«Todos los misterios de la infancia se van como la niebla del río».
-Yevgueni Yevtushenko
Queridos(as) lectores(as):
He estado pensando mucho de qué manera podría abordar algunos temas que han salido recientemente en clínica; temas que si bien son particulares no dejan de ser bastante comunes. Por lo que el día de ayer por la tarde, mientras tomaba un descanso y hacía mi acostumbrada caminata, mi atención se centró en las biografías que he leído en estos años. A mis alumnos y amigos, siempre recomiendo que antes de entrar al pensamiento de un autor, es importante conocer su historia de vida, haciendo eco al consejo de Goethe. Entre las biografías resaltan las de Karl Marx, Fiódor Dostoievski, Karol Wojtyla (san Juan Pablo II) y Julio Cortázar. Dos de ellas por gusto y las otras dos, si bien por gusto, también para los cursos que he estado dando.
Pero, ¿qué tiene que ver esto de las biografías? Justo pensaba en que sabemos tanto de otros que muchas veces sabemos demasiado poco sobe nosotros mismos. En las biografías uno tiene la facultad de descubrirse en las vivencias ajenas por la similitud que comparten con las nuestras. Nada raro, bastante esperable. Pero, ¿qué hace que nuestra historia escape muchas veces de nuestro interés? Vamos, hay cosas que hemos vivido que nos duelen mucho a pesar de que hayan acontecido hace muchos años, por lo que las resistencias están a flor de piel. Y lo que es un hecho es que la infancia de todos siempre será un misterio que debe ser analizado.
Es por ello, que a modo de homenaje a tantas historias que he escuchado y vivido como en el caso de la mía propia, he querido escribir un pequeño relato que se dividirá en 3 partes. Esto con la mejor intención de ofrecerles, queridos(as) lectores(as), palabras para que puedan hacer suyas y que el sentimiento pueda encontrar un camino seguro.
Desde ya, gracias por leer.
Héctor
No era más que el inicio de algo desconocido
Un día abrí los ojos y me vi rodeado de lo impensable, no había manera alguna en que pudiera poner en palabras el sentimiento que me invadía al estar frente a tantos desconocidos que lo único que hacían era decir muchas cosas que no entendía, entre las cuales una de ellas se repetía mucho. Con el tiempo descubrí que era mi nombre. Besos, caricias, abrazos, de aquí para allá, hambre y sueño. Un bebé no la tiene tan sencilla como muchos pensarían. Pasaron los años y las cosas fueron cambiando. Problemas en casa, reclamos extraños, palabras violentas que me aterraban. Mamá llorando en una esquina con manchas en la cara, papá enfurecido en otro cuarto con las manos rojas. Un día, mamá gritaba mucho, tanto así que corrí a ella y sólo pude sentir la furia de mi papá arremeter contra nosotros. La policía vino y papá se fue con ellos. Mamá dice que se ha ido de viaje para descubrir cosas nuevas. ¿Por qué no nos llevó con él? ¿Y si fue a Disney? Mamá solo podía llorar cuando le hacía esas preguntas. En la escuela las cosas no eran muy diferentes, sólo que el que lloraba ahora era yo. Apodos, relaciones complicadas con los abusivos, maltrato en forma de palabras, profesores que humillan por no entenderlos y largos y prolongados silencios. Un día, Jorge, mi mejor amigo, me dijo que lo iban a sacar de la escuela, me lo dijo asustado y llorando después de aquel día en que el conserje le pidió que lo acompañara atrás de las canchas de fútbol y que «le inspeccionara» sus pantaloncillos cortos. Una vez más, vi coches con sirenas que se llevaban al sr. Raúl. Mamá me explicó que hay veces que los adultos se olvidan que los niños no son adultos y se vuelven contra ellos, depositando los vicios y la mala voluntad en nosotros sin medir las consecuencias. Eso también le pasó a Sara mientras un día visitaba a sus abuelos. Coincidieron ella y su primo, creo que se llamaba David. «Vamos a jugar a las muñecas», le dijo su primo, así que cuando Sara le preguntó que con cuáles, ya que ella no había llevado las suyas, él le dijo que no importaba, que ya verían cómo, sólo que no había que contarle a los abuelos ni a nadie «pues iban a querer jugar y eso era nada más de ellos dos». Sara, a sus 9 años, sintió cómo el tiempo pasaba tan rápido y que los sueños se vuelven pesadillas. Ya tiene tiempo que no ve a su primo, la carta de despedida se firmó cuando un día al orinar sintió mucho dolor y le dijo a su mamá que «David jugó con ella algo que era muy raro y que la incómodo demasiado». Esa familia no volvió a ser la misma. Sara no ríe desde entonces.

