«Lo que no se sabe expresar, no se sabe».
-Miguel de Unamuno
Queridos(as) lectores(as):
¿Por qué será que las personas no saben o no sabemos decir las cosas y preferimos guardar silencio? «No sé qué decirte», «no tengo palabras», etc. Son sentencias que disimulan una realidad distinta. ¿O es acaso que en verdad nunca hay qué decir? Es muy común que cuando pasa una tragedia justo digamos «no hay palabras», pero lo cierto es que sí las hay, incluso hasta sobran, pero también existe un cierto temor a equivocarse en lo que decimos y que la situación se pueda tornar más dolorosa o por lo menos más incómoda. Es muy común hoy en día que el silencio predomine y pareciera que las muestras afectivas se ven limitadas a las circunstancias que sólo aceptamos. ¿Dónde queda entonces la empatía?
Dudar de lo que sentimos a la hora de querer expresarnos puede convertirse en una condena injusta. Pienso, por ejemplo, cuando un ser querido se acerca a nosotros para contarnos algo que le está pasando y que le está ocasionando mucho malestar, y a pesar de ello, «no sabemos qué decirle», sólo «podemos escucharlo» y ya. Y claro, le sugerimos que vaya con un profesional de la salud mental, con un sacerdote, un rabino o alguna «autoridad» más capacitada para poder ayudarle. En parte es una buena acción el escucharle y sugerirle que busque ayuda no está del todo mal, pero tenemos que tener presente que el primer apoyo es la red emocional que creamos con amigos y familiares, siendo la primer contención.
Confiar en el corazón
Cuando estamos pasando por un momento triste, difícil y desesperado, lo primero que buscamos es quien nos ayude a tranquilizarnos. Quizá no necesariamente que nos consuele, pero alguien que nos ayude a aligerar el agobiante peso que estamos cargando. Acudimos, pues, con algún buen amigo, con un familiar, incluso los animales de casa se vuelven excelentes terapeutas pues aunque no nos digan nada, nos dan un amor incondicional que nos ayuda a sentirnos mejor (como dato cultural: ¿sabían que el ronronear de un gato puede ayudar a controlar la frecuencia cardiaca, reduciendo el estrés?). Pero, a pesar de esto, en la actualidad el otro teme expresarse, teme decir «algo que no». Y claro, con tanto bombardeo publicitario de pseudo salud mental en el que le meten miedo a las personas por el «poder de la palabra», no hay quien quiera «hacerse responsable». No sabía que dar un abrazo, un consuelo, una caricia, un «aquí estoy contigo», fuera tan peligroso…

Es muy común que, tal como decimos en México, ante situaciones así «nos agarren en curva» o desprevenidos y que, en efecto, no sepamos qué decir, pero eso no puede ser motivo suficiente para evadir responder a la demanda de apoyo, amor, comprensión y cariño del doliente hacia nosotros. Cuando se trata de un ser querido, ¿no es acaso suficiente el amor que sentimos por esa persona como para tratar de decirle las cosas desde el corazón? Cierto, no debemos caer en los vicios de la desesperación ante el ser amado que sufre y por querer ayudarle alimentemos su dolor, miedo o tristeza. Las palabras del corazón SIEMPRE deben ofrecer serenidad, paz y consuelo. «No tengáis miedo de expresar la ternura de vuestro corazón», nos recuerda constantemente el papa Francisco.
Es un momento importante
Sí, la idea es que cuando las personas tienen problemas de depresión, ansiedad, estrés, etc., acudan con profesionales de la salud para tratar cuanto antes eso y evitarles que se generen problemas más delicados. Pero no temamos ofrecer una escucha amable, unas palabras tiernas y cariñosas (nada de regaños ni «tú debes de…»), un bonito abrazo y hasta una mirada de confianza. Esos son los primeros pasos hacia la cura de un dolor del alma. Nuestra misión como seres humanos podemos encontrarla en una verdadera empatía, a partir del entendimiento de que estamos en esta existencia compartiendo con la alteridad misma. ¿Cómo queremos estar bien cuando unos sufren? No se trata de hacerla de super héroes (y mucho menos saliendo en videos o fotos presumiendo nuestra «buena acción») e intentar salvar a medio mundo. Empecemos por los que nos rodean, y no tengamos miedo de confiar en el corazón en ese momento.
También es muy común la idea de «esperar a que pidan ayuda». ¿Por qué? ¿Es que acaso vemos a una persona que se ha caído en la calle y esperamos hasta que nos pida, nos ruegue, ayuda? Qué posicionamiento tan cuestionable. El amor responde ante su ausencia. Y así como tenemos un corazón dispuesto a ayudar al otro, debemos ser conscientes que el nuestro también necesita ayuda de vez en cuando. El verdadero valor de toda expresión es la sinceridad con la que se genera. Reconocernos humanos es aceptar que siempre todos hemos de necesitar ayuda, y que ésta llega en primeros pasos que se abren hacia un sendero de mejora.
Si necesitan un abrazo, podrían empezar por pedirlo…
