Un castillo (destruido) de naipes

«La única compensación que puede esperar un hombre atormentado: el derecho al pataleo».

-C.S. Lewis

Queridos(as) lectores(as):

Hace unas semanas, el P. Carlos me recomendó leer un texto del que desconocía su existencia. Del escritor inglés, C.S. Lewis, Una pena en observación (A Grief Observed, 1960). Este libro es un sincero y profundo testimonio de lo que tuvo que pasar el autor tras la muerte de su amada esposa, Joy Gresham. A lo largo de estas páginas donde la tristeza, el dolor, el miedo, la falta de sentido, pero también el recuerdo, el agradecimiento, la esperanza y una renovación personal, Lewis se refiere a su esposa como «H» (ya que su nombre completo era Helen Joy Gresham). San Juan de la Cruz se refiere como «la noche más oscura del alma» a aquellos momentos de profunda desolación, a lo que Lewis lo sustituye como su «medianoche».

El tema del dolor es algo que vengo estudiando, desde los textos y vivencias de gente cercana, amigos, familiares, pacientes, así como desde mi propia experiencia. Es curioso cómo la gente se desmorona apenas se menciona esa noción. Martin Heidegger sostenía que la vida inauténtica es aquella donde se huye constantemente de la muerte, y ésta es el punto máximo de la experiencia genuina del dolor. ¿Por qué no nos queremos enterar de ello? El dolor un día llega y derriba nuestro castillo de naipes.

La cuerda no es tan segura

El propio C.S. Lewis, de quien quizá estén más familiarizados por su aclamada obra, Las crónicas de Narnia (1950-1956), fue un prolifero y audaz escritor, muy amigo del también escritor legendario, J.R.R. Tolkien (El Señor de los Anillos), que centró su actividad intelectual y académica en una apologética del cristianismo y en la antropología, tuvo la sensibilidad suficiente para desnudar precisamente el alma y su vulnerabilidad. En su otro ensayo, El problema del dolor (The Problem of Pain, 1940), Lewis buscaba dar una suerte de sentido a sufrimiento y su vinculación con Dios. Haciendo un paréntesis, que justo en Una pena en observación, en un capítulo él deja claro que no es lo mismo hablar de algo que tener que vivirlo. Les comparto el siguiente fragmento:

«Nunca sabes verdaderamente cuánto crees en algo hasta que su verdad o falsedad se te vuelve asunto de vida o muerte. Es fácil decir que crees que una cuerda es fuerte y resistente mientras sólo la utilizas para amarrar una caja. Pero no es lo mismo si tienes que suspenderte de esa cuerda en un abismo. ¿No vas a verificar antes cuánta confianza te merece?».

Este breve fragmento es quizá lo más cercano a una propia reflexión sobre lo que escribió en El problema del dolor y a partir de lo que terminó viviendo tras la muerte por cáncer óseo de su amada Joy a lo 45 años de ella. Es muy fácil hablar al tener tanto de lo cual aprender, pero cuando se vuelve uno parte de lo que se aprende, las cosas cambian. Pero, a pesar de que Lewis redescubrió por sí mismo su problema del dolor, lo valioso aquí es que no trató de ocultarlo, como solemos hacer muchas veces los demás. No le fue nada sencillo (tal como él lo dice al principio), pero en esta sublimación, logró recuperar la estabilidad necesaria para poder seguir a pesar de su pena.

Pensar y sentir

Justo recuerdo una conversación que sostuve hace tiempo con el ahora P. Miguel sobre el dolor. En Occidente, la tradición católica romana nos orientó hacia una fe racional, donde autores como Sto. Tomás de Aquino dejaron fuertes argumentos entre la fe y el intelecto. Sin embargo, la tradición Oriental, es decir, la ortodoxa, supo poner atención también, y quizá con mayor énfasis, a los sentidos, pero también a los sentimientos. Cuando reflexionamos sobre el dolor, precisamente lo que hacemos es pensarlo, ver sus causas y efectos, tratar de solucionarlo… pero nos apartamos de ello en el camino. Si el dolor, en cambio, lo afrontamos desde los sentimientos sin buscar meterlo en un ejercicio de la razón, puede que tengamos una mayor libertad. Por eso es que la cita que compartí de Lewis al principio no es tan descabellada. El propio Freud veía el tremendo valor e importancia de la queja ante una adversidad. En cierto sentido es garantizarnos una participación personal y a modo sobre algo que nos agarra desprevenidos. Quizá la queja no nos salve, pero sí nos da un alivio necesario.

