Tú: lo que más te espera

«Si nunca pensamos en el futuro, nunca lo tendremos».

-John Galsworthy

Queridos(as) lectores(as):

Estamos a 2 días de acabar este 2024; para muchos es una bendición, para otros una desgracia, para otros les da lo mismo y hay otros que solamente aplican la de «venga lo que venga, y como venga». Recién tuve una charla con un vecino y me comentaba algo que me pareció interesante: «El problema del mañana, es que le tenemos miedo». Miedo, nada más antiguo como el ser humano mismo, algo tan natural y a la vez tan misterioso. Es decir, una cosa es tener miedo y otra cosa es angustiarse. Kierkegaard hacía la distinción para tenerlo más claro: el miedo es aquello que enfrentamos en el momento, por ejemplo un perro que nos asusta, la altura, una película de terror, etc. La angustia, en cambio, se plantea más ante lo que no podemos ver, lo que no podemos imaginar, y muchas veces la angustia es la que justamente nos quita hasta el deseo de hacer algo al respecto. Esa expresión de que el miedo nos paraliza, me parece que lingüísticamente es incorrecta, más bien, la angustia nos aterra. No hay peor demonios que los que imaginamos.

Ahora el primero de enero, curiosamente, lo comenzaré yendo al cine a ver la película de Nosferatu (2024) de Robert Eggers, misma que es el remake (por así decirlo) de la legendaria película de culto, Nosferatu, eine Symphonie des Grauens (Una sinfonía de horror, 1922) de Friedrich Wilhelm Murnau. Iniciar el año con terror me parece sensacional. Para los amantes del género, sobre todo para los que lo escribimos, resulta una experiencia enriquecedora porque, de cierta manera, «te prepara para lo que puede venir». En fin, no me hagan tanto caso en esto último, pues este encuentro no va de la mano con ello. Al contrario, en los recientes días he estado trabajando con unos textos y con una recomendación fílmica que el buen Martín me hizo. Así que hagamos un previo: ¿exactamente a qué le vamos a apostar este 2025?

¿La vida que vale la pena vivir?

En encuentros anteriores, y mis lectores que ya tienen tiempo de leerme, he comentado que desde que estudiaba Filosofía, mi interés se ha inclinado por el Existencialismo. En los últimos años, junto con el Psicoanálisis y el Personalismo, he ido abrazando al Absurdismo, y en realidad creo que he encontrado puentes muy valiosos que permiten, junto con algunas posturas religiosas y orientales, observar la vida con «ojos de novedad». Y lo agradezco profundamente. Este año, uno de los autores que más me acompañó en los momentos de reflexión fue Albert Camus, por quien siempre tendré expresiones agradables y agradecidas. Pero, les pregunto, amables lectores(as): ¿en qué punto de su vida se encuentran? En el siguiente subtítulo les compartiré algo de la película que les comenté al principio, pero vayan pensando en esta pregunta.

Ahora bien, ¿de qué nos sirve saber en qué punto nos encontramos? Precisamente de todo, pues es momento de darnos cuenta de que, sea el que sea, es meramente nuestro. En la película de Sonic 3, que recientemente fui a ver con mis amigos, en un momento, Tom (James Marsden) le dice a Sonic: «El dolor no logró cambiar tu corazón». Muchas veces, el dolor termina por modificar a las personas, por cambiarlas, por hacerlas pensar que «deben ser de otra manera para que ya no los lastimen». Y eso es curioso: para no sufrir, debo sufrir cambios. ¡Terrible! Lo verdaderamente excepcional de las hojas de los árboles al caer, es que aunque terminan por marchitarse, siguen siendo fantásticas en nuestra memoria. Las cosas se preservan, las cosas duran. En la película El señor Ibrahim y las flores del Corán (2003), dicho señor (Omar Shariff) da una enseñanza sobre el amor, que les parafraseo: «Todo aquello que damos por amor es lo que es realmente nuestro. Podrán hacer lo que quieran con ello, pero eso no cambiará lo hecho. Todo lo que guardemos, se perderá para siempre». La persistencia del ser asegura su permanencia.

