«Dependerás menos del día de mañana si tienes bien asido el de hoy».
-Séneca
Queridos(as) lectores(as):
Ciertamente no es la primera vez que abordamos este tema en estos encuentros, pero es importante hacerlo desde distintos flancos para poder alcanzar, quizá no sólo a entender, sino a identificarnos en alguno de ellos y, así, poder abordar de la mejor manera nuestro problema. La ansiedad, noción muy abstracta y compleja, la podemos apreciar como un «exceso de pensamiento sobre el devenir», en otras palabras, pensar de más lo que «ha» de suceder. Aunque es curioso, porque en dicha situación tenemos la impresión (¿inconsciente?) de ser unos auténticos videntes sobre lo que está por pasar. ¿Qué puede ser tan insoportable como pretender predecir el momento después? Claro, puede que nos apoyemos en cierta estadística para poder «entre ver» lo que está por suceder pero, tal como reza un refrán oriental: «No todas las hojas caen del árbol en otoño». Siempre habrá algo que se nos escapa de la certeza absoluta.
La ansiedad, hoy por hoy, es uno de los problemas que más están afectando a las personas. Bien decía mi querida amiga Fernanda N. ayer que platicábamos sobre eso: «No conozco a nadie que en esta época no sufra de ansiedad». Y en esto hay dos claves importantes, mismas que he resaltado en la cita. No es que la ansiedad, en primer lugar, sea propia de esta época, es tan vieja como el hombre mismo, sólo que el nombre era distinto pero, me atrevo a decirlo, también las prioridades. En segundo lugar, una vez más, nos vemos presos del lenguaje, ya que al decir que «sufrimos» la ansiedad, nos sentenciamos a una sola posibilidad.
Nombres y modos
Tal como lo decía, la ansiedad tiene sus orígenes desde la existencia del hombre. Por poner un ejemplo, Hipócrates (460-370 a.C.), «padre de la medicina» en Occidente, registró al menos varios casos de personas que padecían repentinos ataques de angustia y pánico en público. El pánico es una noción que de hecho podemos derivar de Pan, dios griego de los pastores y los rebaños. En la mitología, se le conocía como un dios «bromista» que gozaba de asustar a las personas y a los animales. Ese «susto» está relacionado con el ataque repentino de angustia y ansiedad. Pensemos por un momento: estamos ante una situación determinada, en la que de cierto modo estamos confiados por tener todo «bajo control», pero de repente, sin verla venir (como decimos acá en México), algo sucede que nos arrebata nuestra seguridad y estabilidad. Y eso que pasa, irónicamente, puede que no pase. Ese es el poder de la mente en el ser humano: puede crear sin crear.

Es momento de las etimologías. Sufrir viene del latín sufferro, sufferre; a su vez es un prefijado sub+ferre, que nos remite a «llevar, soportar» incluso «sostener», por lo que podemos traducir como «soportar por debajo». ¿Qué pasa si cambiamos la noción por «padecer»? Ésta viene del latín, del deponente patior, y a su vez del infinitivo patir, que traducimos como «soportar» o «tolerar», aunque curiosamente también como «soportar un sentimiento». Y aquí está el punto: en ambos casos encontramos la idea de «soportar/tolerar», llevar con uno, aceptar, asimilar. Porque la ansiedad es un trastorno que nos acompaña desde que somos conscientes hasta el último día de nuestras vidas. Un «estado de alerta» que puede ser beneficioso si lo sabemos orientar en nuestra vida.
Mientras tanto, en psicoanálisis…
El propio Sigmund Freud tuvo el tiempo para reflexionar sobre este tema. La ansiedad la concebía como un estado afectivo negativo en el que el ser humano se vuelve su propia víctima, padeciendo un enlistado enorme de sentimientos, pensamientos y actividades. Para él, la ansiedad se podía dividir en tres: real, neurótica y moral. Estas tres divisiones están dirigidas hacia lo que es propio del mundo exterior (lo real), al Ello (lo neurótico) y al Superyó (lo moral). Lo curioso aquí es que la ansiedad es un modo de evasión de la propia angustia, es decir, vemos tigres sin comprobar que los haya, y lo sufrimos, lo padecemos.
¿Cómo lidiar con esa terrible experiencia? Si bien la psicofarmacéutica ofrece un catálogo de ansiolíticos bastante grande, la idea de depender de algo para ayudarnos contra algo de lo que también estamos dependiendo, puede llegar a ser contradictora (ojo: no estoy diciendo que un buen tratamiento psiquiátrico no ayude), porque de nada sirve «poner vendaje sin revisar la herida». Hay que hablar, hay que sacar aquello que «estamos soportando» para poder entender, primero, qué es y, segundo, por qué lo soportamos. Incluso podemos ver la ansiedad como un problema de percepción de la realidad y de nuestra falta de confianza en la misma. Volviendo al ejemplo de los tigres, tengan por seguro que de haber tigres frente a ustedes, ellos tendrán la amabilidad y la sutil cortesía de hacérselos saber…
Un consejo…
Poder lidiar con la ansiedad es algo que se entiende de muchas maneras, pero como en muchas cosas relacionadas con el malestar psíquico del ser humano, la creatividad puede ser una buena herramienta para ayudarnos en los momentos donde nos ataque. Escribir, hablar, pintar, dibujar, bailar, hacer ejercicio, etc., nos puede ayudar a recuperar justo lo que la ansiedad nos pretende arrebatar: el aquí y el ahora. Pensar de más las cosas, irónicamente, nos hace que las descuidemos como son, y las «decoramos» con nuestros miedos, nuestras inseguridades, con todo lo que somos… ¿narcisismo?
¡Ah, qué cosa…!
