«El fin de una etapa es el principio de otra, así que sólo queda mirar hacia adelante».
-Samuel Beckett
Queridos(as) lectores(as):
El viernes pasado mi querido amigo, Pablo, me invitó al teatro. Hace tiempo que no iba (quizá desde antes de la p[l]andemia), pero me parece que fue la mejor oportunidad de regresar. En esta ocasión, fue en el Teatro Helénico, donde la compañía de teatro, El Ghetto, presentó la inmortal obra, Fin de partida, del último Premio Nobel de Literatura irlandés, Samuel Beckett (1906-1989). Dirigida por Agustín Meza y con actuaciones formidables de Luis Alberti (como Hamm) y de Adrián Ladrón (como Clov), éste último, por cierto, nominado a Mejor Actuación Masculina Principal para los premios Los Metro (¡muchas felicidades!). Quizá no estén familiarizados con esta obra, quizá sí, pero cabe decir que es una de las más oscuras, pesimistas y «deprimentes» que se han escrito y, por tanto, llevada a los escenarios. Curiosamente, fue el último fin de semana de Fin de partida de este 2024 . ¡Ojalá vuelva para que sin duda vayan a vivir la experiencia!
Endgame (Final de partida), fue publicada en 1957. Beckett nos narra una oscura y absurda historia en la que 4 personajes conviven en lo que parece ser un bunker (una interpretación que nos hace pensar al menos en un lugar claustrofóbico, apartado de toda esperanza). Hamm es un hombre ciego que no puede caminar, Clov es un sirviente incapaz de sentarse que le aprecia pero que también desprecia al mismo tiempo, y Nagg y Nell, los padres del primero. Un retrato de la condición humana rendida ante la desesperación y la falta de sentido. ¿Como por qué les recomendaría leer/ver una obra así? Porque, una vez más, no podemos hacer como que la oscuridad no existe, al contrario, hay que saber afrontar la vida tal y como es y descubrir con ello de qué manera estamos implicados en lo bueno y/o en lo malo de ella.
Condiciones que no sólo se escriben
Una vez, en un curso que daba sobre Fiódor Dostoievski, una amiga me «reclamó» por «dar a un autor tan sombrío». Me decía que sus textos son muy pesimistas, llenos de mucha tristeza y dolor. Pero, al final, reconoció que les mostraba que en todas las obras del autor ruso dejaba un espacio, aunque sea muy pequeño, para la esperanza. Y es que así es (no me atrevo a decir que así debe ser) la buena Literatura, la que nos enfrenta y no nos deja indiferentes, la que nos obliga a abrir los ojos y dejar de idealizar la vida y a las personas, empezando por nosotros mismos. Por eso es que autores como Dostoievski, Kafka, Camus, Cioran, Beckett y demás, son autores que se les tacha de «pesimistas, fatalistas, crueles, miserables, etc». Hablamos de la posibilidad del ser de cada uno de nosotros, ni todo es blanco ni todo es negro, hay también distintas tonalidades.

En este caso, Final de partida resalta realidades que aterran a las personas todavía hoy en día. Algunas de ellas son: soledad, rutina, aislamiento, temor a la muerte, discapacidad, falta de ilusión, de esperanza, de sueños, etc. Puras cosas que desde que somos niños se nos enseñan desde un aspecto negativo. ¿Pero qué tanto es eso malo? Durante la obra, fue interesante notar cómo los demás espectadores se perdían en risas ante los diálogos, puntadas, contestaciones, ironía y demás, modos que se usan para evadir la realidad. Al mismo tiempo, muchos se quedaban callados y emitían silenciosos sollozos ante las poderosas llamadas de atención respecto la condición humana representada por estos personajes. La Literatura se nutre de la realidad (lo que entendemos por ello), pero es importante que nos centremos en cómo es que son cosas que no dejan de insistir una y otra vez a lo largo de los siglos. La humanidad es lo que es. Y seguimos siendo para ser.
¡Todo es malo! Esperen…
Una de las nociones que más escucho en mis sesiones con mis analizandos, es cambio. Y con ello, un sinfín de expresiones que van de lo negativo a lo lamentable. G dice que se trata de la palabra maldita, que le molesta mucho decirla, pero sobre todo «tener que vivirla». El cambio ha sido visto desde siempre a partir de lo negativo, como algo que acaba y pone fin a algo «seguro» para nosotros. Claro, hay quienes han tenido la oportunidad de ver los cambios como algo optimista, algo bueno, eso es tener ventaja… aunque no estoy tan seguro de ello. El tema es que todo cambio implica un fin y es algo que a nadie le gusta. En un momento de la obra, Hamm le dice a Clov: «Nunca fui bueno en las despedidas, pero esta vez será definitiva». ¿Se imaginan de qué despedida se trata? Un fin, en realidad, sea el que sea, siempre es absoluto. No sólo el fin que llamamos muerte. Pero, también, siempre da paso a algo más, para nosotros y/o para alguien más.
¿Por qué nos casamos con la idea de lo negativo? Y no estoy diciendo que pasemos de un extremo a otro pensando que todo es bueno. Ya lo hemos comentado antes: la vida es lo que es. Hay cosas buenas, hay cosas malas, hay personas… y sus circunstancias. Y en todo nos vemos profundamente relacionados. Esta relación es quizá la única manera que tenemos para entender cómo vivir. No todo nos es posible, pero para alguien más sí. No todo nos es complicado, pero para alguien más sí. Comprender la relación y el modo en el que nos relacionamos y con quiénes y por qué, nos permite darnos una idea de lo mucho que nos podemos responsabilizar de lo que es auténticamente bueno. No hay futuro más desolador que aquel que nos negamos por miedo. ¿Qué nos sorprende que la amargura se contagie más que una gripe?

