en un principio, nos es narrada por Will Bloom (Billy Crudup), quien se debate en un problema muy grande respecto a su padre, Edward Bloom (Albert Finney/Ewan McGregor), ya que como nos menciona al principio: “Al contar la historia sobre la vida de mi padre es imposible distinguir entre los hechos y la ficción, entre el hombre y el mito”. Esto nos lleva precisamente a recalar en la infancia de todos los seres humanos. En ese momento, crecemos rodeados de constantes mitos, historias fantásticas, leyendas y por supuesto incontables metáforas, todas con el fin de dejarnos una enseñanza en particular. Pero también es un hecho que el ser humano es un ser de símbolos, y siempre estamos atrapados en ellos. Y en esta película nos vemos confrontados a muchos símbolos que sirven, si somos atentos a ellos, como una crítica a modo de reflexión: es una experiencia muy similar a la que vivimos en el dispositivo psicoanalítico. De hecho, si somos sinceros, el contacto que tenemos con la realidad está limitado por el lenguaje, ya que nunca sobran palabras, más bien nos faltan y muchas. Hacemos constante uso de la hermenéutica en todo, una interpretación de hechos. Eso nos recuerda a Nietzsche cuando sentenciaba que el mundo no eran fenómenos, sino interpretaciones, sin embargo, más bien hablamos de infinitos hechos e infinitas representaciones para los mismos.

Quisiera hacer una pausa y detenerme en la parte en la que el pequeño Edward Bloom interactúa con la bruja, aquella que tenía un ojo de cristal y que, supuestamente, quien veía a través de él sería capaz de ver su propia muerte. Mientras que vemos el destino funesto de los amigos de Bloom, cuando éste le pide a la bruja poder ver el suyo, sólo vemos el rostro del niño y luego una sonrisa tranquila. “Así pensé que sería”, le dice a la bruja. Es interesante este punto porque el ser humano vive, por lo general, pensando más en la muerte que en la vida, pero cuando éste es consciente que en efecto algún día morirá, logra reconfortarse y permitirse a sí mismo contemplar la belleza, el arte y el horror que este mundo puede ofrecer. Y es así como Bloom entendió que su única labor, que el sentido de su vida, era precisamente vivir.

Ahora bien, ¿por qué hablar de simbolismos? Porque no se puede entender la película si los descuidamos. Empecemos por el primero que se nos presenta, precisamente, el gran pez. Cuando Edward Bloom le narra a su hijo que él sufrió una clase de enfermedad que hacia que él creciera más rápido que los demás (cosa que descubrimos que no fue así), él cuenta que una vez leyó un texto sobre los peces dorados: ““Si se guarda en un pequeño recipiente, el pez permanecerá pequeño; si tiene más espacio puede doblar, triplicar o cuadriplicar su tamaño”. Entonces entendemos que el pez es cada uno de nosotros y que la pecera representa nuestros limitantes, mismos que pueden ser reales o incluso imaginarios. Estos limitantes, por lo general, no son superados por el miedo. El filósofo danés, Sören A. Kierkegaard nos habla de ello desde lo que entiende por angustia, que no es más que no saber qué hay después, y al mismo tiempo, el vértigo de la libertad. Por temor al “qué pasará”, los seres humanos establecemos uno de los más problemáticos limitantes en nuestra vida. De hecho, cuando Bloom se ofrece para ir a enfrentarse al supuesto monstruo, que luego conocemos que su nombre es Carl, entendemos que el miedo nos paraliza, pero sobre todo el miedo a lo que no conocemos, después de todo, ahí yace lo siniestro: lo que está fuera de nuestro control. Y es justo donde entra en escena el pequeño pueblo de Ashton, que simbólicamente representa nuestra primera zona de confort. “Mira, no es que tú seas demasiado grande, lo que pasa es que este pueblo es demasiado pequeño para ti” -le dice Edward a Carl- “Pero para alguien con mis ambiciones, todavía es más pequeño”. Entonces los dos deciden salir de Ashton e ir a descubrir el mundo. Después de todo, como diría el filósofo Protágoras: “El hombre es medida de todas las cosas”.

Cuando caminando llegan a un punto en el que el camino se divide en dos, nos muestran que uno de ellos es aparentemente seguro y directo, pero que el otro es oscuro, tenebroso e “intransitable”. Edward le dice a Carl que él seguirá ese camino, que al final terminarán por encontrarse. Nuestro protagonista se adentra por aquel camino y experimenta cierto temor, cierta intranquilidad, pero termina llegando a un lugar que, en un principio, aunque bello nos ocasiona cierto temor. Es la sospecha de aquello que entendemos por normal. Lo primero que ve es un cable que tiene varios pares de zapatos colgando. Y después salen a su encuentro varias personas, muy sonrientes. El pueblo se llama Spectre, y el alcalde cuando llega al encuentro con Bloom le dice “no te esperábamos tan pronto”. Todo parece indicar que es absolutamente perfecto ahí, es más, la gente está descalza todo el tiempo, no hace ni demasiado frío ni demasiado calor, hay un balance exquisito y nadie quiere salir de ahí, porque al parecer no es necesario. Sin embargo, cuando Bloom interactúa con un famoso poeta oriundo de Ashton, Norther Winslow (Steve Buscemi), se entera que ha durado ahí varios años y que no ha podido acabar ni siquiera con un párrafo, muy mediocre, de un poema. Edward entiende que Spectre lo está atrapando, que se está volviendo en otra zona de confort.