Es muy común que personas increíbles, tales como ustedes, que hacen todo con el corazón, con cariño y atención, se ven «cruelmente decepcionadas» por los tratos que les dan, por las circunstancias tan malas que viven, y empiezan a buscar una vida que valga la pena vivir. Y empiezan a volverse auténticos desconocidos, hasta para ellos mismos. ¿En verdad eso VALE LA PENA? ¿Dejar de ser para ser algo que menos queda claro qué coño es? Una vida auténtica no se plantea si vale la pena o no, sólo se vive con la disposición de vivir, sea lo que sea, sea lo que venga.

Felicidad por la que hay que ir

Les comentaba que Martín me había recomendado una película, la cual es Hector and the Search for Happiness (Héctor y la búsqueda de la felicidad, 2014) dirigida por Peter Chelsom, que está basada en el libro homónimo de François Lelord (2002). La pueden ver en Amazon Prime (al menos en México), por si les interesa. Aunque voy a atreverme, por primera vez, a compartirles puntos que Héctor (Simon Pegg), un psiquiatra inglés, irá descubriendo a lo largo de la película. Pero no se angustien, que el hecho que lo haga no les arruina la historia. Así que aquí les van:

  1. Hacer comparaciones puede arruinar tu felicidad.
  2. Mucha gente piensa que la felicidad significa ser rico o ser más importante.
  3. Mucha gente sólo ve su felicidad en el futuro.
  4. La felicidad puede ser la libertad de amar a más de alguien a la vez.
  5. A veces, la felicidad depende de no conocer toda la historia (o asunto).
  6. Evitar la infelicidad no es el camino de la felicidad.
  7. En algún lugar hay alguien que te ama. ¿Esta persona qué saca principalmente de ti? ¿Lo mejor o lo peor?
  8. La felicidad es responder a tu vocación.
  9. La felicidad es ser amado por quien eres.
  10. La felicidad: guiso de patatas dulces. ¡Guiso de patatas dulces! (El platillo que más te gusta)
  11. El miedo es un impedimento a la felicidad.
  12. La felicidad es sentirse completamente vivo.
  13. La felicidad es saber cómo celebrar.
  14. Escuchar es amar.
  15. La nostalgia ya no es lo que solía ser.

Quizá les ayude a darse cuenta, en el punto en el que están, que nunca es demasiado tarde para ser felices. No debemos ocuparnos tanto de la búsqueda de la felicidad, ¡sino en la felicidad de buscarla! Ya que, como dirá alguien en la película: «Todos tenemos la obligación de ser felices».

Les abrazo con el corazón, deseo que recuperen por ustedes mismos esa maravillosa sonrisa que tienen, esos sueños fantásticos, esos anhelos geniales, pero sobre todo, que se animen a ser esa persona INCREÍBLE que son. Que la tristeza y el dolor no logren cambiar nunca ese preciadísimo corazón que tienen. ¡Su amor y ternura también los necesitamos los demás!

¡Por un 2025 de autenticidad y felicidad!

Gracias por su compañía este año, ¡vamos por más!

¡Feliz Año Nuevo!

Héctor Chávez Pérez (¡Los escucho y acompaño!… No olviden su análisis)

Las luces que faltan

«Aunque el mundo celebra, mi corazón lleva una carga pesada».

-Anónimo

Queridos(as) lectores(as):

Es más que sabido que diciembre es un mes que va de un extremo a otro respecto a las realidades que cada uno de nosotros vivimos. Es un mes destinado a las celebraciones de origen religioso que apuntalan hacia los mejores deseos: la felicidad, la paz, la armonía, la dicha, etc. Sin embargo, al final de cuentas, no podemos hacer de un anhelo una realidad presente en muchos corazones. En una sesión, un paciente me decía hace unos días: «Estos días sólo son recordatorios de todo lo que he perdido». ¿Y quién no ha perdido algo o a alguien de importancia en la vida? Recordemos que la pérdida es algo tan abstracto y tan personal, que hay personas que sienten tristeza por haber perdido a un ser querido y otros que lloran el haber perdido un regalito que recibieron hace tantos ayeres. Cada uno de nosotros depositamos cargas afectivas de distintos niveles en muchas cosas y personas en la vida. Nunca hay que hacer menos los sentimientos y afectos de nadie.

