El placer de saberse ignorar

«El que conoce poco, lo repite a menudo».

-Thomas Fuller

Queridos(as) lectores(as):

Muchas gracias a quienes se han sumado al podcast de este espacio. Si todavía no lo hacen, no dejen de seguirlo y activar la campanita para recibir notificaciones. Por el momento acabó la primera temporada y estoy pensando en cómo mejorar y variar el contenido de la siguiente. Mientras sigamos teniendo estos encuentros de este lado. Así es, han leído bien, «saberse ignorar», y créanme que encontraremos la razón de ello. El día de ayer recibí una carta por parte de mi querido amigo, Sebas, desde Ecuador. Las relaciones epistolares son algo que, a mi creer, no deberían perderse sin más en nuestro tiempo. Por una cosa que me compartía, le sugerí que una parte del amor propio es «sabernos mentar la madre de vez en cuando», es decir, no hacernos caso siempre.

Cuando digo esto, me refiero a un ejercicio sincero del autoconocimiento que tenemos que tener en nuestra vida. Muchas veces, nos empeñamos en cosas que se vuelven meras obsesiones y que terminan por generar en nosotros profundos malestares. Hay ideas que se cuelan en nuestra mente y van de un lugar a otro tornándose en un auténtico suplicio. «Es que yo quiero», «es que yo debo», «es que tiene que ser», «es que, es que, es que…», y de ahí al infinito. ¿Por qué no somos capaces de analizar dichas ideas y caer en cuenta que, en la mayoría de las veces, se mantienen en nosotros por mero capricho o terquedad? Hay cosas de las que no habría que lamentarnos porque no sucedan o no se nos den en nuestra vida.

El deber ser (in)conveniente

Hemos hablado de este famosísimo tema ya en varios encuentros pasados, sin embargo, ¿qué pasa cuando el deber ser es en realidad un disparate sin fundamento? Es decir, muchas veces damos por sentado que las cosas deberían ser de tal manera. Pero, ¿cuántas de esas veces las pensamos a partir de un capricho desde lo que suponemos nos ofrecería algo mejor o más cómodo para nosotros? Por ejemplo: «¡Ay, es que no debería haber tanto tráfico ahora que estoy manejando!». Claro, puede haberlo cuando yo no esté directamente involucrado, pero cuando sí, pues por supuesto que no debería haberlo. Regresando a ese momento de queja, es fascinante ver cómo las cosas las vamos forzando directamente con (especialmente en contra) de nuestro malestar. Nuestro sentido del humor cambia, hacemos la cosas de malas, contestamos de manera agresiva, etc.

Mandando guardar silencio / Getty images

¿Qué sucedería sin en el momento en el que nos estamos quejando, mejor nos planteamos algo distinto que nos ayude a sobre llevar el momento? No sé, poner algo de música, aprovechar el tiempo y hacer una llamada a un ser querido, escuchar un podcast (sobre todo el de Crónicas del diván, claramente), etc., por mucho descubriríamos que el ignorarnos cuando estamos frustrados por algo así, nos ayudaría a incluso hacernos más responsables. Diría san Agustín de Hipona: «Conócete, acéptate, supérate». Si el malestar de nuestro padecimiento se pudiera evitar pensando y actuando de mejor manera, ¿por qué no intentarlo? En vez de lamentarnos por el «tráfico que hay cuando estamos manejando», que muchas veces es por salir tarde y no anticiparnos con las mil y un cosas que pueden pasar en el lugar donde vivimos, quizá podríamos pensar «¿qué puedo hacer para evitar el trafico cuando yo esté manejando?». Pero, cuando vemos que la responsabilidad recae sobre nosotros, ya no es tan sencillo quejarse, ¿cierto?

Callar al niño berrinchudo

No es nuevo, pero ciertamente vivimos en una sociedad en demasía infantilizada, en la que muchos de los individuos evaden toda responsabilidad personal y suelen cargarle los problemas a los demás. Nadie quiere hacerse cargo y menos de sus propias cosas. Están acostumbrados a que alguien más les resuelva la vida. Así es el pensamiento berrinchudo que muchas veces nos invade y nos lleva muy lejos de una vida más práctica y serena. Por eso es que debemos activar ciertos filtros que nos ayuden a lidiar con nuestra mente en momentos de aburrimiento, de frustración o de simplemente no saber qué hacer, pues hay razonamientos que sólo nos joden, pero que no ofrecen nada bueno al final. Por eso mencionaba el deber ser que se vuelve algo irritante y comodino, entre otros ejemplos que cada uno de ustedes se podrá ir dando.

El famoso «conócete a ti mismo» implica también un ejercicio de humildad y sinceridad en el que cada uno de nosotros habremos de ser responsables de cosas que están en nuestras manos y que realmente resulten favorables para nuestra persona, nuestra actividad laboral y demás, sin caer en el vicio de sobre pensar las cosas y pretender que las éstas serán siempre como queramos a la hora que exijamos. Sí, quizá descubran en esto una lucha interna contra la propia inmediatez que, de hecho, muchas veces responde a los caprichos, al niño berrinchudo, terco y grosero que piensa que el mundo le debe todo.

El placer de saberse ignorar, en verdad, también es necesario…

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