El vacío de una persona rota

«Comprender el vacío no es nada fácil».

-Tenzin Gyazo (Dalái Lama)

Queridos(as) lectores(as):

Quiero aprovechar estos días para «ponerme al corriente» de los encuentros que no habíamos podido tener. El día de ayer platicaba con una amiga. P me hizo recordar varias cosas sobre la fragilidad del ser humano. Si bien es cierto que hay personas que consideran la fragilidad (o la vulnerabilidad) como una suerte de «vicio» sentimental, dadas las circunstancias de su entorno, no podemos darnos el lujo de tomar tan a la ligera esa realidad. La fragilidad es propia del ser humano y llama siempre a una esperanza de sentirse mejor. Recordé una escena de la serie Bojack Horseman en la que la madre del protagonista le dice a este: «Naciste roto, y ese es tu privilegio». Hoy por hoy, esa expresión la conocemos mucho ya que solemos escuchar un «estoy roto», «tengo roto el corazón», «voy con el alma rota», etc. En cierto modo, me resulta algo tiernas esa expresiones ya que me remiten a la manera en la que los niños describen sus tristezas, miedos y confusiones. Y precisamente, en buena medida, de eso se trata: el retorno a un periodo en el que algo se rompió.

Dicen por ahí que cuando el corazón duele, es porque alguien antes lo había cuidado y ahora ya no. ¿Pero por qué duele tanto el corazón? ¿Por qué los sentimientos nos consumen si no sabemos controlarlos? P me comentaba que ella «siente mucho», a lo que le respondí que es algo muy suyo, pero tampoco algo extraño. Cuando las personas sienten demasiado, a mi parecer hay una falta de administración sentimental. Hoy en día le llama educación emocional, pero no resulta tan sencillo. La emoción es algo que se produce a nivel inconsciente, mientras que el sentimiento es ser conscientes de las emociones al ser algo más racional. Si somos capaces de analizar el sentimiento, debemos poco a poco ir descubriendo el origen de las emociones. Un amor, por ejemplo, tiene un origen inconsciente que busca ponerle nombre y rostro.

Aquello que hace posible lo demás

Ese vacío que podemos llegar a sentir en algún momento de nuestra vida, podríamos convertirlo a otra noción, la cual sería «la falta». ¿Qué buscamos? Llenar el vacío. Pero, ¿qué pasa cuando ese vacío o falta se presenta como un agujero negro y que nada ni nadie puede llegar a llenarlo? Pues es precisamente lo que deja abierta la posibilidad misma del vivir. Hay que entender y tener muy claro que la falta es lo que permite, en cierta medida, el movimiento, el ir hacia el encuentro con algo determinado. Pero, a su vez, ese encuentro se ve afectado por dos realidades simultáneas: el primero que es la expectativa que de un modo sentencia lo que queremos y, por el otro, aquello que desconocemos y que a su vez es lo que es. Es decir, por un lado buscamos algo con ciertas características, mismas que se nos presentan de modo inconsciente, y por el otro nos topamos con una realidad muy distinta por cuestión de detalles. Y nos aborda un sentimiento de incompletud, algo falta. Curiosamente nunca hay algo que sobre.

«Es lo que yo quería, pero algo le falta». ¿Cuántas veces hemos dicho/oído algo así? Si las cosas fueran al 100% tal y como las esperamos, mucho me temo que no sabríamos valorarlas. ¿Quién se lamenta por estar un día en paz? Incluso en esto último que pregunto, podríamos decir que algo falta: la presencia de un ser querido, una buena comida, una buena bebida, un plan para hacer algo, etc. Entonces, esto nos lleva a cuestionarnos, ¿qué es lo que falta? Y es maravilloso analizarlo. Quien conoce su falta no tiene nada que ocultar.

El paraíso perdido

En el libro del Génesis de la Biblia, conocemos el famoso relato sobre Adán y Eva, quienes son considerados los «primeros padres». Tras el pecado original, fueron expulsados del paraíso. Si entendemos esto a modo de analogía, el paraíso representaba un todo, donde no había falta. Y esto lo vamos a sostener con pinzas. Al ser expulsados, pierden y ganan algo. El vacío interior es vivo ejemplo de ello. Muchas veces no sabemos qué nos sucede cuando respondemos de manera inconsciente a un estímulo exterior. ¿Por qué me dio tanta risa un comentario que hizo un amigo si quizá no es tan chistoso? ¿Por qué me cuesta tanto lidiar con un lugar sumido en la oscuridad? ¿Por qué al escuchar cierta melodía no puedo evitar sentir nostalgia y salen de mis ojos algunas lágrimas? Sigmund Freud «odiaba» la música, pero en realidad no es que no le gustara, lo que sucedía es que le era imposible explicar el hecho de que ésta lograra en el ser humano una lluvia de emociones tan diversas y tan profundas. Una melodía podía hacer sonreír y provocar el llanto al mismo tiempo.

