«El porvenir es un lugar cómodo para colocar los sueños».
-Anatole France
Queridos(as) lectores(as):
No sabría decirles por qué, pero desde que leí eso de «los días están llegando» en el hermoso libro del mismo nombre del rabino Ezriel Tauber, además de la profunda búsqueda espiritual que pretende, me conmovió al punto de dar un consuelo especial a mi corazón. Tantas cosas que pasan o que pasamos a diario y tantas que nos estamos perdiendo. ¿De qué va el día a día de cada uno de ustedes cuando se alejan del labor, el estudio, de aquello que «importa»? ¿Cuántas veces nos vemos sumidos en la responsabilidad que olvidamos elementos tan finos y bellos como el simple sentir la brisa del aire estrellarse con nuestro rostro?
Soy tremendamente afortunado por las amistades que tengo, pero sobre todo cuando éstas me inclinan a la reflexión y a seguir aferrándome a la vida. Pero de nada me sirve eso si no lo comparto y trato de vivir por un lado, y por el otro enseñarlo. A veces me pesa mucho el ser filósofo, el ser psicoanalista, el «tener que lidiar» con los problemas del mundo. ¿Estaré haciendo lo correcto? ¿Servirá lo que ofrezco a mis pacientes? Son preguntas que puedo responder con facilidad por lo que veo y por lo que compruebo, pero esas preguntas me orillan a preguntarme ahora si todo eso es también para mí.
¿Dónde quedamos nosotros?
Mi amigo Martín me compartió que está por iniciar una nueva aventura académica para su formación profesional y personal. Hablamos un poco sobre los dones y de qué manera los usamos. En un momento, compartí lo mucho que disfrutaba tocar la guitarra cuando era más joven y que por una circunstancia de salud no lo pude volver a hacer. Ciertamente pasaron los años y con fisioterapia pude tener más movimiento en mi mano derecha. ¿Por qué ya no volví a tocar guitarra? Lo primero que respondo es que me desespera el hecho de que «ya no es lo mismo, ya no es como antes», pero luego me respondo: «Es porque me ha dado flojera comprobarlo». Patético. Pero no por eso deja de ser importante. Las cosas no son tan simples, y en mi esfuerzo por ser más sincero conmigo mismo, descubro que hay momentos y recuerdos tristes que no quiero volver a vivir al tocar con mis dedos las cuerdas de la guitarra. Así que ahí yace, en una esquina de mi cuarto, cubierta de polvo.

Lo que ayer fue la música para mí, hoy los son la literatura y la poesía. Mis queridos(as) lectores(as), ¿se imaginan cuántos libros podría publicar si recopilara todos estos encuentros? Quizá 5 ó 9, no lo sé. ¿Pero qué ganaría con eso? Quizá descubrirían este espacio quienes no son duchos en el uso del internet, quizá alguien podría compartir lo leído con alguien más a modo de recomendación literaria. Quizá… quizá… quizá. Pero, a pesar de esa incertidumbre, yo estoy ahí, en la posibilidad infinita que es mi propia vida. Cierro el libro que estoy leyendo, tomo un trago de mi café, me digo non estic per hòsties! (¡no estoy por/para hostias!) y me regreso a escribir. ¿Qué escribo? Para empezar, lo que pienso, para que entre todos los que puedan leerlo, en algún momento lo haga yo también y me dé cuenta de cosas secretas entre tantas palabras que sólo yo podré descifrar(me).
Quisiera…
Antes de llegar al mediodía de hoy, mi amiga Odette me pregunta por Whatsapp a dónde me gustaría irme de vacaciones. No tardo en contestar «no sé», para luego decirle que «necesito playa». Pero esa necesidad no es la clásica y malgastada respuesta cotidiana de «necesito playa, me urge», que significa irse de fiesta, alcohol y demás desenfrenos. No, en mi caso quisiera sentir la arena en mis pies mientras son refrescados con la fría agua del mar. Ver al horizonte y volverme a preguntar como cuando era niño: «¿Qué habrá más allá?». Pero, ¿me gustaría compartir ese momento con alguien? Sí. ¿Con quién? «No sé», y después yo mismo me digo, «no, sí sabes, con ella, con él, con ellos…», y vienen a mi mente mis amigos, mis amigas, mis padres (que ya no están aquí), mi ex, mi crush, con esos extraños que se volverían conocidos para luego ser amigos o parte del olvido.
Quisiera tantas cosas, ¿qué me detiene para ello? ¿Qué logra el psicoanálisis sino enfrentarnos contra nuestras propias prohibiciones? Es decir, hay cosas que no decimos, que no hacemos, porque según nosotros no podemos, quizá porque no debamos, pero no es tan simple. En los miedos personales yace la respuesta hacia la libertad que buscamos. Escuchar el deseo es enfrentarnos a lo que nosotros mismos hacemos para no cumplirlo. Quisiera, por ejemplo, escribirle a cierta persona y decirle «vámonos, no preguntes a dónde, vamos a improvisar». ¿Qué pretextos me pongo? Sí, claro, los días están llegando, pero yo con ellos, porque esa es la vida que está frente a mí esperando que tome alguna de tantas posibilidades y me atreva a adentrarme en el misterio mismo. Ahí donde yace el nombre del destino, yace el hombre elegido.
Quizá, en vez de playa, quisiera ir a Escocia…
¿Qué creen que sea?