Sería importante que nos centremos un momento en el nombre del pueblo, en Spectre, que si lo traducimos al castellano sería algo como espectro o fantasma. De hecho, recordemos el estanque en el que Bloom ve a una mujer desnuda, él alcanza a percibir a una serpiente que se acerca por detrás de ella para atacarla y éste se lanza para protegerla, pero cuando la está por alcanzar, ella se sumerge en el agua y desaparece; cuando voltea a ver su mano, descubre que la serpiente en realidad era una rama de un árbol. Cuando regresa a la orilla, Jenny (Hailey Anne Nelson) le dice: «No es una mujer, es un pez; su aspecto cambia según quien la mira.” Esto nos da a entender que es la representación del deseo más íntimo de las personas. Si consideramos que los sueños son el cumplimiento del deseo, según Freud, y que además lo que soñamos siempre está disfrazado, podemos ver que Bloom deseaba encontrar a una mujer y que haría lo que fuera por encontrarla.

Y es aquí donde entran los zapatos. Los zapatos que usamos para andar sirven para proteger nuestros pies, pero cuando llegamos a algún lado, nos los quitamos para descansar de ellos. Es por eso que al entrar en Spectre están los zapatos colgados, pues los habitantes de ahí no tienen que volver a usarlos, han llegado al lugar para siempre descansar. Es interesante porque incluso podemos entender que Spectre representa la muerte misma, y de ahí las poderosas palabras “no te esperábamos tan pronto”. Pero cuando Bloom se quiere ir, la pequeña Jenny le dice “¿y cómo lo harás sin tus zapatos?”, a lo que el protagonista responde que lo hará de cualquier modo y que está consciente que será difícil e incluso doloroso, pero que tiene que continuar. Ese estancamiento que tenemos a en muchos momentos de nuestra vida, es como una clase de anzuelo que nos atrapa y por no querer seguir intentando, por pensar que estamos en algo seguro, nos atrapa al borde de parecer que estamos muertos en vida. Es renunciar a lo demás. Por eso lo último que dice Bloom a los habitantes de Spectre fue: “Este pueblo es más de lo que podría soñar cualquiera, y si al final acabara aquí me consideraría afortunado, pero la verdad es que aún no estoy preparado para acabar en ninguna parte”.

Cuando Edward y Carl llegan al circo, entran a la función dirigida por Amos Calloway (Danny DeVito) y nuestra historia da un nuevo giro. Una vez que la estrella principal, Colosus, queda en evidencia que no es la gran cosa y que Carl lo supera en tamaño, Edward descubre a Sandra (Alison Lohman) entre la multitud y nos comparte que: “Dicen que cuando conoces al amor de tu vida, el tiempo se para… Y es verdad. Lo que no dicen es que cuando vuelve a ponerse en marcha, se mueve aún más rápidamente, para recuperar el tiempo perdido”. Y es cuando él entiende que ha encontrado lo que sería su proyecto de vida. Este momento que experimenta cuando conoce a Sandra, según la filosofía de Kierkegaard, podría ser el instante que desgarra la temporalidad. ¿En qué momentos nos sentimos privados de nosotros mismos? ¿En qué momento perdemos relación con la realidad? Esto se desarrolla de una manera particular pues hay un pasaje al acto por parte de Edward cuando acepta trabajar sin cobrar ni un centavo con tal de que cada mes recibiera algo de información sobre Sandra por parte del Sr. Calloway. Lo que llama la atención es la fuerza de voluntad que tiene nuestro protagonista para llevar a cabo semejante acción. Hasta que logra su objetivo.

Otro momento a destacar es cuando Edward consigue encontrarse con Sandra y le confiesa su amor, diciéndole: «Tú no me conoces, pero me llamo Edward Bloom, y te quiero. He pasado los últimos tres años trabajando para averiguar quién eres. Me han disparado, acuchillado y aplastado de vez en cuando… Me he roto las costillas dos veces… Pero todo ha valido la pena ahora que te tengo aquí delante y… por fin puedo hablarte… Porque estoy destinado a casarme contigo… Lo supe desde el primer momento cuando te vi en el circo y ahora lo sé aún con mas certeza. […] Hoy soy la persona más feliz del mundo”. Se vuele a presentar el tema del destino. Podemos hablar aquí sobre la alegría del saber, que en este caso Bloom partía con ventaja pues sabía sobre su muerte y ello le permitía vivir sin preocuparse por ella.