En lo personal aquello que dijo mi paciente, es algo que inevitablemente pienso y vivo en estos días por las pérdidas personales que he tenido en los últimos años. Cuando entro a mi departamento, lo primero que veo es un comedor con 10 sillas, que a lo largo de los años se han ido quedando vacías. Pero c’est la vie (así es la vida). El problema, me parece, radica en que solemos poner la vista demasiado en el pasado, buscando escapar del futuro y por tanto de lo inevitable. Sin embargo, también puedo compartir que en estos años, durante mis caminatas por las calles de la ciudad, me he convencido de que en verdad es cierto aquello que los abuelos nos decían: recordar es vivir.

Luces por todos lados

Cuando era niño, recuerdo con mucha ilusión cómo estas fechas se volvían momentos muy bellos con mis papás. De hecho, allá por 1998, mis papás y yo fijamos una fecha especial para celebrar los 3 nada más. Mamá preparaba los platillos favoritos de la nona: ravioles con carne en salsa de 4 quesos y un corte especial. Papá nos compartía historias de las festividades decembrinas. Y yo sólo sonreía porque estaba con los mejores papás del mundo. Esa fecha era cada 22 de diciembre. Ya para aquel entonces, la casa se llenaba de los «juguetes» de mi mamá, es decir, adornos navideños que llenaban de alegría y colores cada rincón. Mi mamá era como una pequeña niña en esos tiempos. Recuerdo también cuando mi papá me sentaba en sus piernas, fumando su pipa con ese tabaco con esencia de maple que tanto le gustaba, y me contaba sobre el Cascanueces y el Rey Ratón. Después vendrían las otras fechas, pero esa en especial lo era todo para mí. Mamá murió en 2016 y papá en 2021. Sólo me quedan sus recuerdos, mi tesoro.

Confieso que desde entonces mi departamento no tiene adornos ni luces. Muchas personas me dicen que por qué no lo hago en memoria de ellos. Y mis resistencias son todavía muy fuertes para eso. Quizá algún día las vuelva a haber. Pero no por ahora. Todavía la tristeza me pega en estas fechas. Claro que quisiera que las cosas fueran distintas, pero esto es ahora. Aunque se equivocan en pensar que no hay luces conmigo, al contrario, las he ido interiorizando y eso es lo que me da la ocasión de poder compartir con los demás lo que mis papás compartieron conmigo por años. En mi casa hay una regla: nadie pasa la Navidad o Fin de Año solos. Por eso es que amigos y amigas vienen cuando así lo necesitan. Y las luces vienen entonces a visitarme, la tristeza desaparece y una sensación bella da calidez a mi corazón.

Comprender al corazón

Hay muchas cosas que la época en la que vivimos se esfuerza por negar rotundamente. No es de sorprender que hoy «nadie tenga permiso» de sentir lo que siente, de ser lo que se es. Mi querida amiga, Viri, hace unos días me recomendó una película que curiosamente no había visto, Días perfectos (Perfect Days, 2023), dirigida por Wim Wenders. Es una historia sobre el señor Hirayama (Kōji Yakusho), un hombre que lleva una vida bastante sencilla, siendo trabajador de limpieza de baños públicos en Shibuya, Tokyo. Yo sé que Viri no hace las cosas nada más porque sí, por lo que su recomendación para mí se trató de un abrazo a mi alma. Me hizo verme a mí mismo reflejado en Hirayama. Y me dio mucha paz. Hacerla de filósofo y de psicoanalista, así como de escritor y difusor de arte, podría parecer algo sencillo, pero en realidad me hace ir una y otra vez a las incontables preguntas que nos «atormentan» a los seres humanos. Muchas veces, la soledad es mi más importante compañía. Para mí, todo el año puede llegar a ser un eterno diciembre. Pero en ningún momento me hacen falta luces, pues las tengo en mis amigos, en mis conocidos, en la gente amable que me ofrece sus servicios, en quienes me sonríen en el transporte público, en la calle, etc.

