Ser lo que somos

«No hay nada tan difícil en este mundo como decir francamente lo que se siente».

-Fiódor Dostoievski

Queridos(as) lectores(as):

Estamos en la semana del 14 de febrero. En muchos países se celebra «el amor y la amistad», siendo por mucho uno de los días donde el consumismo se desata y los negocios se enriquecen. Nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, hay que considerar la parte más humana del día: la expresión de los sentimientos. Aunque sabemos bien que no se necesita de un día en específico a lo largo del año para ello, pero entendamos el tremendo valor simbólico del mismo. Alguna vez alguien me dijo que «si te declaras a quien te gusta el 14 de febrero, tendrás un amor eterno». El sistema de creencias de las personas es en verdad fascinante. Pero el optimismo lo es más todavía. ¿Sólo porque uno sienta algo el otro tiene que sentirlo igual? Por supuesto que no.

Y es por eso que es un día donde la sobrecarga de expectativa inclina hacia la posibilidad de una de las más severas desilusiones. «Ser rechazado en San Valentín es una de mis peores pesadillas», diría un conocido. Por eso mismo es que hay también mucha resistencia y, por tanto, mucho dolor, tristeza y sí, miedo también. ¿Para qué decir lo que siento si me pueden lastimar en el proceso? El temor a la verdad siempre está presente, es de valientes o de tontos, según la perspectiva de los testigos, atreverse a ir a ella. Pero es algo de lo que nos tendremos que enterar tarde o temprano.

El temor a ser

Hay que tener también en cuenta que el ser humano vive en constante represión. Por eso es que vemos tantas copias en la calle. Recurramos a la obra del escritor danés, Hans Christian Andersen, específicamente al Patito feo (Den grimme ælling, 1843). Quizá se sepan bien la famoso cuento, por lo que me centraré sólo en la parte en la que el patito se da cuenta por un reflejo en el agua de que se trata de un hermoso cisne, haciendo que su ambiente deje de atemorizarlo y de torturarlo. Pareciera que es casi prohibido el hecho de que la gente se atreva a ir contracorriente, por lo que vemos una obstinación a mantener las cosas tal y como están. Y una buena parte de ello consiste en callarse, en no decir, en no expresar lo que se siente, en no ser. ¿Qué dirán los demás? ¿Qué pensarán sobre uno? Un temor clásico que nos remite a una infancia donde los mandatos/sentencias son claros: «Tú cállate y escucha, nadie te está preguntando».

Hace unos días platicaba con un amigo y decíamos que «estamos en una sociedad de adultos que ocultan a su niño lastimado». ¡Infancia es destino! Aquella famosa sentencia freudiana hace eco hoy más que nunca. Me parece que en América Latina es una realidad bastante palpable ya que existen estructuras inconscientes en los que es casi pecado contestarle a los adultos, mal interpretando aquello de respetar a la autoridad. Es curioso que interpretemos precisamente que respetar es dejarse maltratar. En la fe católica, existe un mandamiento: «Honrarás a tu padre y a tu madre». Veamos, honrar significa »dar su lugar, respetar, escuchar, etc», pero en ningún momento es un «dejarte ofender, humillar, pisotear, lastimar». Un amigo me hizo llegar por Whatsapp un meme que me pareció cómico, el cuál decía: «San Valentín son los papás, después de todo, son a los que estamos buscando en el otro». ¿Nos hace sentido? Recordemos que el superyó freudiano no es sino el sostén de la autoridad y nuestra obediencia.

Una cruel expectativa de amor

San Valentín es un día en el que vemos por todos lados flores, chocolates, osos descomunales y demás regalos en manos de enamorados o en contenedores de basura. De hecho, se han hecho virales (lamentablemente porque sólo se expone a una persona en su punto de quiebre de su propia vulnerabilidad) videos en los que hay alguien destrozando esos regalos cuando fue rechazado, con leyendas del tipo «otro soldado caído». Y volvemos a lo que comentaba arriba: sentir algo no hace que el otro sienta lo mismo. Pero ahí es donde debemos prestar atención: ¿de quién está doliendo el rechazo? Sí, claro, no es como que sea tan fácil ser rechazado por la persona que nos gusta, pero es porque ese rechazo en algún momento lo experimentamos en el pasado. Ojo: no estoy diciendo que sea de ley que hayamos tenido un rechazo brutal en nuestra infancia como para sentirnos así cuando nos mandan a la zona del amigo (o friendzone), pero sí hay una vivencia del rechazo que se ha quedado clavada en nuestro inconsciente. Tan es así que en ese momento doloroso, vienen a la mente ideas tales como «el amor es una mierda», «nunca más volveré a amar», «no hay nadie para mí», etc.

Una amiga dice algo que me parece es cierto: «Muchas personas fracasan en el ligue porque se muestran como alguien que claramente no son». Y sí, al momento en el que nos acercamos a quien nos gusta o llama la atención, es curioso cómo pretendemos hacernos los(as) interesantes. ¿Es que acaso no somos interesantes por nosotros mismos? Y es ahí donde nos inhibimos, entrando en la sociedad de la expectativa y de la exigencia, donde hay que ser de determinada manera menos lo que somos. La única expectativa que sería importante sostener es la de ser lo que somos, en un giro auténtico de originalidad. Por eso, hay que hablar, hay que decir, hay que ser apegados a lo que realmente sentimos y somos. Porque, al no hacerlo, somos los que abrimos el paso directo a nuestro corazón a todo ese dolor y tristeza que hemos generado al ser cómplices de «lo que esperan los demás». Aunque claro, como siempre lo digo, la prudencia no debe faltar en nuestro actuar. No se trata de ir por la vida «diciendo las cosas como son», con intenciones de lastimar, herir, hacer menos a los demás, porque entonces, ahora sí, la famosa dialéctica del amo y del esclavo hegeliana se hace realidad y lo único que hacemos es intercambiar lugares. De ser «víctimas» pasamos a ser victimarios…

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