Queridos(as) lectores(as):
Con el encuentro de hoy, ponemos fin a los dedicados al tema de la felicidad. Espero de corazón que les hayan servido para reflexionar y para que se den una oportunidad de que, a pesar de las circunstancias, se permitan ser felices. A veces, sólo hace falta recordar que eso depende de nosotros, no tanto de lo que hay fuera.
Afrontar la vida debe ser siempre un compromiso, no sé si moral, pero al menos sí hacia uno mismo. Cuando hablamos de moralidad hablamos de una relación con los otros, pero parece ser que solemos olvidar el compromiso que tenemos para con nosotros mismos. Y es ahí donde la tempestad azota con toda su ira.
Por eso, el día de hoy cerraré con el arte reír.
Una herramienta terapeútica
En psicoanálisis entendemos que el humor es la manera en la que el sujeto logra relacionarse ante ciertas cosas. Un modo de defensa, un modo de tolerar la realidad, un modo de expresar lo «inexpresable». El chiste, por ejemplo, encuadra una verdad que no se podría decir de modo «serio», que necesita la risa y por tanto la aprobación de los interlocutores. De ahí que podamos encontrar un sinfín de tipos de chistes, desde los «inocentes» hasta los vulgares. La clave en todos es que el sujeto expresa cosas cobijadas por la risa aprobatoria (y a veces no tanto) de los demás.
Sin embargo, me gustaría que nos enfocáramos en la parte terapéutica de poder reírnos a carcajadas. Sabemos bien que hay muchas tensiones en nuestro día a día, por lo que cuando somos partícipes de algo gracioso (aunque sólo lo sea para nosotros), esas tensiones encuentran un modo de disminuir y con ello encontramos placer. Nos sentimos bien, la situación se aligera. Hay por ahí un consejo popular que dice «aprende a reírte de ti mismo». ¿Y por qué no?
Hace unos días, platicaba por Whatsapp con un querido amigo que me estaba compartiendo una situación que está pasando con una conocida. En un momento, me dijo «…para que veas lo pendejísimo (en México, es una grosería) que soy». Acto seguido salieron unos «jejeje» de parte de él. Por un lado, surge la parte incómoda, lo que duele, lo que le afecta, de hecho hasta es un reclamo para sí; pero después de ofenderse a sí mismo (pareciera incluso algo humillante), los «jejeje» podemos decir que nivelan su sentir, porque es el modo en el que acepta o lidia con lo que le afecta. Se ríe de sí mismo, de lo «pendejísimo» que es. Sin embargo, no lo dejé ahí, pues le contesté que «no es que seas pendejísimo, ya quisiera yo ser en todo caso eso para ser tan buena persona como tú». Cosa que le brindó un alivio a modo de no verse sometido por esa idea que tiene de sí. Pero eso fue posible por la capacidad que tuvo de reírse de su «tragedia».
Aquí es donde me gusta insistir que el lenguaje, como siempre, determina realidades que parecen condenarnos, que no puede ser de otra manera. Cosa que ya hemos visto que no es del todo cierto. John M. Heaton en su libro Wittgenstein y el psicoanálisis, nos comparte lo siguiente: «Wittgenstein advirtió que somos prisioneros del poder engañador del lenguaje, y ello lo acercó a la literatura como a la filosofía. El poder engañador de la palabra puede imitar tan bien las cosas reales que su poder discriminador no alcanza para permitirnos distinguir la verdad de la falsedad. Puede engañarnos en el acto mismo por el cual nos escoge como aquellos a quienes nos es dada la verdad».
Cambiar la mirada
¿Cuando nos vemos en el espejo, qué es lo que vemos? Esa pregunta siempre me ha parecido maravillosa. Por un lado tenemos la estética del sujeto vs la estética de la sociedad; por el otro lado tenemos un anhelo o ilusión vs lo que hay ahí. El ser ahí, ese otro que soy yo. Recuerdo a un standupero mexicano, Franco Escamilla, que dijo en uno de sus shows (parafraseo): «Hay quienes se ven en el espejo y se engañan diciendo que ‘están muy bien, que son lo máximo’, no, yo no mis hermanos, yo me veo al espejo y me odio por pinche gordo». Justo en esto es donde tenemos que centrarnos: qué es lo que miramos y por qué.
El tema de la propia percepción es algo que merece incontables encuentros para tan siquiera rozar las líneas del debate, sin embargo, podemos sostener que es algo que le atraviesan varias exigencias. Las personales, las familiares, las sociales, las religiosas, las institucionales, etc. El sujeto yace ahí, padeciendo el malestar del «¿qué soy?». Y, claro, infelicidad desatada.
Percibirnos a nosotros mismos como «pendejos, idiotas, tontos, tarados, etc.», puede que afecte nuestra participación en las cosas que pensamos, decimos y/o hacemos. De ahí que apostemos casi siempre por el fracaso. Sin embargo, el otro lado de la moneda en esta circunstancia, nos permite darnos cuenta de nuestros errores, aceptarlos y reírnos de nosotros mismos. Y lo que se vuelve imperdonable, se vuelve risible para poder hacerlo mejor después.
Ríe y deja que los demás se liberen
No sé si han visto en algún momento un video que se hizo viral hace unos años de un sujeto que se sube al metro con sus audífonos puestos y viendo algo en su celular. De repente, se empieza a reír hasta perderse en carcajadas. Los demás usuarios en un principio lo ven con extrañeza, con sospecha y, por qué no, hasta con fastidio. Pero mientras avanzan en su viaje y las carcajadas del sujeto se vuelven escandalosas, los demás se empiezan a reír y a generar un ambiente agradable y ameno, ¡no se diga divertido!
Y es que lo que sucedió ahí fue un vínculo que ayudó a los demás usuarios a romper con los pensamientos negativos, tristes o dolorosos por los que probablemente estaban pasando, todos escondidos tras esos rostros de seriedad total. Se quebraron, y lejos de llorar, rieron a carcajadas. Se acordaron que, a pesar de todo, siempre se podrá reír. Evidentemente se trataba de una campaña publicitaria (de Coca-Cola, aunque a Cristiano Ronaldo no le guste) sobre la importancia de reír y vaya que hasta los que vemos el video compartimos esa alegría (si no lo han visto, se los dejo al final).
Para concluir, quisiera que pensemos en eso de «liberarse» y leamos un verso del poeta español, Miguel Hernández:
«Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea».
El profeta Muhammed decía «quien hace reír a sus compañeros, merece el paraíso».
¿Ya reíste hoy?