Camino a la eternidad (Día de Muertos)

«Amar a alguien es decirle ‘tú no morirás'»

-Gabriel Marcel

Queridos(as) lectores(as):

Octubre y noviembre, en Occidente, representan dos meses en los que la muerte está presente. Por un lado tenemos la festividad pagana (por los rituales celtas) de Halloween que en el mundo anglosajón viene a significar, como contracción, All Hallows ‘evening (noche previa o víspera de todos los santos) y en el mundo hispano las festividades religiosas del Día de Todos los Santos (primero de noviembre) y, especialmente en México y en otros países de Centro América, Día de Muertos (dos de noviembre).

¿Pero por qué es que la muerte está tan presente en estas culturas? Heidegger decía que la existencia del ser humano es una constante huída de la muerte, entendiendo esta última noción como una posibilidad muy variada desde la interpretación. Pero, para poder hablar de la muerte, hay que hablar de la vida y viceversa. Tomemos en cuenta y resaltemos el profundo significado religioso (cristiano): hay vida después de la muerte. No podemos, ni debemos, descuidar que el ser humano se rige por un sistema de creencias muy particular y éste es algo vital para «sostenerle» en los brazos de la vida.

Un adiós temporal

La creencia cristiana de la vida después de la muerte es en sí una esperanza de los creyentes de, no sólo vivir frente a Dios, sino de volverse a encontrar con aquellos seres amados que en algún momento se les tuvo que decir un «último adiós». Esa esperanza es la que se vuelve un herramienta, muy poderosa, en el duelo. ¿Qué es el duelo? En Duelo y melancolía, Sigmund Freud nos explica lo siguiente: «El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc.». Esta reacción de la que habla el padre del psicoanálisis es justo ante algo o alguien amado, es decir, de aquello en lo que hemos depositado una gran carga afectiva. No se trata de cualquier cosa. Y de la mano con este duelo, es perfectamente entendible que vivamos una profunda tristeza, pasando a una especie de indiferencia por el mundo, etc. Hay dolor, mucho… pero no significa el fin.

Cuando perdemos a un ser querido, no sólo tenemos que lidiar con su ausencia en nuestra vida, sino precisamente nuestra propia ausencia en cosas que no podrán volver a vivirse pues ya no está con quien las vivíamos. Es decir, cuando el ser amado muere, una parte de nosotros se muere con él. ¿Han escuchado «no te mueras con tus muertos»? Hace tiempo que muchas corrientes psicológicas han venido planteando esta fórmula en apariencia simple pero profundamente importante. Es entendible que la muerte del ser amado nos ocasione un cierto «negro deseo» de morirnos también. ¿Qué caso tiene vivir si ya no está esa persona con nosotros? ¿Cómo podríamos hacerlo? ¿Qué hacemos ahora? Y muchas preguntas se tornan contra nosotros. Pero hay que tener presente, si seguimos la creencia religiosa, que ese triste adiós no es más que un poderoso anhelo de volvernos a encontrar. ¿Creemos o no creemos? Eso depende de cada uno…

Día de Muertos

¿Qué puedo decir? Sin lugar a dudas es una festividad que se ha vuelto con los años cada vez más importante para mí. En lo personal, he pasado por muchos fallecimientos de gente muy querida, de seres amadísimos y que sin duda extrañaré hasta mis últimos momentos consciente. Día de Muertos es quizá una de las tradiciones mexicanas que más le cuesta entender a los extranjeros, sobre todo a quienes no comparten el mismo sistema de creencias de la cultura latinoamericana. Fue gracias a la película de Disney, Coco (2017) que el mundo pudo darse una brevísima idea del tremendo significado de esta celebración mexicana. Un día en el que los muertos «cruzan» el umbral que hay entre la vida y la muerte y que visitan de manera espiritual a sus seres queridos que siguen vivos. La oportunidad de recordar con amor, ternura y cariño, donde hermosas lágrimas van acompañadas de sonrisas y profundos suspiros.

¿Es que acaso tener una tradición así nos hace negar la vida? Me atrevo a decir que no, al contrario, es parte del hermoso testimonio de nuestra humanidad y de cómo hay sentimientos que nos unen a todos. Hay ausencias que se tornan en presencias y en nuevas compañías, en momentos llenos de homenajes inagotables y en las que presentamos a quienes ya no pueden hacerlo con las nuevas generaciones que hubiera sido hermoso que les hubieran conocido. «Papá, háblame del abuelo», «Mamá, ¿cómo era mi tía X?», «Ay, compadrito, ¡cuánto se le extraña!».

Por eso es que «no hay que morirse con nuestros muertos», porque si lo hacemos, ¿cómo haremos que los demás se acuerden de ellos? Es un acto de amor, de profundo anhelo el hacer presente atravesando mares de tiempo para ello. Y sí, al final, justo es el amor el que no deja que el olvido triunfe. Sin embargo, mientras que la muerte nos separa, aprovechemos y disfrutemos lindos momentos con nuestros seres queridos, así cuando tengamos que despedirnos, el dolor se torne en ternura y el corazón encuentre la forma más sencilla para seguir latiendo.

Hoy, queridos(as) amigos(as), brindemos, por sus muertos y por los míos.

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