¿Acaso cuando alguien está dolido por algo le instamos a que deje de estarlo? Claro que sí, de hecho, lo hacemos tan a menudo que no nos damos cuenta. Ese acto es, por mucho, la invitación a negar la vida. Si el dolor está presente, hay que vivirlo tal y como es, no buscar darle un sentido que, al mismo tiempo, le niegue su propio sentido. C.S. Lewis explica: «El dolor es el megáfono que Dios utiliza para despertar a un mundo de sordos». Si el dolor no existiera, la vida sería algo que no sabríamos valorar. Quien agradece tanto algo que sabe que no perderá nunca, tarde o temprano lo hace sin siquiera prestarle atención. Es por la presencia de contrarios en la vida que podemos «darnos cuenta» de lo que tenemos, de lo que queremos, de lo que anhelamos. Nuestra vida es como un castillo de naipes, impresionante, pero tarde o temprano se habrá de derrumbar. Quizá podamos volver a alzarlo, quizá ya no. Lo haremos solos, pero es mejor acompañados.

Tus dones, tu respuesta

«Ayudar al que lo necesita no sólo es parte del deber, sino de la felicidad».

-José Martí

Queridos(as) lectores(as):

Ser psicoanalista es tener la oportunidad de aprender a ver las cosas desde otro lugar. Aprender de mis pacientes ha sido una de las más grandes bendiciones. Quien trate con otros y de ellos no aprenda nada, mejor que comience a tratarse a sí mismo primero. De ahí en adelante, es importante reflexionar en cosas que muchas veces damos por sentadas o que sinceramente ignoramos, no le damos importancia o que suceden y con eso nos basta. ¿Qué estamos haciendo? Esta pregunta me da incontables vueltas en la mente a diario. Cada día noto que las personas estamos atrapados en rutinas tan diversas y tan parecidas, que estamos reaccionando en vez de actuar, que estamos esperando a que alguien más haga sin saber exactamente qué.

Me parece hasta cierto punto risible cómo es que nuestras frustraciones llegan a paralizarnos, que nos oprimen tanto que sólo existe la queja y el lamento, pero no hay nada que nos haga salir de ese lugar tan incómodo y detestable. Día a día, los problemas del mundo van creciendo y nosotros haciéndonos pequeños. Después, viene la dichosa comparación entre problemáticas y, claro, viene a nosotros un sentimiento de culpa al estilo «cómo me atrevo a decir que lo mío es tan grave cuando hay gente peor». Sí, en efecto, hay problemas que son más grandes que otros, pero sea como sea, todos son problemas y nos afectan de formas muy diferentes. Hacer menos nuestros problemas es hacernos menos a nosotros mismos.

¿Qué don(es) tenemos?

El día de ayer, tuve dirección espiritual con un sacerdote. Así es, no es nuevo, yo soy católico y para mí la vida espiritual es también de suma importancia. No pretendo meterme con la fe o creencias de las personas, cada uno sabe dónde está y lo que le ayuda a seguir. De pronto, salió una cuestión que me mereció que el P. Carlos me dijera: «Estás aquí para ayudar». He sido profesor de humanidades, locutor de radio, actor, comediante de ocasión, psicoanalista y a veces esa persona a la que se le acercan para pedir algún consejo o sólo esperar recibir una escucha amable. No me estoy tirando rosas, es lo que hay. Quizá el don que tengo en mi vida es el poder ayudar. De un modo u otro. Pero, ¿por qué a veces ese don no lo uso conmigo mismo? ¿Por qué me «desvivo» por los demás dejando que mi vida se me vaya en ello? Dicen por ahí que «nadie es profeta en su propia tierra». Es mejor, queremos creer, distraernos con algo que no sea lo nuestro, y eso termina por despreciarnos y nos va poniendo en los últimos lugares de importancia. Y estamos mal.

Reírse es un contagio muy esperado.

Hay gente que tiene dones fantásticos: cocinan, cantan, bailan, hacen reír, enseñan, acompañan, curan, atienden, etc. Pero no olvidemos que los dones también son pruebas. Hay días que el payaso no quiere hacer reír, y es entendible, al final de cuentas somos humanos y nadie dijo que todo siempre tiene que estar bien. Saber ponerle un freno a lo que hacemos es un ejercicio de prudencia que nos deja darnos un tiempo, respirar, relajarnos y luego continuar. Sin embargo, hay quienes a pesar de tener identificados los dones, no hacen nada con ellos. Hay gente que, por ejemplo, se queja de las pocas oportunidades que tiene en el aspecto laboral, y descuida o pone de lado aquellas oportunidades que se abren de par en par con el hecho de utilizar el don personal. Un amigo, por ejemplo, gran músico cuyo talento es palpable, un día se dijo a sí mismo: «¿Y si le saco unas monedas de más al día?». Acto seguido, cogió su guitarra y se fue a tocarla a un parque. 20, 50, 100 pesos, poco a poco fue teniendo eso y más. En un día, fuera de su trabajo cotidiano (es contador), le sacó en efecto más monedas al día. Y lo disfrutó.

