Depresión y creatividad

«Aunque no me apetezca trabajar, lo hago. No puedo esperar a que me visite la inspiración».

-Igor Stravinski

Queridos(as) lectores(as):

He recibido un mensaje por parte de Ricardo, quien escribe desde Canadá. En un momento, me comparte que el clima allá, como bien sabemos, llega a ser un poco complicado ya que el invierno es en verdad invierno, que el frío es tremendo y que tanto blanco llega a deprimir. Es curioso, por lo general en el imaginario colectivo de quienes no estamos acostumbrados a esas temperaturas y a las nevadas, siempre tenemos la idea de que es divertido y genial poder estar tanto tiempo jugando: hacer muñecos, angelitos, fuertes y guerras con bolas de nieve, etc. Sin embargo, la realidad es otra y parece que sus efectos son muy contrarios. «No sabe, doc, pero en verdad ni me dan ganas de nada». Claro, la depresión es precisamente eso: se nos van las ganas de vivir (ojo, no confundir con el suicidio).

Aunque ya hemos hablado varias veces sobre la depresión, me parece que pocas han sido en las que haya cosas por hacer para combatirla. Y que quede claro algo: hoy en día, TODOS, tenemos algo de depresión. Hay quienes necesitan un apoyo farmacológico, sesiones de terapia o análisis, etc. Y son buenas herramientas, después de todo, ¿a quién le gusta sentirse desganado y con «tristeza» de pronto? Amigos(as), como todo en la vida, tenemos que saber lidiar con ello sin que se vuelva una pesada carga, sin que nos volvamos la carga de los demás.

¿Qué es la creatividad?

Thomas Moore, en su libro Las noches oscuras del alma (2004), comparte una definición muy linda: «… creatividad significa ser quien uno es; buscar palabras e imágenes para describir sus pensamientos y sentimientos; traducir su vida interior en formas externas, ya sea un jardín, una pintura, un poema, un hogar, un niño o un estilo de vida» […] La creatividad consiste en crear una vida y un mundo». Yo añadiría a esto que la creatividad es perdernos el miedo a nosotros mismos. Después de todo, pensemos en tantas represiones que tenemos por aquellos traumas de la infancia, aquellos momentos en los que nos vimos limitados por las situaciones y circunstancias que, muchas veces, ni siquiera entendíamos. Porque claro, no hay que ser niños para no entender, de adultos hay ocasiones que no tenemos ni la más remota idea de lo que estamos haciendo o por qué pasan las cosas. Y el miedo siempre nos paraliza.

Hace algún tiempo, un paciente mío que atiendo en línea, me comentó que le estaba costando mucho trabajo hablar sobre un tema. En un momento de la sesión, dijo «la pintura siempre me ayuda», por lo que mi intervención fue decirle «¿y si pintas para contarme sobre ello?». Y eso hicimos. Para la siguiente sesión, acomodó su cámara de tal modo que pudiera verlo a él mientras pintaba en un lienzo. No se necesitaron palabras, el color nos dijo todo. Aunque fue una vivencia en verdad complicada, el momento fue hermoso. Pero la pintura en sí no fue su única manera de expresarse: sus ademanes, movimientos, pequeños bailes, algunas micro-expresiones lingüísticas, etc., fueron herramientas que ayudaron a complementar lo que quería decir.

Hacer sin neutralizar

Para Julia Kristeva, psicoanalista francesa, existe una distinción interesante entre el lenguaje y las imágenes, de modo que hay que buscar «antidepresivos lúcidos en lugar de antidepresivos neutralizantes». ¿A qué se refiere? Hagamos primero un acercamiento necesario a la práctica psiquiátrica y al uso de antidepresivos. Lo primero que debemos tener claro es que ese tipo de medicinas NO CURAN la depresión, pero sí ayudan a que no nos pegue tan fuerte (por así decirlo pronto y mal). La idea principal de su uso es que sirvan para mantenernos funcionales. Pero para poder atender bien la depresión, debemos conocer su origen, por lo que es importante y recomendable que haya un acompañamiento analítico o psicoterapéutico. Quien pretenda aliviarse al negarla y huyendo de ella, no encontrará sino fracaso. Hay que afrontar ese dolor, esa tristeza, ese miedo, todo aquello que nos quita el aliento. Por eso es que podemos escribir, pintar, bailar, cantar, dibujar, etc., pero para ello hay que dedicarle su tiempo exclusivo. Y así, poco a poco el malestar se irá atenuando.

A mis pacientes les recuerdo que siempre hay tiempo para todo y hay que saberlo dar, pero sobre todo, aprovecharlo. Si hay tiempo para leer, leamos. Si hay tiempo para trabajar, trabajemos. Si hay tiempo para llorar, lloremos. Pero tengamos presente algo: no pretendamos ser multiusos en eso. Hay quienes no hacen algo sin estar haciendo otra cosa al mismo tiempo. Tengo el caso de un amigo que, por ejemplo, no puede trabajar sin estar escuchando música. ¿Y qué tiene eso de malo, Héctor? Pues que no es música propia para trabajar, ya que en realidad se trata de canciones, por lo que se distrae constantemente siguiendo la letra o el ritmo. Y eso se ve reflejado en su productividad. Dar el tiempo a las cosas es darnos tiempo a nosotros para ello. Y no es lo mismo. De no hacerlo, qué creen, lo único que sí hacemos es huir, nos neutralizamos. El escape de las cosas nos dice demasiado sobre nosotros mismos. Pero algo interesante surge en el hacer algo más al mismo tiempo: resulta que no sabemos estar solos. Al final de cuentas, la creatividad requiere que seamos nosotros mismos para con nosotros. ¿Y qué pasa con la creatividad del baile? ¿No me digan que cuando están solos, escuchando la música que les gusta, no se ponen a bailar sin preocuparse que los vean? Baile y música se complementan, pero la armonía se traduce en ustedes siendo ustedes…

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