Después del absurdo: continuar

«Ahora sé que el hombre es capaz de grandes actos. Pero si no es capaz de un gran sentimiento, no me interesa».

-Albert Camus (La peste)

Queridos(as) lectores(as):

Hace algunos años me diagnosticaron con «depresión» (crónica). He vivido desde entonces dependiendo de antidepresivos, y aunque tienen su efecto, a veces tiendo a pensar que les hago más favor a ellos que ellos a mí. La medicación para combatir estos pequeños escenarios trágicos en la vida de incontables personas alrededor del mundo sin duda es un gran avance, sin embargo, ¿qué sucede cuando la depresión se torna parte de uno mismo sin la capacidad de procesar el silencioso duelo ocasionante?

Varios de mis conocidos me han cuestionado el porqué me he centrado en la lectura de la obra del filósofo francés-argelino, Albert Camus (1913-1960), y les he contestado: «No, lo que pasa es que me descentralicé de su trabajo». Cuando estaba en la preparatoria, tuve mi primer acercamiento a este premio Nobel, con su famosísima obra L’Étranger (El extranjero, 1942). Claramente, mi lectura estaba limitada por mis pasiones juveniles y carentes de formación apropiada, por lo que sí impactó en mí, pero no de la misma manera como fue pasados unos años ya después de terminar la carrera de Filosofía. Hubo una frase que me incomodó, al punto de hacerme ver que estaba en verdad perdido: «Siquiera estaba seguro de estar vivo, puesto que vivía como un muerto».

Después de la ilusión

Es muy común que todos nosotros hayamos atravesado por una etapa en nuestra vida que muchos solemos llamarle «un despertar». Claro, sucede con mucha naturalidad, de tantos años con lo mismo (lo familiar), nos topemos directamente con cosas nuevas, que nos hacen preguntarnos tantas cosas que hasta pueden lograr que nos desesperemos. Un periodo así fue para mí la preparatoria. De una familia tradicional católica, pasé a una auténtica rebeldía. Si bien no renuncié a mi fe, mi actitud se fue desprendiendo de toda actividad religiosa. No me convencía el «creer por creer», y me fui empapando de ideas, reflexiones y, por qué no, cuestionamientos muy marcados que me hicieron «ver el otro lado de la vida». Fueron 3 años «locos», pero que terminaron por redirigir mi vida hacia algo que yo podía aceptar, algo que yo podía amar, pero sobre todo, que podía vivir apasionadamente: puede elegir. A mi regreso, mi fe y actividades se fortalecieron, pero eso fue por mí.

Autores como Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, Dostoievski, Tolstoi, Freud, etc., son siempre a los que se le atribuyen esos «despertares» intelectuales. Y algo hay de razón en ello. Digamos que tienen la frescura de hacer que quienes los descubren, entren con manos vacías… ¡pero salgan endeudados! Qué decir de otros como Cioran, Sade, Marx, Gogol, y otros más. Sin embargo, cuando en «casa» tienes nombres tan propios y ajenos como Plotino, San Agustín, Santo Tomás de Aquino… ¡Platón y Aristóteles!… descubres que todo en verdad se trata del fascinante mundo de la doxa (opinión). Pero si el espíritu se permite ser sincero, uno descubre que hace falta más de uno, sin abrazar tanto lo que otros dicen, sin verse sometidos a la vez que fascinados. Uno debe encontrar su propia voz en el testimonio del otro. Estos autores ponen palabras donde hace falta expresión, pero nunca ponen una guía, una dirección, sólo ofrecen una perspectiva. El viaje es de uno, y nada más.

El duelo, melancolía y absurdo

Comencé hablando de mi propia depresión, misma que se ha visto «fortalecida» por varias tragedias en mi vida. Enfermedad, muerte de seres queridos, conflictos personales y laborales, etc. Pero, a pesar de ello, ha habido la oportunidad de continuar. ¿Cómo? Como se ha podido. El duelo es una capacidad que el ser humano tiene para llorar la pérdida del objeto amado, de tal modo que pueda «renunciar» a él, aprendiendo a vivir aparte de. Pero, cuando no existe esa oportunidad, caemos en el peligroso estado de la melancolía, en donde aquello que hemos perdido, se va formando parte de nuestro propio yo. Al ocurrir esto, nuestro propio deseo se va muriendo. Si no hay deseo, hay muerte. Camus tiene muy presente esto y lo demuestra en el profundo malestar de Mersault (protagonista de El extranjero). Pero también en su famoso ensayo Le Mythe de Sisyphe (El mito de Sísifo, 1942).

Camus se hace de la famosa tragedia de Sísifo, rey de Éfira (después Corinto), para profundizar en el tema del suicidio, el valor de la vida y, sobre todo, dar inicio a lo que conoceremos como filosofía del absurdo o absurdismo. Tras engañar 2 veces a la muerte, y de algún modo burlarse con ello de los dioses, Zeus termina sentenciándolo a una eternidad de tener que subir una montaña, empujando una gran piedra, misma que al llegar a la cima, se cae y Sísifo tiene que volver a por ella. Camus señala con ello un esfuerzo, absurdo e incesante del ser humano. La vida no tiene sentido. Pero, sí podemos dárselo. El auténtico problema con ello surge cuando nos quedamos varados en la aparente imposibilidad de hacer, pero sobre todo, de ser. ¿Qué sucede cuando vivimos por vivir? Una y otra vez aquella cruel realidad de la repetición. Unos terminan con su vida, unos en análisis o terapia, y otros… simplemente siguen empujando su piedra.

Dejar de empujar/cargar la piedra

No recuerdo exactamente en qué año, pero llegó a mis manos el libro Nada (2000) de la escritora danesa, Janne Teller. Dicho texto resulta una crítica a una sociedad desesperada, donde la búsqueda de sentido se vuelve la pérdida (constante) del mismo. Un sentido de masa que se impone, pero que no se asegura. Si todo se puede, ¿qué importa entonces? Sin embargo, la lucha contra la imposición social plantea la oportunidad de regresar al individuo y que éste «decida» salir de la multitud (eco existencialista de Kierkegaard). Muchas veces, la masa no es más que la piedra que el pobre Sísifo (fiel reflejo de nosotros mismos) sube una y otra, y otra, y otra vez. Y el malestar continua.

¿Qué sucedería si Sísifo, si nosotros, dijéramos «no más»? Claro, Zeus, los demás, se molestarían con nosotros y quizá habría otro tipo de castigo, pero el poder rebelarse es ocasión de afirmar la vida de cada uno de nosotros, para poder descubrir la posibilidad, la oportunidad, la alternativa. Hacer algo más. Ponerle fin a la repetición también puede traducirse como el esfuerzo por entender por qué lo hacemos, y darnos la oportunidad de resignificar eso. Una vez abiertos los ojos, es probable que la luz nos ciegue también. ¡Tiene que haber luz, pero sin perder la claridad! Uno puede ponerse unos lentes de sol y listo, a seguir hacia adelante. Pero tiene que existir, en buena medida, pasión por la vida, sea lo que sea, venga lo que venga. Ya veremos qué pasa, pero eso nos corresponde a cada uno, no a la masa…

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