“El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor,
el dolor que en verdad siente”.
—Fernando Pessoa
Queridos(as) lectores(as):
Vivimos cansados. No sólo físicamente: cansados de pensar, de decidir, de rendir, de explicarnos. Muchas personas llegan al análisis diciendo “no sé qué me pasa”, “no encuentro las palabras”, “todo me pesa”. Y no es casual: hemos ido perdiendo el lenguaje interior. Leer poesía todos los días —aunque sea un poema breve, aunque sea una estrofa— no es un pasatiempo refinado ni un gesto intelectualista. Es una forma cotidiana de cuidado psíquico, una pausa que ordena, nombra y contiene.
Hoy quisiera hablarles de eso: de qué es (y qué no es) la poesía, de por qué calma, de lo que el psicoanálisis aprendió de los poetas, y de cómo leer poesía sin miedo ni solemnidad.
La poesía no es complicada: es exigente con el silencio
Uno de los grandes prejuicios contra la poesía es pensar que “no se entiende”. En realidad, muchas veces no se deja usar. No sirve para producir, convencer, vender ni demostrar nada. Y eso incomoda. La poesía no pide velocidad, pide presencia. No busca explicarse, busca resonar. Octavio Paz, poeta y ensayista mexicano, lo decía con claridad: “La poesía no dice: muestra” (El arco y la lira, 1956).
Por eso la poesía no se “consume”. Se habita. Se entra en ella como se entra en una habitación en penumbra: con cuidado, dejando que los ojos se acostumbren. Leer poesía a diario nos reeduca en algo que hemos olvidado: estar sin hacer.
La poesía como traductora de lo que sentimos (cuando no sabemos decirlo)
En la clínica aparece constantemente una dificultad: el afecto sin palabras. El cuerpo tenso, el insomnio, la irritabilidad, el llanto sin relato. La poesía ofrece algo precioso: pone palabras donde sólo había sensación. Un verso puede decir por nosotros lo que no sabíamos formular. No porque explique, sino porque condensa.
Idea Vilariño, poeta uruguaya, escribe en Poemas de amor (1957):
“No me abraces.
No me digas palabras.
Déjame sola con mis cosas”.
Quien ha sentido eso, no necesita interpretación. La poesía funciona como un espejo afectivo: “eso soy yo, eso me pasa”. Y en ese reconocimiento, algo del estrés se afloja.
Freud, el inconsciente y los poetas que llegaron antes
Sigmund Freud nunca fue indiferente a la literatura. Al contrario: la respetaba profundamente. En La interpretación de los sueños (1900) afirma que los poetas y artistas intuyeron antes que nadie el funcionamiento del inconsciente. En una carta a Arthur Schnitzler (1922), Freud le confiesa: “Usted ha sabido por intuición —o por autoobservación— todo aquello que yo he descubierto laboriosamente en otros hombres”.
Para el psicoanálisis, la poesía no es adorno: es vía regia al deseo, al conflicto, a lo reprimido. El poema trabaja con condensación, desplazamiento, ambigüedad… exactamente los mismos mecanismos que Freud describe en el sueño. Leer poesía es, sin saberlo, hablar el idioma del inconsciente.

—Rabindranath Tagore, Sadhana (1913).
Lo que la poesía no es (para no espantarnos)
Conviene decirlo claro:
- La poesía no es autoayuda rimada.
- No es motivación barata.
- No son frases bonitas para Instagram (aunque pueda serlo).
- No exige entenderlo todo.
- No pide erudición ni títulos.
La poesía no te pide que seas culto. Te pide que seas honesto(a) contigo. Como decía Rainer Maria Rilke: “Viva las preguntas ahora” (Cartas a un joven poeta, 1903).
Leer poesía como acto de resistencia cotidiana
Leer poesía todos los días es resistir a la prisa, al ruido, al utilitarismo. Es recordar que no todo tiene que servir para algo inmediato. Que también somos interioridad, símbolo, pausa. Un poema antes de dormir puede calmar más que muchos consejos. Un verso al amanecer puede ordenar el día mejor que cualquier lista.
La poesía no quita los problemas. Pero ensancha el alma para que no nos ahoguen.
Manual mínimo (y cariñoso) para leer poesía
- No leas poesía cuando tengas prisa. La poesía se venga.
- Si no entiendes un poema, no te disculpes: acompáñalo.
- Lee en voz baja. El poema también tiene cuerpo.
- Si un verso te molesta, ahí hay algo tuyo.
- No subrayes todo. La poesía se deja volver a encontrar.
- Un solo poema al día es suficiente. No es maratón.
- Si te emociona, no lo expliques de inmediato. Respétalo.
- La poesía no se termina: se relee cuando uno cambia.
Reflexión final
Tal vez por eso la poesía necesita tiempo. Tal vez por eso no se lee de golpe. Tal vez por eso alguien puede tardar en abrir un libro… y está bien. La poesía no reclama. Espera. Y cuando llega el momento, sabe decir exactamente lo que necesitábamos escuchar.
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La poesía —como el psicoanálisis— empieza cuando alguien se anima a escuchar de verdad.
