Un lugar para la felicidad

Queridos(as) lectores(as):

¿Dónde podremos encontrar un poquito de felicidad? Creo que es la pregunta que todos nos hemos llegado a hacer, porque al final de cuentas en el mismo camino andamos. Pensar que la felicidad es algo que se obtiene para nunca perderla es como pensar que se respira una sola vez en toda la vida. No, no es así, la felicidad no es sino un instante, un desgarre en la eternidad, es un momento, mas no un absoluto. Cuando hablamos de felicidad, debemos tener por seguro que hablamos, para seguir haciéndolo así, desde la falta. En otras palabras: buscamos tener lo que estamos destinados a seguir buscando.

Puede que me digan que hay quienes «parecen» ser felices. No confundamos la alegría con la felicidad. Muy útil para poder hacer esta diferencia, o al menos intentar tenerlo un poco más claro, podría resultarnos lo que el filósofo danés, S. Kierkegaard aporta: lo estético apunta hacia lo temporal, lo ético hacia la eternidad. ¿Cómo? Vamos por partes. En primer lugar, recordemos que este autor es profundamente cristiano, por lo que es de suponer que ponga como punto de referencia a Dios como «la felicidad», lo absoluto. En la creencia cristiana se apuntala hacia Dios como lo máximo. Es un tema de realización a nivel personal del creyente. Pero vamos a alejarnos un poco de la cuestión religiosa.

¿La felicidad es un sentimiento?

Una pregunta que sin lugar a dudas nos llevaría a tener muchos debates interminables. Pero pensemos lo siguiente: ¿qué necesidad existe para limitarla a los sentimientos? Pongamos un ejemplo: ¿se puede ser feliz cuando tenemos el ánimo decaído? Suena extraña la pregunta, hasta contradictoria, pero es importante hacerla porque no debemos olvidar al inconsciente bajo ninguna circunstancia. La felicidad la podemos ver como una actitud, misma que desarrollamos de manera consciente. Esto, entonces, nos hace pensar sobre la manera en la que abordamos la vida. ¿Cómo vivo? ¿Por qué vivo así? ¿Estoy bien o estoy mal? ¿Según qué, quién o quienes?

Hablo del tema de la actitud porque es la manera serena y realista con la que debemos ir ante la vida. Una pregunta más: ¿puedo ser feliz, disfrutar de mi vida, cuando sé que un buen amigo está pasando por el peor momento de su vida? Sí, por supuesto que sí. Claro, estaríamos preocupados y quizá hasta tristes por la lamentable situación que atraviesa esa persona, pero su dolor no es el nuestro, son dos cosas muy distintas. ¿Qué hacer? Seguir con nuestra vida, ayudarle si podemos. Pero no más. Nuestra felicidad no puede depender del otro, pero sí se puede ver afectada. Por ello es que hay que tener cuidado, diferenciar lo que nos pasa a lo que nos conmueve. Se llama empatía.

Tener un propósito

Hace unos días, revisaba con mis alumnos de preparatoria los aportes que hizo el psiquiatra y filósofo vienés, Viktor Frankl (1905-1997), padre la tercera escuela de psicoterapia, conocida como logoterapia. Gracias a su célebre libro, El hombre en busca de sentido (1946), tenemos una reflexión profunda de un sobreviviente de los Campos de Concentración durante el régimen nazi en Europa. ¿Cómo alguien que vivió aquellos horrores podría seguir viviendo? ¿Cómo saber qué pasará después? A lo largo del libro, Frankl comparte vivencias y nos muestra el lado más humano de las personas.

El hombre es un ser que puede acostumbrarse a cualquier cosa.

-Fiodr Dostoyevski

Pero quisiera centrarme en lo que él propone: tener un propósito en la vida claro. Conocer el propósito de nuestras vidas nos brinda el «para qué» para poder lidiar con los «cómos» que vamos enfrentando a diario. Tendríamos que tener en cuenta que el sentido de la vida, como tal, por sí mismo, no existe, el ser humano es quien va dándole un sentido a cada momento, de ahí la importancia del propósito, ya que sin importar las circunstancias, eso nos permitirá seguir adelante. Para Frankl su propósito era ayudar a las personas, él sabía y comprendía que eso le permitiría continuar. Ahora bien, una pregunta más: ¿no será que la felicidad se encuentra escondida en ese propósito? Cuando alguien se centra en ello, a pesar del dolor, las penas, las tristezas y las preocupaciones, la mente encuentra una distracción que le brinda el placer y la satisfacción necesaria para sentirse bien. Pero, cuidado, volvemos al señalamiento previo: no confundamos instante con eternidad.

Saber ser vulnerables

Uno de los grandes problemas que enfrentamos hoy en día es la expectativa que nos impone una sociedad cada vez más deshumanizada. Las personas pasamos a ser cifras, mismas que se suman o se restan y nada más. ¿Dónde queda espacio para poder disfrutar de nuestra humanidad? Es decir, ¿qué acaso somos piedras que no sienten? Las exigencias sociales se traducen como «sé hombre», «no llores», «sonríe», «no pasada nada», «eso no es nada» y la peor de todas: «échale ganas». Ahí está el resultado de la frialdad y de la falta de empatía.

Pero no es necesario ser así. La vida es sencilla, el ser humano es el que la hace compleja. El poder ser vulnerables nos desnuda como lo que somos: seres humanos, seres relacionales. ¿Por qué está mal decir que nos sentimos tristes, molestos, cansados o incluso con miedo? Tendríamos que ser sinceros al respecto y dejar que el otro nos ayude. A veces, cuando ayudamos a otros, nos ayudamos a nosotros también.

En México tenemos la que algunos dicen es la palabra más bonita del castellano: apapachar. ¿Pero qué significa? Más que significar, adquiere todo el valor de la misma expresión, del deseo de ir hacia el otro. Sin embargo, no es como tal una palabra castellana, no, su origen es náhuatl y fue incorporada al idioma. Revisemos su etimología:

Patzoa: se traduce como apretar o, incluso, apachurrar.

Pero para poder dar el paso al «apapacho», tenemos que duplicar la primera sílaba, dándonos «papatzoa». Así, entendemos que se trata de una caricia que se le da a los niños, «que toca el corazón y el alma». Podemos verlo como una muestra de protección, cariño, cuidado y, por supuesto, amor. «Estoy contigo, yo te cuido, yo te quiero, yo te amo». Y fuera de ese abrazo, todo puede pasar, pero nada a nosotros. Sin embargo, hablamos de un suceso metafísico, pues el apapacho es una caricia, un mimo, un gesto tierno y cariñoso que da consuelo al alma.

Quién sabe, pero al menos los mexicanos podemos atrevernos a decir que el apapacho es ese instante, esa actitud, ese encuentro, donde la felicidad nos abraza, nos reconforta, nos reanima… nos hace ser agradecidos y continuar nuestro camino.

¡Un apapacho para cada uno de ustedes!