El arte de ser feliz

Queridos(as) lectores(as):

Hace tiempo que vengo escuchando eso de «ser feliz» a modo de una suerte de exigencia social. Pero todo lo que empieza por exigirse, termina por depreciarse. Ahora, ¿es posible ser felices? Si bien Aristóteles sostenía que el fin del ser humano era la felicidad, ¿qué entendía exactamente el filósofo por «felicidad»? Ciertamente, la felicidad va vinculada directamente con el ejercicio de la virtud, cosa que se sostenía desde antes del maestro de Alejandro Magno. Pero hablar de virtud, sobre todo en este nuestro complicado tiempo, parece que nos imposibilita, al menos, hablar sobre la posibilidad de la felicidad.

¿Un arte o una capacidad?

En el Malestar en la cultura, Freud se muestra reacio a aceptar que la felicidad sea como tal un fin, ya que va describiendo la imposibilidad para ello por las represiones, grosso modo, que la sociedad impone al sujeto. La felicidad, entonces, va de la mano del deseo. ¿Quién no es feliz al satisfacer un deseo? ¿Quién no manifiesta tanta emoción por ello? Pero, como bien diría mi abuelita, «hay de deseos a deseos», y hay unos específicamente que no son muy bien vistos que digamos por la exigente sociedad.

De aquí que quepa la pregunta si la felicidad es un arte o una capacidad. ¿Qué entendemos por arte? No hay que hacernos tanto rollo en la cabeza para poder explicarnos: el arte es en sí el desarrollo de la técnica que encuentra un fin, mismo que es el de poder compartir, poder expresar. Entonces, el arte es dar testimonio de algo sobre nosotros. ¿Y la capacidad? No recuerdo bien el nombre, pero hace algunos años un maestro decía que «la capacidad es un modo de participación en la existencia». Y me gusta esa definición. Pero recordemos que definir siempre presupone una limitación, y hay que asumir que en la vida la definición es una apuesta muy idealista.

Ahora bien, si la capacidad es un modo de participación en la existencia, nos vemos obligados a pensar, de cierto modo, en un ejercicio de adaptación. Seguramente han escuchado incontables veces aquello que reza «hacer lo que se puede con lo que se tiene», bien, pues ahí se explica la capacidad. Pero atrás de ello hay un análisis, a veces inconsciente, de la situación, de lo que se busca y de lo que se puede. Hablamos del mundo de la posibilidad.

Siguiendo esto que brevemente hemos revisado, la felicidad entonces podría ser parte del «arte de la capacidad» del ser humano. En otras palabras, ¿podríamos decir que la felicidad es algo propio del ser humano ya que éste es capaz de convertir su existencia en un arte? Esto lo dejaremos para otro encuentro.

Seamos niños sin olvidar que somos adultos

Friedrich Nietzsche tiene una sentencia que parafraseo a continuación: «la madurez se alcanza cuando uno es capaz de hacer las cosas con la misma seriedad con la que un niño juega». Mi homenaje a la infancia nunca va a cesar. Y sostengo otra vez que los verdaderos maestros de la vida, son aquellos pequeños filósofos que nos enseñan sobre la mayéutica (arte de preguntar). Pero no sólo debemos centrarnos en esa enseñanza, sino en la enorme capacidad de asombro que los niños tienen y que pareciera que poco a poco, mientras vamos creciendo, se va disminuyendo en nuestras vidas.

Hace unos días, salí a tomar un café con una amiga. M, sin saberlo, me hizo recordar todo esto que hoy les estoy compartiendo en nuestro encuentro. Es una mujer admirable, porque pase lo que pase, no deja de ver con ojos de niña el mundo. Pero no sólo eso: sostiene una felicidad por los momentos que me terminó por resultar algo bastante tierno y, por qué no decirlo, envidiable. Sin dejar de ser una adulta responsable, M sonríe a la vida y te obliga a hacerlo. Ella puede decir «¿jugamos?», sin decirte exactamente a qué… ¡como los niños cuando se encuentran a otros niños! La planificación no está en su repertorio, pero le dan paso a la sorpresa.

Sí, M me hizo pasar la mejor tarde en muchos años. Hubo un momento en el que ella empezó a brincar. «Pensarás que estoy loca, pero me gusta mucho». La locura… no cabe duda que los que estamos muchas veces mal somos los que decimos ser «cuerdos». Perdí la cuenta de cuántas veces la vi sonreír, doblarse de la risa, las maneras en las que se refiere a las cosas de la vida con tanta ternura, cariño y emoción… ¡Gracias, M!

Hay que seguir…

Por último, ¿por qué pasa que dejamos de sonreír? Quiero compartir y despedirme con este breve diálogo entre Frodo y Sam, personajes entrañables de El señor de los Anillos:

«Sam: Es igual que en los grandes cuentos, mi señor Frodo. Los cuentos que eran importantes estaban llenos de oscuridad y peligro. A veces uno no quería saber el fin porque, ¿cómo podría ser un final feliz? ¿Cómo el mundo podría ser como antes cuando han pasado tantas cosas malas? Pero al final, la sombras sólo son transitorias. Aún la oscuridad debe terminar. Vendrá un nuevo día. Cuando el sol brille iluminará hasta la claridad. Esos eran los cuentos que permanecían, que tenían significado, aunque fuera demasiado pequeño para entender por qué. Pero, mi señor Frodo, creo que sí lo entiendo, ahora lo sé, porque la gente en ellos tuvo la ocasión de dar la vuelta y nunca lo hizo, siguió caminando, porque tenía algo a lo cual aferrarse.

Frodo: ¿Y nosotros a qué nos aferramos?

Sam: A que el bien aún existe, lo sé, mi señor Frodo. Y tenemos que defenderlo.»

¡Hasta pronto!

P.d. la felicidad no puede ser colectiva, ¿será que es algo personal? Ahí se las dejo «al costo»…

4 respuestas a «El arte de ser feliz»

  1. Hola! Esta lectura me llevó a la reflexión de cuántos momentos felices o contentos perdemos por vivir en la obsesiva idealización de la felicidad y su alcance absoluto. Pero como dije, obsesiva, entonces sucede que es posible cristalizar el deseo porque uno mismo en ese tono no aprecia los momentos felices. Gracias por compartir!

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    1. Qué maravillosa reflexión entorno a la obsesión! Ciertamente hay momentos en el que la obsesión nos conduce hacia ciertos panoramas que van encadenados al deber ser. Y es ahí donde todo color se pierde. Gracias por comentar!

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  2. Una interpretación más fundamental de la felicidad entraña el concepto de autonomía, en sentido amplio. Es feliz el que tiene la capacidad de producir para sí mismo, o bien, el que no lo necesita. Los niños tienen deseos y de algún modo los satisfacen mediante el juego, con esa seriedad apuntada por Nietzsche — la que produce placer, aquello que se hace por un fin en sí mismo. Buddha no tiene tales deseos, es contento de sí mismo y en la contemplación de la totalidad. Por tanto, la obligación y la competencia (hasta contra uno mismo) disuelven el placer del juego y del asombro. En efecto, el arte de ser feliz es la capacidad de encontrar el fin de lo que hago en ello mismo, sea lo que sea. Es capacidad para sentir placer y dicha antes que las demás cosas; pero es más feliz el que tiene más consciencia de la bondad de las cosas, y yo creo que ahí está la clave de todo. ¡Qué buen artículo acabo de leer! 🙂

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