Queridos(as) lectores(as):
Espero que sea el inicio de un gran año para todos nosotros y que logremos lo posible. Como ya saben, he empezado a hacer dinámicas en mi cuenta de Instagram (@HCHP1) para ver sobre qué temas les gustaría que abordáramos en nuestros encuentros, y siguiendo con ello, pidieron que les hablara sobre la tolerancia a la frustración. ¿Qué es exactamente la frustración? Pero, más importante, ¿por qué nos frustramos?
Empecemos por conocer la etimología, que quienes ya están acostumbrados a la lectura de esta página, saben y comprenden que siempre es clave para poder entender las nociones. Viene del latín frustratio, frustrationis, que nos dice que se trata de llevar a alguien al error, a la decepción y/o a la equivocación. A su vez es nombre de acción y efecto del verbo frustrare, que es equivocar, estar engañados, tergiversar), pero su derivación viene del adverbio frustra, que es aquello que es vano o inútil.
Tiempos y resultados
Justo hace unos días platicaba con unos amigos sobre cuando éramos niños y teníamos que ir con nuestras madres a la estética, al banco, al médico o a cualquier lugar que supusiera tener que esperarlas. Lo que bien podría ser cuestión de minutos o quizá una hora a lo mucho, para un niño puede tratarse de una eternidad. Albert Einstein explicaba la relatividad del tiempo, y los niños lo comprobaban. Y es que las acciones eran totalmente distintas: por un lado, el lapso de tiempo era diferente para la madre que se ocupaba y el niño que esperaba. La acción es el quehacer, la espera es el no-quehacer. Por eso es que en aquellas épocas, las madres solían advertir a los niños que llevaran algo (un juguete, un libro, colores, etc.) para que se entretuvieran «en lo que esperaban». Claramente hay generaciones cuyas elecciones eran diametralmente distintas, ya que en algunos casos existía el privilegio de llevar videojuegos. Pobre del niño que olvidara su divertimento en casa. La desesperación se volvía una sentencia, y sólo quedaba «esperar desesperados». En cierta medida, esas generaciones nos fuimos preparando de manera inconsciente a resistir y aguantar la frustración de no poder hacer nada más. Sin embargo, de un modo u otro, los niños se las arreglaban con algo que veremos más adelante…

Hoy en día, la tecnología y las nuevas crianzas, aseguran que un niño de privilegios no se aburra, no se desespere, pues se les da el celular, la tablet o algún otro dispositivo digital para que «no estén molestando» y en esto está la clave para entender un rompimiento relacional de los padres con sus hijos. Solemos ver que la interacción empieza a quebrarse, y las pantallas dividen, separan, teniéndolos de frente. Pero, ¿qué pasa si no hay con qué entretener a los peques? Ya hablamos de dos desesperaciones distintas y el malestar se agiganta. La frustración deriva entonces en el fracaso, en el «no hay de otra, pero, ¡exijo que haya de otra!». Y la realidad es que sí la hay, pero resulta inconveniente que los niños (y muchos adultos) ya no cuentan con un factor que generaciones atrás sí: la imaginación. Y los problemas, ridículos pero en demasía incómodos, se vuelven enormes.
Vivir el momento tal y como es
Hay que tener claro algo: cuando las cosas no salen como las esperamos, nos frustramos. Es perfectamente entendible y, por qué no, natural. Un profesor en la carrera nos decía que «la Filosofía es una herramienta para lidiar con la frustración». ¿A qué se refería con ello? Primero hay que recordar que la Filosofía precisamente es un modo de vivir. Eso de «mi filosofía de vida» es una narrativa posmoderna que pretende que suene muy profundo el decir «yo vivo así». Nada más. Pero resulta muy frustrante cuando ese «modo de vivir» no da resultados realmente buenos. En fin, no entraré en esa discusión en este encuentro. Poder lidiar con la frustración es entender que NO ES TODO, que se trata de un momento y de una situación que NO DETERMINA lo demás. Pero, cuidado, no caigamos en la terquedad de tener ese pensamiento mágico de «si niego la frustración, no existe». Por favor, no lo hagamos.

El primer paso para lidiar con la frustración es aceptarla. Ya que de no hacerlo, caemos en un círculo vicioso de intento de auto-superación que lo único que genera es más y más frustración sin poder salir de ello. Como todo sentimiento, la frustración debe saberse controlar y administrar. Segundo, hay que evitar a toda costa ver cosas donde no hay, es decir, cuidado con la expectativa. Muchas veces pecamos de un optimismo o de una negatividad tal que los llevamos al extremo. Hay que abrazar la idea de que las cosas son como son (ojo: no como deben ser, porque eso es comprar una cierta expectativa y negar toda posibilidad de cambio).
Aquí la pregunta que debemos hacernos es: ¿de qué manera VIVIMOS las cosas? Cuando aprendemos a lidiar con lo que no podemos controlar (al menos no del todo), logramos convertirnos en observadores en lugar de ser simplemente los sujetos pacientes de las mismas. Por poner un ejemplo: cuando vamos manejando y hay mucho tráfico, en ese momento, ¿qué podemos hacer? Tocar el claxon de manera desesperada, decir una y otra grosería, no hará que los demás coches desaparezcan de manera mágica. Lo único que queda es aceptar lo que está sucediendo, quizá poner algo de música que nos ayude a relajarnos, aprovechar y hacer alguna llamada, etc. ¿De qué manera vivimos el momento? Se trata de aceptar y reconocer que hay cosas, momentos, personas, que no podemos controlar sin más. Pero a nosotros mismos sí y ver qué está en nuestras manos para lograr otras cosas. ¿Qué vida ponen a su tiempo?
Ejercitar la virtud
La frustración es un sentimiento que sólo empeora la condición. Es por ello que a nuestro rescate vienen las virtudes, mismas que solemos olvidar o que nos hacen olvidar. Virtudes tales como la paciencia, la prudencia, la amabilidad y, por qué no decirlo, incluso la caridad, son las que más nos pueden ayudar en los tremendos momentos de frustración. Hay que aprender a anticiparnos a las cosas, pero sobre todo, darnos cuenta que siempre hay algo que podemos hacer para ayudarnos en momentos complicados. Y no olvidar, sobre todo, que no estamos solos, siempre podemos contar con algún familiar, algún amigo, pero también con profesionales de la salud mental realmente capacitados.

Ejercitar la virtud es lograr apuntalar hacia la meta que no es otra que aprender a encontrar calma en medio de la tormenta. La frustración es un engaño en sí mismo, es un pensamiento que se empecina en nublarnos la mente. De hecho, también hay que aprender a decir «hasta aquí», en sentido de que muchas veces estamos muy sumidos en cosas que nos estresan y frustran. ¿Por qué no poner pausa? Salirse a caminar un rato, leer un libro, ver alguna serie, relajarse, hacer algo de meditación, orar, platicar con algún amigo, comer algo rico, etc. No sé… imaginar es gratis…
