Sun Wukong y su gran viaje

«Caballeros, como ustedes bien saben y el dicho reza, quien no goza de confianza no puede realizar hazaña alguna«.

-Wu Cheng’en (Viaje al Oeste)

Queridos(as) lectores(as):

La fascinación de los occidentales por todo lo que Oriente ofrece, no es algo nuevo en definitiva. No nace por el manga y anime japonés, el K-Pop coreano, la gastronomía india y mucho menos las ganas de ir a bañar elefantes a Tailandia. La profunda influencia oriental en la vida en Occidente es innegable, y no es para menos, ya que toda cultura enriquece de un modo u otro, cosa que debemos agradecer y valorar. Cuando hablamos de Occidente y la literatura, sabemos que la primer novela moderna fue escrita por Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo, don Quijote de la Mancha (1605-1615), sin embargo, esto mismo pasó en China con Viaje al Oeste (西遊记, Xī Yóu Jì, 1592), atribuida al poeta y escritor chino, Wu Cheng’en, durante la dinastía Ming. ¿Habían escuchado de las aventuras del Rey Mono? Quizá sí, quizá no, pero lo que sí estoy más que seguro es que, aunque sea por error, han escuchado de Dragon Ball (ドラゴンボール, Doragon Bōru, 1984-1995), especialmente de Son Gokú. Pues Akira Toriyama, mangaka (artista que crea mangas) japonés, se inspiró en aquellas aventuras para crear a uno de los personajes más queridos en la Historia del manga y del anime.

Y es que Viaje al Oeste tiene mucho que influir en el pensamiento universal gracias a la recopilación de información que el autor hizo respecto al budismo y demás elementos espirituales entre India y China. Hace poco, gracias al estudio chino, Game Science, desarrolló y distribuyó el juego Black Myth: Wukong (黑神话:悟空) el 20 de agosto del 2024 para la consola PlayStation 5 (luego para PC y posteriormente para Xbox Series), logrando que esta legendaria historia llegara para fascinar e interesar a un gran público mundial. Así es, aquí también hablamos de videojuegos, sólo que no haré una reseña de éste en especial, ya que mi interés es compartirles más sobre lo que lo inspiró, pero sí me atrevo a decir que es uno de los mejores que he jugado y que me dejó impresionado en muchos aspectos (¡si pueden, DEBEN jugarlo!).

Viaje al Oeste (1592)

Contexto histórico/mitológico

Viaje al Oeste es considerada una de las 4 grandes novelas tradicionales chinas que se escribieron durante las dinastías Ming y Qing. Las otras 3 son: Romance de los tres reinos (1330), Bandidos del pantano (1373 aprox.) y Sueño en el pabellón rojo (1793). Regresemos. Todo comienza con un viaje a la India por parte de un monje budista, Xuanzang, a sus 16 años en el 629. La intención de su viaje fue la de recopilar textos sagrados y traerlos a China. Todo esto está en Registros de las regiones occidentales (646), que son una recopilación de textos escritos por Banji, discípulo de Xuanzang. Sobre estos, cabe señalar que son un aporte interesantísimo no sólo sobre la cultura budista, sino también sobre las relaciones indochinas, la apreciación demográfica, etc.

Como les comentaba al principio, Viaje al Oeste se le atribuye a Wu Cheng’en, quien inspirado por tan fascinante viaje, modificó el nombre del monje budista a Tang Sanzang. Pero sólo que para su gran aventura, el monje cuenta con la compañía de Zhu Bajie (un cerdo antropomórfico), Shā Wùjìng (un ex general celestial exiliado) y, por supuesto, Sun Wukong (el Rey Mono). Estos «discípulos» tenían la misión de proteger y guiar al monje. Ahora bien, vamos a centrarnos en Sun Wukong y su origen. Según unos estudiosos, Wu Cheng’en se pudo haber inspirado en un personaje de aspecto simiesco de la mitología china, Wu Zhi Qi, así como en el dios hindú, Hanuman, quien tenía cara de simio. El nacimiento de Sun Wukong es curioso: una piedra albergaba un huevo, del cual surgió un pequeño simio (o macaco), con una inteligencia muy peculiar y actitudes que lo hacían ser bastante diferente al resto de su especie.

