Carta por el amor que sostiene

Querido(a) lector(a):

Hoy en día estamos viviendo tantas cosas tan complicadas, desesperantes, frustrantes, tristes, etc. Pero también estamos siendo testigos de momentos maravillosos, bellos, divertidos, etc. ESTAMOS VIVIENDO. Con eso hay que quedarnos. Sé que hay días en los que no te quieres salir de la cama, que las mil y un preguntas te abordan de manera directa y hasta violenta, generándote preocupaciones, miedos, cosas que te ponen constantemente contra ti mismo. ¿Y cómo no? También a mí me pasa. TODOS LOS DÍAS. Y eso se debe a que las circunstancias que estoy viviendo en estos momentos no son las más favorables. Te confieso que hay días que no sé cómo hacer las cosas, no sé qué decir, no sé qué más hacer. Imagina por un momento mi encrucijada: doy cursos de arte y cultura, escribo sobre la vida, escucho a personas que van a psicoanálisis conmigo, mis amigos que la están pasando mal y que recurren a mí para hablar, etc. Deudas, ajenas y propias, a veces los ingresos no son los mejores. Y no quiero que pienses que estoy contándote esto para quejarme, porque aunque así parezca (y que inconscientemente es un grito desesperado), es la aceptación de que es lo que me ha tocado. Recuerdo que cuando hablaba con mi papá, le decía «¿por qué yo?» y me contestaba «¿y tú por qué no?». ¿Qué nos hace especiales como para nunca tener que vivir algo de adversidad? Claramente quisiéramos vivir cosas extraordinarias, bellas, divertidas, momentos emblemáticos con amigos y seres queridos. Pero esa es la ilusión común de todos nosotros. Un día abrimos los ojos y nos descubrimos ante las distintas adversidades de la vida, que muchas veces (lo concedo) pueden ser injustas, que nunca las buscamos. Y la desesperación comulga con la tristeza y un profundo sentimiento de desolación. Eso, querido(a) amigo(a), es la vida misma.

Hace algunos años, me diagnosticaron (entre otras cosas) una depresión aguda (que algunos psiquiatras le llaman crónica). La muerte de mis padres, desaparición de fuentes de trabajo, el mentado COVID-19 que mermó muchas estructuras, deudas hospitalarias, el abandono familiar (no de todos, pero sí de muchos), etc. Sí, así es, puras cosas negativas. Pero muchas personas fantásticas han salido al quite (como decimos acá en México), que han salido para ayudarme, desde mis más queridos y sinceros amigos, hasta gente que de ninguna manera pude haberme imaginado que me podrían ayudar. Mi amigo Pablo, en un momento en el que me estuvo consolado, me dijo «cosechas lo que siembras… tú has ayudado, ahí tienes la respuesta», pero acostumbrado siempre a ser yo el que ayudaba, el que resolvía, me costó mucho aceptar la ayuda de los demás. Poco a poco lo fui haciendo y las cosas fueron cambiando. En la Filosofía he abrazado varias ramas para poder ayudar y ayudarme a mí mismo, entre ellas el Estoicismo, la Escolástica, la Ética, el Existencialismo y, en los últimos años, el Absurdismo. ¿Te imaginas todo lo que hay que leer y confrontar para ello? Pero sobre todo, ¿lo que hay que romperse una y otra vez hasta que la humildad surja y dé paso a la empatía? De ahí que mis cursos, clases y pláticas tengan ese caracter humano de acercar a la gente, no sólo al conocimiento, sino al sentimiento. Quien desprecia los sentimientos en los procesos educacionales, no ha comprendido nada.

En una ocasión durante una sesión de análisis, mi analizando (paciente), antes de terminar, me dijo algo muy lindo: «Héctor, ¿conoces a Gabriel Rolón? Yo soy fan de sus videos y podcast. Es relindo que sienta lo mismo cuando le escucho cuando estoy contigo… ¡son ángeles!». Gabriel Rolón, aunque no tengo el gusto de conocerle, sin duda es uno de mis colegas que más admiro y que amo con todo el corazón porque su palabra plena me causa tanta ternura y consuelo. Acá en México, en tono de admiración por alguien, les decimos «cuando sea grande, quisiera ser como tú». Y eso le digo a la distancia a Gabriel: «quisiera ser como vos». Y hablando de Gabriel, hace unos días me topé con un video del canal de banco BBVA, Aprendamos juntos, donde a mi querido amigo (permitiéndome este atrevimiento), sale en un episodio que se llama Historias para la vida. Y hoy, justo esta mañana, mientras luchaba contra mí mismo, me puse a escucharle. Y es en verdad delicioso poder escuchar cosas tan lindas que vienen de una persona que ha abrazado la humildad, la empatía y la sinceridad para compartir sus preocupaciones y opiniones. En un momento, un participante le pregunta a Gabriel qué recomendaciones da para tener una buen salud mental. El psicoanalista retoma lo dicho por Sigmund Freud: «Para considerar a una persona sana, hay que considerar el amor y el trabajo. Cuando una persona es feliz con quien está y es feliz con lo que hace, esa persona va a ser una persona sana. Cuando una persona está en un vínculo donde sufre o trabaja en un lugar donde la pasa mal, esa persona se va a enfermar».

En un momento personal, Gabriel comparte que su padre, que era albañil, tomaba el colectivo (camión) para ir a buscar trabajo, pero que cuando regresaba en la tarde, se le veía frustrado y desilusionado tras no encontrar nada, y que su esposa entonces le acercaba un mate y le decía «mañana, morocho, mañana». Con los años, Gabriel resignifica eso y dice que el amor sostenía la salud emocional de su padre para que no se quebrara cuando no estaba lo otro. Eso me hizo pensar cuando yo era más joven y por x o y razón no me salía algo de la universidad o del trabajo, y que mi mamá, con todo el amor y sencillez, se acercaba a mí y me daba una Coca-Cola bien fría, me acariciaba la cabeza o la espalda y me decía «mañana, negrito, mañana». ¡Qué coincidencias! Pero, en efecto, esa muestra de amor, de preocupación, me daba el consuelo necesario para no romperme emocionalmente, y si era necesario, el cálido abrazo de mi madre me recobraba la seguridad. Desde 2016 mamá ya no está aquí. Pero las muestras de amor no me ha faltado, por eso es que mis amigos son mi tesoro más valioso. Por eso es que trato de ser así con mis alumnos, mis analizandos, mis amigos, la gente en la calle. El amor salva… y vuelve a hacerlo.

Termino esta carta, querido(a) amigo(a), con la esperanza de que lo que te he compartido, te sirva en ese momento difícil que estás pasando, muchas veces en silencio y en soledad. No te tortures de esa forma, abre tu corazón con las personas que sabes que tienen un amor por darte para ayudarte. Pero, sobre todas las cosas, si conoces a alguien que esté pasándola mal, no esperes a que te busque, a que te escriba, busca, veele a visitar, no todo es dinero (aunque si se puede, quizá podría ser de mucha ayuda), pero puedo asegurarte que un abrazo, una tierna caricia, un beso en la frente, palabras lindas, son motores para ayudarle a esa persona a salir poco a poco del estanque de la depresión. Y si ya lo haces, gracias, síguelo haciendo. Y si en algún momento tú me has escrito, me has llamado, me has buscado… gracias, por eso sigo aquí escribiendo y compartiendo.

Te abrazo.

Te quiero.

¡Resiste!

Héctor Chávez

¡Te escucho, no estás solo(a)!

3 respuestas a «Carta por el amor que sostiene»

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