Recordatorio sobre la dignidad

«Sólo durante los tiempos difíciles es donde las personas llegan a entender lo difícil que es ser dueño de sus sentimientos y pensamientos».

-Antón Chéjov

Queridos(as) lectores(as):

Después de una ausencia considerable en este nuestro espacio, he querido compartir con ustedes un poco sobre un tema que parece que día a día se le olvida al ser humano. Este ser humano que gusta de las etiquetas sociales y de identidad, cada día se ve a sí mismo rodeado de la confusión, el dolor, la tristeza y la desesperación, mismos que se ven reflejados sobre todo en el trato que permite por parte de otros, que acepta «gustoso» con tal de no perder el «amor» que le dicen tener. No entender que lo más importante que tiene el ser humano es su dignidad, es caer peligrosamente en la objetivización y en el desprecio al amor mismo.

La literatura rusa siempre es fascinante en medida de lo que nos ofrece. Recordemos que si bien los rusos no tuvieron notables filósofos (al menos no tan conocidos como otros en otras partes del mundo), sí que tuvieron grandes pensadores en sus escritores. De hecho, Dostoievski es considerado el padre de la literatura existencialista, empatando a su vez con el desarrollo del existencialismo por parte de Kierkegaard en el siglo XIX. Sin embargo, no podemos descuidar a otros autores rusos importantes, tales como Antón Chéjov (1860-1904), médico y dramaturgo que es considerado uno de los padres del relato corto, con fuertes influencias del naturalismo y del realismo.

Aniuta y la renuncia

Chéjov tiene la enorme capacidad de hacer compaginar la experiencia de sus personajes con la de sus lectores. Aunque hay muchos cuentos de este autor que nos podrían fascinar (por lo que los invito a que lo lean), en esta ocasión nos centraremos en dos. Empezaremos precisamente con Aniuta (1886), pero no es mi intención hacerles resumen del texto para que se den la oportunidad de leerlo y profundizar desde ustedes mismos. Lo que sí quiero rescatar de este texto es cómo muchas veces somos capaces de renunciar a nuestra propia dignidad, dejar que pasen sobre nosotros y aunque tengamos la idea de reclamar, irnos, alejarnos y demás acciones que pudieran ayudarnos a abrazar nuestro amor propio, con tal de no perder otras cosas en el proceso, nos tragamos el poco orgullo que nos queda y nos resignamos.

¿Por qué pasa eso? Me viene a la mente el clásico ejemplo de la ruptura negativa de una relación: muchos pleitos, ofensas, humillaciones, malos tratos, acciones violentas. Sin embargo, a pesar de que se está a punto de salir de ella, llegan las famosas promesas vacías, las afirmaciones tales como «te prometo que voy a cambiar», palabras lindas y perfumadas, y cambio de hoja. Todo bonito, hasta que vuelve a suceder. Muchas personas podrían decirme que «a la primera se van, nada de otra oportunidad», y vaya que les creo. Porque son personas que han trabajado su amor propio, por tanto, abrazado y valorado su dignidad. Sin embargo, hay muchos casos, en verdad incontables, donde se aplica lo que decimos acá en México: «pégame, pero no me dejes». ¿Qué se tiene miedo a perder? Me atrevería a decir, entre muchas cosas, que la oportunidad misma de amar otra vez y de ser amados también. Aniuta es el ejemplo claro de mejor aguantarse y no tener que preocuparse de cosas que se pueden llegar a perder de no hacerlo.

Un escándalo y la no-renuncia

Antón Chéjov en verdad que se disfruta mucho sobre todo cuando uno se dispone a leerlo abriendo el corazón de par en par y aceptando nuestra vulnerabilidad, misma que no es sino la confesión de nuestra absoluta humanidad. Si bien Aniuta puede ser, mis queridos(as) lectores(as), un texto en el que nos podamos sentir identificados, me parece que Un escándalo (1886) tiene una peculiaridad en demasía interesante, ya que a diferencia del desafortunado actuar de aquella chica rusa, Macha Pavletskaya, la valiente heroína de este texto, puede terminar por resultar el famoso «qué pasaría si yo…». A ver, entendamos algo, la literatura muchas veces -si no es que siempre-, nos brinda el mundo de la posibilidad, en el que se pueden hacer experimentos que nos permitan, de cierto modo, ver qué podría suceder si nos animáramos a hacer algo distinto.

Macha sufre una terrible humillación a causa de una situación de la que ella es inocente. ¿Quién de nosotros no ha pasado nunca por una situación similar? Al lidiar con tantas personas en el día a día, estamos lidiando también con sus personalidades, sus miedos, sus angustias, etc. Todos somos fáciles de culpar, somos fáciles de engañar, de que nos hagan daño. Pero aquí vamos a centrarnos en lo siguiente: al igual que la pobre Aniuta, llegamos a aceptar esas injusticias por miedo a qué podría pasar si no lo hacemos, nos encerramos en esa cruel realidad y preferimos pagar lo que se tenga que pagar, aunque no sea nuestra culpa. Otra vez: ¿qué tenemos miedo a perder? Sin embargo, quienes han leído el cuento de Macha, saben que «ahí no se quedan las cosas», encontrando en el breve, pero importantísimo diálogo que sostiene con el Sr. Kuchkin, un valioso ejemplo sobre la dignidad y lo valioso que es defenderla hasta las últimas consecuencias.

No confundamos

En la búsqueda de la defensa de nuestra dignidad, no confundamos con destrozar la del otro. Es muy común que caigamos en la idea de «si me hizo, le hago». Ya lo decía Mahatma Gandhi: «Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego». Precisamente, la lucha constante de la defensa de la dignidad del ser humano es algo que debemos hacer en común. No podemos decir que la nuestra importa cuando no respetamos la de los demás. De hecho, es también muy común que no salgamos a la defensa de quienes están siendo humillados o maltratados porque «no los conocemos», «no son nada nuestro». Es muy loable que en estos tiempos de amenazas de una Tercera Guerra Mundial (me abruma con qué facilidad la gente bromea con ese tema), haya quienes se manifiesten en redes sociales por las víctimas en Ucrania, Gaza, Israel, Siria, Irán, etc…, pero también saliendo de la casa de uno podemos encontrar numerosos casos de dignidad violentada.

También es preciso hacer hincapié en el hecho de que mucha ideología que se abraza sin pensar en las consecuencias hoy en día, hace a un lado (a veces con absoluto desprecio), la dignidad de las personas dando preferencia a otros seres. Tal es el caso de los animalistas que ponen muy por encima de las personas a los animales. Y no me mal entiendan: todo ser en esta vida, en este mundo, tienen su propia dignidad. A los animales no les debemos sino respeto y agradecimiento. Tratarlos de forma «humana», es atentar contra su dignidad de animales, es tratarlos como lo que no son. Por muy lindo que pueda sonar que traten a los animales como sus hijos, no lo son, y al no aceptar su dignidad, los estamos violentando. Las cosas por su nombre: son nuestras mascotas. Eso no niega que les podamos tratar con amor y cariño, así como el que nos ofrecen siempre. Por eso, no hagamos a un lado a las personas en situación de calle y nos comportemos con absoluto amor con los animales en las mismas condiciones.

Sin la dignidad del ser humano, no hay esperanza para nada más en este mundo.

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