Black Myth: Wukong (2024)

Resumen literario

Al inicio, en la Montaña del Fruto de la Flor, gracias a sus acciones valientes, fue nombrado por los demás macacos como el Rey Mono. Aquí es donde se pone interesante. Con la capacidad de poder transformarse, grandes habilidades marciales, un báculo sagrado (nyoibo) que podía agrandarse y achicarse según su deseo, fuerza sobrehumana y una nube voladora (kinton), Sun Wukong lo tenía todo. O al menos eso creía. Un día, se hizo consciente sobre la muerte, por lo que quería también poder lidiar con ella. Debido a sus características naturales de simio, entre la picardía y el robo, entre otros «males», cuando fue a la corte del Emperador de Jade, cometió un sinnúmero de acciones que no fueron bien vistas. La que más molestó a los celestiales, sin duda fue su rechazo a la autoridad, pero sobre todo la osadía de equipararse al mismo Emperador de Jade. Aunque logró conseguir la inmortalidad tras comerse unos duraznos (o melocotones) y borrar su nombre del Libro de la Vida y la Muerte, la furia celestial por tales atrevimientos hizo que el mismísimo Buda lo castigara, dejándolo atrapado en una montaña por 500 años. Este castigo duraría hasta que Sun Wukong aprendiera a ser humilde y renunciara a los deseos que sólo lo encaminaran a una vida de sufrimiento (tal como lo pretenden las enseñanzas budistas).

Un día, el monje Tan Sanzang, encontró la montaña donde yacía el Rey Mono, mismo quien entendió que para poder redimirse ante los celestiales, ante Buda, pero sobre todo ante sí mismo, tenía que acompañar y protegerlo en su aventura. Sun Wukong se vuelve el gran aliado de Tan Sanzang, protegiéndolo de muchos espíritus y demonios que se interponían en su misión de recolectar los textos sagrados. Al final del viaje, el Rey Mono es reconocido por los celestiales y nombrado «Buda honorario».

Representación y enseñanzas

Estoy casi seguro que cuando les narraba un poco sobre la parte histórica y la literaria de Viaje al Oeste, muchos de ustedes no pudieron evitar pensar en ciertos personajes de Dragon Ball. Insisto: de esta novela salió la inspiración para Toriyama. Veamos, parece ser que Bulma representaría a Tan Sanzang, aunque también podríamos pensar en el Maestro Roshi. Debido a su forma de comportarse, sobre todo con las mujeres siendo un «cerdo» con ellas, Oolong representaría a Zhu Bajie. Después, tendríamos a Yamcha, quien por sus orígenes «penados» (ladrón) y sus habilidades marciales y con la espada, representa a Shā Wùjìng. Los textos sagrados no serían sino las Esferas del Dragón. Y claro, si a estas alturas la distracción los alejó de lo «evidente», Son Gokú representa a Sun Wukong. ¡Qué cosa!

Dragon Ball (1984-1985)

¿Pero qué nos enseña Viaje al Oeste? Me atrevo a decir que muchos de los que crecimos con Dragon Ball, lo hicimos de manera indirecta y sin saberlo con esta novela china, en tanto que aprendimos muchos valores importantes: el esfuerzo, la disciplina, la humildad, la importancia de los amigos y del trabajo en equipo. ¿Pero realmente eso es lo que nos querían transmitir? La obra está inspirada en el budismo, por lo que muchas de las enseñanzas de Siddharta Gautama, Buda (El Iluminado), precisamente nos llevan hacia la auto cultivación espiritual/religiosa, el autoconocimiento, aprender más y más sobre lo que nos rodea desde lo más pequeño hasta lo más grande, a no dejarnos dominar por las pasiones desordenadas por los deseos que sólo garantizan sufrimiento, etc. Viaje al Oeste no es otra cosa que el viaje hacia uno mismo.

Si tienen la oportunidad de leerlo, creo que sería un verdadero enriquecimiento cultural para ustedes. Hay que entender que el conocimiento humano no debe tener límites culturales. De todo se aprende, pero no podemos hacer de todo algo nuestro. Cada persona tiene sus orígenes y debe sentirse orgulloso de los mismos, se puede aprender de otros, claro que sí, pero no se reemplaza lo propio por lo ajeno nunca. El gran valor del conocimiento es la suma de saberes, nunca el reemplazo.

Ahí está la humildad que Sun Wukong tenía que aprender.

En busca del silencio

«Escucha, y serás sabio; porque el comienzo de la sabiduría es el silencio».

