«Dejamos atrás algo de nosotros cuando nos marchamos de un lugar; nos quedamos allí, aunque nos vayamos».
— Pascal Mercier
En querida memoria de mi abuelo, Luiz.
Queridos(as) lectores(as):
Tren nocturno a Lisboa (2004) no es sólo una novela sobre viajes: es un examen de conciencia. Entre Raimund Gregorius —profesor suizo que rompe su rutina— y el esquivo Amadeu de Prado Almeida—médico y escritor—, Pascal Mercier nos pone frente al conflicto entre lo que somos y lo que se nos impone: costumbres, miedos, lealtades políticas, guiones familiares. Leer esta historia desde América Latina agrega otra capa. Aquí solemos hablar mucho de las dictaduras del Cono Sur o de la Guerra Civil Española; de Portugal, en cambio, sabemos poco. Y sin embargo, el país vivió el Estado Novo (1933–1974), un régimen autoritario de larguísima duración, que cayó el 25 de abril de 1974 con la Revolución de los Claveles.
La señal de partida fue una canción: Grândola, Vila Morena, emitida de madrugada por Rádio Renascença; fue el código para que el Movimiento de las Fuerzas Armadas saliera a las calles y el poder se desplomara en horas. En ese cruce —vida interior y opresión exterior— se mueve esta entrada: una lectura de la novela, hilada con versos y canciones en portugués para abrir una ventana a esa memoria histórica que, desde Lisboa, todavía nos habla.
El desvío en medio de la rutina
Gregorius encarna al hombre respetable que ya no puede respirar en la vida que lleva. No es un héroe; es, más bien, alguien que escucha una grieta. Por eso la cita de Mercier que abre esta entrada no es un adorno: nombra el impulso de subirse a un tren cuando, de pronto, intuimos que una parte de nosotros quedó en otro sitio —otra ciudad, otra lengua, otra posibilidad de ser—. Fernando Pessoa lo dijo con brutal franqueza en Tabacaria: Não sou nada. / Nunca serei nada. / Não posso querer ser nada. / À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo (No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada. / Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo). El verso no es triunfalista; es una confesión: los sueños coexisten con el vacío. La grieta por la que se escapa Gregorius es exactamente esa: no es una fuga caprichosa, sino la tentativa —tardía, quizá— de hacer sitio a lo que estaba ahogado.
Aquí asoma el tema central de esta entrada: ser vs. imposición. La imposición, a veces, es discreta: una costumbre que se solidifica, la inercia de un cargo, la expectativa ajena. Otras veces, es abierta: el miedo social, la censura, la policía política. Pero en todos los casos produce el mismo efecto interior: un yo que se acobarda. Mário de Sá-Carneiro, en su Poema 7, escribió:
Eu não sou eu nem sou o outro,
Sou qualquer coisa de intermédio:
Pilar da ponte de tédio
Que vai de mim para o Outro.
(Yo no soy yo ni soy el otro; / soy algo intermedio: / pilar del puente del tedio / que va de mí hacia el Otro)
Ese “entre” —ni del todo yo, ni del todo el otro— es el andén donde comienza el viaje.
Amadeu de Prado: lucidez, coraje y contradicción
Si Gregorius representa la grieta en la rutina, Amadeu de Prado encarna el fuego que consume. Médico, escritor, hombre de una inteligencia fulgurante, pero también de una vida atravesada por la contradicción. Sus palabras resuenan como un testamento: «No había nada más fuerte que el deseo de ser libre. Y sin embargo, ¿qué hacemos con ese deseo cuando el mundo lo encierra en jaulas invisibles?» (Tren nocturno a Lisboa, 2004). Amadeu no es un héroe de cartón; su lucidez se paga con heridas. Su lucha contra el régimen salazarista, su compromiso con los otros, lo llevan a la frontera entre la coherencia y el sacrificio.
Sophia de Mello Breyner Andresen, en O Nome das Coisas (El nombre de las cosas, 1977), escribió versos que parecen estar dedicados a él:
Vemos, ouvimos e lemos /
Não podemos ignorar.
Vemos, ouvimos e lemos /
Não podemos adiar a resposta.
(Vemos, oímos y leemos, / no podemos ignorar. / Vemos, oímos y leemos, / no podemos posponer la respuesta)
Estos versos condensan lo que Amadeu representa: la imposibilidad de callar ante la injusticia. Y aquí entra la música. Grândola, Vila Morena no era sólo una canción bonita; era un arma poética:
Grândola, vila morena,
Terra da fraternidade,
O povo é quem mais ordena
Dentro de ti, ó cidade.
(Grândola, villa morena, / tierra de fraternidad, / el pueblo es quien más ordena / dentro de ti, oh ciudad.)
