«Analizarse es aceptar el reto de convertirse en un sujeto diferente; es un acto de vida que se pone en movimiento y también una elección. […] renacer en Análisis es hacerse cargo del destino, tomar la decisión de no rendirse y poner en juego el deseo propio».
-Gabriel Rolón
Queridos(as) lectores(as):
«¡Qué fascinante es el psicoanálisis… pero no quiero analizarme!», de esa manera una amiga me dejaba en claro que el deseo siempre es algo que nos mueve, pero que tampoco es fácil asumirlo. Recordemos que el ir a análisis (evitaré hablar de ir a terapia, porque no es lo mismo), antes que nada se trata de un acto motivado por el deseo y nunca lo veremos como una cuestión de necesidad. Es decir, se va a análisis porque se quiere, no porque se necesite. Es bastante común escuchar hoy en día cosas como «deberías ir a terapia». Si bien es cierto que el ser humano en su vida se ve fuertemente influenciado por el deseo mimético (el deseo del otro), es importante que cada uno reconozca lo que le es propio.
El filósofo y antropólogo francés, René Girard (1928-2015), en su teoría mimética, nos advertía que si bien el hombre desea el mismo objeto del otro (ojo, no es nada más una cosa, puede ser resultado de una mezcla de otras tantas), lo que también imita es el deseo mismo, aquello que lo mueve hacia la cosa u objeto. Los comportamientos pueden ser resultado de una fuerte imitación. ¿Pero y lo auténtico? No podemos ir por la vida siendo calca/copia de alguien más. «Cómo se ve que eres hijo de…». La identidad del deseo es algo que perturba y que nos sumerge en crisis muy profundas. ¿Por qué quieres algo? ¿Por qué quieres lo que quieres? ¿En verdad lo quieres o quieres quererlo como otros lo quieren? Preguntas fuertes, una vez más, con respuestas débiles e incompletas.
El deseo de uno
No hay que escandalizarse de algo que puede resultarnos perfectamente común, incluso hasta natural. El planteamiento de Girard no es otra cosa que darle continuación al modo del acceso de la realidad, a los objetos, por parte de los niños una vez que se topan a sí mismos frente al mundo. Recordemos que uno de los primeros métodos de aprendizaje que empleamos en la niñez es precisamente la imitación: el niño aprende imitando a sus padres o a los demás. Pero no es lo mismo hacer que conocer el porqué se hace algo. El niño imita muchas veces sin saber exactamente cuál es la intención del otro. Hay videos en la red, por ejemplo, en el que un papá hace cierta acción con su esposa y acto seguido un pequeñito va y sin preguntarse simplemente repite lo observado. Puede ser cómico, pero ya quitados de ese «evento simpático», es motivo de preocupación ver que así se comportan muchos adultos hoy en día.

La sociedad infantilizada que cada vez se expone más y más, nos demuestra que la carencia de juicio crítico, del pensar por uno mismo (sapere aude!), es un fiel resultado de un malestar silencioso y muy perjudicial: la incapacidad de conocerse a uno mismo. Pero no sólo eso, sino de aceptarse y no huir de nosotros mismos. El más que citado Oráculo de Delfos y su «conócete a ti mismo», no deja de tocar a la puerta. Pero, ¿de qué sirve el (intentar) conocerse a uno mismo si no se es sincero en el proceso? Uno de los temores más grandes y recurrentes a la hora que buscar analizarse, sin duda es el darse cuenta de que no se es lo que se cree que es; que se caiga la o las mentiras que hemos ido edificando a lo largo de nuestra vida sobre nuestra propia Historia. «Es que yo fui médico porque no quería decepcionar a mi padre», «es que aprendí a tocar la guitarra porque a mi familia le gustaba», etc. Son apenas unos de tantos (auto)reclamos que se escuchan en las sesiones. Ah, pero antes de sincerarse con los motivos, por lo general se presumen las cosas como algo meramente propio y resultado inequívoco del gusto personal. «Yo soy médico y me encanta», «yo toco la guitarra porque no hay mejor manera de expresarme». Insisto: todo es fantástico y maravilloso (aunque evidentemente puede ser también horrible y espantoso) hasta que nos preguntamos sobre ello y de su autenticidad.
Tampoco estás tan mal
Hace algunos años, un ex analizando (digamos, paciente), solía reclamarme mucho durante las sesiones el que yo «le destruyera todo lo que él decía». Él se refería a que cada vez que teníamos sesión, en el proceso se le derrumbaban (o destruían, según su expresión) todas las cosas, en tanto que se iba dando cuenta que sólo hacía por obedecer, que sólo decía por cumplir, que muchas de sus actividades no eran sino el resultado de la exigencia de alguien más. Esos reclamos, que en un principio eran algo violentos ante el «horror» de darse cuenta, la clásica negación, se fueron tornando en auténticas oportunidades para cuestionarse el porqué de su vida y su manera de vivir. Lo que empezó como una mera copia o resultado de la obediencia ciega e incuestionable a los deseos y/o designios del otro, se volvió una ocasión perfecta para resignificar las cosas. «Oye, ahora que sé esto, vamos, quizá sí hice mal en hacerlo por sólo cumplir las expectativas de otros, pero no puedo negar que le he encontrado el gusto y que nadie hace las cosas como yo». Esa claridad le permitió a mi ex analizando empezar a asimilar que uno puede hacer algo genuinamente propio a pesar del origen externo del mismo.
En alguna ocasión, comenté que «muchos tienen miedo de enfrentarse con el monstruo que (dicen) son, pero después descubren que hay alguien fantástico esperando a que lo dejen asomarse en sus vidas». No es fácil, al contrario, es muy difícil dar paso a procesos analíticos por tantas resistencias que hay, siendo uno mismo y sus miedos una de las mayores. Claro, ¿a quién le gusta exponerse delante de un perfecto desconocido? Pues muchas veces nos exponemos delante de perfectos conocidos (según) y los resultados terminan siendo más problemáticos. Es por ello que una escucha neutra es preferible. Los analizandos recuerdan, repiten y reelaboran. Darse cuenta de uno mismo nunca es malo, al contrario, puede ayudarnos a rectificar el camino y nuestra manera de caminar. Es cuestión de irnos perdiendo el miedo: nadie es tan santo ni nadie es tan demonio. El análisis es una oportunidad que tenemos de conocer al guionista de nuestra vida, de entenderlo, de criticarlo (¿por qué no?), de preguntarse las cosas una y otra vez y de darle nuevo sentido a cada día que se vive.
¡El psicoanálisis es permitirnos hacernos cargo de nosotros mismos!
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¿Te gustaría analizarte? Te escucho…
Atención en línea. No importa de dónde seas.