Siempre hablamos de querer ir, de querer estar, en un lugar distinto al que estamos para «sentirnos bien» o «mejor». Pero, ¿qué sucede si el error se encuentra en la expresión? El filósofo rumano-francés, Emil Cioran, sostenía que el ser humano lo que hace es añorar el paraíso perdido, mismo que, a su creer, es el lugar y momento en el que el ser humano fue feliz en realidad, en el que tenía todo, en el que no le faltaba (al parecer) nada. Si pensamos en el paraíso perdido de los «primeros padres», caeríamos en una nostalgia religiosa incierta. Pero si pensamos en nuestro propio paraíso perdido encontraríamos un lugar muy cercano a nuestra infancia. Hay días en los que solemos decir, a modo de burla, que «nos engañaron, que no está tan genial ser adultos». Cuando somos niños, fantaseamos con ser grandes por todas las cosas que percibimos y que nos maravillan. Cuando somos adultos, quisiéramos regresar a aquel momento en el que no teníamos tantas preocupaciones. Se trata de la falta original: ser niños era poder disfrutar el mundo sin comprometernos con él.

Un pasado pesado

Aunque claro, no siempre pensar en el pasado nos resulta algo bello o alegre. La vida, siendo la posibilidad de las posibilidades, no es la misma para todos. Unos tuvieron, otros carecieron. Unos fueron amados, otros fueron descuidados. Si bien es cierto que el pasado nos marca, debemos comenzar a abrazar la esperanza de un modo distinto. Irvin D. Yalom invita a que «abandonemos la esperanza de un pasado mejor». Lo que no fue, no fue. Hay que permitirnos soltar las cadenas del pasado un poco y dejarnos libres para lo que está siendo, para lo que está por ser. El pasado no puede (ni debe) determinar el futuro. Antes bien, nos debe servir como experiencia para poder asimilar la realidad y ver de qué manera podríamos lograr lo que ayer no fue. Aquellos que no fueron amados, habrán de poder ser amados. Pero no es fácil cuando hay tanta culpa de por medio. Me ha tocado escuchar incontables veces a pacientes que «no se perdonan por haber permitido lo que pasó». ¿Qué se podía hacer en aquellos momentos donde no estábamos preparados para las cosas malas que sucedieron? Hay tantas personas que no fueron sólo víctimas ayer, sino que hoy siguen siéndolo por lo que no logran soltar. Amor, comprensión y empatía son herramientas necesarias para todo y para todos.

Volviendo a temas religiosos, San Agustín nos recuerda que «la salvación no es de todos, sino de muchos». Hay quienes no podrán ser salvados, quienes no podrán ser ayudados, por mucho que haya quienes queramos hacerlo. No depende de nadie la salvación o la perdición del otro. Uno puede hacer algo, servir y amar, pero del otro también depende una cierta carga de trabajo para ello. Por eso es que el vacío de las personas que están rotas, a mi creer, es fuente de inagotable ternura y oportunidad. Si apreciamos un corazón que está roto, lo buscaremos reparar. Si no, terminará siendo desechado. Quien piense que estar roto es una tragedia, es que no ha entendido que el vacío es ocasión de aprendizaje constante y de descubrimientos inigualables. El ser humano tiene en sus manos el poder hacer algo o no con su vida. Recordemos a Nietzsche: vivir la vida sin que la vida nos viva.

7 respuestas a «El vacío de una persona rota»

    1. Querida América:

      Lamento tu pérdida, he pasado por esa experiencia y sí, nos deja vacíos. Pero a pesar de ello, hay que tomar el proceso paso a paso. Si es momento de llorar, llorar. No le metamos acelerador. Los días irán pasando y los recuerdos que generan dolor, se irán tornando en auténticos tesoros que te llenarán de una hermosa ternura. Te abrazo y deseo de corazón que todo pase a bien.

      Quedo a tus órdenes.

      Héctor

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