-Pitágoras

Queridos(as) lectores(as):

Cada día es en definitiva una experiencia muy distinta para cada uno de nosotros. La relatividad se constata de muchas e incontables maneras, pero lo que es cierto es que hay cosas, quizá podríamos decir «necesidades», que todos y cada uno de nosotros busca satisfacer. ¿Es acaso el mismo estrés vivir en el campo que en la ciudad? Seguramente muchos de ustedes me dirán que no, que en definitiva no es lo mismo, que seguramente la vida en el campo es menos estresante que la que se tiene en la ciudad. Pero eso sería partir del «yo creo» y no del «así es». Cada vida tiene lo suyo y aunque no se pueden comparar las cosas entre sí con tanta facilidad, debemos considerar que para cada quien las cosas son lo que son. ¿Es lo mismo la frustración de que se ponche/reviente una llanta en plena avenida problemática en el horario desquiciante, a que se descomponga el tractor sabiendo que no está cerca el técnico especialista para poder arreglarlo?

Ahora bien, contemplado lo anterior, la vida de cada uno de nosotros es difícil a su modo, así como lo es fácil también. Hace unos días en Instagram, vi un reel en el que decían «nunca desees la vida del otro cuando sólo disfrutas lo visible». Es como la falacia de la Época de Oro: cuántos de nosotros no hemos dicho «en x tiempo la vida era mejor a lo que es actualmente». Por ejemplo: un muy querido amigo se la pasa añorando los tiempos del gran resplandor de Roma, insistiendo que aquella época era lo mejor; desviviéndose en señalar cada aspecto «bueno» de aquel entonces, enalteciendo algunas cosas determinadas, etc. ¿Pero la vida de quién quisieras, la de un senador romano o la de un esclavo? -le suelo interrumpir. Claramente pensamos desde lo mejor, desde lo positivo, lo acomodado y el lujo. Nadie en su locura se atrevería a decir (bueno, hay uno que otro que tal vez sí): ¡quisiera ser un esclavo en tiempos de Roma! En fin, espero se entienda el punto. Pero, como comentaba anteriormente, hay cosas que sí o sí todos necesitamos y que buscamos satisfacer, entre ellas es encontrar un poco de silencio ante el escándalo de la vida.

Añoranzas regionales

Es curioso cómo habiendo tantos recursos tan fantásticos en nuestra región occidental, solemos voltear hacia oriente para deslumbrarnos con lo que ellos tienen para sí. Hay que tener presente que la cosmovisión, el modo de vida, las creencias y demás rasgos culturales de aquellas zonas, poco o nada tienen que ver con las nuestras. Hablamos mucho de querer alcanzar los «niveles del nirvana«, palabra de origen sánscrito que refiere a un estado óptimo o superior del alma que se logra con una profunda meditación en la que nos desprendemos de todo lo material y que «nada ni nadie nos puede perturbar». Interesante, porque el mundo griego nos ofrece algo que se conoce como ataraxia, que es casi lo mismo, sólo que en vez de la negación de los deseos y demás cosas que inquietan la psique o el alma de las personas, se logra un estado de control total de las emociones y demás cosas que perturban al ser humano. Sí, seguramente habrá entre ustedes que me digan , y con justa razón, que muchas cosas de Occidente son herencia directa de Oriente. Sólo que no hay que descuidar que más bien se tratan de adaptaciones que más tienen que ver con lo nuestro, con lo que nos es propio. Pongamos un ejemplo que quizá sea un poco burdo, pero me parece que servirá para esto que estoy comentando. En Occidente cuando decimos «quiero comer comida japonesa», lo que estamos pidiendo es la versión occidentalizada (sobre todo agringada o estadounidense) de esos platillos, ya que lo que conocemos como tal pasó por las modificaciones hechas en EEUU. ¿En qué parte de Japón servirán sushi PHILADELPHIA?

Ahora bien, esas añoranzas regionales nos distraen justo de las cosas que quizá podrían tener más efecto en nosotros. En verdad desconozco si a los orientales les pasa lo mismo, es decir, que en vez de hacer meditaciones un día digan «vamos a rezar el rosario en vez de meditación budista para BUSCAR EL MISMO FIN». Francamente lo dudo. Aunque, insisto, puede ser. El hecho de que en Occidente tengamos medios específicos para lograr ciertos fines es porque simple y sencillamente es lo que nos ha funcionado. Y no me mal entiendan, no les estoy diciendo que está mal que practiquen yoga o que tomen cursos de mindfulness, porque si es algo que les sirve, qué bueno. Pero sí es un recordatorio que acá, de este lado del mundo, tenemos también nuestras propias herramientas y/o recursos, y que muchas veces solemos ignorar por modas de otros. Hay que darle oportunidad a lo que también es nuestro y difundirlo. Esa es parte de la identidad, misma que se ve cada vez más fragmentada por las influencias forzadas de otros o de lugares distintos. No es de sorprender las crisis de identidad cuando día con día la detonamos con cosas externas.

