«Esfuerzo y deseo son las dos caras de la posición del Sí en la primera verdad: yo soy»
-Paul Ricoeur
Queridos(as) lectores(as):
Hoy más que nunca existe mucho ruido sobre el tema de la identidad de las personas. Pero, ¿exactamente a qué nos estamos refiriendo? La identidad es un proceso propio del aprendizaje desde que somos niños. En la infancia, el sujeto se va relacionando directamente con su entorno para poder configurarse a sí mismo, además claro de la influencia directa que la cultura tiene para inculcársele. Podríamos decir que la identidad inicia a modo de imitación, aprendizaje e imposición. Sin embargo, la rebeldía es algo meramente natural en el ser humano, de ahí que haya una interesante relación entre lo expuesto por Hegel con su planteamiento de «el amo y el esclavo» y los de Albert Camus en El hombre rebelde (1951). El filósofo francés habla sobre la rebeldía de la siguiente manera:

«¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice que no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida, juzga de pronto inaceptable una nueva orden. […] Así, el movimiento de rebelión se apoya, al mismo tiempo, en el rechazo categórico de una intrusión juzgada intolerable y en la certidumbre confusa de un buen derecho; más exactamente, en la impresión del rebelde de que “tiene derecho a…”. La rebelión va acompañada de la sensación de tener uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón».
Pero, ¿qué se necesita realmente para poder, no sólo rebelarse, sino lograr obtener frutos o cambios que el sujeto quiere?
Introspección y descubrimiento
El Dr. José Carlos Aguado Vázquez explica que «el psicoanálisis es la disciplina que explica los procesos del sujeto en su intimidad -la relación consciente/inconsciente-, es el método para comprender las formas de interrelación con el Otro». Como podemos entender, es de vital importancia buscar entender qué sucede en cada uno de nosotros para poder aproximarnos y relacionarnos con el mundo externo. Muchas veces he escuchado a incontables personas decir «confía en tu intuición», y en buena medida tienen razón. Sin embargo, ¿exactamente a qué se refieren con ello? Hablamos de un cierto apego al sistema moral y ético con el cual el sujeto ha crecido y en el que se plantea, muchas veces de manera muy severa, aquello que está bien y lo que está mal, lo que es correcto y lo incorrecto. Sin embargo, ¿realmente lo cree o sólo acude a la repetición para cumplir con la demanda del Superyó (la figura de autoridad proyectada en otros objetos)?

Justo en este punto es donde nos salta aquello que decía Camus de que sentimos el «rechazo categórico de una intrusión juzgada intolerable y en la certidumbre confusa de un buen derecho». Hay algo en el exterior que se mete directamente con algo muy preciado para nosotros, pero ese «algo» tiene muchos nombres y distinciones. ¿Qué pasaría si, por el momento, le nombramos como «libertad»? Claramente nos haría más ruido, porque de algún modo, aunque muchas veces no comprendamos bien la noción, el hecho de que se metan con nuestra libertad nos genera un inconformismo e incomodidad que hace que estallemos con furia contra quien se atreve a hacerlo.
Frente al espejo
Ahora bien, eso de saber quiénes somos, evidentemente no es algo propio de nuestro tiempo, pero al menos sí podríamos considerarle una exigencia en lo que conocemos como «la vida auténtica». Y eso, en buena medida, se debe al hartazgo que el ser humano siente ante el profundo malestar de la sociedad. Una periodista, escritora y conductora mexicana de televisión, Cristina Romo Hernández (viuda del escritor Emilio Pacheco), solía tener una frase que muchos recordamos: «Aquí nos tocó vivir». Y precisamente, hoy en día eso ya no convence a cualquiera a modo de que se conforme con ello o que no le vea otra alternativa. ¿Qué pasaría si modificamos la afirmación a modo de que quede «así nos tocó ser»? ¡Cuánto caos podríamos desatar! Porque las preguntas inmediatas a ambas afirmaciones sería «¿y eso por qué? ¿según quién?». ¿No suena a una sentencia determinante que no ofrece otra posibilidad? Por supuesto que sí.

El hombre rebelde es en sí el que está inconforme con ciertas cosas personales que proyecta constantemente hacia el exterior. O bien, podríamos pensar que son cosas que ve en el exterior y que le inquietan en lo más profundo de su intimidad. Sigmund Freud decía: «Si aspiras a encontrarte a ti mismo, no te mires en el espejo. Ahí sólo encontrarás a u extraño». Esto es simple de explicar, ya que el espejo no hace sino mostrar lo que hay, mas no lo que es. De ahí que en el «espejo» que todos tenemos a diario en el otro, surja el saber popular que dice «lo que te choca, te checa». Claramente hablamos de una falta, de un deseo que se ha visto, digamos, interrumpido. Por eso es que es muy humana la envidia: el otro tiene lo que yo (según) quiero. ¿Pero por qué «queremos» eso? ¿Nada más porque no lo tenemos? Sería muy simple, muy bobo y en ocasiones hasta ridículo contestar así. No se trata de ausencia, sino de la posibilidad de ser que se nos ha negado, incluso la que nos hemos negado nosotros mismos.
Apostar por el cambio
La palabra «rebelde» ha sido estigmatizada a lo largo de la Historia, y por lo general, a quienes se comportan de ese modo se les tacha de «locos», «fastidiosos», «imbéciles», etc., siempre claro de manera despectiva. Pero hay que tener presente que los grandes cambios que han habido a lo largo de la Historia han sido precisamente por quienes se atrevieron a rebelarse contra lo establecido. Por eso es que las palabras «conservador» y «liberal», en buena medida, deberían resultarnos en demasía sospechosas, porque definitivamente son nociones atemporales. Si un conservador de nuestro tiempo se viera frente a un conservador de s. XIX, quedaría como un «liberal». Y así hacia atrás. La rebelión es una apuesta por el cambio para lograr que la sociedad se adapte al tiempo.

El 30 de mayo de 1924, Salvador Dalí ingresó a la prisión provincial de Girona y duró ahí unos 21 días (9 de los cuales estuvo incomunicado en una prisión de Figueres). No se conoce bien el porqué de su arresto, pero hay quienes aseguran que se debió por un acto de venganza contra su padre, de quien sabemos por las propias palabras del artista catalán que se trataba de un sujeto muy complicado, estricto y «desesperante». Cuando salió, Dalí dijo que había pasado un tiempo maravilloso en prisión, pues se trató de » un remedio para aliviar la tensión del espíritu». Y bueno, qué podemos decir de alguien como Salvador Dalí, que su genialidad fue producto de su rebeldía contra lo establecido.
Sin embargo, hay que tener presente algo. La rebeldía no nos deslinda en ningún momento de la responsabilidad que adquirimos por asumir nuestra libertad. Y eso significa que las consecuencias serán muchas que serán negativas, que nos ganarán el señalamiento por parte de los demás, la burla, la crítica, la ofensa, incluso hasta pueden atentar contra nuestra vida. También es importante decir que el ser rebeldes, no siempre significa tener la razón para ello, porque podría tratarse de un vil capricho y arrebato de un niño que se niega a crecer.

¡Uff maravilloso texto! Creo qué hay que aprender a defender nuestra esencia, nuestro ser adquirido y aprendido y cómo mencionas, aprender a lograr visualizar las posibilidades que se nos han negado o que más bien nosotros nos hemos negado sin querer a nosotros mismos. Hay que tener la valentía de seguir lo que nuestro corazón nos diga, cuidando no dañar a nadie en el camino, con determinación, con amor, con alegría y con valor.
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