La pena y demás obstáculos

En México muchos crecimos con ciertos prejuicios que hoy en día nos detienen mucho para hacer cosas que, de un modo, sabemos nos pueden hacer felices. No quiero pensar sólo desde la cuestión práctica y de ganar dinero, sino de cosas que dejamos de hacer porque «qué van a pensar de nosotros». ¿Cuántas veces van por la ciudad con sus audífonos, escuchando su canción favorita, y sólo la van cantando en la mente? Sé que no todos tienen o tenemos una voz tan privilegiada para cantar sin que terminemos alarmando oídos ajenos, pero la idea no es más que expresar nuestro sentir. «Es que se me van a quedar viendo feo», tantas veces que he escuchado eso. Es en verdad patético cómo nuestra vida queda siempre condicionada a que el otro «nos dé permiso». Hace unos años, perdí una apuesta con unos alumnos y terminé por hacerme un cartón que decía «se regalan abrazos» y estuve por cierta parte de la Ciudad de México cumpliendo con eso. Lo que en un principio era para mí tonto, absurdo e innecesario, se volvió un ejercicio muy lindo en el que muchas personas incluso se atrevieron a darme el abrazo. ¡Cuántos necesitamos un abrazo estos días! (Quiero volver a hacerlo…).

El único impedimento real que tenemos son las ideas que nos generamos sobre los demás. «¿Cómo alguien como yo va a hacer esas cosas?». ¿Y qué se contestan lejos de las ilusiones de identidad forzada? Lo que sucede es que estamos perdiendo el tiempo con tantas preocupaciones que nos olvidamos de nosotros mismos y de las «locuras» que nos harían por lo menos disfrutar un poco más las cosas en nuestras jornadas. Permitirse a uno mismo sentir y expresar es, por mucho, un acto revolucionario en este tiempo de pretensiones que nos alejan de la ocasión de disfrutar la vida. Eso de ver dañada la reputación porque uno hace cosas que le permiten sonreír, es una auto crueldad que no debemos seguir permitiendo. ¡Somos humanos, joder, no rocas! Está muy bien ayudar a los demás, pero en verdad que primero es necesario ayudarnos a nosotros mismos.

Poner los dones al servicio de uno y de los demás, es permitirle respirar al mundo.

¿Por qué escribir?

«El verdadero placer es escribir; ser leído no es más que un consuelo superficial».

-Virginia Woolf

Queridos(as) lectores(as):

Recibí un mensaje por parte de Gustavo, quien escribe desde El Salvador. Resumiendo, me preguntaba que cuál o cuáles son las ventajas que hay a la hora de escribir. Primero habría que tener claro cuál es la intención que tenemos a la hora de escribir, es decir, no es lo mismo escribir un recordatorio, un artículo, un libro o una entrada en este nuestro blog. Sin embargo, en todas ellas radica algo de suma importancia: transmitir. ¿Qué? Ideas, intereses, prioridades, etc. Pero, eso sí, en todas también hay una exigencia que no podemos descuidar: debemos ser sinceros. El escritor estadounidense, Ernest Hemingway, sostenía que «si el autor no escribe con sinceridad, se desperdicia el papel». Me parece que a lo que se refería es que antes de pensar en toda cuestión estética, debemos garantizar un contenido sincero y real sobre lo que sentimos y/o pensamos.

Es un error creer que hay que ser profesionales para escribir. De hecho, ¿cómo creen que empezaron los grandes escritores? Escribir parte de una idea de necesidad, ¿de qué? Depende de cada uno, pero lo común quizá se centre en compartir(se). El propio Hemingway decía: «Mi psicoanalista es mi máquina de escribir». Muchas veces, tenemos la cabeza llena de tantas cosas que se vuelve imposible el tener claridad al menos en algo. Por muy simbólico que parezca, el poder «depositar» esas ideas en una hoja de papel tiene un efecto psicológico muy importante. Cuando estudiaba alemán, mi profesor me decía que los alemanes (algunos) tienen por costumbre tener un Nachtnotizbuch (cuaderno de noche) a un lado de la cama para apuntar ahí cosas pendientes antes de irse a dormir. Y eso no es muy lejano a lo que muchos han tenido a bien tener de costumbre en muchos otros países, ya que también existe la idea misma del «diario».

