«Aunque el mundo celebra, mi corazón lleva una carga pesada».
-Anónimo
Queridos(as) lectores(as):
Es más que sabido que diciembre es un mes que va de un extremo a otro respecto a las realidades que cada uno de nosotros vivimos. Es un mes destinado a las celebraciones de origen religioso que apuntalan hacia los mejores deseos: la felicidad, la paz, la armonía, la dicha, etc. Sin embargo, al final de cuentas, no podemos hacer de un anhelo una realidad presente en muchos corazones. En una sesión, un paciente me decía hace unos días: «Estos días sólo son recordatorios de todo lo que he perdido». ¿Y quién no ha perdido algo o a alguien de importancia en la vida? Recordemos que la pérdida es algo tan abstracto y tan personal, que hay personas que sienten tristeza por haber perdido a un ser querido y otros que lloran el haber perdido un regalito que recibieron hace tantos ayeres. Cada uno de nosotros depositamos cargas afectivas de distintos niveles en muchas cosas y personas en la vida. Nunca hay que hacer menos los sentimientos y afectos de nadie.
En lo personal aquello que dijo mi paciente, es algo que inevitablemente pienso y vivo en estos días por las pérdidas personales que he tenido en los últimos años. Cuando entro a mi departamento, lo primero que veo es un comedor con 10 sillas, que a lo largo de los años se han ido quedando vacías. Pero c’est la vie (así es la vida). El problema, me parece, radica en que solemos poner la vista demasiado en el pasado, buscando escapar del futuro y por tanto de lo inevitable. Sin embargo, también puedo compartir que en estos años, durante mis caminatas por las calles de la ciudad, me he convencido de que en verdad es cierto aquello que los abuelos nos decían: recordar es vivir.
Luces por todos lados
Cuando era niño, recuerdo con mucha ilusión cómo estas fechas se volvían momentos muy bellos con mis papás. De hecho, allá por 1998, mis papás y yo fijamos una fecha especial para celebrar los 3 nada más. Mamá preparaba los platillos favoritos de la nona: ravioles con carne en salsa de 4 quesos y un corte especial. Papá nos compartía historias de las festividades decembrinas. Y yo sólo sonreía porque estaba con los mejores papás del mundo. Esa fecha era cada 22 de diciembre. Ya para aquel entonces, la casa se llenaba de los «juguetes» de mi mamá, es decir, adornos navideños que llenaban de alegría y colores cada rincón. Mi mamá era como una pequeña niña en esos tiempos. Recuerdo también cuando mi papá me sentaba en sus piernas, fumando su pipa con ese tabaco con esencia de maple que tanto le gustaba, y me contaba sobre el Cascanueces y el Rey Ratón. Después vendrían las otras fechas, pero esa en especial lo era todo para mí. Mamá murió en 2016 y papá en 2021. Sólo me quedan sus recuerdos, mi tesoro.

Confieso que desde entonces mi departamento no tiene adornos ni luces. Muchas personas me dicen que por qué no lo hago en memoria de ellos. Y mis resistencias son todavía muy fuertes para eso. Quizá algún día las vuelva a haber. Pero no por ahora. Todavía la tristeza me pega en estas fechas. Claro que quisiera que las cosas fueran distintas, pero esto es ahora. Aunque se equivocan en pensar que no hay luces conmigo, al contrario, las he ido interiorizando y eso es lo que me da la ocasión de poder compartir con los demás lo que mis papás compartieron conmigo por años. En mi casa hay una regla: nadie pasa la Navidad o Fin de Año solos. Por eso es que amigos y amigas vienen cuando así lo necesitan. Y las luces vienen entonces a visitarme, la tristeza desaparece y una sensación bella da calidez a mi corazón.
Comprender al corazón
Hay muchas cosas que la época en la que vivimos se esfuerza por negar rotundamente. No es de sorprender que hoy «nadie tenga permiso» de sentir lo que siente, de ser lo que se es. Mi querida amiga, Viri, hace unos días me recomendó una película que curiosamente no había visto, Días perfectos (Perfect Days, 2023), dirigida por Wim Wenders. Es una historia sobre el señor Hirayama (Kōji Yakusho), un hombre que lleva una vida bastante sencilla, siendo trabajador de limpieza de baños públicos en Shibuya, Tokyo. Yo sé que Viri no hace las cosas nada más porque sí, por lo que su recomendación para mí se trató de un abrazo a mi alma. Me hizo verme a mí mismo reflejado en Hirayama. Y me dio mucha paz. Hacerla de filósofo y de psicoanalista, así como de escritor y difusor de arte, podría parecer algo sencillo, pero en realidad me hace ir una y otra vez a las incontables preguntas que nos «atormentan» a los seres humanos. Muchas veces, la soledad es mi más importante compañía. Para mí, todo el año puede llegar a ser un eterno diciembre. Pero en ningún momento me hacen falta luces, pues las tengo en mis amigos, en mis conocidos, en la gente amable que me ofrece sus servicios, en quienes me sonríen en el transporte público, en la calle, etc.
En fin, mis queridos(as) lectores(as), he querido escribir esta entrada con un poco sobre mí, porque tengo la ilusión de que quizá se vean reflejados en mi vida. Muchos estamos así, a muchos nos tocó «pasarla difícil». Pero no perdamos la esperanza. En un momento de la película que les comenté arriba, el señor Hirayama le dice a su sobrina: «La próxima vez, será la próxima vez. Ahora es ahora». Vivir el presente, agradecer lo que se tiene y lo que no, son llaves para hacer de nuestra vida algo más ligera. Recordemos con amor, vivamos para seguir amando. Yo sé que hay momentos difíciles y tristes, pero no estamos solos, nunca lo estamos. Tengamos el corazón siempre dispuesto para dar, pero también para recibir. Los días están llegando, pero nosotros con ellos.
Los abrazo, y si ya no nos encontramos más este 2024: ¡Feliz Navidad y que sea un bello Año Nuevo para ustedes!
Les quiero con todo el corazón.
Héctor