Ese canto se volvió la señal de un ejército para tomar la calle, pero también un recordatorio de que, como escribió Amadeu, la libertad no es un lujo del espíritu, sino el aire que da vida.

Portugal como escenario de imposición
Leer Tren nocturno a Lisboa desde América Latina es encontrarse con un escenario casi desconocido. Portugal vivió uno de los regímenes autoritarios más largos de Europa: el Estado Novo (1933–1974). Medio siglo de censura, de policía política (PIDE), de represión sobre la prensa, las universidades y la vida cotidiana. En ese contexto, la vida se volvía un campo de imposiciones: lo que se podía leer, lo que se podía decir, lo que se podía cantar. Y es significativo que fuera precisamente una canción la que encendiera la Revolución de los Claveles. Fernando Pessoa, en Mensagem (1934), escribió: «Deus quer, o homem sonha, a obra nasce» (Dios quiere, el hombre sueña, la obra nace). Un verso que, leído con el paso del tiempo, refleja la distancia entre lo que se sueña y lo que se impone.
La dictadura portuguesa no tuvo el estruendo bélico de la Guerra Civil Española ni la brutalidad mediática de las dictaduras latinoamericanas, pero su forma de imposición fue insidiosa: una rutina de silencios. La novela de Mercier se asoma justamente ahí: a las grietas íntimas de quienes vivieron bajo un poder que domesticaba los gestos. El propio Amadeu de Prado se enfrenta a esa doble opresión: la política y la personal. En sus palabras se siente ese malestar: el choque entre lo que soy y lo que me dictan ser.
Entre el ser y la máscara
Si algo deja claro Tren nocturno a Lisboa es que no basta con denunciar la opresión exterior; la batalla más dura se libra dentro. Gregorius y Amadeu encarnan la tensión entre lo que somos y lo que mostramos, entre el yo íntimo y la máscara que la sociedad exige. «La vida que vivimos no es siempre la vida que soñamos. A veces, sin darnos cuenta, acabamos interpretando un papel escrito por otros» (Tren nocturno a Lisboa, 2004).
Saramago, en O homem duplicado (El hombre duplicado, 2002), lo dijo así: «Dentro de nós há uma coisa que não tem nome, essa coisa é o que somos» (Dentro de nosotros hay una cosa que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos). Lo que somos, en lo más profundo, no cabe en la máscara que nos imponen. Pero cuando esa máscara se vuelve segunda piel, la existencia se convierte en impostura. La pregunta que Mercier, Pessoa y Saramago nos devuelven es clara: ¿cómo ser fieles a la voz interior cuando preferimos la comodidad de la máscara? El riesgo es pasar la vida en un teatro constante, sin nunca atrevernos a reconocer “esa cosa sin nombre” que late en lo profundo.
El tren de cada lector
Al final, Tren nocturno a Lisboa no es la historia de Gregorius ni de Amadeu: es un espejo tendido al lector. Cada uno de nosotros tiene un tren que espera en la estación, un viaje que quizá llevamos años postergando. La imposición —sea política, familiar o cultural— nos susurra: “quédate donde estás, no te muevas”. Y, sin embargo, como recuerda la canción que encendió la Revolución de los Claveles: «O povo é quem mais ordena» (El pueblo es quien más ordena).
Ese pueblo puede ser también la voz interior que hemos silenciado, el núcleo de verdad que insiste: no puedes seguir actuando un papel. Fernando Pessoa, en Livro do Desassossego (El libro del desasosiego, ed. 1982), dejó este llamado:
Para ser grande, sê inteiro: nada
Te exagera ou exclui.
Sê todo em cada coisa. Põe quanto és
No mínimo que fazes.
(Para ser grande, sé entero: nada
te exagera o excluye.
Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres
en lo mínimo que haces).
El tren no es otro que ese: atrevernos a ser enteros, sin dejar que la imposición nos reduzca a fragmentos.
Reflexión final
Queridos(as) lectores(as), esta entrada es una invitación a detenernos, como Gregorius en el puente de Berna, y preguntarnos: ¿qué parte de mí he dejado olvidada?, ¿qué tren me está esperando? Tal vez la respuesta no esté en Lisboa, ni en otra ciudad, sino en la simple decisión de dejar atrás una máscara. La vida, con sus dictaduras grandes y pequeñas, nos impone papeles. Pero también nos ofrece la posibilidad de resistencia, ya sea en forma de poema, de canción o de viaje inesperado. Lo importante es reconocer que todavía tenemos la libertad de subirnos a ese tren.
Si tienen la oportunidad, lean esta novela. O también pueden ver la película, misma que la encuentran en Amazon Prime Video o en Youtube (aunque advierto que al parecer en ambas plataformas está la versión doblada…).
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