Porcas revoloteando por doquier

Cuando estaba en la preparatoria, mi maestro de Introducción al Derecho, en algún momento comentó que los adolescentes teníamos la cabeza llena de porcas. ¿Porcas? La descripción que daba de las mismas eran cabezas de cerdo con alas de murciélago, mismas que estaba revoloteando de un lado a otro, y cuyo ruido hacía imposible concentrase. Eso nos lleva a la saturación de pensamientos que podemos llegar a tener. Tantas cosas en las que pensar que resulta muy difícil enfocarse, por lo que poder ir depositando las ideas en una hoja ayuda a incluso darles prioridad. La escritura lo que hace es ayudar al sujeto a construirse frente a sí mismo. A esto me refiero que el escritor no queda libre de su obra una vez escrita, sino que le permite situarse en ella, posicionarse dentro del mismo escenario donde interpreta su vida. Y más allá de interpretar, donde el sujeto se asoma para enterarse de cosas que podría haber dado por sentadas.

La transmisión de ideas a la tinta es un ejercicio que, una vez más, requiere nuestra total sinceridad. No es posible escribir a medias, al menos no deseable. En el ejercicio de la comunicación es perjudicial expresarse a medias, o se dice o no se dice. Muchas veces, de hecho, la escritura nos obliga generar una cita con nuestra propia soledad, ya que de ese modo podemos ser todavía más sinceros con nosotros mismos. Pienso, por ejemplo, en aquel enamorado que escribe un poema de amor por la mujer que ama. ¿Será un gran poema? ¿Será algo que mueva tantas pasiones? En un principio es lo que quiere pensar pues dentro de sus planes está ofrecérselo a su amada. Quizá no sea un poema en estricto sentido, porque puede que haya desconocimiento de la rima, la metáfora, el tiempo, la ortografía, etc. Pero lo que más importa es transmitir lo que se siente. Y escribir resulta más fácil que expresarlo en persona y de frente. Una vez que se escribe el poema de amor, el sujeto revoluciona su expresión y se exige a sí mismo a hacer algo todavía mejor.

Orden y limpieza

Cuando escribimos otro tipo de textos, quizá un poco más inclinados a la cuestión académica o a una literatura más seria, uno se avienta a expresar lo que quiere decir sobre algo y escribe sin parar. Pero no entrega tal texto así como así, viene entonces la revisión. Por eso es que la escritura ayuda a tener orden de pensamiento y a ofrecer, a nosotros mismos y a los demás, un contenido «limpio» para que pueda ser entendible lo que estamos compartiendo. Es por lo que también existe la labor de los correctores de estilo, que podríamos pensar se dedican más a la estética de los textos, sin embargo, es más profunda su acción: ¿qué quiso decir con? ¿será que esto tiene que ver con esto? Infinidad de preguntas que se le realizan al autor y que le siguen favoreciendo a la hora de seguir escribiendo.

Hace tiempo, un paciente mío me expresó que le costaba mucho trabajo poder hablar en las sesiones. Le sugerí que escribiera algunas ideas en unas hojas de papel y que se tomara su tiempo para leerlas en voz alta. Se habrá tardado unos 20 minutos, pero el ejercicio no sólo nos ayuda en esa sesión, sino que pudimos ir dando con las razones de sus resistencias. ¿Qué puedo yo decir? ¿Importa lo que digo? Inseguridades que encontraron un alivio a la hora de plasmarlas en un papel. Esa rutina se fue repitiendo por algunas sesiones, hasta que un día no hubo más necesidad de escribir. Sin embargo, me ha dicho entusiasmado que ahora la idea es escribir para los demás, por lo que está centrado en la realización de un proyecto literario que seguro será fantástico para quienes podamos leerlo. La escritura, por último, es la acción que al ayudar a construirse al sujeto, le proporciona herramientas para incontables cosas. Incluso hasta podemos hablar de fortalecer la seguridad en uno mismo sobre el quehacer diario en las labores profesionales, pero sobre todo, personales.

Un café con la depresión

A Rocío.

«El cuerpo sufre por los excesos, también el ánimo abatido».

