Las promesas del esperado amor

«¡Ah¡ Por tu felicidad yo daría la mía, aunque tú nunca llegaras a enterarte de nada».

-Edmund Rostand (Cyrano de Bergerac)

Queridos(as) lectores(as):

Una disculpa por ausentarme un tiempo por este nuestro espacio, pero he andado aprendiendo más sobre el mundo del podcast, recordándoles que la primera temporada de Crónicas del diván está en curso (no deje de seguir y activar la campanita en Spotify).

Ahora bien, uno de ustedes me hizo llegar varios mensajes que no había podido ordenar en cuanto al tema que me estaba pidiendo que compartiera una reflexión. Y me parece que no es nada nuevo y quizá muy sonado en la vida de cada uno de nosotros: ¿y qué pasó con el amor? No hay ser humano en esta vida que no ame y mucho menos que no busque ser amado. Hace unos días, mi querida Rocío compartió un reel en su Instagram, en el que hablaba sobre el famoso «peor es nada», haciéndonos pensar en lo horrible de esa situación al no poner en ningún lado a una persona. ¿Y su dignidad? Ella, después, aclara que entonces «mejor es nada». ¿Vemos la diferencia? Además, sutilmente se muestra un «no juegues con los sentimientos de alguien» y, entre esas palabras, «cuando no tienes claridad en los tuyos». Todo lo que se dice, todo lo que leemos. Parafraseando a Jacques Lacan: «Uno tiene responsabilidad de lo que dice, no de lo que el otro entiende».

La pegunta «¿y qué pasó con el amor?» me parece una que, al menos en muchos casos, costará mucho contestar y que la respuesta dé una verdadera satisfacción. Pero, hagamos un intento por analizar lo que hoy por hoy estamos viviendo.

En otros tiempos…

Muchos de nosotros crecimos con narrativas interesantes respecto al amor. La clásica historia de amor de los abuelos, la de los padres, los cancioneros (de esos que «ya no son como los de ahora»); muchos crecimos escuchando a José Luis Perales, Camilo Sesto, José José, Juan Gabriel, Roberto Carlos, etc., canciones bellísimas y cargadas de un sentimiento sin igual. Pero todas esas canciones, al menos vamos a quedarnos con el lado musical del pasado, tenían ciertas promesas del amor esperado. Ya fuera canciones de amor o de desamor, en ellas había una claridad que ayudaba o siguen ayudando a dar voz a nuestros sentimientos. Pero aquel romanticismo, aquel tributo al amor, pareciera que en este tiempo sólo se queda en una triste y prolongada añoranza del mañana que se quedó en el ayer.

Aunque no es nuevo, la demanda de amor en nuestros días mueve mucho a los individuos en la sociedad. Hay quienes no encuentran el amor que buscan (y quizá no se den cuenta de la alta exigencia que tienen sobre el mismo), otros lo encuentran pero no les es suficiente, otros sufren la duda de haberlo encontrado pero de no estar seguros si es conveniente o no, etc. Son tantos malestares que ponemos entorno al amor que, o lo hacemos imposible o nos estamos volviendo inaccesibles. ¿Qué será? Hace tiempo, ya varios años atrás, una persona tuvo sentimientos por otra, cosa que al parecer eran recíprocos, sin embargo, «a la hora de la verdad», resulta que la contestación fue «sí, pero no ahorita, mejor después». Y claramente ese «después» nunca llegó. ¿Les ha pasado?

El amor fuera del guión

Ciertamente, muchos crecieron o crecimos con los estándares del amor moderno «disfrazado» de «el de siempre». Tantas películas a la Disney, tantas narrativas tan de OTROS. El error que tenemos, no sólo en cuestiones del amor, es pretender tener lo que otros tuvieron. ¿Dónde queda el pensar en las distintas circunstancias? ¿Dónde queda el aceptar las alternativas? El amor no es NUNCA una alternativa, pero nos brinda varias. Es decir, pensar que el amor es o debe ser tal y como lo hemos visto en OTROS casos, es sentenciarnos a una insatisfacción eterna. Sin embargo, pasa algo curioso, cuando se dan detalles que parecen sacados de una película cursi y empalagosa (aunque muchas de ellas muy buenas), aparece el «ah, qué lindo(a), pero ahorita no». Y seguimos buscando el amor con nombre y apellido que «tanto hemos esperado».

En cuestiones del amor, el guión es siempre un crimen. Es decir, el amor debe sorprendernos, de manera espontánea, lo más maravilloso que permite el asombro. Si estamos exigiendo que el amor sea tal y como otros lo han encontrado, lo han vivido, etc., nos estamos volviendo ese «peor es nada» para alguien más. Porque quien impone sus reglas personales al amor, lo desvirtúa. Y quien se arranca la posibilidad de amor, de amar y de ser amado, renuncia poco a poco a su propia dignidad. El tema acá no son las promesas del amor esperado, sino las exigencias del amor sentenciado. Cambiar de perspectiva, quizá, nos ayude más a escribir y cantar cosas de amor, que ahogar penas y tragedias «por el amor que nunca nos llega».

Además, ¿quién dijo que el amor tiene un determinado tiempo y lugar de llegada?

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