Qué maravilla es aceptar que no conocemos a alguien pero que estamos dispuestos a pasar toda la vida para lograrlo, sabiendo de manera inconsciente que no será así. ¿Quién es capaz de conocer a otro en totalidad? ¿Quién es capaz de conocerse a sí mismo de tal modo que no quepa la falta? La máxima socrática del “conócete a ti mismo” se hace presente a lo largo de la historia que se nos narra en El Gran Pez. Volviendo a Will Bloom, hay un momento en el que menciona: “Lo fascinante de los icebergs es que sólo ves el 10%, el otro 90% está bajo el agua y no lo ves. Y contigo es lo mismo, papá, sólo veo un trocito que sobresale por encima del agua”. ¿Qué sucedía con Will? Hablamos de la ausencia de un padre que no estuvo o que al menos eso dio a entender a su hijo; de un padre que parecía estar en la vida de todos menos en la de su propio hijo. Había un celo que no permitía un acercamiento amoroso de Will con su padre moribundo.

La figura de Edward Bloom, ya de viejo, y la tierna relación que sostiene con su nuera, Joséphine (Marion Cotillard), nos hace pensar en la situación que viven muchos ancianos hoy en día que padecen deficiencias mentales, como la demencia senil o el Alzheimer. Ella escucha fascinada las historias de Edward y en ningún momento se desespera, de hecho, trata de servir como vínculo entre Will y Edward. La paciencia que nos tuvieron cuando éramos niños es la que nos requieren cuando alcanzan la ancianidad. Lo mismo pasa con esta Sandra (Jessica Lange), quien parece seguirle el juego a Edward y trata de hacerle entender a su hijo, Will, que su padre está ahora para ser escuchado. Este tema de la escucha es vital a lo largo de la vida, y pareciera que queremos prestar oídos cuando ya es demasiado tarde. Dice mi papá: “Es mejor escuchar una historia de quien la vivió y no de quien lo escuchó”. Pero, ¿qué necesidad había por parte de Edward Bloom para hablar con tanta imaginación sobre lo que vivió? No podemos culpar a Will de no creerle pues sus historias podían parecer incluso inventadas. Por ejemplo, cuando están cenando y se menciona que Joséphine estuvo en África, a lo que Edward le pregunta si ya sabía que los loros hablaban en francés. Lejos de desmentirlo, ella se presenta incrédula, mientras que Will se enfada.

Avanzando ya varias escenas, encontramos que cuando por fin Will cede y quiere convivir con su padre, luego de que va a visitar a la mujer con la que pensaba que su padre había tenido una relación extramatrimonial y ella le cuenta la fantástica historia sobre todo lo que hizo su padre para devolverle la vida al pueblo de Spectre y a sus habitantes. Esto puede recordarnos a Emil Cioran, quien nos habla de recuperar el Paraíso Perdido, aquel bello lugar del que tuvimos que salir en algún momento de nuestra vida pero que nunca supimos olvidar, pues ahí es donde descubrimos la auténtica felicidad. Resulta que esa mujer era la pequeña Jenny que sí se había enamorado de Edward Bloom, pero que él nunca pudo corresponderle, ya que para él “habían dos tipos de mujeres en el mundo, su esposa era una de ellas y la otra eran todas las demás”.

Will llega a su casa y no encuentra a su familia. En ese momento piensa lo peor y se va al hospital, donde encuentra a su madre y a su esposa preocupados por la condición de salud de su padre. El punto clave está cuando el Dr. Bennett (Robert Guillaume) le narra la verdadera historia sobre su nacimiento a Will, y éste se muestra decepcionado. “¿No es muy emocionante verdad? y supongo que si tuviera que elegir entre la historia verdadera y una versión rebuscada sobre un pez y una alianza de boda, es posible que escogiera la versión fantástica”. Will decide quedarse en el hospital a pasar la noche para cuidar a su padre, cuando éste despierta todo agitado y le pide a su hijo que le cuente cómo morirá. Él le dice: “Esa parte nunca me la contaste, me dijiste que era una sorpresa”. Esto abre la oportunidad de una vinculación genuina con su padre al momento en el que Will empieza a contar la parte final de la fantástica aventura de su padre. En esa última narración, vemos que se han reunido todas las personas que conoció y que ayudó Edward a lo largo de su vida y que están felices de poderse despedir. Cuando pasa Will cargando a su padre junto a su madre, Edward se despide de Sandra llamándole “su hermosa novia del lago”. Will mete al lago a su padre y éste sufre una transformación en un gran pez.

Para concluir, esta hermosa película nos exige volver a nosotros mismos, a permitirnos disfrutar de la imaginación que nos permite darle color a la vida. De hecho, esto nos remite a lo que nos cuenta la psicoanalista alemana Frieda Fromm Reichman en “Nunca te prometí un jardín de rosas”:

Nunca te prometí una justicia perfecta…

Y nunca te prometí paz o felicidad.

Mi ayuda es para que puedas ser libre,

para que pelees por todas esas cosas.

La única realidad que te ofrezco es que

puedas pelear por tus derechos y ser sana,

ser libre para aceptarla en cualquier

nivel en que estés capacitada.

Nunca prometo mentiras, y el mundo

jardín de rosas es una mentira…

¡Y también un aburrimiento!

Al final, cuando Edward muere, Will descubre que todo lo que le contó, sobre todas las personas que conoció, fue realidad, sólo que le dio más valor a todo con la imaginación para hacer de su historia, una historia digna de ser contada.