-Horacio

Queridos(as) lectores(as):

¡Qué calor que está haciendo en México! Acá estamos sufriendo, unos más que otros, y vaya que no es una experiencia agradable. Sin embargo, ¿qué podemos hacer? Usar ropa fresca, abrir las ventanas, comer y beber cosas frías (aunque la ley de termodinámica nos dice que el tomar algo caliente ayuda a que se regule la temperatura del cuerpo, sólo que como que no se antoja algo así con el calor que hace), poner el aire acondicionado, etc. Pero primero hay que quejarse, hay que hacer saber al mundo que estamos sufriendo y sentir la empatía de golpe de un «es cierto, está horrible». Y esa empatía en verdad que ayuda…

El filósofo alemán, Immanuel Kant, nos propuso tres preguntas fundamentales que pueden servirnos para muchas cosas en nuestra vida: ¿qué puedo saber? ¿qué debo hacer? ¿qué me cabe esperar? Estas preguntas, fuera de toda reglamentación objetiva del mundo, se formulan siempre desde uno mismo, precisamente porque nos permiten situarnos en lo meramente nuestro. La verdad es fundamento de la libertad, por lo que al preguntarnos «¿qué puedo saber?» es sobre nosotros mismos; «¿qué debo hacer?», esto nos orienta hacia el bien como máxima moral, sin embargo, la vida del ser humano se configura y desarrolla en su propio quehacer diario. Un paréntesis: el problema surge con el «debo», ya que el famoso deber ser puede muchas veces significar una imposición externa que no pasa por ningún filtro de reflexión, de duda o de crítica, y se «hace porque se debe hacer», sin cuestionar, de ahí que el malestar se genere por la falta de autenticidad a la hora de hacer. Y seguimos con «¿qué me cabe esperar?», precisamente va ligada con la esperanza (darle oportunidad a la vida de sorprendernos), ya que sin ella, ¿qué estamos haciendo y por qué lo seguimos haciendo?

La depresión que inutiliza

Ya lo hemos hablado anteriormente, pero la depresión es algo que no podemos tomar a la ligera. Si bien es cierto que se confunde mucho la depresión con un estado de tristeza constante, cosa que no es así, ésta tiende muchas veces a «robarnos» las ganas, el entusiasmo, el ánimo, etc., de hacer cosas. Una persona con depresión carece de intención. Una fórmula sencilla pero muy eficiente. Las causas de la misma pueden ser varias, pero me parece muy oportuna su aparición en nuestras vidas porque eso nos da espacio para formularnos las preguntas kantianas, justo en el aquí y en el ahora que la depresión parece que extiende hacia la eternidad. ¿Es posible querer hacer algo cuando no se tiene la «energía» para ello? Me parece que lo que hay es una ilusión del no-poder-hacer de por medio. Es decir, pareciera que la depresión tiene en verdad un peso que nos inutiliza y no, no es del todo cierto, lo que sucede es que se genera en nuestra mente una cierta idea de que «hagamos lo que hagamos, ¿de qué sirve?».¿Tiene que acaso ser todo práctico cuanto hacemos? ¿Bajo qué lupa observamos lo práctico?

Mi querida amiga, Rocío, compartió un reel en sus redes sociales en las que mencionaba lo que es para ella lidiar con la depresión y cómo encontró un quehacer que le permitía no luchar directamente contra la depresión, sino contra su falta de intención. Ella mencionó un lugar al que fue para comprar ciertas cosas que le permitirían hacer algo específico en su hogar. «Tal lugar debería ser patrocinador de mi depresión», ¡no saben cómo me reí con ese comentario! Lo interesante aquí es que ella hizo y fue contestando las preguntas kantianas en el proceso. Quizá no sea la solución más grande y efectiva, porque la depresión tiene otras maneras de tratarse, pero el poderse mover de lugar y realizar algo que daba indicios de mejores intenciones en ese aquí y ahora, permitieron que ella fuera más allá de la «inutilidad» a la que parece se nos sentencia al estar deprimidos.

Una rica taza de café…

¡Qué horror! ¿Con este calor? Sí, ya lo expliqué, pero vayamos más allá de la simple interpretación de eso. Es decir, cuando nos tomamos un café, hacemos nuestro el tiempo y podemos pensar muchas cosas en el proceso. Esa posibilidad de apertura nos indica varios caminos a seguir. La idea principal de eso es fortalecer la esperanza de que siempre se puede hacer algo, que siempre hay alternativas, pero debemos renunciar a la falsa ilusión de que siempre habremos de controlar los resultados. Dejarse sorprender por la vida es ver lo que no veíamos, vivir lo que no vivíamos. Muchas veces nos privamos de tantas cosas porque vivimos abnegados a «lo que debe o debería ser», lo que se supone que «tendríamos que hacer». La humildad también nos ayuda a restarle protagonismo de nosotros a las cosas mismas.

