¿De qué estamos cansados?

«Uno se cansa de todo, menos de comprender»

-Virgilio

Queridos(as) lectores(as):

La semana pasada fui con unos amigos al estreno una película. Para evitar conflictos innecesarios, pedí de regreso un Uber y me atendió el Sr. Miguel Ángel. Muy amable en todo momento, durante nuestra plática surgió un tema personal de él y me pidió un consejo para saber cómo sobre llevarlo. Esa situación todos la vivimos a diario y no es otra cosa que la vida misma. Es decir, todos tenemos nuestras alegrías y tristezas, nuestra emoción y depresión, etc., pero definitivamente hay un factor que nos puede hacer vivir las cosas de maneras incluso hasta descontroladas: ¿cómo enfrentamos cada cosa?

Mi consejo fue simple: vivir la vida sin dejar que la vida nos viva. No hay más. ¿A qué me refiero? Es decir, cada cosa que vivimos debemos hacerlo conforme a lo que es, aceptar las cosas y no pretender que sean de otro modo. Muchas veces, por ejemplo, cuando estamos ante una circunstancia difícil, buscamos «darle la vuelta» y «verle el lado positivo», sin caer en cuenta que es una acción indebida, poco práctica e incontables veces termina siendo lo peor que podemos hacer. Hay que afrontar las cosas tal y como son, sin descuidar que «queda más vida». Son momentos, no queda más que aceptarlos así, ver qué se puede hacer, pero sobre todo, ver si se puede hacer algo o no.

Dejarnos de forzar

En alguna ocasión habíamos hablado sobre la importancia que tiene el escuchar nuestro deseo. Todo bien en la sociedad, hasta que entablamos pláticas profundas y descubrimos tanta tristeza, dolor, miedo, desesperación, etc., detrás de tantas fotos y selfies, con rostros bonitos y sonrisas perfectas. Hacemos del mundo una ilusión. Cuando accedemos a hacer cosas que van contra lo que queremos, vamos contra nuestra propia autenticidad. Ciertamente hay cosas en las que «no queda de otra» y tenemos que hacerlo, ni hablar, pero hay otras en las que pareciera que nosotros mismos nos prohibimos la capacidad de poder elegir: «es que qué van a pensar/decir», «es que si no lo hago me irá mal», etc.

El querer llenarle el ojo (quedar bien) con los demás nos habla de un mandato inquebrantable el cual debemos, sí o sí, cumplir. ¿Pero con quién queremos realmente cumplir? Recordemos que las figuras de autoridad no son sino la proyección superyoica, es decir, la transferencia de la figura del padre, al cual «debemos» respeto, obediencia y, en algunos curiosos casos, sumisión. El temor a decepcionar al otro incluso nos orilla a pensarlo desde el temor a ser rechazados, no tomados en cuenta, abandonados, etc. Incluso hay algo más: el no ser perdonados. ¿Y quién dijo que somos culpables de algo? Pienso, por ejemplo, en la normalización actual respecto a ciertas actitudes llamadas «tóxicas», mismas que otros «tienen» que aceptar por temor a romper con esas personas. ¿Alguna vez han escuchado algo como «ya sabes, así es mi tóxico(a)…»? ¿Se está por amor o por miedo? ¿Por convicción o por sentencia?

¿De qué estamos cansados?

Puede ser que en algún momento hayan escuchado sobre un padecimiento llamado neurastenia. Bueno, hoy por hoy, en el avance de la comprensión de las enfermedades mentales y fisiológicas, se le ha cambiado el nombre de manera más coloquial a «fatiga crónica». Tal como indica el nombre, se trata de un cansancio que ha ido progresando con el tiempo, donde hay manifestaciones de dolores físicos e histéricos, malestar, afectaciones en los sentidos, pérdida parcial de memoria, estados de profunda confusión, depresión prolongada, etc. Como podrán imaginar, todo esto ocasiona que la calidad de vida, el modo de vivir y las labores de cada uno se vean disminuidas notablemente. Y lo que es peor, quienes no padecen esto, son víctimas de constantes comentarios poco empáticos y en demasía desubicados.

Cuando don Miguel Ángel me compartía cosas sobre su vida, algo que le llamó mucho la atención eran mis preguntas: ¿y por qué lo hace entonces? ¿no hay otra cosa por hacer? ¿qué gana/pierde con ello? Para poder tratar esto del cansancio crónico, al menos en la práctica psicoanalítica, abordamos la situación en la que se hace especial énfasis por parte del analizando (paciente) y rastreamos la génesis histórica de su dolor. Y una vez más volvemos a ciertos mandatos, a ciertas actitudes del pasado que se ven transferidas al presente de manera tiránica y que sólo crean un auténtico conflicto que termina por agotar, romper y, en ocasiones, hasta matar a las personas. Poder tener claridad de por qué hacemos lo que hacemos, sobre todo aquello que nos tiene mal, nos ayuda a liberarnos de ilusiones y falsas demandas. Cuando lo logramos, el cuerpo sale recompensado, las cosas cambian, disminuyen las preocupaciones, se recupera el sueño, pero sobre todo, nos dejamos de estar engañando a nosotros mismos y podemos apostar por una vida genuina, a la espera de lo que sigue…

Se rompe la ilusión, se recupera la intención.

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