El amor en los pequeños detalles

«La mirada indiferente es un continuo adiós».

-Malcolm de Chazal

Queridos(as) lectores(as):

Hoy en día, todos vivimos sumidos en nuestros problemas y se nos olvida el mundo. ¿O es que el mundo es en sí un problema para nosotros? Cierto es que «nadie nos entiende», y muchas veces eso pasa porque nos hemos vuelto muy reservados, quizá por pena, por coraje, por temor a ser regañados o criticados, etc. ¿Para qué compartir lo que nos pasa si parece que sólo podemos recibir algo negativo por parte del otro? Podemos entender que muchas de las respuestas derivan de la propia frustración personal del otro, es decir, hablamos de proyecciones y que en ellas hay todo lo que está mal, lo que duele, lo que entristece. Por eso es que es necesario que hagamos un ejercicio diario de recordar que TODOS tenemos problemas, pero no hay motivo de hacerlos los problemas del otro. En el compartir yace la oportunidad de ver desde otra perspectiva el problema, quizá haya solución, quizá no estemos haciendo lo mejor para ello, pero la idea debe fortalecerse en la virtud de la humildad, tanto del que comparte como del que comenta.

Mi papá solía decirme: «Cuando hables de ti, no te olvides del otro». Esa insistencia es muy humana, demasiado importante como para pasar de largo. Sí, una vez más, todos tenemos problemas, pero no todos tenemos las soluciones. Ayer, una paciente me compartió un refrán que me gustó: «Cada maestrito tiene su propio librito». Cada uno de nosotros compartimos y/o enseñamos algo a nuestra manera, pero eso no es una totalidad, o al menos no debería serlo. No nos dejemos arrastrar por algo que nos vuelva indiferentes al problema del otro. Los problemas encuentran solución muchas veces en la compañía de un familiar, un buen amigo o de un conocido de ocasión.

Una película triste, muy triste

Hace unos días, volví a ver La tumba de las luciérnagas (火垂るの墓 Hotaru no Haka, 1988), por mucho una de las películas más tristes y deprimentes que han existido en el mundo del anime japonés. Con el peligro de spoilear a quienes no la hayan visto, es una historia que se desarrolla en el Japón Imperial a finales de la Segunda Guerra Mundial. Basada en la novela de Akiyuki Nosaka del mismo nombre, nos encontramos con dos hermanos, Seita y Setsuko, que viven en la ciudad de Köbe y las duras penurias que son posibles durante una guerra. Tras sobrevivir a un bombardeo, los dos pequeños se enfrentan a la realidad de saber que su madre quedó gravemente herida (posteriormente fallece) y quedan con la esperanza de que pronto se reunirán con su padre, quien funge como oficial de la Armada Imperial de Japón (cosa que, como podemos entender, no sucederá).

Seita tiene 14 años y Setsuko es una pequeñita de 5 años. A pesar de la crueldad de la guerra, estos hermanos nos ofrecen un recuerdo de que siempre hay algo por lo cual luchar. Aunque claro, Seita se ve sumido en la responsabilidad de cuidar a su hermanita en una situación francamente desesperada, donde el alimento, el hogar, la paz y la seguridad escasean, así como la salud. Sin querer entrar en muchos detalles para no arruinarles la ocasión de ver esta película (desgraciadamente la quitaron de Netflix por temas de derechos de distribución, ya que desde que Studio Ghibli cedió sus derechos a Disney, desapareció de esa y demás plataformas de streaming), y que a pesar de su crudeza en verdad les animo a que lo hagan, en ella encontramos la crueldad absoluta del ser humano cuando abrazan la indiferencia y el individualismo salvaje. En este mundo de amor, quien cierra las puertas al otro, se condena a sí mismo a los peores infiernos personales.

Abrazar la esperanza, abrazar al otro

Es increíble que como seres humanos sólo pensemos en los demás cuando ha pasado una desgracia o cuando, de plano, ya es demasiado tarde. Los gestos de amor y cariño son exigencia del día a día. Sé que el famoso «debe ser» puede resultar una imposición, pero en algunos casos como éste, quizá sea más bien un recordatorio de que nos estamos sumiendo en una realidad de indiferencia tan cruel que no somos capaces de entender que muchos problemas los podríamos evitar o al menos ayudar a solucionar. Es de tercos pensar que la única ayuda deriva en cuestiones materiales, pero también es cierto que muchas veces tenemos algo que podríamos ofrecer a otros. «Haz el bien sin mirar a quién» podría ser bandera de cada día. Ya he insistido mucho en esto, porque es algo que nos está azotando terriblemente en la sociedad. La amabilidad no es un lujo, no es algo que deba ganarse, porque de hacerlo, ¿por qué nos quejamos de que nadie es amable con nosotros?

Me recuerdo mucho un día, hace algunos años, que una niñita muy linda se acercó a mí estando en el parque y, sin más, me pidió que me agachara y me ofreció una pequeña florecita. «Para ti», me dijo, y se fue corriendo a lado de su mamá. Un gesto muy simple en el que la pequeñita me transmitió un amor que todavía no logro poner en palabras, pero que llenó de vida mi corazón y me dio la sensación de no estar solo. En aquel entonces, recién había fallecido mi mamá, por lo que quienes hayan pasado por ese tipo de pérdida, saben y comprenden lo difícil que resulta para uno seguir viviendo con semejante ausencia. Esa pequeña niña en esa flor, sin saberlo, me dio una caricia que fue directamente al corazón. No me conocía, sólo me vio sentado ahí en el parque mientras leía. Un perfecto extraño ayudando a otro perfecto extraño.

Y esa ayuda… al día de hoy… me invita a repetirla.

Deja un comentario