La depresión nos ayuda a ponerle pausa a nuestras prisas. Es curioso cómo la depresión puede ser incluso una herramienta bastante útil para combatir los efectos de la inmediatez. Tantas veces pensamos tantas cosas que no tenemos claridad de ninguna. Así, ¿de qué sirve pensar lo que se piensa? En el gran orden de las cosas, tenemos que aprender a distinguir lo que es, lo que aparenta ser y lo que queremos que sea. Sólo así podemos tener calma en nuestra mente y en el cuerpo. Quien diga «debes» es porque seguramente vive la obsesión más tiránica sin entenderla. Quizá la formulación más apropiada y que nos puede ayudar a enfrentar la depresión podría ser: haz, si quieres, lo que puedas con lo que tengas. Uno debe callar, escuchar y hacer. ¿Qué? Escuchemos al deseo, sin abandonar la prudencia.

Ni modo: volver a empezar

«¿Por qué postergar vuestros proyectos? Comenzad ahora mismo y decid: he aquí el momento preciso».

-Tomás de Kempis

Queridos(as) lectores(as):

Siempre es un enorme gusto cuando me escriben por este medio o a mi correo directo (psichchp@gmail.com) para compartirme sus experiencias que van teniendo en cada uno de estos encuentros que tenemos en nuestra página querida. En ocasiones, se me llega a pasar uno que otro, pero trato de que no pase mucho, ya que valoro cada palabra que me hacen llegar. Aprovechando esto, quiero tomar un pequeño fragmento de un mensaje que me hace llegar Carmen desde Puerto Rico: «… tengo miedo de tener que volver a comenzar desde 0, ¿sabe? ¿Cuántas veces tendré que hacerlo?…». Me imagino que esto que nos comparte nuestra amiga boricua no es nada ajeno a ninguno de nosotros. En efecto, eso de tener que comenzar desde 0 siempre se nos presenta como algo malo, algo que como digo en el título de este encuentro «ni modo», no hay más que hacer.

La vida del ser humano no está para nada definida aunque queramos pensar lo contrario. Es decir, creer en el determinismo es negar la posibilidad que tenemos de elegir, de poder «poner de nuestra cosecha» en el futuro que queremos. Pero también es cierto que no todo depende de nosotros y que parte de nuestro malestar diario, parte de nuestro dolor y frustración, es que nos resulta muy difícil renunciar a la idea de control. Me parece que hemos hablado sobre esto en varios encuentros anteriores, pero en esta ocasión, quisiera que nos centremos (para empezar) en aquello que no es sino una mera «ilusión de poder».

Percepción del todo

En su fantástico libro, Fenomenología de la percepción (1945), el filósofo francés, Maurice Merleau-Ponty, nos pone un ejemplo para poder entender esto de la percepción, y para ello se hace con un cubo: «Desde el punto de vista de mi cuerpo, nunca veo iguales las seis caras de un cubo, aunque fuese de cristal, y no obstante, el vocablo “cubo” tiene un sentido, el mismo cubo, el cubo de verdad, más allá de sus apariencias sensibles, tiene sus seis lados iguales». Nuestro autor nos invita a vernos a nosotros mismos como un punto de vista sobre la totalidad de las cosas. No somos sólo razón, también somos sentimientos (y muchas cosas más). Lo que sucede es que la realidad del mundo es una, pero nuestra participación en la misma es meramente subjetiva. ¿Qué miran cuando están mirando algo? Puedo asegurarles que aunque estuviésemos viendo el mismo cuadro en una exposición de arte, estaríamos viendo al mismo tiempo cosas muy distintas entre nosotros.

Ahora bien, tomando lo anterior, ¿de qué modo percibimos la vida y cómo nos percibimos en ella? Si partimos desde una totalidad o un absoluto que va de nosotros mismos a lo demás, podríamos comenzar a cuestionarnos el porqué de lo que vemos, sentimos, olemos, gustamos, etc. Es decir, no se trata sólo de caer en el simple hecho de «es lo que es». Si las cosas así fueran, la vida sería demasiado aburrida y, por tanto, demasiado repudiable. Nunca podemos dar las cosas por sentadas, porque no hay nada más sospechoso que lo obvio (cuando alguien dice que tal cosa es obvia o evidente, sólo pregúntenle por qué y verán en el problema que lo meten para tratar de explicar). Quizá pueda resultar un tanto simplón el «querer ver las cosas» de forma distinta, por ejemplo, «cuando tú ves la meta, yo veo el inicio». Pero eso nos habla, no sólo de nuestra percepción, sino de cómo nos asumimos en el mundo.

Ilusiones y errores

Si bien es cierto que no hay que caer presos del pesimismo, tampoco es sano dejarnos ir por ideas optimistas que no dejan analizar todo. El hombre no puede vivir de ilusiones, pero no puede vivir sin ellas. La ilusión es un fenómeno de la percepción sensorial, mientras que el error es el fruto de un juicio. ¿Qué pasa con la ilusión? Si bien no podemos reducirnos tanto para explicarlo, podemos decir que la ilusión es «ver de más», donde cargamos mucho de nuestro deseo y anhelo sobre una realidad determinada. Por eso es que al tener ilusiones sobre algo, debemos ser conscientes que eso no va a hacer que las cosas dejen de ser lo que son. Es muy común tener ilusiones respecto al amor, al trabajo, a las amistades, etc. Pero, una vez más, ver de más puede no ser lo mejor a veces.

