«¡Dios nos libre de enemistades de amigos!».
-Lope de Vega
Queridos(as) lectores(as):
La Historia de la intelectualidad ha estado fuertemente marcada por varios desencuentros, rivalidades, pleitos (directos o indirectos), competencias y hasta lucha por la popularidad de las ideas expuestas. Son incontables los casos que tenemos noticia sobre ello, por nombrar algunos: Góngora vs Quevedo, Cervantes vs Lope de Vega, Rousseau vs Voltaire, Hegel vs Shopenhauer, García Márquez vs Vargas Llosa, etc. Pero una de las que más ha acaparado los distintos medios de (des)información, sin lugar a dudas se desarrolló en la Francia del siglo XX, es decir, la polémica y notoria relación entre Albert Camus y Jean-Paul Sartre.
Cabe decir, antes de continuar, que muchas de las rivalidades mencionadas y otras, tuvieron un origen muy alejado de lo esperado. Me refiero a que muchas comenzaron con una buena amistad, donde la admiración, apoyo, camaradería y demás se dio en cantidades bastante generosas, cosa que fue precisamente un factor importante entre los filósofos franceses que estamos por comentar. Sin embargo, recientemente hemos tenido acceso a una información que ha hecho que todo lo sucedido entre Camus y Sartre se vea desde otra perspectiva. Una declaración hecha por la mismísima hija de Albert Camus, Catherine Camus (1945 – ), durante su participación en las Trobades de Menorca a inicios de este mayo del 2024. Pero, vayamos por partes, que este conflicto hay que analizarlo desde varios puntos.
Entran dos existencialistas a un teatro y…
Aunque el propio Albert Camus (1913-1960) rehuyó de ser considerado como un «existencialista», el fuerte sonido que esta rama filosófica generó a principios del siglo XX, sobre todo en Francia, hizo que su obra fuera vista como un importante aporte al mismo. Hay muchos que afirman que Jean-Paul Sartre (1905-1980) fue quien puso la piedra fundacional del existencialismo francés con La Náusea (La Nausée, 1938), obra que nos narra sobre un hombre de la burguesía que se encontraba en profundo hastío de su existencia. Sin embargo, Sartre posó su interés en Camus cuando éste publicó El Extranjero (L’Étranger, 1942) ya que el escritor franco-argelino desarrollaba de una manera todavía más profunda la compleja existencia de los protagonistas. En su momento, el propio Sartre llegó a comparar a Camus con Kafka y con Hemingway (quienes dicho sea de paso eran sus autores literarios favoritos).

No fue sino hasta que en 1943 se estrenó la obra Las Moscas (Les Mouches) de Sartre, que Camus se presentó con él. Y vaya que tenían credenciales para hacer de ese encuentro un auténtico momento de reconocimiento y admiración de uno para el otro: ambos militaban en la izquierda, tenían profundas preocupaciones por el malestar social que las políticas capitalistas generaban en la sociedad, pero sobre todo, ambos eran figuras literarias reconocidas. Caso curioso -si me permiten una breve pausa- porque el propio Ernest Hemingway anticipó en un comentario el terrible caos que inevitablemente pasaría, y lo parafraseo a continuación: «Lo peor que puede pasar es que un escritor se tope con otro, pretenda ser su amigos, pero encuentre una profunda rivalidad entre sus obras». Y algo así sucedió, sin embargo, hay todavía mucho que mencionar…
De la ideología a la Historia
Después del fin de la Segunda Guerra Mundial, Europa entró en una profunda crisis de identidad. Y no contentos con esta situación, se desarrolló otro evento de magnitud global que empeoró las cosas: la Guerra Fría. Aunque Sartre y Camus simpatizaban con la izquierda, fue el primero el que llevó a otro nivel su apoyo, sobre todo al comunismo (estalinismo) implementado en la Unión Soviética. Sartre no dejaba pasar ninguna ocasión para aplaudir y mostrar un apoyo incondicional a toda acción que se realizará en el territorio soviético, así como en el chino y después también en el cubano. Llegando al punto de alabar y justificar todas las medidas violentas utilizadas por los regímenes para lograr la ideología. En este punto, se originó lo que creímos fue el quiebre entre estos dos amigos. Ya que Camus criticó severamente el totalitarismo comunista, mismo que no dudó en comparar con otros, incluso con el nazismo: no podía ser, de ninguna manera, que el terror de la violencia social fuera un recurso para lograr metas nacionales.
El apoyo sartreano a los excesos totalitarios con sus sociedades, se daba en razón de que consideraba que el proyecto ideológico no hacía sino buscar de forma global el bien mayor, arrasando con la enfermedad capitalista. Sartre veía en la propuesta estalinista una postura de indudable superioridad moral. A su vez, Camus se mostró muy crítico de ello, llegando a decir que el comunismo estaba logrando estar a la par de las injusticias cometidas por el sistema capitalista. El campo de batalla intelectual se dividía entre estos autores. Aunque, claro, ninguno estuvo libre de profundas y muy marcadas contradicciones. Sartre se mostró muy pasivo durante la ocupación nazi en Francia, limitándose a escribir algunos artículos hasta el final de la misma en medios colaboracionistas (siendo que al final pidió mano dura contra ellos), mientras que Camus se unió a la Resistencia Francesa, escribiendo activamente para el periódico clandestino Combat en contra de la ocupación, cosa que no hizo de la misma manera con la problemática franco-argelina, dejando mucha ambigüedad sobre su postura ante el colonialismo francés.
