«El público comprende siempre cuando se le emociona».
-Jacinto de Benavente
Queridos(as) lectores(as):
Ahora sí que me llevé varios meses para escribir acá. Les puedo decir que necesitaba una cierta desconexión (cosa que también sucedió en mi Facebook y Twitter o «X»). Pero me parece buena ocasión esto del año nuevo para comenzar «nuevamente» en este nuestro espacio de encuentros. ¡Feliz 2024!
Siempre me ha resultado fascinante este fenómeno socio-cultural del nuevo año. Tantos propósitos, tantas promesas, tantas cosas que se van diluyendo en varios casos y otras que parece se van cumpliendo. A pesar de ello, la vida sigue su rumbo y el fin siempre existe: unos mueren, otros nacen; unos son despedidos, otros son contratados; unos se separan, otros se conocen, etc. Es la vida, insisto, que sigue su camino. Pero algo siempre se mantiene como un constante en cada uno de nosotros, aquello que nos cuesta tanto dejar atrás y que, en buena medida, va determinando nuestra vida. Todos los seres humanos tenemos «maletas» que vamos cargando, unas más livianas que otras, pero que llevan bordadas el nombre de Pasado, y el interior cuenta con varios detalles del ayer, entre los cuales yacen las emociones. Y éstas, mis queridos(as) lectores(as), son las que más cuesta dejar atrás, sobre todo cuando son negativas.
Diferencias
Hace unas horas, antes de sentarme a escribir este encuentro, mi amiga Fernanda me preguntaba sobre la diferencia entre la Psicología y el Psicoanálisis. Traté de ser breve para diferenciar la terapia del análisis, ya que como ustedes bien entenderán, no son lo mismo ni tienen que serlo. La marcada diferencia entre las cosas puede ser clave para lo que estamos tratando de clarificar hoy. Cuando Martin Heidegger a partir de su pregunta por el ser, tras la publicación de su obra Ser y Tiempo en 1927, comparte su famosísimo (y a veces polémico) Dasein (da=ahí / sein=ser .: ser ahí), nos ofrece una manera distinta de analizar la existencia, específicamente la del ser humano, ya que no es como la de los demás objetos del mundo. A lo que se refiere es que el ser humano existe como posibilidad antes que como realidad. Podríamos decir que el ser humano no es, sino que está «condenado» a ser. Y de ahí tenemos mayor claridad del principio existencialista: no somos, estamos siendo.
Ahora bien, si eso lo utilizamos en el plano de las emociones humanas, podría incluso servirnos como herramienta para poder lidiar con aquello que ha sido, que puede dejar de ser, que puede ser (algo más) y que puede llegar a no-ser. Ya sé, esto puede ser complicado, pero en realidad es fácil de explicar: si entendemos que el ser humano no es, sino que está siendo, algo que le es propio pasa exactamente por lo mismo. Las emociones cambian. La pregunta entonces sería: ¿por qué nos aferramos a ellas? Durante las vacaciones (que no lo fueron tanto para mí, pero ni hablar de ello), sostuve un lindo encuentro con una colega psicoanalista. Me quedé como regalo de Navidad algo que me dijo: «Tenemos tanto miedo a la diferencia, que nos olvidamos de qué tan diferentes somos». ¿No será que las emociones a las que nos aferramos son porque tememos a emociones diferentes?

Oportunidades
El hecho de que el ser humano sea ante todo posibilidad, nos abre el paso hacia una infinidad de oportunidades. ¿Qué esperamos para generar motivos para nuevas emociones? Irvin D. Yalom, en su hermoso libro Mirar al sol (2008), en algún momento plantea la experiencia del despertar, que no es otra cosa que «un enfrentamiento directo con la muerte que termina por enriquecer la vida». Yalom nos encamina a una interesante reflexión que yace en la obra de León Tolstoi, La muerte de Iván Ilich (1886), donde el protagonista, un miserable y ruin burócrata, tras sufrir dolores abdominales terribles que lo llevan a una experiencia cercana a la muerte, en un momento de profunda reflexión, cae en cuenta que está muriendo muy mal porque vivió muy mal. Esto es nada más y nada menos que tomar consciencia de su ser.
Recordemos que hablar de muerte es hablar de manera abstracta, es hablar del fin de algo. Eso también pasa con las emociones. Pero a diferencia de la creencia de «estar condenados a», que Heidegger deja sin más (aunque sus followers no estén de acuerdo), curiosamente es irónica ya que imposibilita todo intento de libertad que se desarrolla en la posibilidad. Las emociones, ciertamente, constituyen en el ser humano gran parte de su historia pasada, presente y futura, pero en ningún momento se tornan en algo absoluto. Vivir encadenados a las emociones es renegar de la posibilidad de crear, de descubrir, de generar, incluso de «dejarse contagiar». El amor es quizá una de las más grandes víctimas: si la tristeza fue su color, ¿habrá de serlo hoy o mañana también? Y me parece que la respuesta es muy diferente: no, puede serlo, pero no necesariamente.
Para que las emociones dejen de ser cadenas, uno debe analizar, haciendo consciencia de sí mismo, qué es lo que no está permitiendo morir, qué es lo que no está permitiendo dejar de ser en ellas. Sólo así podremos hablar de un nuevo despertar. Si ayer el amor fue triste, y hoy nos encontramos a alguien que nos hace «sentir mariposas en el estómago», habríamos que entender que la emoción puede ser la misma, pero no la persona, y no estoy hablando nada más del otro, sino de nosotros mismos. «La vida fluye», nosotros también.
