«Todo el mundo quisiera vivir largo tiempo, pero nadie querría ser viejo».
-Madame Swetchine
Queridos(as) lectores(as):
Ya hemos visto algunos casos ficticios que atienden a la niñez y a la adolescencia, por lo que ahora toca poner la lupa sobre la vejez. ¿Se puede hablar de malestar psicológico en esta etapa? Por supuesto que sí, pero tal y como hemos visto en las entradas anteriores, hay abuso y violencia que se cometen contra los adultos mayores que es en verdad alarmante. ¿Por qué existe ese malestar, ese temor, de llegar a ser viejo? Podríamos empezar por el hecho de que cuando uno envejece comienza por desaparecer. En esta alocada y desenfrenada época en la que si no hacen cosas productivas, las personas son simplemente desechables y reemplazables, el crimen que se comete contra los ancianos puede resultar en demasía escalofriante. El siguiente fragmento ficticio nos introduce a una confesión por parte de un anciano que busca entender qué sucede con su vida. Qué le sucede a los demás…
Mi nombre ya no dice nada
… es tan extraño.
Me resulta difícil aceptar que los años en verdad pasan y hacen que cada uno de nosotros vayamos perdiendo facultades para hacer cosas; que vayamos siendo más y más desplazados al punto del olvido. ¿Qué hicimos para merecer esto? Mis huesos son tan frágiles que tengo miedo de hacer algo que me ponga en riesgo de romperlos. Mis reacciones son torpes y en ocasiones mi cuerpo olvida que las tiene. Un escalón termina por ser un cruel enemigo, y cada día se le suma otro, y otro, y otro. Voy a un lugar a reunirme con mis seres queridos, pero no entiendo qué es eso de «escanear el código QR»; que debo hacerlo con la cámara de mi celular, que con tal aplicación. Cuando les digo que no puedo, que si tienen una carta física, a veces con amabilidad me traen una, otras rechinan los dientes y con fastidio simplemente me dicen «no hay». ¿Acaso mi equivoco en la manera de pedir las cosas? Extraño aquellos días en los que las visitas no paraban en casa; mis nietos corriendo de aquí para allá, siempre al pendiente de lo que el abuelo les tenía. Pero un día, los dulces y tiernos niños crecieron y se volvieron jóvenes o adultos «responsables», que dicen priorizar las cosas. Entiendo, entiendo, ¿pero ni un minuto hay para una llamada para saber si estoy bien, para decirme «hola»? Cada vez es menos frecuente el hecho de que me sienta útil para los demás. Un día se rompió una bombilla de luz, así que fui por mi vieja escalera para cambiarla, pero sólo recibí regaños, que después lo hacían, que después alguien más lo hacía. Ya van 3 semanas y sigo sin tener luz en mi cuarto por las noches.

Hay cosas que no logro entender a la primera. Reconozco que no sé, que me cuesta trabajo, por lo que acudo a mis hijos o a mis nietos para que me expliquen. Pareciera que me hablan en chino, pues dicen muchas cosas que no sé exactamente a qué se refieren. Y cuando les vuelvo a pedir que me repitan lo que hay que hacer, se enojan y fastidian. ¡Es que cómo no entiendes esto tan fácil! -me gritan. Los recuerdo que estaban aprendiendo a caminar y que, una y otra vez, ahí estuve para ayudarles, para darles confianza, para animarlos y que no lloraran. Hoy parece que en verdad no tienen tiempo para mí. Ellos no lo saben, pero cuando se van, cuando me demuestran que es «una pena» el venirme a visitar cuando se acuerdan que todavía respiro, lloro acompañado de mi querido y noble Max, mi viejo perro, que quizá entiende más mi situación. Pero él no se va, aunque me da miedo el día que se vaya… ¿y si me voy primero? ¿Quién lo verá y atenderá? Si no tienen tiempo para una persona, ¿qué puedo esperar que tengan para un perro viejo? El amor se va difuminando, el interés también. Cuando ya no queda nada material que dar, ya no queda nada amoroso que compartir.
Lo que más me duele es que digan que estoy mal, y quizá tengan razón, pues sólo veo lo mal que los eduqué y preparé para cuando yo ya no pudiera por mí mismo. Pasé de ser el padre, el abuelo… a ser un objeto que adorna y que estorba. Lo más cruel de esto es que a veces pienso que quizá el morir no esté tan mal cuando ya no es posible o deseable vivir.
La soledad de los ancianos
Yo crecí en una familia de gente mayor. He ido a más velorios que a bautizos. Y no, nunca se va haciendo más fácil el decirle adiós a quienes conocí desde niño. Confieso que en ocasiones también me desespero por la frustración de ser el más joven y el que «más está», pero es lo que me ha tocado vivir. Al escribir este fragmento de una vida, pensé mucho en las veces que he sido cruel y poco amoroso con quienes siempre me ofrecieron seguridad y cuidados. Estoy mal. Pero, ¿qué me dicen ustedes? Cada día vamos normalizando esta crueldad que cometemos con la soledad de los ancianos. En efecto, el tiempo pasa y ellos han ido perdiendo mucho en el proceso. Ya no hay bromas, sólo preguntas que se repiten una y otra y otra vez. ¿Qué será verse en un espejo y no poder reconocerse? ¿Qué será estar confundidos, ser niños de más de 80 años y en algunos casos buscar con miedo a la mamá, al papá, a los hermanos, que ya no están?
Si en la infancia y en la adolescencia descuidamos tantas cosas vitales, ¡qué poco nos damos cuenta del desprecio por personas que todavía viven! Llegar a esa edad no es tan fácil como se puede creer, yo diría que hoy por hoy es hasta un privilegio, pues cuántos mueren en verdad muy jóvenes. Hay cosas que no agradecemos poder ver para poder evitar, pues cierto es que hay que saber llegar a la vejez. Pero… ¿qué pasará cuando seamos nosotros los que confesemos cosas así y olvidemos que alguna vez lo permitimos en otros ancianos?
Qué mal estoy.
Qué mal estamos.
La vida del ser humano es digna desde la concepción hasta cuando se cierran los ojos por última vez. Hay que atesorarla, protegerla, respetarla. ¿Estás llorando, amigo(a)? Perdóname, pero es cierto que la verdad duele y más cuando hemos querido evitarla.
(ADVERTENCIA: ESTOS FRAGMENTOS HAN SIDO ESCRITOS CON LA INTENCIÓN DE EXPONER SITUACIONES ESPECÍFICAS QUE NO TIENEN COMO TAL PERSONAJES IDENTIFICABLES CON PERSONAS CONOCIDAS. LO QUE AQUÍ SE NARRA ES UNA HISTORIA FICTICIA, NO HAY NADA DISFRAZADO. SÓLO ESTÁ EL DOLOR Y LA IMPOTENCIA DE ALGUNOS QUE NO DEBE SER CALLADA, NI PERMITIDA NI SOLAPADA)