En fin, mis queridos(as) lectores(as), he querido escribir esta entrada con un poco sobre mí, porque tengo la ilusión de que quizá se vean reflejados en mi vida. Muchos estamos así, a muchos nos tocó «pasarla difícil». Pero no perdamos la esperanza. En un momento de la película que les comenté arriba, el señor Hirayama le dice a su sobrina: «La próxima vez, será la próxima vez. Ahora es ahora». Vivir el presente, agradecer lo que se tiene y lo que no, son llaves para hacer de nuestra vida algo más ligera. Recordemos con amor, vivamos para seguir amando. Yo sé que hay momentos difíciles y tristes, pero no estamos solos, nunca lo estamos. Tengamos el corazón siempre dispuesto para dar, pero también para recibir. Los días están llegando, pero nosotros con ellos.

Los abrazo, y si ya no nos encontramos más este 2024: ¡Feliz Navidad y que sea un bello Año Nuevo para ustedes!

Les quiero con todo el corazón.

Héctor

Carta por el amor que sostiene

Querido(a) lector(a):

Hoy en día estamos viviendo tantas cosas tan complicadas, desesperantes, frustrantes, tristes, etc. Pero también estamos siendo testigos de momentos maravillosos, bellos, divertidos, etc. ESTAMOS VIVIENDO. Con eso hay que quedarnos. Sé que hay días en los que no te quieres salir de la cama, que las mil y un preguntas te abordan de manera directa y hasta violenta, generándote preocupaciones, miedos, cosas que te ponen constantemente contra ti mismo. ¿Y cómo no? También a mí me pasa. TODOS LOS DÍAS. Y eso se debe a que las circunstancias que estoy viviendo en estos momentos no son las más favorables. Te confieso que hay días que no sé cómo hacer las cosas, no sé qué decir, no sé qué más hacer. Imagina por un momento mi encrucijada: doy cursos de arte y cultura, escribo sobre la vida, escucho a personas que van a psicoanálisis conmigo, mis amigos que la están pasando mal y que recurren a mí para hablar, etc. Deudas, ajenas y propias, a veces los ingresos no son los mejores. Y no quiero que pienses que estoy contándote esto para quejarme, porque aunque así parezca (y que inconscientemente es un grito desesperado), es la aceptación de que es lo que me ha tocado. Recuerdo que cuando hablaba con mi papá, le decía «¿por qué yo?» y me contestaba «¿y tú por qué no?». ¿Qué nos hace especiales como para nunca tener que vivir algo de adversidad? Claramente quisiéramos vivir cosas extraordinarias, bellas, divertidas, momentos emblemáticos con amigos y seres queridos. Pero esa es la ilusión común de todos nosotros. Un día abrimos los ojos y nos descubrimos ante las distintas adversidades de la vida, que muchas veces (lo concedo) pueden ser injustas, que nunca las buscamos. Y la desesperación comulga con la tristeza y un profundo sentimiento de desolación. Eso, querido(a) amigo(a), es la vida misma.

Hace algunos años, me diagnosticaron (entre otras cosas) una depresión aguda (que algunos psiquiatras le llaman crónica). La muerte de mis padres, desaparición de fuentes de trabajo, el mentado COVID-19 que mermó muchas estructuras, deudas hospitalarias, el abandono familiar (no de todos, pero sí de muchos), etc. Sí, así es, puras cosas negativas. Pero muchas personas fantásticas han salido al quite (como decimos acá en México), que han salido para ayudarme, desde mis más queridos y sinceros amigos, hasta gente que de ninguna manera pude haberme imaginado que me podrían ayudar. Mi amigo Pablo, en un momento en el que me estuvo consolado, me dijo «cosechas lo que siembras… tú has ayudado, ahí tienes la respuesta», pero acostumbrado siempre a ser yo el que ayudaba, el que resolvía, me costó mucho aceptar la ayuda de los demás. Poco a poco lo fui haciendo y las cosas fueron cambiando. En la Filosofía he abrazado varias ramas para poder ayudar y ayudarme a mí mismo, entre ellas el Estoicismo, la Escolástica, la Ética, el Existencialismo y, en los últimos años, el Absurdismo. ¿Te imaginas todo lo que hay que leer y confrontar para ello? Pero sobre todo, ¿lo que hay que romperse una y otra vez hasta que la humildad surja y dé paso a la empatía? De ahí que mis cursos, clases y pláticas tengan ese caracter humano de acercar a la gente, no sólo al conocimiento, sino al sentimiento. Quien desprecia los sentimientos en los procesos educacionales, no ha comprendido nada.