«Es que yo tenía muchas ilusiones de que mi puesto de tacos mexicanos fuera un éxito en Irán». ¿Tacos? Para los no mexicanos, es un platillo de nuestra gastronomía que es de tortilla (maza de maíz) y relleno de carne -por lo general de res, pollo y cerdo- y verduras (dicho a bote pronto). Uno de los tacos más famosos son los que conocemos como «de pastor», y son de carne de cerdo. Pensemos que estos últimos son los que queríamos vender en Irán. ¿Irán? Un país de inmensa mayoría islámica en que se prohíbe el consumo de cerdo. ¿Había en verdad ilusión/esperanza de tener éxito con este negocio? Eso más bien es un error, pues juzgamos mal al no tener presente las exigencias reales. ¿Qué hubiera pasado, en cambio, si en lugar de cerdo la carne fuera de cordero? Es más que probable que en vez de fracaso pudiera ser un éxito con comida fusión mexicano-iraní.

Hablemos y seamos

Ya lo hemos revisado con anterioridad, y es que el ser humano vive preso del lenguaje. Es inevitable. Lo que decimos, en buena parte, «nos sentencia». El modo en el que hablamos, en que nos expresamos, muchas veces nos advierte la realidad que estamos viviendo y el modo. Un error de juicio nos puede conducir al fracaso, mas nunca al fin. Porque es cierto, ¿de qué manera vemos las cosas? ¿Cómo nos asumimos en ellas? Cuando las cosas fracasan, y nosotros al parecer con ellas, ciertamente nos invaden sentimientos de impotencia y tristeza. A nadie le gusta ver que todos sus esfuerzos «no sirvieron de nada», pero aquí es donde nos tenemos que detener, porque si bien es cierto que partimos del punto A hacia la meta que es el punto B, lo verdaderamente importante es lo que yace entre ambos puntos. ¿Qué has hecho? ¿Qué has aprendido? ¿Qué has descubierto? Y, curiosamente, al pensar en eso, nos damos cuenta que hicimos más de lo que creímos y que gracias a ello, podemos seguir sosteniendo la ilusión de hacer algo verdaderamente bueno, aunque diferente tal vez.

Querida Carmen: ya te he contestado tu mensaje de manera personal y en verdad espero que lo que estás por comenzar sea reflejo de la pasión y entrega que estás dispuesta a volver a poner en todo. El aparente fracaso de un proyecto, sea cual sea la naturaleza del mismo, nunca debe tornarse en un fracaso del ser. Es decir, las cosas que hacemos no nos definen, si fracasamos en algo no significa que seamos unos fracasados. Por ello es que la virtud de la humildad debe prevalecer en nosotros, reconocer nuestro(s) error(es) y aprender de ello(s). Sí, yo sé que también hay implicaciones materiales (como el dinero) que por desgracia no se podrán recuperar, pero esas «falsas ilusiones» no estarán nunca por encima de la verdadera ilusión que es la esperanza misma. Tómate un momento para respirar y date la oportunidad de que tus pies sientan la frescura del pasto, aunque si estás en Puerto Rico, tienes un mar para ello también. Aprovecha ese momento, y contempla la inmensidad que se vuelve analogía de las posibilidades que te quedan por descubrir.

El sentido homérico de la vida

«¿Qué sentido tiene la vida para el hombre que vive en medio de males?»

-Ulises (La Odisea)

Queridos(as) lectores(as):

El fin de semana tuve la maravillosa ocasión de reunirme con mis amigos Martín y Pablo. Entre pizza, refresco, cigarro, mi puro de confianza y la tarde agradable para relajarnos, salió el tema sobre el sentido de la vida. Hablamos de Frankl, Nietzsche, Aristóteles, Freud. Pero en un momento de personal reflexión, pensé en traer a la mesa a Homero, específicamente su obra La Odisea. Si bien es un texto que nos habla sobre Ulises/Odiseo y su fantástico viaje, me parece que no es justo sólo contemplarlo como un referente mítico de la Historia de los aqueos. Muy por el contrario, La Odisea es un texto bellísimo que nos invita a un viaje de reflexión, cuestionamiento y descubrimiento. Es por ello que el sentido de la vida es también parte de esta aventura.

