«El verdadero placer es escribir; ser leído no es más que un consuelo superficial».
-Virginia Woolf
Queridos(as) lectores(as):
Recibí un mensaje por parte de Gustavo, quien escribe desde El Salvador. Resumiendo, me preguntaba que cuál o cuáles son las ventajas que hay a la hora de escribir. Primero habría que tener claro cuál es la intención que tenemos a la hora de escribir, es decir, no es lo mismo escribir un recordatorio, un artículo, un libro o una entrada en este nuestro blog. Sin embargo, en todas ellas radica algo de suma importancia: transmitir. ¿Qué? Ideas, intereses, prioridades, etc. Pero, eso sí, en todas también hay una exigencia que no podemos descuidar: debemos ser sinceros. El escritor estadounidense, Ernest Hemingway, sostenía que «si el autor no escribe con sinceridad, se desperdicia el papel». Me parece que a lo que se refería es que antes de pensar en toda cuestión estética, debemos garantizar un contenido sincero y real sobre lo que sentimos y/o pensamos.
Es un error creer que hay que ser profesionales para escribir. De hecho, ¿cómo creen que empezaron los grandes escritores? Escribir parte de una idea de necesidad, ¿de qué? Depende de cada uno, pero lo común quizá se centre en compartir(se). El propio Hemingway decía: «Mi psicoanalista es mi máquina de escribir». Muchas veces, tenemos la cabeza llena de tantas cosas que se vuelve imposible el tener claridad al menos en algo. Por muy simbólico que parezca, el poder «depositar» esas ideas en una hoja de papel tiene un efecto psicológico muy importante. Cuando estudiaba alemán, mi profesor me decía que los alemanes (algunos) tienen por costumbre tener un Nachtnotizbuch (cuaderno de noche) a un lado de la cama para apuntar ahí cosas pendientes antes de irse a dormir. Y eso no es muy lejano a lo que muchos han tenido a bien tener de costumbre en muchos otros países, ya que también existe la idea misma del «diario».
Porcas revoloteando por doquier
Cuando estaba en la preparatoria, mi maestro de Introducción al Derecho, en algún momento comentó que los adolescentes teníamos la cabeza llena de porcas. ¿Porcas? La descripción que daba de las mismas eran cabezas de cerdo con alas de murciélago, mismas que estaba revoloteando de un lado a otro, y cuyo ruido hacía imposible concentrase. Eso nos lleva a la saturación de pensamientos que podemos llegar a tener. Tantas cosas en las que pensar que resulta muy difícil enfocarse, por lo que poder ir depositando las ideas en una hoja ayuda a incluso darles prioridad. La escritura lo que hace es ayudar al sujeto a construirse frente a sí mismo. A esto me refiero que el escritor no queda libre de su obra una vez escrita, sino que le permite situarse en ella, posicionarse dentro del mismo escenario donde interpreta su vida. Y más allá de interpretar, donde el sujeto se asoma para enterarse de cosas que podría haber dado por sentadas.

La transmisión de ideas a la tinta es un ejercicio que, una vez más, requiere nuestra total sinceridad. No es posible escribir a medias, al menos no deseable. En el ejercicio de la comunicación es perjudicial expresarse a medias, o se dice o no se dice. Muchas veces, de hecho, la escritura nos obliga generar una cita con nuestra propia soledad, ya que de ese modo podemos ser todavía más sinceros con nosotros mismos. Pienso, por ejemplo, en aquel enamorado que escribe un poema de amor por la mujer que ama. ¿Será un gran poema? ¿Será algo que mueva tantas pasiones? En un principio es lo que quiere pensar pues dentro de sus planes está ofrecérselo a su amada. Quizá no sea un poema en estricto sentido, porque puede que haya desconocimiento de la rima, la metáfora, el tiempo, la ortografía, etc. Pero lo que más importa es transmitir lo que se siente. Y escribir resulta más fácil que expresarlo en persona y de frente. Una vez que se escribe el poema de amor, el sujeto revoluciona su expresión y se exige a sí mismo a hacer algo todavía mejor.
Orden y limpieza
Cuando escribimos otro tipo de textos, quizá un poco más inclinados a la cuestión académica o a una literatura más seria, uno se avienta a expresar lo que quiere decir sobre algo y escribe sin parar. Pero no entrega tal texto así como así, viene entonces la revisión. Por eso es que la escritura ayuda a tener orden de pensamiento y a ofrecer, a nosotros mismos y a los demás, un contenido «limpio» para que pueda ser entendible lo que estamos compartiendo. Es por lo que también existe la labor de los correctores de estilo, que podríamos pensar se dedican más a la estética de los textos, sin embargo, es más profunda su acción: ¿qué quiso decir con? ¿será que esto tiene que ver con esto? Infinidad de preguntas que se le realizan al autor y que le siguen favoreciendo a la hora de seguir escribiendo.
Hace tiempo, un paciente mío me expresó que le costaba mucho trabajo poder hablar en las sesiones. Le sugerí que escribiera algunas ideas en unas hojas de papel y que se tomara su tiempo para leerlas en voz alta. Se habrá tardado unos 20 minutos, pero el ejercicio no sólo nos ayuda en esa sesión, sino que pudimos ir dando con las razones de sus resistencias. ¿Qué puedo yo decir? ¿Importa lo que digo? Inseguridades que encontraron un alivio a la hora de plasmarlas en un papel. Esa rutina se fue repitiendo por algunas sesiones, hasta que un día no hubo más necesidad de escribir. Sin embargo, me ha dicho entusiasmado que ahora la idea es escribir para los demás, por lo que está centrado en la realización de un proyecto literario que seguro será fantástico para quienes podamos leerlo. La escritura, por último, es la acción que al ayudar a construirse al sujeto, le proporciona herramientas para incontables cosas. Incluso hasta podemos hablar de fortalecer la seguridad en uno mismo sobre el quehacer diario en las labores profesionales, pero sobre todo, personales.

Se escribe para exorcizar…
Me gustaMe gusta
Dirían: «Escribo para quedarme solo».
Me gustaLe gusta a 1 persona