En una ocasión durante una sesión de análisis, mi analizando (paciente), antes de terminar, me dijo algo muy lindo: «Héctor, ¿conoces a Gabriel Rolón? Yo soy fan de sus videos y podcast. Es relindo que sienta lo mismo cuando le escucho cuando estoy contigo… ¡son ángeles!». Gabriel Rolón, aunque no tengo el gusto de conocerle, sin duda es uno de mis colegas que más admiro y que amo con todo el corazón porque su palabra plena me causa tanta ternura y consuelo. Acá en México, en tono de admiración por alguien, les decimos «cuando sea grande, quisiera ser como tú». Y eso le digo a la distancia a Gabriel: «quisiera ser como vos». Y hablando de Gabriel, hace unos días me topé con un video del canal de banco BBVA, Aprendamos juntos, donde a mi querido amigo (permitiéndome este atrevimiento), sale en un episodio que se llama Historias para la vida. Y hoy, justo esta mañana, mientras luchaba contra mí mismo, me puse a escucharle. Y es en verdad delicioso poder escuchar cosas tan lindas que vienen de una persona que ha abrazado la humildad, la empatía y la sinceridad para compartir sus preocupaciones y opiniones. En un momento, un participante le pregunta a Gabriel qué recomendaciones da para tener una buen salud mental. El psicoanalista retoma lo dicho por Sigmund Freud: «Para considerar a una persona sana, hay que considerar el amor y el trabajo. Cuando una persona es feliz con quien está y es feliz con lo que hace, esa persona va a ser una persona sana. Cuando una persona está en un vínculo donde sufre o trabaja en un lugar donde la pasa mal, esa persona se va a enfermar».

En un momento personal, Gabriel comparte que su padre, que era albañil, tomaba el colectivo (camión) para ir a buscar trabajo, pero que cuando regresaba en la tarde, se le veía frustrado y desilusionado tras no encontrar nada, y que su esposa entonces le acercaba un mate y le decía «mañana, morocho, mañana». Con los años, Gabriel resignifica eso y dice que el amor sostenía la salud emocional de su padre para que no se quebrara cuando no estaba lo otro. Eso me hizo pensar cuando yo era más joven y por x o y razón no me salía algo de la universidad o del trabajo, y que mi mamá, con todo el amor y sencillez, se acercaba a mí y me daba una Coca-Cola bien fría, me acariciaba la cabeza o la espalda y me decía «mañana, negrito, mañana». ¡Qué coincidencias! Pero, en efecto, esa muestra de amor, de preocupación, me daba el consuelo necesario para no romperme emocionalmente, y si era necesario, el cálido abrazo de mi madre me recobraba la seguridad. Desde 2016 mamá ya no está aquí. Pero las muestras de amor no me ha faltado, por eso es que mis amigos son mi tesoro más valioso. Por eso es que trato de ser así con mis alumnos, mis analizandos, mis amigos, la gente en la calle. El amor salva… y vuelve a hacerlo.

Termino esta carta, querido(a) amigo(a), con la esperanza de que lo que te he compartido, te sirva en ese momento difícil que estás pasando, muchas veces en silencio y en soledad. No te tortures de esa forma, abre tu corazón con las personas que sabes que tienen un amor por darte para ayudarte. Pero, sobre todas las cosas, si conoces a alguien que esté pasándola mal, no esperes a que te busque, a que te escriba, busca, veele a visitar, no todo es dinero (aunque si se puede, quizá podría ser de mucha ayuda), pero puedo asegurarte que un abrazo, una tierna caricia, un beso en la frente, palabras lindas, son motores para ayudarle a esa persona a salir poco a poco del estanque de la depresión. Y si ya lo haces, gracias, síguelo haciendo. Y si en algún momento tú me has escrito, me has llamado, me has buscado… gracias, por eso sigo aquí escribiendo y compartiendo.

Te abrazo.

Te quiero.

¡Resiste!

Héctor Chávez

¡Te escucho, no estás solo(a)!