La ruptura (aparente)
La relación entre ambos ya era en sí tensa, pero el golpe de gracia vino tras la publicación de El Hombre Rebelde (L’Homme révolté, 1951) de Camus. Este texto no era sino una aguda y dura crítica al sistema que tanto amaba Sartre, quien enfurecido se hizo de la pluma del filósofo Francis Jeanson, y a través de un texto en Tiempos Modernos (Temps Modernes), revista dirigida por el propio Sartre y de gran influencia en la sociedad francesa, tachó a Camus como un «traidor de la clase obrera». Este punto es bastante cómico, porque Sartre había nacido en la opulencia, en cuna de oro, e incluso había asistido a la École Normale Supérieure, institución elitista y clasista en aquellos tiempos, mientras que Camus era de un origen más pobre y humilde. Entenderán la ironía.
La relación estaba rota, y los distintos ataques entre ellos no dejaban a nadie fuera del «chisme». Tal es el nivel alcanzado, que este conflicto salió de los círculos intelectuales, alcanzando a la prensa sensacionalista. Fue así que incluso la revista Samedi-Soir, de difusión de la belleza estética de mujeres, se animó a tener artículos sobre este «divorcio» entre los dos pensadores franceses. Sin embargo, el que peor quedó en esto fue Camus, ya que Sartre tenía (por así decirlo) mayor espacio para su creatividad y crueldad, llegando a pisotear la obra camuseana, diciendo de ella que no era sino una obra que se sostenía por planteamientos moralistas alejados de la la realidad política y social. Camus fue criticado severamente por las altas esferas intelectuales, sin embargo, a diferencia de Sartre, él sí aceptó el Premio Nobel de Literatura y eso le permitió tener una base de «admiradores» que han logrado, hasta nuestros días, nivelar la balanza en esa batalla. Hace poco, de hecho, leí algo interesante: «Sartre criticaba a Camus de defender los valores burgueses y no así los socialistas. ¡Y Sartre era un perfecto burgués que decía defender los valores socialistas desde las dulces mieles capitalistas!».
Nadie está libre de la incoherencia en algún momento de sus vidas…
Lío de faldas
Después de hacer este brevísimo resumen del rompimiento de la relación entre Sartre y Camus (de lo que sabíamos, insisto, hasta mayo de este año), es momento de dar paso a lo que mencionaba al principio. Catherine Camus puso sobre la mesa una teoría que, hoy por hoy, no hace sino sumarse a varias acusaciones contra la pareja de Jean-Paul Sartre, la filósofa feminista, Simone de Beauvoir (1908-1986). Siendo un emblema del movimiento feminista, la autora de El Segundo Sexo (Le Deuxième Sexe, 1949) entre otros, no estuvo libre la polémica a lo largo de su vida. Lisa Appignanesi, biógrafa de la filósofa francesa, cuenta que durante los años de profesora de educación secundaria, entre 1929 y 1943, se desató la primer acusación de haber intentado seducir a Natalie Sorokine, alumna de 17 años. Los padres de la joven levantaron la queja y eso inició un proceso que terminaría por truncarle su labor académica, aunque tiempo después quedó libre de los cargos.

Mucho se ha dicho que incluso Simone de Beauvoir seducía a varias alumnas o mujeres jóvenes y que éstas terminaban en brazos de Jean-Paul Sartre. No quiero entrar de fondo en este tema ya que hay muchos otros espacios que hacen un recuento con mayor rigurosidad. Sin embargo, sean intenciones para difamarlos o no, lo cierto es que muchos medios coinciden en que la relación entre ambos autores, apoyados incluso por comentarios de ellos, era libre y los amantes iban y venían. Así que, a partir de esto, viene el comentario de Catherine Camus: «Mi padre no quiso acostarse con Simone de Beauvoir. Y esta no se lo perdonó. Hasta el punto que impedía a Sartre que hablase bien de los libros de Camus cuando le gustaban». Según Catherine, el editor Michel Gallimard, muy amigo de su padre y con quien de hecho compartiría el funesto fin en aquel «accidente» automovilístico, le dijo que una vez Sartre le comentó sobre uno de los últimos texto de su padre: «Es excelente, pero no puedo decírselo, mi mujer no me lo permite»(parafraseando).
Aquí lo dejaremos, en algo que «puede ser», «que igual y sí», etc., ya que no podremos nunca saber si un lío de faldas realmente ocasionó uno de los rompimientos intelectuales, de amistad, más resonados en los últimos años. Ustedes tendrán el criterio para opinar al respecto, mis queridos(as) lectores(as)…