Un día, papá volvió a nuestras vidas, pero nuestras salidas no eran como antes, sólo lo veía los fines de semana. Me decían que «su trabajo no le permitía estar con nosotros mucho tiempo». Nunca me gustó su uniforme café, mucho menos esa fría y oscura sala donde nos encontrábamos. Me incomodaba que Manuel, el policía, tuviera que estar ahí con nosotros. Mamá sólo me llevaba y se quedaba unas salas atrás, ella no lo sabía, pero veía que al irme con el policía, se quedaba llorando. Papá me decía que tratara de entender, que el mundo así es, que las cosas son como son. ¿Por qué cuando me decía esas cosas me hacía sentir tanto miedo? De hecho, un día me dijo algo que todavía no me deja dormir tranquilo: «Te toparás con que este mundo es una mierda, así que o te pones las pilas o te chingas». Un día, llamaron a casa, mi mamá contestó el teléfono y vi cómo su rostro, aunque bellísimo, se ponía blanco. «Papá… tuvo un accidente en el trabajo… murió». Tiempo después supe la realidad de su trabajo, pero también supe que el accidente consistió en meterse en un pleito con una persona mala, misma que lo golpeó hasta quitarle la vida. ¡Qué feo! ¡Nunca quisiera crecer! Pero esas cosas no pasan, sólo Peter Pan puede y aún así nunca me lo han presentado en persona. Durante el velorio escuché muchas cosas horribles sobre mi papá, cosas que hacían llorar más y más a mamá. «Se lo merecía», «Ya se habían tardado», etc. Cosas que no entendía. «Ojalá que no vayas a salir como tu papá, pequeño cabrón, ya ves lo que les pasa después», me dijo quien fuera su mejor amigo, que desde hace un tiempo, he visto que llega a casa y se queda muy noche. ¿Por qué lastima a mamá? ¿Por qué ella grita durante las noches? De hecho, una de esas noches, José entró a mi cuarto, puso sus manos en mi entre pierna y sólo me dijo «no grites, de nada servirá, con el tiempo te gustará».
Y los dulces me saben a sal desde entonces…
La crueldad de hacer culpables a los niños
Ahora te hablo a ti, lector(a), amigo(a), para decirte que no hay que llorar ni sufrir por cosas que cuando éramos niños éramos incapaces de entender. ¿Qué se podía hacer? Había miedo y extrañeza, nos prometieron cosas lindas y sólo nos abrieron las puertas del infierno. Claro que las infancias son distintas, algunos pasan cosas horribles, otros tuvimos otra suerte mejor, pero niños fuimos todos y el futuro nos está esperando. Las heridas del ayer pueden cicatrizar, pero hay que trabajar. Quizá nunca se pueda olvidar, pero tampoco es como para sólo quedarnos atrapados en ese pasado tan cruel y doloroso. Los días están llegando y nosotros con ellos. No estás solo(a), siempre tendrás quienes te podamos ayudar, y si necesitas llorar, hazlo… por ahí se empieza. Pero recuerda: NO FUE TU CULPA.
Te abrazo.
(Continuará…)
(ADVERTENCIA: ESTOS FRAGMENTOS HAN SIDO ESCRITOS CON LA INTENCIÓN DE EXPONER SITUACIONES ESPECÍFICAS QUE NO TIENEN COMO TAL PERSONAJES IDENTIFICABLES CON PERSONAS CONOCIDAS. LO QUE AQUÍ SE NARRA ES UNA HISTORIA FICTICIA, NO HAY NADA DISFRAZADO. SÓLO ESTÁ EL DOLOR Y LA IMPOTENCIA DE ALGUNOS QUE NO DEBE SER CALLADA, NI PERMITIDA NI SOLAPADA)

¡No fue tu culpa!
A veces me resulta difícil encarnar y vivir esas palabras; sé lo que me dicen, pero en ocasiones me descubro regresando a las formas de antes y a culpas que no son mías. Aun así, es muy reconfortante que me las digan de nuevo y dejar de serntir que soy el enemigo por querer sanar y dejar atrás la tradición del maltrato y el sufrimiento…
¡Un abrazo de vuelta!
Me gustaMe gusta