Pensar el sentido de la vida puede ser algo «riesgoso» porque caemos en la tentación de compararnos con otros. Creer que lo. que otros hacen nos servirá igual a nosotros es una doble apuesta: triunfo o fracaso. Antes de entrar en lo que es propio de este encuentro, pienso en Aquiles, el valiente guerrero del que se nos habla en la otra obra de Homero, La Iliada, y sobre su participación en la Guerra de Troya. Aquiles, entre sus virtudes y vicios, buscaba que su nombre fuera recordado. Podríamos decir que el sentido de su vida era la noción griega de inmortalidad. Ser recordado, ser reconocido… ¡aquí caminó Aquiles, el de los pies ligeros! Y sí, lo logró. Pero, a pesar de todo, hay quienes no lo conocen. Pobre de Aquiles…

¿Es posible una vida buena para un mortal?

Primero, antes que nada, ¿es posible encontrar respuesta a una pregunta que no se ha hecho? Ahora que pienso en La Odisea, cierto es que como lectores queremos saber qué le sucede a Ulises y a su tripulación, pero lo cierto es que no podemos especular como quisiéramos. Incluso hay quienes se quieren enterar de quién es Ulises y qué es una Odisea. Por eso es que se necesita del viaje para saber qué preguntar. Este subtítulo tiene que ver con una de las preguntas que Ulises se hace a lo largo de la obra, ya que como podemos recordar, el dios Poseidón, celoso y colérico, quiere vengarse del sabio guerrero por sus ofensas, por lo que dispone de muchos obstáculos para que éste no sea capaz de llegar a su hogar tras el retorno de Troya, la isla de Itaca. Sin embargo, es preciso que consideremos dos cosas importantes que serán el «sufrimiento» de nuestro héroe a lo largo de su travesía: el olvido y la muerte.

Paisaje fantástico con la morada de Ulises y Calipso (1625), de Jan Brueghel el Viejo.

Hay que considerar estos dos riesgos desde un punto de vista meramente simbólico, ya que para el mundo griego, el olvido y la muerte lo eran. Pero estos dos temas son muy especiales ya que tienen que ver directamente con la identidad. ¿Quién sería Ulises si llegara a olvidar su hogar, a Telémaco (su hijo), a su amada Penélope? ¿Para qué viajó? ¿Por qué obedeció las órdenes del rey de reyes, Agamenón? ¿Qué le dejó la experiencia troyana? Ahora bien, por el otro lado, la muerte. Tengamos presente que en el Hades (el infierno), los muertos se presentaban sin rostro, eso significa que al morir, todos son iguales porque se pierde la identidad que aporta la diferencia durante la vida. Y Ulises estuvo en constante riesgo de morir a lo largo de su viaje. Ante tanto sufrimiento y desesperación, ¿es posible una vida buena para un simple mortal?

El deseo de Aquiles

Ulises llega a un punto en su viaje en el que se encuentra con una poderosa hechicera de nombre Calipso. Esta mujer fue responsable de buscar tentar a nuestro héroe de abandonar su viaje y quedarse a vivir con ella: de abandonar su sentido de vida. Y Ulises corría los dos riesgos en dicha tentación, ser olvidado/olvidar y morir. Ya no sería el valeroso Ulises, sino el invitado de Calipso. Y aquí entra el deseo de Aquiles en las 2 promesas de Calipso al guerrero sabio: juventud e inmortalidad. Pero, ¿eso es posible? ¿es deseable para Ulises? El deseo de uno no significa el deseo de todos. Al rechazar la oferta de Calipso, nuestro héroe abraza su mortalidad y con ello el sentido trascendental: toda vida, sea buena o mala, es digna, de ser vivida. Aceptar la mortalidad, la finitud, es no preocuparse por cosas que ni sabemos cómo, cuándo ni dónde se dará.

No recuerdo quién nos recordaba en la antigüedad que «los dioses envidian a los hombres porque éstos pueden morir». Ulises, hombre mortal, acepta el miedo, la tristeza, el dolor, pero también la alegría, la emoción, la pasión y la inquietud. ¿En dónde estamos? ¿Qué estamos haciendo? Hay que sabernos parte de nuestra vida y tomar posesión de ella. El poeta griego moderno, Konstantino Kavafis, precisamente escribió un hermoso poema que nos invita a reflexionar sobre nuestro propio viaje a nuestra Itaca. (Si les interesa, aquí les dejo un encuentro en el que hablé sobre ello). Mis queridos(as) lectoras(as), ¿qué les ha dejado, hasta hora, su viaje? Quizá con ello, el sentido de cada uno de nosotros se vaya descubriendo más y más… para volver a descubrirlo.