Lo que nos une

Una vez visto lo anterior, vuelvo a insistir: a pesar de las diferencias, los seres humanos tenemos las mismas necesidades básicas, seamos de donde seamos. El silencio es precisamente una de ellas. Ya sea en Oriente o en Occidente, el silencio tiene un fin igual: la paz interior, lo que se entienda por ello. Es decir, eso no está con derechos de autor o de exclusividad cultural. ¿Cuántos de nosotros, después de las tediosas jornadas que vivimos, no buscamos un poco de paz, de calma, de tranquilidad… de silencio? Y no me digan que no, ¿no acaso hay muchos que tienen o tenemos el celular, ya no en modo vibrador, sino en silencio? Es una demanda inconsciente que se vuelve cada vez más consciente. No es motivo de asustarse, es perfectamente natural y por tanto entendible que el ser humano busque un poco de orden en tanto caos. Y el silencio es una oportunidad, precisamente, de lograr ese poco de orden en cada momento de nuestras vidas.

Los católicos, por ejemplo, le damos una gran importancia al silencio: cuando hacemos oración, cuando meditamos (oh, sí, también meditamos para poner en orden nuestras pasiones, nuestros pensamientos, poder entrar en contacto con nuestros sentimientos y tener cierta claridad en lo que vivimos), cuando reflexionamos sobre alguna circunstancia, etc. En el examen de conciencia que muchos de nosotros solemos hacer en la mañana y/o en la noche, incluso hay una pregunta muy importante: «¿He sabido respetar MI silencio y el de los DEMÁS?». Todos y cada uno de nosotros tenemos derecho a un poco de silencio en nuestros días. Pero aquí surge una pregunta que lo hace todavía más interesante e importante: ¿por qué? El estado místico del ser humano no sólo es hacer algo determinado que nos liga con nuestra espiritualidad, sino saber exactamente por qué lo hacemos. El silencio es una invitación a escucharnos a nosotros mismos, a darnos nuestro espacio, a poner límites a nuestra relación con los demás. No es egoísmo, al contrario, es algo necesario para mejorar primero con nosotros y así después con los demás.

Trampas constantes

Si bien es cierto que hay gente que no sabe estar sola, que no le gusta estar sola, es lo mismo que aplica con el silencio. Y lo volvemos a preguntar: ¿por qué? El silencio, desde el psicoanálisis, es un recurso de elaboración de lo que nos sucede sin interferencia de algo o alguien más. El problema es que hay campañas, hay gente, que promueve nociones negativas sobre la soledad, pero también sobre el silencio. Y todavía presionan en decir «no está bien». ¿Según quién y por qué? Y no faltarán respuestas débiles a estas preguntas tan fuertes. Cuando no sabemos valorar el silencio, rompemos en la desesperada necesidad de llenar de ruido el ambiente. Hay quienes no pueden hacer absolutamente nada en silencio y recurren a poner música (muchas veces a niveles muy altos), a hablar sí o sí con alguien, etc. Haciendo trampa en la búsqueda del silencio. Pero, ojo, no me mal entiendan otra vez, no estoy en ningún momento diciendo que está mal trabajar con un poco de música, por ejemplo, ya que al contrario, muchas veces (si no es que siempre) nos ayuda a tener más ánimo, nos inspira, etc. Pero todo tiene su tiempo, y cuando hay oportunidades para silenciar todo y estar en perfecta compañía con nosotros mismos, no hay que desaprovecharla nunca.

De hecho, retomando un poco lo que decía más arriba respecto a la pregunta en el examen de conciencia («¿He sabido respetar MI silencio y el de los DEMÁS?»), es curioso que eso muy pocas veces lo sabemos hacer. No respetamos nuestro silencio, mucho menos el de los demás. Pienso, por ejemplo, en las personas que viven o trabajan con otros. Nunca falta quien se ponga a escuchar música (sus gustos) sin importarle los demás. Además de falta de respeto, es falta de consideración por lo que los demás necesitan en esos momentos. Puede ser que no haya problema, pero quizá la medida más correcta es hacer uso de audífonos. Ya si los demás dicen «¿qué estás escuchando?» y se animan a acompañar eso, ¡fantástico! Pero, de nueva cuenta, es tan necesario el silencio porque me atrevo a comentar, hay quienes de ustedes al leer lo anterior se dijeron a sí mismos «oye, yo hago eso…». El silencio y la soledad, son hornos de transformación para cada uno de nosotros. Son ocasiones para caer en cuenta de muchas cosas que tienen que ver con los demás, pero sobre todo con nosotros mismos, que solemos ignorarlas o de plano no darles su merecida importancia.

Sucede que pasa.

Pasa que sucede.